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Edición
52

Un viaje sin regreso a tierras desconocidas

Mobile, Alabama
Mujeres deportadas de Francia a Estados Unidos y a Canadá, en 1710, para poblar el territorio, durante el reino de Luis XIV, fueron mujeres abusadas. Un gélido día de enero en París, Marie salió para el mercado a recoger lo que los floristas desechaban. Nunca imaginó que pronto emprendería un viaje a tierras lejanas.
This sketch of Old Mobile in 1711 is from Peter J. Hamilton’s history Mobile of the Five Flags (1913)

Aquel día gris y gélido de enero de 1710 en París, Marie había salido temprano para ir al mercado de flores, a recoger las que los floristas desechaban. Armaba ramilletes que vendía en las calles y en los restaurantes, desde que tenía cinco años. Por eso la llamaban la bouquetiere. Nadie la llamaba por su nombre. Era una más de las tantas jóvenes y niñas que deambulaban por las calles de la ciudad, intentando sobrevivir, como fuese.

Marie nunca hubiera podido imaginar que ese día marcaría su destino y que jamás volvería al cuchitril en el sótano de un restaurant en Ville Neuve, donde la habían dejado instalarse, a cambio de que limpiara la cocina. Allí vivía desde que se escapó del convento, donde sus padres la abandonaron y después de que el sacristán la violó reiteradas veces.

Era la menor de cinco hermanas que habían tenido otra suerte. Tres murieron de tifus. A la mayor, sus padres la forzaron a casarse, adolescente aun, con un viejo granjero que la azotaba y la hacía trabajar día y noche arando el campo, alimentando a los animales, limpiando y cocinando.

Caminó por calles estrechas, geométricamente alineadas, con plátanos en las aceras y edificios de dos o tres pisos, donde vivían varias familias, a veces cinco o seis personas en un solo cuarto.

Siguió por una amplia avenida que circundaba el Palacio Real. Encorvada de frío, nadie hubiera dicho que tenía tan solo quince años. El invierno se presentaba cruel, el Sena estaba congelado; los barcos que cargaban cereales no podían llegar a la ciudad; el ganado, las ovejas, todo tipo de animales habían muerto de frío y de hambre; los cultivos estaban completamente destruidos por el hielo. El severo invierno había generalizado la hambruna en toda Francia y reducido a gran parte de la población a la miseria total.

A los corruptos policías se les pagaba para que llevaran mujeres a prisión, que luego serían enviadas a las despobladas colonias. Los oficiales de la Compañía de las Indias tenían el plan de establecer allá grandes plantaciones de tabaco para rivalizar con las plantaciones de las colonias inglesas establecidas a lo largo del río Chesapeake.

Cuando Marie llegó hasta la explanada del Louvre se colocó en la larguísima fila de gente que esperaba un pedazo de pan recién horneado. Grandes hornos a leña habían sido instalados allí. Muchas personas murieron de hambre y de frío, en la calle o en el hospital del Hotel Dieu, cerca de la catedral de Notre Dame.

Para paliar la situación tan precaria, el gobierno había decidido organizar talleres. El pago era medio kilo de pan y dos monedas por cada día de trabajo. Más de seis mil personas estaban ese día haciendo fila, bajo el viento y el frío inclementes, cerca de la puerta Saint Martin, esperando conseguir alguna changa. La gente, impaciente, se amontonaba, gritaba. Un grupo de hombres y mujeres encolerizados invadió y vandalizó el mercado de Les Halles. El jefe de policía había enviado cantidad de mosqueteros a todas las calles de París para restaurar el orden. Los revoltosos fueron golpeados brutalmente, esposados y llevados a prisión.

En las calles había carteles por todos lados criticando al rey y a su gobierno. El gasto de enviar más de cuatrocientos mil soldados a combatir en la guerra de Sucesión española -la más costosa hasta entonces-, fue devastador para los cofres reales. Los impuestos habían aumentado para todos los súbditos del rey, independientemente de su status social. El conflicto bélico y la inclemencia del tiempo dejaron a Francia al borde de la bancarrota.

Los desastres de la guerra generaron crecientes críticas al sistema absolutista de Luis XIV.  Desde que estaba instalado en el palacio de Versalles, en 1682, después de haber despilfarrado el dinero en el palacio del Louvre-, no había pisado París. Su última visita a la capital, en el mes de agosto de 1706, fue con la finalidad de supervisar la construcción de la nueva capilla que estaba siendo construida en Les Invalides. Desde entonces, hasta su muerte en 1715 – a los setenta y dos años de edad-, no regresó a la ciudad; tal vez supiera que el pueblo arruinado, hambriento y desesperado no lo hubiera recibido con la pompa y admiración que él esperaba.

Marie se sentó en un banco de la plaza. Comió con avidez el pedazo de pan que obtuvo con mucho esfuerzo, escabulléndose entre la fila de gente. Cuando terminó, fue corriendo hasta el mercado de flores. Allá, algunos hombres descargaban de los camiones cajones con tulipanes de Holanda, rosas, claveles, violetas y todo tipo de plantas. Uno de los hombres, con pelo rubio sucio, flaco y alto, le dio una palmada en el trasero. Ella le sonrió y él le regaló unas violetas, un poco marchitas. A medida que iban sacando los cajones del camión, Marie recogía las que se caían. En un cierto momento, cuando intentaba recobrar una flor caída de un cajón, vio una moneda en el piso. Inmediatamente, la recogió y se la guardó en el bolsillo del saco.

Uno de los policías que estaba en un rincón la vio. Levantó a Marie como si fuera una pluma, mientras le gritaba: “¡Ladrona! ¡Dame esa moneda!”

El proceso de enviar mujeres a las colonias había comenzado en 1663, por orden de Luis XIV al ministro Jean Baptiste Colbert.  Hasta entonces, en aquel vasto territorio solo había indias.

Ella trató a duras penas de zafarse, pero el hombre tenía manos de ogro. Le puso los brazos en la espalda y la esposó. Buscó en el bolsillo del saco de Marie, encontró la moneda y se la guardó en el bolsillo de su pantalón. La joven gritaba y zapateaba como una salvaje, pero no pudo liberarse. Ninguno de los presentes se atrevió a ayudarla. A empujones, el policía la llevó hasta un coche enrejado tirado por caballos y la tiró dentro como si fuera una bolsa de papas.

A los corruptos policías se les pagaba para que llevaran mujeres a prisión, que luego serían enviadas a las despobladas colonias. Los oficiales de la Compañía de las Indias tenían el plan de establecer allá grandes plantaciones de tabaco para rivalizar con las plantaciones de las colonias inglesas establecidas a lo largo del río Chesapeake. Cualquier mujer que estuviera sola, ya fuese vendiendo algo, o vendiendo su propio cuerpo en las calles de París en aquel momento, arriesgaba ser arrestada, por cualquier motivo.

Antes de ser conducida al hospicio, Marie fue marcada en el hombro derecho con un tatuaje en forma de flor de Lys. Después la llevaron a La Salpetrière; en aquel entonces, el lugar era alejado del centro de la ciudad. El edificio, de La Salpetrière espesas y altas, estaba frente a un cementerio y a un depósito de basura lleno de ratas situado frente a un arroyo que emitía un olor fétido por los restos de animales que tiraban las curtiembres vecinas. Originalmente, había sido una fábrica de pólvora, transformada en 1656, por orden del rey, en un hospicio para mujeres. Se amontonaban allí, prostitutas, huérfanas, enfermas mentales, epilépticas, paralíticas. Un lugar miserable, verdadero infierno entre cuatro paredes, donde dormían hasta seis mujeres en una cama.  Muchas veces tenían que hacer turnos para dormir. Solo en invierno les daban frazadas. Algunas dormían en el piso de piedra. A las cinco de la mañana sonaba la campana. De seis a siete tenían que asistir a la misa. A las ocho de la mañana les daban un pedazo de pan y una copa de vino. Inmediatamente, comenzaban a trabajar: bordaban, cosían, hacían encajes. La carcelera, una mujer temida por su furia, los vendía en tiendas que confeccionaban vestidos a las señoras de la aristocracia. A las once les servían un caldo aguado y regresaban al trabajo hasta las siete de la noche, cuando les daban otro pedazo de pan y un poco de agua. Después de rezar, se les permitía ir a descansar, recién a las nueve y media de la noche.

Allí sobrevivió Marie unos años. Hizo amistad con una mujer que, como ella, había sido vendedora callejera -vendía frutas-, llamada Anne. Esta, sin motivo alguno, había sido acusada de asesinato por estar en las inmediaciones de un lugar donde se había cometido un crimen, en la puerta Saint Honoré, cerca del palacio real del Louvre. En vano había tratado Anne de explicar su inocencia a las autoridades. El testimonio de testigos falsos, pagos por los guardias, sellaron su suerte. Hacía años que estaba encarcelada. Anne le había enseñado a Marie cómo hacer para sobrevivir en aquel infierno, bajar la cabeza, no doblegarse a ninguna adversidad.

Una madrugada, antes del alba, la jefa del hospicio, una cuarentona corpulenta, mal encarada, fue a sacarlas de las celdas. Las llevaron a una habitación donde varias mujeres, cabizbajas, con miedo de lo impredecible, estaban en fila contra la pared. Dos matronas, bien vestidas, casi amables, las interrogaron. Les dijeron que serían enviadas a la colonia de Luisiana, para servir al rey. Las llevaron al baño donde otras estaban desnudas.  Les ordenaron que se frotaran todo el cuerpo con un trapo enjabonado para sacar la costra en los brazos y que se cepillaran la mugre acumulada en las uñas. Les cortaron el pelo, les echaron vinagre en la cabeza y con un peine de púas cerradas les sacaron los piojos y las liendres. Les dieron una muda de ropa limpia. Dos días después, Marie, Anne y más de un centenar de reclusas, fueron conducidas por soldados armados hasta el puerto de Le Havre. Ninguna sabía lo que les esperaba en el exilio forzado. No podían imaginar que la vida en aquel remoto lugar del planeta, pantanoso e inhóspito, sería mejor que el infierno vivido en La Salpetrière, en pleno París.

Se necesitaba aumentar la población europea, pero no con hijos mestizos.

El proceso de enviar mujeres a las colonias había comenzado en 1663, por orden de Luis XIV al ministro Jean Baptiste Colbert.  Hasta entonces, en aquel vasto territorio solo había indias. Los europeos que allí se establecieron no tenían conocimiento de cómo sobrevivir en aquella región. Recurrieron a la ayuda de las nativas para que les cocinaran, cosieran sus ropas, limpiaran sus chozas y les hicieran compañía.  Esa dependencia preocupó a las autoridades gubernamentales y eclesiásticas que pretendían establecer allí una población estable. Se necesitaba aumentar la población europea, pero no con hijos mestizos. En el transcurso de diez años, más de doscientas cincuenta mujeres de doce a veinticinco años de edad, muchas de ellas huérfanas, recogidas en conventos por toda Francia, habían sido enviadas a lo que hoy en día es Canadá. Se les daba una pequeña suma de dinero, ropa adecuada para la travesía y un baúl. Las llamaban filles du roi. Solamente las más fuertes, sanas, sin malformaciones físicas o mentales eran elegidas. A cada una de las jóvenes se les otorgaba un certificado de buena conducta, expedido por un cura o por el juez de la localidad de donde era originaria.  A las que lograran sobrevivir el largo viaje de seis semanas en un barco atiborrado de gente y de animales, en deplorables condiciones de higiene, se las mandaba a un convento en la colonia. Allí a la espera del pretendiente, aprendían a coser, a bordar, a cocinar. Las más atractivas y saludables se casaban casi inmediatamente al llegar. Las menos afortunadas, eran enviadas nuevamente a Francia o terminaban en burdeles.

Años después, con la finalidad de poblar el vasto territorio de los indios Illinois -que se extendía desde los Grandes Lagos, hasta el Golfo de Méjico-, fundado en 1682 por el Caballero Robert de la Salle y llamado Luisiana, en honor al rey Luis XIV, fueron enviadas otros centenares de mujeres, pero esta vez no serían las llamadas filles du roi, sino mujeres presas, mendigas y prostitutas, de cualquier edad, a las que el rey no les concedería una dote.

A pesar de los esfuerzos por explorar el golfo de Méjico y de implantar una colonia, los continuos ataques de los indios hacían muy difícil establecerse allí. La tribu Natchez había masacrado a centenas de colonos y esclavos negros, lo que resultó en el exterminio de aquellos indios por los franceses, ayudados por sus aliados los indios Choctaw.

La región había sido prácticamente abandonada por Francia; además de los conflictos en la guerra con España, resultaba oneroso para la monarquía mantener aquel territorio constantemente amenazado por tribus hostiles, huracanes e inundaciones.  En 1716 el entonces gobernador de Luisiana, en una carta al rey escribió: “La colonia es un desorden horrible, un monstruo, sin ninguna forma de gobierno”. Además, el estado sanitario del lugar era deplorable. Las epidemias de fiebre amarilla diezmaban el ejército, los pantanos infestados de mosquitos, de cocodrilos, de alimañas eran una verdadera trampa mortal para el que se adentrara allí e intentara establecerse en la región.

El destino de Marie y de Anne hubiera sido tal vez el de terminar sus días en la Salpetrière, si no fuera porque en 1719, un inglés llamado John Law, para algunos un especulador, jugador y charlatán, para otros un visionario, desembarcó en Francia, con un plan insólito. El hombre había estado preso en Inglaterra por matar a su oponente en un duelo. Antes de llegar a Francia había deambulado por varios países de Europa tratando de conseguir que algún adinerado aristócrata o comerciante financiara su plan de utilizar papel moneda. Según él decía ese era el nuevo tipo de dinero, mejor que oro o plata. Luis XIV y sus ministros habían rechazado varias veces las propuestas del inglés. Después de la muerte del Rey Sol, en 1715, las finanzas del reino eran desastrosas, las inúmeras guerras habían devastado los cofres con una deuda de aproximadamente 750 millones de libras. Law aprovechó la oportunidad y se aproximó al regente Felipe de Orleans. Este le dio rienda suelta a que reorganizara la economía del país. En mayo de 1716 Law recibió autorización oficial para fundar el primer banco de Francia. Un año después, se le otorgó la dirección de la Compañía de las Indias, que poseía el monopolio del comercio con la colonia de Luisiana la cual, según él, se convertiría en el mayor exportador de tabaco -que en aquella época era monopolio del Imperio Británico en las colonias de la Nueva Inglaterra, en América del Norte-.  El problema era la falta de mano de obra. Eso lo solucionó, enviando a Luisiana seis mil esclavos importados de África. Además, para promover las inversiones necesitaba propaganda. En marzo de 1719 un diario publicó la carta de un francés que había estado en Luisiana y decía: “es una tierra encantada, donde cada semilla crece y se multiplica cientos de veces”. Otros diarios anunciaron que se había encontrado plata en la región, de mejor calidad que la de las minas de Potosí, en Bolivia, entonces propiedad del reino de España.

La promoción de Luisiana como la nueva El Dorado, tuvo sus frutos. Miles de europeos querían ir allá a probar su suerte, pero iban sin familia. Se juntaban con las indias y con las esclavas que procreaban hijos mestizos que llamaron creoles. Luis XIV había prohibido la emigración forzada, pero dado el apremiante estado de las finanzas del reino, el gobierno decidió mandar a las mujeres que estaban presas en La Salpetrière, además de enviar a criminales y a todo tipo de gente de la que Francia quería deshacerse. En solamente tres años la población de la colonia aumentó de trescientos cincuenta habitantes a más de cinco mil.

Un doce de diciembre de 1719, la embarcación llamada La Mutine zarpó del puerto de Le Havre, con una carga de ciento treinta y dos mujeres encadenadas y numeradas. La mayoría eran analfabetas, jóvenes abandonadas por sus familias, prostitutas, otras acusadas de crímenes que no habían cometido. Entre ellas estaban Marie y Anne.

Dos meses después, las que lograron sobrevivir a la azarosa travesía fueron desembarcadas en una pequeña isla en las costas de lo que es actualmente el estado de Alabama. Allí, en Mobile, que había sido fundada en 1702, fueron dejadas algunas mujeres. Otras, llevadas a lugares lejanos más al norte. Treinta y seis de ellas viajaron a un lugar desolado, en la desembocadura del rio Mississipi, población que en 1718 sería llamada New Orleans, en honor al Regente de Francia, Felipe de Orleans.

La promoción de Luisiana como la nueva El Dorado, tuvo sus frutos. Miles de europeos querían ir allá a probar su suerte, pero iban sin familia. Se juntaban con las indias y con las esclavas que procreaban hijos mestizos que llamaron creoles. Luis XIV había prohibido la emigración forzada, pero dado el apremiante estado de las finanzas del reino, el gobierno decidió mandar a las mujeres que estaban presas en La Salpetrière, además de enviar a criminales y a todo tipo de gente de la que Francia quería deshacerse.

Anne se casó allí con un herrero, un exsoldado que había luchado en la guerra que terminó con la derrota de Francia frente a España, en 1714.  Los soldados hambrientos, no recibían su sueldo, el país arruinado no tenía cómo pagarles. Algunos de sus compañeros regresaron a Francia, otros desertaron y sobrevivieron gracias a la ayuda de los nativos; muchos murieron de fiebre amarilla u otras enfermedades. Él decidió quedarse en Luisiana y tratar de rehacer su vida.  Con la ayuda de Anne y de otros colonos, pasó meses limpiando el lugar pantanoso. A duras penas construyeron sus viviendas en la Calle Bourbon. Fueron los verdaderos fundadores de Nueva Orleans, con humildes casas de madera construidas en los lotes que se les otorgaron.

El lugar elegido por Bienville para fundar la ciudad, a pesar de ser inhóspito, ofrecía la ventaja de que el río Mississippi estaba a poca distancia de un inmenso lago al que llamaron Lago Ponchartrain.  La curva del río en aquel lugar obligaba a las embarcaciones a reducir la velocidad de navegación y en caso de que se tratara de barcos enemigos, se les podría disparar fácilmente.

En 1721, Louis de la Tour, comenzó a dibujar los planos de la ciudad.  Contrató un grupo de obreros que, junto con los habitantes, emprendieron la difícil tarea de limpiar el lugar, de arrancar de raíz los enormes y centenares cipreses y las gigantescas cañas al borde del río Mississippi.

Con el fruto de años de trabajo y con mucho esfuerzo, Anne pudo adquirir cinco casas. Nunca aprendió a escribir, firmaba con una letra X, como se pudo constatar en el testamento que dejó al fallecer, en 1734.

Marie no tuvo la misma suerte. Se enamoró de un hombre que la explotó hasta el fin de su vida en un burdel frecuentado por marineros y por todo tipo de criminales, situado en la calle Gallaltin, donde hoy en día se encuentra el llamado French Market. La única persona que la visitaba era Anne, que varias veces había tratado de aconsejarla y ayudarla para que cambiara de vida. La sífilis la destruyó antes de que pudiera apenas intentarlo.  Gracias a Anne, que pagó la sepultura, Marie fue enterrada en el cementerio y no en una fosa común.

En 1731, se publicó en Francia la novela titulada “La historia de Caballero des Grieux y de Manon Lescaut”, de autoría del abate Prevost. La trama del libro, con apuestas, robos y prostitución, resultó escandalosa para su época. A pesar de censurada, la obra tuvo un éxito sin precedentes, con cientos de ediciones piratas. La heroína, es una joven que escapa de un convento, embarca con destino a la colonia. Así describe ella su primera impresión de Luisiana: “Después de dos meses de navegación llegamos finalmente a la costa tan esperada. A primera vista nada placentero se presentaba ante nuestros ojos. La campaña era estéril, deshabitada, con algunos árboles que el viento había despojado de sus hojas. No había hombres ni animales”.

La historia de Manon Lescaut inspiró a compositores como Massenet, Puccini, y a coreógrafos de ballets clásicos.

En 1987 fue encontrada en los Archivos de Francia, una lista con centenas de nombres de mujeres deportadas a la colonia de Luisiana de 1719 a 1721.

 

8 Comentarios

  1. Muy buen artículo. La información es muy interesante y su lectura muy amena. Felicitaciones a la autora, por su dominio del tema y de la escritura.

  2. Excelente y rigurosa descripción de época. Un muy buen pulso narrativo ademas de una delicada reconstrucción histórica. Recomendable lectura.

  3. Triste y tremenda historia, escrita con claridad, delicadeza y fluidez. Un relato tejido con información rigurosa y aproximación sensible a la época y empatía con las mujeres protagonistas. Muchas gracias.

  4. Bravo Helena for transporting us so eloquently to the brutal and delicate world of slavery. More stories like Marie’s need to be told, discussed and not forgotten.

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