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52

La Curiosidad. Entre la tecnología y el deseo de saber

Miami
¿A dónde quedan las preguntas en la era de los algoritmos, la hiperinformación y un sistema de educación obsoleto? Pero ¿la capacidad de explorar y enfrentarnos a lo que no sabemos depende solo de la realidad tecnológica?

Conocer es existir

La curiosidad en el contexto contemporáneo se ha vuelto un tema de debate y análisis a partir de reconocer la incidencia que tiene en el desarrollo y aprendizaje de las personas. La curiosidad puede reconocerse como el deseo de explorar eventos novedosos, inciertos, complejos y ambiguos.  Es un concepto clave que atraviesa múltiples disciplinas como la psicología, la biología, la economía, la robótica o la educación, entre otras.  En el seno del debate hay acuerdo en que la función inmediata de la curiosidad es buscar, explorar y sumergirse en situaciones con potencial para obtener nueva información o experiencias. También se sostiene que actuar consistentemente de forma curiosa aumenta el conocimiento, desarrolla habilidades, fortalece las relaciones sociales y la creatividad.

Algunos pensadores consideran que con la tecnología y los avances de la ciencia la curiosidad está muy estimulada, mientras que otros opinan precisamente lo contrario. En las últimas décadas Internet ha cambiado el mundo y se experimentan los beneficios que están al alcance de un simple clic. Sin pretender una revisión exhaustiva, podemos relevar a algunos autores que consideran que los nuevos recursos de la época favorecen la curiosidad. Thompson, 2013, tempranamente reconoció que la tecnología brinda una gran memoria externa, que facilita conexiones entre las cosas y fomenta una mayor comunicación; Cathy Davidson, en 2012, vislumbró las ventajas en el campo de la educación y los negocios que se generan a partir de las nuevas tecnologías; y Adam Gran, 2016, confirmó la incidencia de los avances tecnológicos en la creatividad.

También desde el comienzo de la entrada de Internet a la vida cotidiana se están discutiendo sus posibles efectos negativos. Nicholas Carr, en 2010, señaló cómo la virtualidad contribuiría a superficializar el pensamiento y el conocimiento. Estas transformaciones podrían tener repercusiones en nuestra capacidad para aprender, comprender y profundizar. Sherry Turkle analizó cómo la tecnología está cambiando la forma en que las personas se relacionan entre sí y planteó preocupaciones sobre los efectos psicológicos que conlleva. Desde una perspectiva psicológica, se destaca el rol de las relaciones interpersonales al estudiar la curiosidad, ya que el interés por conocer la forma de pensar, de sentir y de actuar de los demás es esencial para los seres humanos.

El momento actual pone a nuestra disposición un caudal de información que no tiene precedentes, la digitalización y la globalización están abriendo puertas a mundos antes desconocidos y al acervo de sabiduría de la humanidad. Pero, cómo nos relacionamos con esta realidad, qué uso hacemos de los recursos que ofrece, cómo impacta en la curiosidad y el deseo de saber, ¿nos volvemos más curiosos y sabios en nuestros días?

Según Ian Leslie, existe una polarización en el mundo que divide a las personas en curiosas e indiferentes. Los que emplean su tiempo en Internet para aprender son curiosos, mientras que los que no lo son priorizan el entretenimiento. Las innumerables preguntas que hacen los niños desde sus primeros años ponen de manifiesto un deseo de saber innato. Sin embargo, con el tiempo, esa curiosidad decae, afectando la comprensión del mundo e impactando el desarrollo profesional y personal.

¿Se puede ser curioso en el siglo XXI o vemos y leemos tanto contenido que nos volvemos indiferentes?

Este nuevo mundo de redes a la vez convive con las prácticas tradicionales que no alcanzan a tomar el vertiginoso ritmo de los cambios. El sistema educativo actual, por ejemplo, aún emplea métodos de enseñanza centrados en la repetición y memorización, donde el estudiante es un receptor pasivo que no tiene lugar para experimentar o formular preguntas exploratorias que no encajen exactamente en la dirección del contenido que hay que cubrir en la clase. En este contexto, la falta de curiosidad y el aburrimiento suelen manifestarse juntos.

La programación del consumo que los algoritmos vehiculizan para crearnos universos individuales, la hiperinformación, el exceso de pantallas que nos cautivan y se llevan nuestro tiempo y los sistemas de enseñanza desactualizados de las escuelas, son parte de una realidad contemporánea que condiciona e impacta la capacidad de curiosear, pero no la determina totalmente

Otro aspecto para tener en cuenta es que la abundancia de contenidos nos priva de mantener abierta la brecha de información, un concepto introducido por George Loewenstein, profesor de economía y psicología. La teoría de la brecha de información se apoya en que hay un vacío, una distancia entre lo que sabemos y lo que queremos saber, lo que genera un sentimiento de carencia, que a su vez despierta la curiosidad y motiva a buscar más información.

Navegar en Internet o en las redes sociales generalmente no requiere mayor esfuerzo, pero surfeamos por imágenes y textos que siempre son fragmentos. Los algoritmos han avanzado al punto de conocer y personalizar gustos y necesidades. Ya no resulta demasiado posible encontrarse con algo contrario a nuestras ideas o preferencias, porque en las pantallas continuamente recibimos solo contenido acorde a nuestros intereses.

Internet proporciona una enorme cantidad de información, pero repitiendo el más de lo mismo que el algoritmo captó, y lo presenta de manera continua e invasiva. Permanecer expuestos a esta modalidad abrumadora podría ser uno de los motivos que impiden la reflexión crítica sobre el material que consumimos y podría ser también una de las causas que entorpecen la capacidad de explorar.

La programación del consumo que los algoritmos vehiculizan para crearnos universos individuales, la hiperinformación, el exceso de pantallas que nos cautivan y se llevan nuestro tiempo y los sistemas de enseñanza desactualizados de las escuelas, son parte de una realidad contemporánea que condiciona e impacta la capacidad de curiosear, pero no la determina totalmente.

La curiosidad está vinculada a la sorpresa y la novedad. Todd B. Kashdan junto a un grupo de investigadores llevó a cabo un estudio con el objetivo de sintetizar los enfoques que se le ha dado desde las ciencias sociales y capturaron una variedad de dimensiones que enriquece y complejiza el concepto de la curiosidad. Una de las primeras cuestiones que proponen es diferenciar entre la atracción placentera hacia nueva información que permite comprender mejor el mundo y la curiosidad orientada a llenar un vacío de información para resolver un problema que quita el sueño.

Los estudios psicológicos se ocuparon de la curiosidad durante más de cien años reconociéndola como esencial para el desarrollo y la supervivencia de los humanos porque es el motor que impulsa a investigar y buscar información. La función inmediata de la curiosidad es explorar y sumergirse en situaciones nuevas, lo que a largo plazo promueve adquirir habilidades, relaciones, capacidades intelectuales y creativas.

Las personas curiosas formulan numerosas preguntas espontáneas, leen con avidez o manipulan objetos interesantes. Además, buscan entender cómo sienten y piensan otras personas y se atreven a tomar riesgos para vivir nuevas experiencias. Algunos enfoques se centran en los distintos tipos de curiosidad como la sensorial o la intelectual y hacen una distinción entre la amplitud y la profundidad que puede alcanzar.

Existe la suposición de que si experimentamos curiosidad e indagamos tendremos una experiencia inherentemente interesante y placentera. Sin embargo, las personas también buscan información para resolver la incertidumbre o una confusión.  Y, como afirma Kashdan, “este punto es crucial ya que, a veces, incluso cuando satisfacer la curiosidad puede provocar dolor o un castigo inmediato o se indaga sin expectativa de recompensas futuras, las personas eligen actuar según su curiosidad, evidenciando que satisfacerla es un motivo humano básico y potente.”

El grado de curiosidad de una persona dependerá de lo novedoso, lo complejo, lo incierto o intrigante de una situación para captar su atención y, por otra parte, entra en juego la capacidad de cada uno para afrontar el temor o la ansiedad que puede surgir al explorar lo desconocido. La tolerancia al estrés de lo nuevo es un factor crucial en la curiosidad, de lo cual depende también la disposición individual para asumir riesgos sociales, financieros y donde, ciertas veces, ese estrés no se ve como algo a reducir, sino como algo a intensificar.

Aunque muchas veces no seamos demasiado conscientes, es posible reconocer a la curiosidad como un elemento omnipresente en la vida cotidiana y es también un rasgo diferencial entre las personas. El contexto en el que vivimos es fundamental, cada época ofrece distintos medios con los cuales aumenta la capacidad de explorar el mundo. Pero de estas posibilidades cada sujeto hace un uso singular poniendo en juego su deseo de saber, sus recursos para adentrarse a lo desconocido y para soportar una cuota de incertidumbre.

Notas:
Arnd-Caddigan, M. (2015). Sherry Turkle: Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other: Basic Books, New York, 2011, 348 pp, ISBN 978-0465031467 (pbk).

Carr, N. (2020). The shallows: What the Internet is doing to our brains. WW Norton & Company.Turkle Alone Together

Davidson, C. N., & Merlington, L. (2011). Now you see it. Penguin Group US.

Grant, A. (2017). Originals: How non-conformists move the world. Penguin.

Golman, R., & Loewenstein, G. (2015). Curiosity, information gaps, and the utility of knowledge. Information Gaps, and the Utility of Knowledge (April 16, 2015), 96-135.

Kashdan, T. B., Stiksma, M. C., Disabato, D. J., McKnight, P. E., Bekier, J., Kaji, J., & Lazarus, R. (2018). The five-dimensional curiosity scale: Capturing the bandwidth of curiosity and identifying four unique subgroups of curious people. Journal of Research in Personality, 73, 130-149.

Leslie, I. (2014). Curious: The desire to know and why your future depends on it. Basic Books.

Loewenstein, G. (1994). The psychology of curiosity: A review and reinterpretation. Psychological bulletin, 116(1), 75.

Thompson, C. (2013). Smarter than you think: How technology is changing our minds for the better. Penguin.

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