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La pandemia del coronavirus nos obliga a transitar caminos impensables hasta hace pocos días, todo novedad. Atravesamos hechos que son acontecimiento puro y frente a lo cual, aquellos que tenemos la manía de pensar o racionalizar, salimos en busca de alguna reflexión y/o lectura que convierta todo esto en algo comprensible, alguna manera de otorgarle sentido a este devenir. Pero pensar, en un momento donde lo que más apremia es actuar, no es mucho más que catártico.
Las situaciones se suceden a velocidades y entre escenarios otrora inimaginables: cuarentena, crash de la economía, falta de contactos físicos como forma de cuidado, quedar sin ingresos, aislamiento, salir a ayudar a otros y poner en riesgo a los seres queridos, desempleo, obsesión por la higiene, cierre de fronteras, dificultad para imaginar el futuro, caras con cubreboca, un enemigo invisible, distancia social, imposibilidad de protegerse y de proteger, no despedir físicamente a los que mueren, poner en riesgo a desconocidos. Mucha incertidumbre, miedo. Miedo a enfermarse y a sufrir y, por supuesto, temor a la muerte. Porque de las pocas certezas que ahora tenemos es que, si bien ya hay montones, habrá más muertos. ¿Seremos nosotros? ¿Nuestros seres queridos? ¿Nuestros conocidos? ¿Qué haremos con nuestros muertos? ¿Quién los habrá matado? ¿Qué tipo de muertos serán?
Porque de las pocas certezas que ahora tenemos es que, si bien ya hay montones, habrá más muertos. ¿Seremos nosotros? ¿Nuestros seres queridos?
Es una verdad de Perogrullo: la muerte no es nueva, es ese hecho natural que indefectiblemente acontece al final de la vida. Siempre esto ha ocurrido, pero lo que cambia a través de los tiempos y en diferentes civilizaciones, a lo largo y ancho del planeta, es la modalidad con que ésta se vivencia. Las formas e imaginarios con que percibimos la muerte y a los muertos es, ciertamente, cultural.
En “El Hombre ante la Muerte”[1] Philippe Ariès analiza de manera histórica nuestra percepción y mirada sobre el hecho fáctico del deceso, así desnaturaliza y coloca al concepto en el entramado de su entorno cultural; con ese objetivo recorre las transformaciones a través del tiempo que sufrieron las costumbres funerarias, las exteriorizaciones del duelo, las formas de herencias y el lugar de los testamentos, la trascendencia, los idearios respecto de una existencia post-mortem y el posicionamiento de los hombres frente al fin de la vida. Describe a lo largo de su análisis una sucesión de etapas según la cual nuestra cultura occidental ha ido transformando sus imaginarios al respecto. Sostiene que hubo las centurias donde primaba una sumisión consciente a este destino común e inevitable frente al cual los hombres se entregaban y donde la muerte, colmada de rituales, era visible, pública, sin tapujos, entendida más como un quiebre corporal con el linaje o la familia, que un hecho personal; así el autor denomina a ésta como la etapa de la Muerte Domada, por lo aceptada. En oposición a esta sumisión, se impone un cambio hacia el renacimiento que conduce a nuestros tiempos modernos y a la cual Philippe Ariès nomina como la etapa de la Muerte Salvaje, una muerte innombrable, maldita, de la cual se pretende huir, a la cual se exorciza combatiendo los síntomas del envejecimiento. Se la percibe como ajena, como la muerte del otro. Basados en la razón, la confianza en la ciencia y el progreso, los hombres sienten que pueden posponer y controlar este, hasta ahora, inevitable destino. Para sustentar este imaginario, para expulsar a la muerte de la vida, se le oculta al convaleciente la pronta llegada del fin de sus días, se confina al moribundo en el hospital, lugar donde la muerte resulta prevista y así conjurada.
Sin embargo, en estos días las instalaciones hospitalarias en la mayor parte del planeta no logran tapar la evidencia de lo real, el desborde de la situación sanitaria a nivel mundial, la incapacidad del sistema para tratar la enfermedad y evitar las muertes.
Me gustaría conjeturar que con esta pandemia entramos a una nueva etapa respecto a la conceptualización de la muerte. Llamaré a este momento el de la Muerte por Red. La modalidad con que el virus se expande entre contactos individuales y sociales amerita la adjudicación de este nombre. La forma en que nos vemos obligados a contactarnos y mantener lazos y muchas actividades para no expandir al COVID-19, la modalidad virtual, también es a través de la red.
…con esta pandemia entramos a una nueva etapa respecto a la conceptualización de la muerte. Llamaré a este momento el de la Muerte por Red.
La red también hace referencia a aquella malla que usa para su faena el pescador: se arroja y arrastra por un lugar, entonces algunos pececillos quedan en ella trabados mientras que otros escapan de entre sus tejidos. Y así parece que nos acontecerá, desprevenidos, el virus y, eventualmente, la muerte. Aunque nos mantengamos en alerta, si estamos entre el cardumen, este enemigo invisible nos puede contagiar. ¿Será momento para que exacerbemos nuestro individualismo? -Que, aclaremos, no es lo mismo que el egoísmo- ¿Dejaremos en el pasado nuestra larga tradición gregaria? No tiene por que ser así: desde las plataformas digitales, antes y ahora, nos seguimos encontrando y movilizando. Pero, por lo pronto, quedémonos en casa, reduzcamos nuestros contactos corporales y vivamos de a un día a la vez.
Sin duda también hay otra forma en que esta es la etapa de la muerte causada por una red. La incapacidad de los líderes mundiales para conducir adecuadamente en la tormenta, la falta de una coordinación mancomunada para proteger a todos, las rivalidades nacionales por los insumos o por ser los dueños de la “corona-vacuna”, sumados a la obsoleta y escueta estructura de los sistemas sanitarios tanto locales como mundiales, muestra a las claras que los ciudadanos de todo el mundo quedamos presos de las redes de inoperancias y maldades planificadas que el modelo neoliberal contemporáneo y sus secuaces autoritarios -tanto políticos como teocráticos- ofrecen. Porque hay que entender que detrás de la elección de dónde sí y dónde no asignar recursos de manera prioritaria, hay planificación. Como atrapados por una enredada desidia contabilizaremos a estos muertos, sus víctimas.
Bien podemos pensar, como lo hace Slavoj Zizek[2], que esto que acontece representa un golpe mortal, del tipo “Kill Bill”, al capitalismo y que una catástrofe así -por supuesto nunca deseable- es el evento que nos puede sacudir y empujar a repensar la sociedad en la cual vivimos. Y podemos coincidir con el filósofo esloveno en que de este cimbronazo no queda exceptuado el estado Comunista Chino. Pero para que esto suceda, para que este acontecimiento viral dé lugar a la irrupción de algo nuevo, falta aún mucho trabajo humano, hay muchos días por vivir de a uno por vez y, claramente, no es momento de hacer futurología ni soñar con revoluciones quiméricas. Es momento de hacer. El virus contagia, enferma y mata personas, no sistemas.
…una vez que lo real acontece, nosotros y nuestras experiencias del mundo han mutado, ya somos otros y aquello que fue un impensable se empieza a configurar.
Para averiguar qué sucederá el día después, la mejor recomendación es la prudencia, y aunque hoy sigamos viviendo como que viviremos por siempre en el mundo conocido, ello se debe a que, en este momento de cambio disruptivo, la total novedad se nos presenta como un impensable. Pero una vez que lo real acontece, nosotros y nuestras experiencias del mundo han mutado, ya somos otros y aquello que fue un impensable se empieza a configurar. Aprovechemos el durante de esta extraordinaria -y dura- experiencia, para mantenernos cautelosos, separar lo que sí queremos y lo que ya nunca más vamos a volver a aceptar. Sabemos a la luz de las circunstancias que lo que tenemos, en muchos aspectos, ya es malo y lo que viene, si no decidimos colectivamente un cambio de rumbo, si no elegimos bien, si no demandamos a nuestros dirigentes una planificación más equitativa, más protectora para todos, si no marcamos juntos “por aquí otra vez, ¡no!”, puede ser peor. Es cierto que el virus infecta y aniquila personas, no sistemas; pero está de nuestro lado honrar a las victimas exigiendo que esto jamás se repita, y demandando que la red atrape y se lleve, de una vez y para siempre, a los artífices, instituciones y operadores de la sociedad del descuido, la desidia y la mezquindad.
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4 Comentarios
Acabo de leer el articulo y coincido intimamente con el analisis de su autora
El desafio inmediato de sobrevivir y la cabeza y el corazón activos para impedir que, transcurrida la pandemia , las injusticias del sistema persistan aún bajo nuevos disfraces
Gracias!!
Claudio Werner
Muy interesante el artículo . Nos invita a reflexionar y salir del lugar de observador pasivo, invadido y paralizado frente a las imágenes siniestras de las pantallas a reconvertirnos y pensar un hacer del día después. Las nuevas formas e instituciones serán el desafío creativo de los sobrevivientes.
Interesantísima reflexión, pero se encontrará una salida superadora, realmente la buscaremos?
Muy interesante el articulo. Nos invita a pensar qie pasara el dia despues..como sera el mundo cuando esta invasion siniestra haya pasado.. Cuantas vidas e ilusiones se llevara y que nos dejara como enseñanza..tendremos un desfio…la humanidad necesita mucha habilidad para enfrentarlo.