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52

¿Qué nos dicen las rabietas de los niños?

Miami
Los niños suelen tener comportamientos desafiantes y disruptivos. Estas conductas son un síntoma de lo que al niño le ocurre. Un nuevo enfoque basado en recientes investigaciones en neurociencia y psicología infantil ayudan a acompañar el crecimiento y fortalecer el vínculo.

Muchas veces en los parques o en los centros de compras vemos niños pataleando, llorando, gritando, padres paralizados sin saber qué hacer, y quedamos preguntándonos qué les pasa a estos niños, incluso nos identificamos con estos padres a quienes vemos exhaustos y perdidos.

En búsqueda de dar respuesta a estas conductas y a las preguntas que se desprenden de ellas, hemos realizado una entrevista a la psicóloga clínica Mona Delahooke Ph.D, con más de treinta años de experiencia en el cuidado de niños y sus familias. También es autora de varios libros donde incorpora la neurociencia como una forma de armonizar los vínculos filiales, conocer la unidad cuerpo-cerebro y entender las emociones.

En su último libro, Neurociencias para Padres: Cómo interpretar el comportamiento infantil, nos lleva a preguntarnos si los métodos tradicionales para moldear a nuestros hijos son eficaces, y aporta una crítica hacia dichos métodos de crianza, a la vez que remarca la importancia de mirar al niño como un todo.

Estos métodos tradicionales proponen reaccionar ante las conductas disruptivas con actitudes que van directamente al cerebro del niño, es decir, haciéndolo razonar, pidiéndole que entienda, incentivando el cambio de actitud a través de recompensas o castigos. Mona llama a esta interacción métodos reactivos, que ofrecen respuestas idénticas basadas en la generalidad sin tener en cuenta la particularidad de cada niño ni de su contexto. Desde esta perspectiva se entiende el comportamiento infantil como un acto intencionado, frente al cual un esfuerzo individual le permitiría cambiar su conducta y controlarse.

Lo que nos explica Mona es que “los niños no hacen rabietas a propósito, contrario a la creencia popular, sino que estos comportamientos son la señal de que hay una conexión entre el cuerpo y el cerebro, son indicadores de un cuerpo sobrecargado, cansado o muy vulnerable. La regulación del cuerpo del niño se va alimentando de las relaciones sanas e interacciones amorosas que son la plataforma que conforma la estructura del pensamiento y de la futura flexibilidad ante los distintos desafíos de la vida”.

Como dice la autora, “existe una comunicación biunívoca que se da entre el cerebro y el cuerpo, y considerar eso nos abre a un mundo de mayores posibilidades para entender el modo en que el cuerpo del niño trata de expresar sus necesidades. La conexión entre el cerebro y el cuerpo subyace en todas las conductas, y tenerla en cuenta nos proporciona un mapa del territorio en que nos encontramos, hecho a la medida de cada niño, para desde allí guiar nuestras decisiones como padres”.

Los comportamientos son adaptaciones significativas y protectoras a la experiencia interna de un niño acerca de las sensaciones de stress o fisiológicas como el hambre o el sueño, y hasta de miedos que quedaron grabados en su cuerpo por vivencias dolorosas o traumáticas.

Esta información nos abre una gama completamente nueva de opciones de comprensión y acciones compasivas, adaptadas individualmente, que superan el simple manejo de los comportamientos y generan relaciones amorosas, sintonizadas con cada niño, y no con reglas generales, afirma la autora en su libro.

Esta forma de entender los comportamientos infantiles nos saca del lugar de que a cada conducta le corresponde una respuesta correctiva de los padres. Mona Delahooke nos explica en la entrevista que “como padres tenemos que entender que a veces no hay nada que hacer para parar este tipo de conducta de los niños, las rabietas, porque estas surgen por falta de recursos internos del niño, un presupuesto agotado, un cuerpo agotado. Por lo que muchas veces tenemos que cortar la actividad, dejar lo que estamos haciendo, tener compasión por nuestro niño y por nosotros. Muchas veces darle algo de comer y ponerlo a dormir es lo mejor para hacer”.

“Las rabietas de los niños nos comunican, nos dan elementos, nos desafían como padres. La neurociencia nos dice que hay caminos en la conexión del cerebro y el cuerpo y que esas conexiones nos ayudan a todos. Algunas veces el sistema nervioso nos dice que nos movamos y puede ser que lo veamos como una mala conducta, sea en realidad una reacción por stress, una conducta por stress, esta es una forma integrada para entender las acciones de los niños”.

¿Entonces, en vez de rabietas, que veríamos en el niño? Veríamos su plataforma, cómo va regulando la conducta en función de lo que está ocurriendo, de la seguridad que ofrece el contexto -también es importante tener en cuenta la plataforma del adulto-, veríamos el momento evolutivo del niño, las diferencias individuales y cómo procesan la información a través de los sentidos y desde el interior del cuerpo.

En relación al stress, Mona reflexiona en su libro sobre las emociones negativas y sus consecuencias cuando, por ejemplo, decimos “¡No llores… que no es para tanto!”, o bien “¡La cantidad de niños que están peor que tú!”, o incluso: “Vamos, vamos… ¡Pero si esto no da miedo”. Estas frases son usadas muy frecuentemente en nuestra cultura occidental, y llevan consigo un mensaje que tiene la intención de aliviar los miedos o reducir la tensión, pero implica ignorar las señales de nuestro cuerpo y no tiene en cuenta los estados emocionales que subyacen. La Dra. Delahooke también interpreta que en nuestra cultura se le da muy poco valor a las emociones y comportamientos negativos en la crianza y la educación, y se pasa por alto lo que son capaces de decirnos estos comportamientos acerca del stress.

No tener en cuenta estas emociones negativas, ignorarlas o desvalorizarlas nos puede provocar enfermedades en el futuro, por vivir con mucho stress durante un periodo largo de tiempo. Son típicas las enfermedades coronarias, las inflamaciones, la hipertensión arterial, los trastornos alimenticios, la ansiedad o la depresión. Muchas veces los comportamientos y emociones negativas son la consecuencia de un acto reactivo, que en una primera instancia nos resulta un alivio, pero que a medida que neguemos nuestras emociones nuestro cuerpo se agota y se transforma en un lugar muy vulnerable.

Mona, en nuestra conversación, resalta un nuevo concepto apoyándose en el libro de otra brillante neurocientífica, la Dra. Lisa Feldman Barret, y nos explica que “La neurociencia muestra que la ansiedad no proviene de nuestros pensamientos sino de nuestro cuerpo, que el cuerpo se alimenta de información y que ésta llega al cerebro en forma de sensaciones. Estas sensaciones posteriormente se transforman en sentimientos, que se experimentan como emociones”.

Cuando los padres y los educadores van considerando una mirada más integrada, como una unidad cuerpo-cerebro, comienzan a entender que muchas veces las conductas disruptivas protegen el sistema nervioso. Se trata de alcanzar lo que llamamos auto regulación, un largo proceso de maduración y tiempo pero que está positivamente ligado a la resiliencia, a la capacidad de ser flexible para manejar los cambios y lo inesperado.

“Valorar las emociones de los niños es bueno, pero lo más importante para ellos es sentirse entendidos y validados mientras transitan esta diversidad de emociones”, afirma Delahooke.  Y agrega, “la plataforma es la base de la autorregulación, se construye jugando, entendiendo que los niños siempre quieren complacernos, pero la habilidad de lograr el auto control es un proceso que está unido al desarrollo del niño, que está relacionado al presupuesto del niño, a como ese presupuesto se va incrementando a través del cuidado de su salud emocional y del cuidado de la salud emocional de los adultos”.

Nos resultó interesante el concepto del presupuesto del cuerpo, que Delahooke nos dice que toma de la Dra. Feldman Barrett. Podemos entender que “el cuerpo es una cuenta bancaria. Todo lo que hagamos o todo lo que nos pase es guardado como un depósito o extraído de nuestro cuerpo, por lo tanto, nos cambia el presupuesto”.

Plataforma, presupuesto, emociones nos lleva a entender que la crianza se logra desde abajo hacia arriba, es decir desde el cuerpo hacia el cerebro, eligiendo así un método más empático, más a tono con lo que el niño nos dice. De este modo, los métodos descendentes que parten del cerebro generan más stress y desconocimiento de las emociones tanto del niño como de los padres.

¿Entonces, en vez de rabietas, que veríamos en el niño? Veríamos su plataforma, cómo va regulando la conducta en función de lo que está ocurriendo, de la seguridad que ofrece el contexto -también es importante tener en cuenta la plataforma del adulto-, veríamos el momento evolutivo del niño, las diferencias individuales y cómo procesan la información a través de los sentidos y desde el interior del cuerpo.

De la entrevista con Mona Delahooke y la lectura de su último libro concluimos que la neurociencia no establece un diagnóstico psicológico. Trata de entender los estados fisiológicos de los niños, en su relación con el contexto, no busca las carencias sino busca las señales y pistas para entenderlos. Las conductas, actitudes, son respuestas que muestran diferentes caras del prisma del sistema nervioso de cada niño. Mona, en su recorrido, nos invita a traer la ciencia a casa para ayudarnos a tomar decisiones como padres y sentir que vamos acompañando el crecimiento de nuestros niños, sus sentimientos y emociones, logrando así mayor armonía en las relaciones.

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