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Edición
52

La 23 Bienal de Arte Paiz desde la curaduría

Guatemala
En Guatemala, las expresiones artísticas que van más allá de las artes visuales, poesía, cuerpo y territorio se vincularon simbólica y físicamente. Una gran propuesta estética vehiculizó denuncias sobre violencias de género, negritud, migración e impacto ambiental y la fusión entre naturaleza y tecnología.
Colectivo Tz’aqol (Manuel Barillas y Marta Guadalupe Tuyuc), Solik/Desatar (2023). Foto: Byron Mármol. Cortesía: Fundación Paiz

Hace poco más de un año, la Fundación Paiz nos invitó a curar conjuntamente la vigésima tercera edición de la Bienal de Arte Paiz, la cual se ha realizado ininterrumpidamente por casi cinco décadas salvo por un año de retraso en el 2020 debido a la pandemia.  El evento, que a lo largo de estos años ha reunido artistas de Guatemala e invitados internacionales, tiene gran relevancia no solo a nivel nacional sino también internacional, particularmente en Centro América y el Caribe.

Si bien no habíamos trabajado juntos anteriormente, desde nuestras primeras conversaciones nos dimos cuenta de que teníamos formas similares de aproximarnos a la práctica curatorial, especialmente en lo que concierne a las relaciones que establecemos con los artistas. Ambos consideramos que nuestra labor es incluyente y que, para llevarla a cabo, debe haber no solo un diálogo sino una verdadera acción participativa por parte de los creadores. Es por ello que decidimos invitar a las artistas Minia Biabiany, Marilyn Boror Bor, Duen Neka’hen Sacchi y Juana Valdés a ser parte de una asamblea curatorial a partir de la cual desarrollamos los lineamientos conceptuales de la bienal. Otro aspecto fundamental en nuestro trabajo curatorial es el componente educativo y por ello, durante nuestro primer viaje a Guatemala, invitamos a Esperanza de León, educadora e investigadora en arte, a unirse al equipo como curadora del programa denominado Saberes compartidos.

Otro aspecto significativo de nuestra tarea es vincular expresiones artísticas que van más allá de las artes visuales. El lenguaje y, en particular la poesía, ha acompañado por décadas las prácticas de  artistas y por esa razón decidimos desarrollar el proyecto a partir de las relaciones que se establecen entre lenguaje, cuerpo y territorio. Dada la relevancia de la cultura maya en Guatemala, escogimos un verso del poema Nací mujer de la escritora y poeta Maya Cú como título de la bienal: bebí palabras sumergidas en sueños.

Desde las primeras intuiciones compartidas, conversaciones y encuentros se comenzaron a tejer, simbólica y físicamente, vínculos entre lenguaje, cuerpo y territorio. Escritura, oralidad, relato, corporalidad, presencia, movimiento, comunidad, territorialidad, paisaje, naturaleza o comunidad fueron algunos conceptos que emergieron a partir de esas relaciones, articulando narrativas que desafían relatos hegemónicos e imaginando futuros que ahondan en posibilidades de vidas en común.

A partir de una polifonía de voces el proyecto se fue desarrollando orgánicamente. ¿Cómo se seleccionaron los artistas? Inicialmente la Fundación Paiz para la Educación y la Cultura realizó una convocatoria. Por primera vez, a petición nuestra, ésta fue ampliada para incluir creadores que no solo se desenvuelven en el campo de las artes visuales sino también en la poesía, la danza, el teatro y otras manifestaciones que no encajan dentro de las categorizaciones impuestas por el pensamiento occidental, como ceremonias mayas de sanación. Para ser aún más inclusivos, se realizaron visitas a regiones rurales en Guatemala y se invitaron individuos y colectivos que pensamos enriquecerían el proyecto con sus propuestas. Finalmente, invitamos a un grupo de artistas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, España, Estados Unidos, Guadalupe, Panamá y República Dominicana, quienes completaron la selección final.

En el Centro de Formación y Cooperación Española en Antigua, las obras de Minia Biabiany, Adler Guerrier y Roberto Escobar Raguay analizaron cómo los espacios rurales y urbanos de América Latina y el Caribe están relacionados con historias coloniales y realidades contemporáneas que sirven como paradigma para pensar estructuras de la narrativa y el lenguaje.

El proceso conceptual se fue desarrollando a partir del diálogo con las y los artistas participantes y las reflexiones que emanaban de sus trabajos. De igual forma se fueron hilando voces y gestos que brotaban de cada territorio específico a partir de experimentar con lo próximo para articular espacios de encuentro. Existió, por parte de la curaduría una voluntad inequívoca de trabajar desde certezas no definidas que nacieron de espacios intuitivos y de sólidas espiritualidades diversas. Los proyectos que se presentaron al final se adentraron en territorios lingüísticos, poéticos, oníricos, telúricos, políticos, anímicos, emocionales o afectivos, en los que tomaron forma materialidades, subjetividades y deseos desde el convencimiento de establecer puentes, de conocernos y respetarnos desde nuestras diferencias.

Las obras de cinco mujeres artistas pioneras, que comenzaron a trabajar en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, funcionaron como inspiración, anclaje y punto de partida. Las prácticas de Margarita Azurdia, Ana Mendieta, Fina Miralles, María Thereza Negreiros y Cecilia Vicuña abrieron caminos en su momento que muchas y muchos hemos transitado desde entonces.

Las propuestas de las y los artistas restantes fueron formando núcleos a partir de diálogos temáticos y conceptuales que organizamos en las cinco sedes de la bienal. En La Nueva Fábrica en Antigua Guatemala, en contrapunteo con las obras de las cinco pioneras, las propuestas de artistas de generaciones más jóvenes incluyendo a Minia Biabiany, Marilyn Boror Bor, Laia Estruch, Colectivo Ixqcrear (Elena Caal Hub, Ixmukane Quib Caal e Ixmayab’ Quib Caal), Helen Mirra, Duen Neka’hen Sacchi y Juana Valdés se trenzaron alrededor de las vinculaciones existentes entre lenguaje, cuerpo y territorio, enriqueciendo el proyecto con expresiones novedosas y multisensoriales.

En el Centro de Formación y Cooperación Española en Antigua, las obras de Minia Biabiany, Adler Guerrier y Roberto Escobar Raguay analizaron cómo los espacios rurales y urbanos de América Latina y el Caribe están relacionados con historias coloniales y realidades contemporáneas que sirven como paradigma para pensar estructuras de la narrativa y el lenguaje. Por otra parte, mediante una ceremonia de sanación maya, el Colectivo Tz’aqol (Manuel Barillas y Marta Guadalupe Tuyuc) denunció como la unidad cuerpo/territorio de la mujer ha sido violentada e invitó al público participante a cortar y a sanar. A través de los sueños (Itziar Okariz y el Colectivo Tz’aqaat-Chen [Cortez] y Manuel Chavajay), nos invitaron a reflexionar, tomar consciencia, purificarnos y crear puentes y lazos que engendren nuevos sueños. Por su parte, Julieth Morales y Zoila Andrea Coc-Chang mostraron obras en las que el tejido establece lazos estrechos con tradiciones ancestrales al mismo tiempo que generan nuevas narrativas relacionadas con la recuperación del territorio y la memoria familiar.

Crítica y denuncia estuvieron latentes en las propuestas presentadas en el Centro Cultural de España en Ciudad de Guatemala. A través de la danza La niña del volcán, Josué Castro narró una historia cotidiana permeada de las violencias sistémicas y estructurales que afectan no solo a las mujeres guatemaltecas sino a la mujer en general. Juana Valdés abordó la negritud en el contexto migratorio del discurso del Gran Caribe y su experiencia como mujer de color. Marilyn Boror Bor denunció el despojo de la tierra y las consecuencias ambientales causadas por la planta de cemento en su natal San Juan Sacatepéquez. Eliazar Ortiz Roa reflexionó sobre el paisaje fronterizo dominico‐haitiano y su relación con los movimientos migratorios. Finalmente, Martín Wannam denunció la violencia y la (in) visibilidad que sufren los grupos marginalizados como la comunidad LGBTQ en Guatemala, razón por la cual muchos optan por emigrar.

En la Galería El Portal, en Ciudad de Guatemala, se presentaron propuestas innovadoras relacionadas con la naturaleza. Desde la cosmovisión maya, el maíz representa no solo lo espiritual, la mitología y el origen de la vida, sino también la agricultura y una importante fuente alimenticia. En una instalación de cerámica participativa realizada en colaboración con los miembros de la comunidad El Tejar, Salissa Rosa exaltó la labor manual de los campesinos guatemaltecos que proveen sustento con la siembra del maíz. Por su parte, La Nueva Cultura Material, conformada por Valeria Leiva y Bryan Castro, presentó un mural vivo producido por el hongo Pleurotus Ostreatus que se alimenta con sustrato de maíz. Para Ix Shells, la naturaleza es el punto de partida para entrar a otro tipo de territorio, el tecnológico, el cual, inspirado en la fiscalidad del paisaje presente, introduce nuevas posibilidades de expresión en el mundo virtual.

Finalmente, lenguajes, cuerpos y territorios cobraron vida simbólica y literalmente en la muestra presentada en el Centro Cultural Municipal Álvaro Arzú Irigoyen, en el Centro Histórico de Ciudad de Guatemala.  La palabra escrita jugó un papel protagónico en las obras de Yavheni de León, quien invitó a ingerir, textualmente, categorías teóricas del arte contemporáneo escritas en barras de chocolate comestibles. De igual forma el lenguaje tuvo un papel preponderante en el trabajo de Carolina Alvarado, quien honra la memoria de escritores y poetas asesinados durante la guerra civil en Guatemala. Ante la violencia y la discriminación, Duen Neka’hen Sacchi, Verónica Navas González y Risseth Yangüez Singh recurrieron al capullo tejido como símbolo de protección. Por su parte, Lourdes de la Riva trabajó a partir de la relación ser humano–naturaleza colaborando con las termitas responsables de las características formales de sus obras.

Además de las obras presentadas en las exposiciones desarrollamos, bajo el liderazgo de Esperanza de León, el programa Saberes compartidos, un plan de recursos de mediación pensado para introducir la bienal en un desplazamiento gradual que de menor a mayor complejidad acercara las temáticas a distintos públicos, expandiendo su temporalidad. Una gran variedad de formatos pedagógicos y discursivos generaron distintos encuentros entre el público general, artistas locales e internacionales y comunidades específicas. Comprendiendo la necesidad de pensar este tipo de actividades de mediación con unos tiempos propios que exceden lo expositivo, el programa comenzó en marzo, abriendo la posibilidad de encuentros con distintas audiencias desde antes de inaugurar la bienal.

Ante las crisis climática, social y estructural de las sociedades globales, desde la curaduría de la 23 Bienal de Arte Paiz abrazamos la escucha amplia, la mirada atenta, la atención cercana y la ternura radical. Que los sorbos oníricos de cada lengua nos hagan recordar las palabras de abuelas y abuelos y honrar a nuestros ancestros para imaginar un futuro común en el que seamos capaces de tejernos les unes con les otres.

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