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Edición
50

Rosa Montero y el peligro de estar cuerda

Madrid
Una indagación personal de la escritora española sobre el cerebro creativo y los nexos entre la locura y el arte.
Foto: Ivan Gimenez Six Barral

En la primera línea de El peligro de estar cuerda, el último libro de Rosa Montero, leemos: “Siempre he sabido que algo no funcionaba dentro de mi cabeza”. Es una anticipación del absorbente estudio que nos trae la escritora española sobre un tema que siempre le ha apasionado; los nexos entre la locura y la creatividad. Sumando experiencias personales a las de otros famosos dedicados al arte, investiga en forma exhaustiva cómo funciona el cerebro al crear una obra.

Fruto de cuatro años de elaboración, este volumen complementa, y da cuerpo, a la temática de dos de sus publicaciones anteriores: La loca de la casa y La ridícula idea de no verte. Rosa lo describe así: “…la mayoría de mis libros son novelas, originales o convencionales, pero novelas al fin; y tengo tres libros a los que llamo artefactos literarios. Estos son muy difíciles de definir porque son en parte ensayo, en parte autobiografía no convencional, sino biografía de otros autores y en parte son ficción”. El peligro de estar cuerda es uno de esos artefactos donde Montero trata de encontrar las respuestas a sus preguntas y al hacerlo, nos ayuda a vislumbrar las nuestras.

Nacida en Madrid, Rosa Montero comenzó a escribir desde muy niña. Luego estudió periodismo y psicología, y durante esa época participó en grupos de teatro. También colaboró en medios de comunicación ideológicamente diversos e ingresó al diario El País, donde llegó a ser redactora en jefe del suplemento dominical del conocido medio madrileño. Su primera novela publicada fue Crónicas del Desamor.

En las redes sociales se han divulgado muchos de sus interesantes y acertados pensamientos. Uno de mi preferencia es este: “Porque hay una historia que no está en la historia y que solo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres”. El peligro de estar cuerda nos trae parte de ese susurro, en el que la autora nos presenta junto a la voz de los científicos que cita, su propia voz, que es además de un perspicaz murmullo, una apasionada defensa del valor de ser diferente.

Tu libro se llama El peligro de estar cuerda. ¿Por qué estar cuerda es un peligro?

Bueno, como sabes, es de un verso de Emily Dickinson. La pobre tuvo una vida muy difícil, casi seguro sufrió abusos incestuosos de su padre y probablemente de su hermano también. Eso sin duda contribuyó a alterar su equilibrio mental. Terminó no saliendo de su habitación durante los últimos quince o veinte años de su vida. En su niñez descubrió la poesía leyendo a una poeta victoriana, Elizabeth Barrett Browning y el hecho de que Browning fuera una mujer la salvó, porque se dio cuenta de que ella también podía escribir poesía. Y hay uno de los poemas de Emily en el que hace alusión a esta infancia atroz que tuvo. En uno de los versos dice: “Yo creo que fui encantada /Cuando por primera vez /Niña sombría /Leí a aquella Dama Extrajera /Lo Oscuro –sentí hermoso (…) /Fue una Divina Insania/ Si el Peligro de estar cuerda/ Volviera yo a experimentar/Es antídoto el volverse –/Hacia Tomos de Sólida Brujería.”

Los “tomos de sólida brujería” eran los libros de poesía. El “estar cuerda” para una niña, para los niños, la única realidad que conocen es lo que les rodea. Ya que cuando tu vienes al mundo lo que tú ves es la realidad, la “normalidad”, aunque sea aberrante. Para Emily la cordura era esa infancia horrenda en la que el padre que era la ley, la única autoridad, abusaba de ella, y posiblemente de su hermana Lavinia también.  A lo que se refería en el poema era a esa normalidad impuesta, mentirosa, atroz, y que de esto la salvaba la poesía, la belleza, la búsqueda de ese sentido del arte.

Has dicho alguna vez que “Para ser, tenemos que narrarnos, y en ese cuento de nosotros mismos hay muchísimo cuento” y también que “la vida es una constante reescritura del ayer, una deconstrucción de la niñez”. ¿Qué reescribes de tu historia en este libro? 

Bueno, escribo todo. Este libro me parece que es el libro de mi vida, porque he conseguido responderme de una manera suficiente a preguntas que han estado dando vueltas en el interior de mi cabeza desde que era niña. La primera frase del libro es “Siempre he sabido que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza”, me preguntaba qué tipo de cabeza paralela tenía desde que era pequeña. Esa pregunta se hizo más crítica cuando a los diecisiete años tuve las primeras crisis de pánico, porque pensé que estaba loca; entonces te interrogas de una forma más ansiosa qué te pasa, qué es la locura, qué es la cordura.

En todo esto está también metido, unido, esa cosa tan rara de pasarme días, semanas, meses y años encerrada en una esquina de mi casa a solas, inventando mentiras. Qué era lo que me hacía dedicarme a esa actividad estrafalaria. Qué era lo que hacía que esa actividad fuera tan importante para mí. Pues entonces esas preguntas que no solo yo, sino todos los escritores se hacen, han estado dando vueltas en mi cabeza. He escrito muchos artículos sobre estos temas en libros a los que yo llamo artefactos literarios, porque la mayoría de mis libros son novelas, originales o convencionales, pero novelas. Y tengo tres libros a los que llamo artefactos literarios, que son muy difíciles de definir, que son en parte ensayo, en parte autobiografía, pero no convencional, en parte biografía de otros autores y en parte ficción. Estos artefactos son La loca de la casa, que trata de la imaginación, La ridícula idea de no volver a verte, y este, El peligro de estar cuerda. En esos dos primeros libros y también en artículos míos ya había tocado esos temas, pero tangencialmente. En mis novelas también he creado personajes que tenían trastornos mentales, así que para mí estos han sido temas importantísimos.

Por fin, hace unos cuatro años recibí una especie de telegrama mental, porque tú no escoges los libros que escribes, sino que los libros te escogen a ti. Así que me levanté de la cama con un mensaje, un telegrama mental de esos que te manda el inconsciente, que decía “el próximo libro que vas a escribir va a ser uno de estos artefactos literarios sobre creación y locura”. Entonces empecé a tomar notas, leer libros, releer los que había leído años atrás y hacer todo el trabajo de campo e investigación.

La ficción es la parte más verdadera porque muestra de la manera más clara y poderosa mi visión de la realidad: para mí la realidad es muy poco fiable y las fronteras entre realidad e imaginación son totalmente porosas y fluidas.

No es que haya reescrito mi propia historia aquí. El libro tiene cuatro patas, una digamos que es la de los expertos. He leído o releído libros de psiquiatras, psicólogos, neuropsiquiatras, expertos en adicciones y cosas así. Otra pata es la biografía de otros artistas, y lo que esos artistas han reflexionado y escrito sobre su propia experiencia. Otra es la introspección, el autoanálisis, que es una fuente muy importante de conocimiento y no solo de este tema. Si tú quieres conocer el ser humano tu propio autoanálisis es una vía importantísima, pero para que sea bueno, tiene que ser implacable, analizarte a ti misma como si fueras otra persona, un tercero. Yo en este libro me he convertido en la entomóloga que estudia un escarabajo, que casualmente era yo misma Y la cuarta pata es ficción. Y la ficción es la parte más verdadera porque muestra de la manera más clara y poderosa mi visión de la realidad: para mí la realidad es muy poco fiable y las fronteras entre realidad e imaginación son totalmente porosas y fluidas.

No tengo la sensación de que el libro sea testimonial, porque no cuento en ningún momento lo que me ha pasado a mí. Cuando hablo de lo que me ha pasado a mí, hago referencia a otros artistas, que dicen lo mismo. Es una indagación en base a mi propia experiencia de cómo funciona la parte creativa de la cabeza.

Apoyada en investigaciones neuropsiquiátricas, mencionas el trauma infantil en la personalidad de los creativos ¿Puedes elaborar?

Hay un capítulo que se llama Tormenta Perfecta. Es que, para llegar a la obra, no importa si es buena o mala, no tiene nada que ver la calidad de la obra, para llegar a construir una obra se tienen que dar una serie de circunstancias. Lo que una inmensa mayoría, por no decir la totalidad de los expertos dice, es que una de esas circunstancias para llegar a la obra es haber pasado por un trauma, o una pérdida temprana del mundo infantil. Con el trauma el niño se disocia; por un lado, el niño que sufre y por otro, un otro yo que cuida del niño que sufre y que es “un yo que todo lo sabe y no siente nada”, según una frase maravillosa de Sándor Ferenczi, uno de los padres del psicoanálisis.

Además, la gente que terminamos haciendo una obra, hemos tenido una infancia que ha sido muy adulta en alguna medida. Porque desde pequeños una parte de nosotros era un yo cuidador. Esa disociación es otro de los ingredientes del camino a la obra.

Y si hay una infancia así, y nunca se concreta una obra, ¿crees que sin ella la vida es locura?

No. Lo que pasa es que para llegar a la obra hacen falta un montón de circunstancias, y es suficiente que falte una para que no se llegue a la obra. Y en mi libro digo que mi teoría es que ese tipo de cabeza que tenemos los que creamos una obra, la tienen también muchos otros que no llegan a la obra.

Esas personas que necesitan leer para vivir, esa gente que es lectora apasionada y necesita leer, que yo lo soy, porque los escritores somos en primer lugar lectores apasionados, tengan obra o no tengan obra son el mismo tipo de persona. Podemos ser muy simpáticos, puede que seamos muy sociables y tengamos muchos amigos, pero de alguna manera, en el fondo hay algo que hace que no terminemos de calzar bien con la realidad. Que la realidad sea como un traje demasiado pequeño que nos aprieta, que haya como una fisura con la realidad. No terminamos de encajar bien en el mundo y necesitamos un puente de palabras para cubrir esa fisura.

A lo mejor gente que tiene la misma cabeza que yo, pero no llega a la obra, es simplemente porque le falta uno de los ingredientes. Uno de ellos es una energía física tremenda, lo digo en el libro. A lo mejor no llegan a la obra porque les falta esa energía, pero igual, tienen los mismos ingredientes. Pertenecen también a lo que Proust llama, y me encanta la frase, “la magnífica familia de los nerviosos”.

En ese trabajo de elaborar todos los elementos de la ‘tormenta perfecta’ y convertirlos en una obra, se necesita poder soltar toda esa creatividad, y las drogas y la bebida son peligrosas musas creadoras, por las que se paga un precio muy alto.

No son musas. Parece que ayudan, pero no ayudan nada, destruyen, y la historia lo demuestra. Lo que pasa es que los creadores tenemos una personalidad adictiva, tendemos hacia las adicciones, porque necesitamos la creación, el borrar el yo consciente y llegar al inconsciente. Dejar salir el inconsciente, dejar brotar ese fluido loco de conexiones neurológicas, y para ello las drogas parecen ayudar de entrada. Enseguida se paga un precio enorme que destruye al creador, pero la tentación está ahí. Efectivamente de entrada parece que te ayudan a conectarte con el inconsciente.

Y también hay una cierta excitación, porque somos gente que buscamos la intensidad, somos yonkis de la intensidad, y esa es otra de mis teorías. Como no llegamos a insertarnos en la realidad cómodamente, necesitamos estar todo el rato como altos, con todas las luces del árbol de navidad encendidas, para iluminar el mundo, porque si no es así, vemos demasiado la negrura de él. Entonces las drogas ayudan también a esa especie de intensidad. Pero insisto que está clarísimo que inmediatamente todo eso te destruye, y hay montones de ejemplos en la historia de la humanidad de artistas que se han destruido por el uso de las drogas o del alcohol. El alcohol en especial ha sido brutal para los escritores. Decía Charles Bukowski en una cita genial: “El beber te ayuda a escribir, pero no te lo recomiendo”.

Mencionas que, entre los artistas, y en particular los que escriben, es muy frecuente el “síndrome del impostor”. ¿Podrías describirlo?

Bueno, el síndrome del impostor no se da solamente en los artistas. De hecho, lo descubrieron un par de psicólogas norteamericanas, que encontraron que en su clínica había mujeres ejecutivas que llegaban a hacer psicoanálisis, que eran brillantes y exitosas y que se sentían impostoras, que pensaban que las iban a descubrir. Entonces no solamente es de los artistas ni de los escritores, aunque creo que en nosotros se da especialmente. Y tampoco les pasa solo a las mujeres, pero sí les pasa más a las mujeres.

Es esa sensación de desdoblamiento, de inseguridad, de no sentirte merecedor o merecedora de lo que los demás piensan o de los elogios, o del lugar que ocupas. Hay un estudio que demuestra que cuanta más inteligencia y más preparación se tiene, más tendencia hay a sentir el síndrome del impostor y a pensar que se está en falta, mientras que menos inteligente se es y menos preparación se tiene, más tranquilo se está y menos miedo se tiene. Este es uno de esos trucos malévolos que nos hace la mente.

En tu libro anterior, La buena suerte, una novela sobre el bien y el mal, el protagonista abandona todo y adquiere otra identidad, en un entorno social totalmente distinto. ¿Acaso ese nuevo yo es otra personalidad que él llevaba dentro, otra posible realidad?

Pues ni siquiera eso. No vamos a dar muchos datos porque es una novela de misterio, pero se trata de un muy valorado profesional, que va en tren a dar una conferencia y de repente se baja en mitad del camino y se compra una casa espantosa, paupérrima, horrible, en el pueblo más feo que te puedas imaginar. Y se queda allí metido, no llega nunca a destino y desaparece de su vida. Y al final del libro le preguntan “¿por qué te bajaste?” Y él contesta “es que no lo sé.”

Fue un movimiento reflejo, como quien aleja el brazo de una llama. No es que ni siquiera hubiera buscado otra vida, y lo iremos diciendo a lo largo de la novela, es un hombre que ha sido herido por una catástrofe tan tremenda que se ha quedado sin vida. Cuando se baja del tren, se baja de su vida. Se ha quedado sin vida. No tiene otra personalidad que tiene que sacar de adentro. Se tiene que reinventar de cero, tiene que crear otra vida. Y la buena noticia es que lo consigue.

En una entrevista hace poco tiempo dijiste que crees “que el mundo se mueve hacia el dogmatismo”. ¿Podrías dar algunos ejemplos?

Bueno, no hay más que agarrar el periódico o ver un telediario. Y esto no es de ahora, esto viene desde el 2008. Yo tengo tres novelas que son futuristas, las Brunas, con la detective Bruna Husky como protagonista, que tratan de eso. La primera salió hace diez años o más, y empecé a escribirla hace doce años. Tratan, entre otras cosas, de que estamos en uno de los períodos de mayor crisis de credibilidad en la democracia. La falta de justificación de la democracia. Y esto es casi como la república de Weimar, en Alemania de los años treinta, en realidad. No hay más que ver cómo suben los movimientos de extrema derecha, pero también de extrema izquierda y también la intolerancia religiosa. Estos matices ideológicos están subiendo en todo el mundo.

Es mi teoría, hay un montón de gente que es muy creativa, apasionados lectores, imaginativos, pero que a lo mejor no lleguen a hacer una obra. Entonces ahí hay una mezcla, y es lo que intento contar en el libro. Por ejemplo, el trauma infantil, sería un condicionante social. O sea que tenemos condicionantes neurológicos y condicionantes sociales, que se dan en el cerebro de alguien que se dedica a la creación, sea buena o mala.

Yo creo que estamos como en la república de Weimar por las mismas razones. Se supone que superamos la crisis económica del 2008, pero esa superación fue a costa del empobrecimiento del veinticinco por ciento de la población mundial. Eran clase media, y se convirtieron en paupérrimos y lumpen, ellos y sus hijos, sin posibilidad de futuro. Entonces esta gente que se empobrecía terriblemente ha visto como los causantes de la crisis no solo no se han empobrecido, no solo no lo han pagado, sino que se han enriquecido más todavía. De hecho, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis del 2008, el índice del Gini, que mide la distancia entre pobres y ricos, se fue haciendo cada vez más pequeño. Es decir que los ricos, desde el final de la guerra hasta el 2008 cada vez eran menos ricos y los pobres eran menos pobres. Pero desde la crisis otra vez ha vuelto a crecer, los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres.

Entonces esa gente, haciendo un análisis justo de la realidad, piensan que esta democracia, que este sistema no habla por ellos, que no los representa, que no los defiende. Y es verdad. Ahora bien, en su mayoría son gente que no tiene suficiente información y entonces la elección que hacen es nefasta y se lanzan en brazos de la aparente pureza del dogma. De los que son antisistema, esos dogmáticos populistas como Trump, que era un antisistema. Y se puede ser antisistema de muchas maneras e ideologías. Y la gente cree que estos van a traerles la verdad, que les van a dar un lugar, y que sí les van a representar.

Es lo mismo que pasó durante la república de Weimar. Cuando el partido Nacionalsocialista alemán se presentó al poder sacó un uno y medio por ciento de votos nada más. A la siguiente elección más o menos dos años después, sacó medio punto de votos. O sea que era un partido residual, bajando y desapareciendo. En la elección que fue un año y medio después sacaron un dieciocho por ciento de votos, el segundo puesto. ¿Qué había pasado en ese último año y medio? La crisis del 29. Exactamente igual que en el 2008, la gente se sintió en la miseria, que no estaban representados y se echó en brazos de estos tíos que eran marginales y antisistema. Recuerda que Hitler recién había salido de la cárcel.

Mucho está determinado por lo biológico, pero el cerebro es social, y la biología en sí está impactada por el entorno. ¿Cómo ves este cruce en el acto creativo de la obra literaria?

El entorno y la biología es lo que trato de desentrañar en mi libro. Mira, cuando yo era joven e iba a la universidad, todo era el ambiente, porque era la época en que el Marxismo estaba dominando en las esferas intelectuales, así que era todo el ambiente. Todo lo que nos afectaba era simplemente el entorno social. Ahora en cambio, se ha ido todo para el otro lado, y parece ser que somos todo biología. Somos solo conexiones neurológicas. Yo creo que la verdad está entre las dos cosas, y muchos neurocientíficos lo aseguran.

Por ejemplo, David Eagleman, que es un neurocientífico maravilloso, autor de Incognito, Las vidas secretas del cerebro, un libro precioso, dice que se ha buscado por mucho tiempo los genes de la esquizofrenia y han encontrado algunos que están en el sector, relacionados. Pero que ninguno de esos genes tiene más influencia para la esquizofrenia que la que tendría el color del pasaporte. Porque resulta que ser inmigrante, poco asentado, con rechazo del entorno y marginalizado, conduce a la gente a tener una psicosis. Entonces somos hijos, en parte, de nuestra locación física y orgánica y en parte de lo que nos sucede. Y lo que nos sucede afecta a nuestra biología. Cambia nuestra biología. Y en el libro intento contar eso.

Hay un montón de circunstancias. Entre otras, por ejemplo, predisposiciones neurológicas. El hecho de que algunos somos gentes que nos hemos saltado un paso de la maduración cerebral. El cerebro tarda en madurar, hasta los treinta años no madura. Y dentro de ese larguísimo proceso de maduración hay un paso muy importante en la primera pubertad, hasta la edad de unos once años, el cerebro del niño está tremendamente conectado, todas las neuronas unas con otras. Es una tormenta eléctrica. Pero a esa edad se produce una poda de las conexiones. Para concentrar el cerebro en lo útil, se produce una poda de las conexiones que no son útiles.

Vivo todo el rato con mi imaginación. No es que entro a momentos de imaginación y salgo. Lo que intento contar en el libro es que es algo que va todo el rato. Como la cabeza de los niños, que salen a la calle y ven un perro e imaginan que es un dinosaurio. A mí me pasa eso, mi cabeza va sola. La inmensa cantidad de cosas que se me ocurren pocas veces van a parar a una novela. Yo vivo en ese lugar. No es que entre y salga de lo creativo.

Lo que pasa que hay una serie de personas, un quince por ciento de la población, a las que no se nos produce esa poda, o sea que tenemos el cerebro de alguna manera sin madurar. Entre esos están los enfermos mentales y los que nos dedicamos a labores creativas. Y luego, es mi teoría, hay un montón de gente que es muy creativa, apasionados lectores, imaginativos, pero que a lo mejor no lleguen a hacer una obra. Entonces ahí hay una mezcla, y es lo que intento contar en el libro. Por ejemplo, el trauma infantil, sería un condicionante social. O sea que tenemos condicionantes neurológicos y condicionantes sociales, que se dan en el cerebro de alguien que se dedica a la creación, sea buena o mala.

¿Cómo es la relación entre tus momentos de imaginación creativa y la vuelta a la realidad de todos los días?

Es que yo no tengo esa vuelta, vivo todo el rato con mi imaginación. No es que entro a momentos de imaginación y salgo. Lo que intento contar en el libro es que es algo que va todo el rato. Como la cabeza de los niños, que salen a la calle y ven un perro e imaginan que es un dinosaurio. A mí me pasa eso, mi cabeza va sola. La inmensa cantidad de cosas que se me ocurren pocas veces van a parar a una novela. Yo vivo en ese lugar. No es que entre y salga de lo creativo.

Una vez afirmaste, en un artículo que fue muy popular, “Ah, si de joven yo hubiera sabido que iba a envejecer y morir, creo que hubiera vivido de otra manera”. ¿Sigues pensando igual?

Bueno, relativamente. Siempre he sabido que, como decía, Cicerón, “siempre he sabido que soy mortal”. Siempre he tenido una obsesión por el paso del tiempo y por la muerte. Cuando tenía diez años, me decía: “Mira Rosita, que tarde tan bonita, disfrútala, porque enseguida, enseguida pasará el tiempo y será de noche y estarás en la cama”. A mí me daba miedo la noche. “Enseguida, enseguida pasará el tiempo y estarás en el colegio y serás mucho mayor, y enseguida, enseguida pasará el tiempo y enseguida, enseguida habrán muerto tus padres, y enseguida, enseguida pasará el tiempo y habrás muerto tú.” Y eso me lo decía a los diez años. Que tampoco es para tener mucha pena, porque te recuerdo que decía por otro lado “Mira Rosita que tarde tan bonita, disfrútala…”, si estás muy llena de la conciencia del amor, estás muy llena de la conciencia de la vida también.

Pero siempre he tenido una conciencia clarísima de la muerte. De hecho cuento en El peligro de estar cuerda, que cuando tenía veinte años yo miraba por el rabillo del ojo a las personas mayores de sesenta años, y me daba pánico. Primero, me parecían viejísimas. Pero aparte de eso, lo que me parecía increíble era que las personas mayores de sesenta entraran y salieran tan tranquilas, fueran al cine, se sentaran en una terraza a tomar un café, porque me preguntaba cómo podían hacer eso estando tan cerca de la muerte. Yo pensaba que si fuera ellos estaría debajo de la cama aullando de pánico. Y ahora tengo más que esa edad, y no estoy debajo de la cama aullando de pánico. Eso quiere decir que algo he aprendido en el camino de la vida.

Lo que quiero decir es que siempre he tenido clara la muerte. Ese comentario fue en un artículo que escribí hace mucho. Pero, siendo una obsesiva como yo, ahora le doy más importancia al tiempo. Y me digo, por ejemplo, acerca del tiempo que perdí discutiendo con Pablo, mi pareja, en el pasado, ¡pero qué tontería! ¿Por qué, por qué? Y eso es porque ves un poco más claro el valor del tiempo.

Estás trabajando en un nuevo proyecto, imagino, y si es así, ¿puedes comentarnos?

Estoy trabajando en tres proyectos. Uno de ellos es la cuarta novela en la serie de Bruna Husky. Porque en la última, que es Los tiempos del odio, dejé a la protagonista en un lugar tan curioso, tan raro, tan peculiar, que me muero de curiosidad por saber qué pasa, y para saberlo tengo que escribir el libro.

La otra es una novela normal, como La buena suerte, con una historia contemporánea, un huevecillo, como le llamo yo al núcleo de la historia, al germen del libro, el huevecillo de una historia que me encanta pero que no os la voy a contar, claro. Y creo que puede ser estupenda.

Y, por último, si llego a hacerlo, el tercer proyecto es otro artefacto literario sobre un tema precioso, que tampoco os lo voy a decir.

2 Comentarios

  1. Excelente entrevista, excelentes comentarios de rosa montero, la admiro después de leer el peligro de estar cuerda, es una gran pensadora

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