Mi avión está aterrizando en Barcelona, es un vuelo directo desde Buenos Aires. Tengo sentimientos encontrados, alegría por volver a mi casa y reencontrarme con mi familia y esta ciudad, pero por otro lado cierta tristeza por haber dejado Buenos Aires, mi familia y amigos de allí, que no tengo claro cuando los volveré a ver. Recuerdo que Romina Alves me pidió que escriba una segunda parte a mi artículo Migración y Desarraigo (2003-2013)¹, este viaje último sirvió de estímulo para ello. Ya pasaron veinte años desde que he escrito ese artículo, años durante los cuales se fueron reconfigurando relaciones, sentimientos e identidades, entre otras cosas.
Mi relación y sentir con la ciudad que me acogió, en este caso Barcelona y en especial el barrio en el que resido, con el paso del tiempo, se ha ido modificando. Tengo internalizada esta ciudad y mi barrio. Forman parte de mi meta-yo, como dijo Bleger², de una manera mucho más fuerte y evidente. Las veces que he vuelto a Buenos Aires también me he sentido cómodo y en casa caminando por sus calles, tengo una doble inscripción. Pero al tiempo de estar allí, echo de menos Barcelona y deseo volver, así como en Barcelona siento añoranza por Buenos Aires.
Pienso que este sentir lo podemos extender a otros expatriados, este estar partido extrañando a un lugar y otro. Esa doble identidad que sigue teniendo el inmigrante, aun pudiendo realizar un proceso migratorio exitoso, está acompañada por un duelo difícil de elaborar o inelaborable en algunos casos. Se duela por algo perdido, algo que no se podrá recuperar. Por ejemplo, ese Buenos Aires que dejé al marcharme , ya no es ni será el mismo que el que encuentro en cada una de mis visitas. Por otro lado, ya siento como propia a Barcelona, que tiene para mí una continuidad histórica que no viví de Buenos Aires en mis años de migración. Pero no podemos generalizar, hay emigrados que no pueden tomar como propio el nuevo hábitat, lo sienten siempre extraño y agresivo, algunos vuelven al lugar de origen y otros viven en un estado de insatisfacción constante, esto depende de su estructura psíquica, de su historia previa y de lo que determinó el dejar su país.
Otro punto es la inserción social. Parto nuevamente de lo personal, soy conocido, me siento respetado, pero algo me impide una sensación total de comodidad, historias compartidas. Como dice María Elena Walsh, “porque el idioma de la infancia es un secreto entre los dos”. Ese secreto, ese compartir es lo que falta, es otro déficit, otro duelo. Tengo buenos amigos y gente que he conocido y que me han ayudado en el proceso migratorio, con afecto, acompañamiento y posibilidades de trabajo.
Se duela por algo perdido, algo que no se podrá recuperar. Por ejemplo, ese Buenos Aires que dejé al marcharme , ya no es ni será el mismo que el que encuentro en cada una de mis visitas.
Y referido a la doble identidad que he citado, también me la devuelven los otros, para los españoles soy el argentino y para los argentinos soy el gayego*. Es otro trabajo que hay que hacer, para no vivir disociado, integrar esas dos identidades en una.
Pero no debo quedar en una fase depresiva, tanguera, debo dirigir también mi mirada sobre lo ganado, que es mucho. En todo este tiempo fui estableciendo nuevas relaciones de amistad y profesionales y conociendo otras culturas. El hecho de vivir en Europa me ha permitido establecer vínculos con gente muy valiosa, con las que me hubiera sido difícil contactar desde la Argentina. Con alguno de ellos inclusive se desarrolló un vínculo afectivo y profesional importante. Pero todo este proceso implicó un arduo trabajo, duelos y heridas narcisistas mediante. Duelos por lo dejado, la ciudad, amigos y familiares.
Hay una herida narcisista al no ser conocido y reconocido en los principios, teniendo que luchar para lograrlo. Sostengo que el proceso migratorio puede ser una experiencia muy enriquecedora, pero se necesitan ciertas condiciones para ello.
Ante todo, tener claro el objetivo del por qué y a dónde migrar, me refiero a los procesos elegidos no a la migración forzada como en el exilio político o económico, que merecen otro enfoque. Tener muy claro, tanto nuestra fortaleza yoica como nuestras posibilidades y limitaciones profesionales e intelectuales. Como expuse en Inmigración y desarraigo, es necesario un trabajo psíquico importante para incorporar la cuidad de acogida como propia. El extrañamiento sentido en un principio es un sentimiento que necesita ser elaborado y superado, para dejar de ser ajeno, extranjero, en la ciudad a la que se arriba. Y no todos los que emigran pueden hacerlo, independientemente de que puedan hacer un exitosa inclusión social y profesional. Al llegar al lugar elegido el migrante no es conocido y ni reconocido, salvo excepciones, lo que puede ser sentido como una herida narcisista, por más de que esté avisado de ello. Hay un reconocimiento que se tiene que ganar superando las desconfianzas lógicas del habitante local. Estos me han manifestado más de una vez su curiosidad por mi pasado. No vale solo un buen CV, es importante que el CV sea acompañado con el buen vínculo personal que se establezca.
Todo lo expuesto anteriormente implica un trabajo psíquico importante, con momentos de dolor y momentos de alegría, que llevado a cabo con paciencia y tolerancia a la frustración será muy enriquecedor.
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Un comentario
Por fin encuentro alguien que me interpreta. Esa doble identidad, que más bien siempre me deja dos incompletas, siempre echando de menos el otro lugar, las personas, etc. He estado en estado de desarraigo más de 50 años y a veces creo que ya nunca sentiré esas raíces firmes en la tierra, ni la de Santiago ni la de California. Mis hijos repartidos, yo ya dándome por derrotada. Los sentimientos regados desde esta punta del Sur hasta aquella en el Norte, que ya a mi edad no he logrado componer en este puzzle que formó mi vida.
Gracias por escribir sobre el tema. Yo soy una que no tuvo la posibilidad de elegir y a la vez la suerte que se me dio.