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45

Sobre Cancelación y Poder

Miami
Las prácticas de cancelación cambiaron las formas de interactuar, trayendo nuevas reglas de juego y espacios de poder.

 

Es probable que hayas oído menciones respecto de la Cultura de la Cancelación, un fenómeno que ha ganado popularidad en los últimos años y se entromete, de tanto en tanto, en el debate de la cultura, política y sociedad, pero también se expresa en la economía.

Se refiere a la posibilidad de cancelar opiniones, productos y personas. Una resonante forma de boicot que, impulsada de manera horizontal a través de las redes sociales donde se entrelazan los usuarios de nuevas tecnologías, intenta hacer clara y explícita la desaprobación que generan ciertos personajes, sus afirmaciones o posturas -políticas, filosóficas y de cualquier tipo. Así cancelar a alguien o alguna idea, implica quitarle apoyo, difusión y visibilidad y ello se potencia al invitar a otros amigos, colegas, usuarios y seguidores de las redes a replicar esta actitud y multiplicar así el rechazo. Muchas veces cuando estas prácticas tienen éxito, se traducen en un descrédito que tiene sus consecuencias directas sobre los mercados.

cancelar a alguien o alguna idea, implica quitarle apoyo, difusión y visibilidad…


El 7 de julio de 2020 un grupo de 150 intelectuales, escritores, personalidades prestigiosas del arte y la cultura-culta, publicaron y firmaron una carta1 haciendo referencia al clima de ideas circulantes en la sociedad, pero sobre todo remarcando sus preocupaciones respecto de un conjunto de prácticas que, ancladas en la intolerancia, entienden que corroen la vida democrática.
Sostienen con el manifiesto su apoyo abierto a las protestas en demanda de justicia social e inclusión racial que recorren múltiples ciudades de Estados Unidos y tienen eco en otros lugares del planeta. Se refieren a la escalada que se desencadenó en el mes de mayo, tras el asesinato en Minneapolis del ciudadano afroamericano George Floyd, como consecuencia de la brutalidad policial, y que condujo a reclamos por una profunda reforma de las fuerzas del orden, pero por sobre todo trajo al centro de la escena, denuncias contra un racismo culturalmente intrínseco, propio de la sociedad norteamericana. El clima de agitación arremete así también contra la memoria histórica de la nación, cuestionando la legitimidad e incluso dañando o derribando monumentos y estatuas de personajes y situaciones que encarnan un pasado racista.

Así, la cancelación ha pasado del mundo propio de las redes, a los espacios de la política, de la literatura, la cultura-culta y la interacción o la confrontación de ideas en general, abriendo incluso profundas grietas sociales.


Los firmantes del manifiesto declaran su adhesión al “necesario ajuste de cuentas”2 que reclama el movimiento antirracista, pero piden bajar las hostilidades que provoca el clima de intolerancia que ha invadido los debates sociales, condenando a esta práctica de linchamiento público que genera la cancelación que clausura todo debate: “el libre intercambio de información e ideas, la savia de una sociedad liberal, esta volviéndose cada día más limitado […] una intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo” es perniciosa, y sostienen que “La manera de vencer a las malas ideas es exponiendo, argumentando y convenciendo, no intentando silenciar o apartando.”3
Resulta ser que esta práctica de la cancelación, en los hechos, le está valiendo el descrédito, la marcha atrás en declaraciones, la renuncia o expulsión de los puestos de trabajo y el mercado laboral a algunos de los colegas y firmantes de la misiva.

Pensemos qué está en juego tras la cancelación:
Se trata de una práctica de la cultura contemporánea.
Cuando hablamos de cultura entendemos como tal al conjunto de códigos compartidos por una sociedad o un grupo que hacen posible la comunicación, interacción y la comprensión de los actos al interior de este. Se trata de un entramado activo, cambiante, histórico, desde donde los gestos, hechos, objetos y acontecimientos se vuelven inteligibles, significantes y valorables para los miembros de la colectividad. Cada cultura se corresponde con una determinada organización de las fuerzas productivas que está en concordante relación con el desarrollo tecnológico de su tiempo. Nuestra época está signada por la tecnología de la comunicación de redes. Cada vez más nos informamos, comunicamos, aprendemos y presentamos a través de diversas redes de comunicación social. Interactuamos allí.

Todo racismo implica la puesta en acto de un poder, una relación desigual que siempre se ejerce de arriba hacia abajo en términos de dominación.

Este espacio virtual tiene -como todo otro- sus códigos o reglas y saber utilizarlas pertinentemente implica reconocimiento, prestigio: ser un actor competente para jugar en el campo de la circulación de información de la era de redes, acarrea victorias en el mundo de las ideas contemporáneas.
Es que muchas veces una práctica, válida al interior de un lugar o grupo, salta a otros espacios de interacción social, se pone en uso en otros lugares de esa cultura. Así, la cancelación ha pasado del mundo propio de las redes, a los espacios de la política, de la literatura, la cultura-culta y la interacción o la confrontación de ideas en general, abriendo incluso profundas grietas sociales.
Cuando se aplica una política de cancelación, se cierra la posibilidad de diálogo: el otro encarna simplemente una idea o una cosmovisión con la que desacuerdo, por lo tanto, lo excluyo de mi universo, incluso con gesto autoritario. Sin embargo, no desaparecen los cancelados por más silenciados que estén. La interacción existe, justamente, en ese acallamiento radical.
El mundo de las redes, que tiene una dinámica de participación, extendida, horizontal y ciertamente democrática, habilita nuevos espacios de poder que se miden en términos de cantidades de seguidores, personas o causas. Espacios de poder que hacen pesar su presencia y ejercen su fuerza en consecuencias de mercado. Entonces, la cancelación se ha transformado en una práctica, una forma de coaccionar poder, dentro de la cultura contemporánea.

Acaso desconocer el poder que se ejerce con el racismo de la inteligencia, con la desigualdad legítimamente enmascarada que otorga la jerarquía de los títulos o la fama, y que se apoya en instituciones garantes del sistema, es una forma de ceguera que los usuarios de las nuevas tecnologías digitales no están dispuestos a convalidar.


Por último, quisiera introducir la voz de Pierre Bourdieu quien ya, en el coloquio del MRAP de 1978, nos enseñó a observar que no hay sólo uno, sino que “hay tantos racismos como grupos que necesitan justificar que existen tal y como existen, lo cual constituye la función invariable del racismo.”4 Todo racismo implica la puesta en acto de un poder, una relación desigual que siempre se ejerce de arriba hacia abajo en términos de dominación. Y, aunque es fundamental aclarar que no cualquier racismo es igualmente pernicioso, siempre implica la existencia de una disparidad en juego. Así un racismo sutil y difícil de reconocer es el “racismo de la inteligencia”, que es un racismo de la clase dominante que “se apoya en la posesión de títulos que, como los títulos académicos, son supuestas garantías de inteligencia” y que invoca el discurso científico ya que “la ciencia es cómplice de todo lo que le piden que justifique”5.
Entonces: ¿En qué grado el debate público social ha sido hasta ahora democráticamente abierto e igualitario para todos los ciudadanos? ¿Qué espacio de discusión en igualdad horizontal tenían hasta ahora los diversos miembros de la sociedad? Acaso desconocer el poder que se ejerce con el racismo de la inteligencia, con la desigualdad legítimamente enmascarada que otorga la jerarquía de los títulos o la fama, y que se apoya en instituciones garantes del sistema, es una forma de ceguera que los usuarios de las nuevas tecnologías digitales no están dispuestos a convalidar.
Es nuestro deber -si queremos un mundo más integrado y menos desigual- desnaturalizar nuestros sentidos comunes. Hagámonos cargo de rever ciertos privilegios de cuna, de color, de clase, de género, de nacimiento. Es esta una demanda profunda que nos enseñaron a apreciar algunos intelectuales -aquellos mismos que ahora firman esta carta- y que está en el centro de los reclamos del movimiento #BlackLivesMatters o #Me Too. Aceptemos que, en buena parte de los debates sociales, la circulación de ideas y de discursos compartidos -incluso en la democracia misma-, no todos los miembros de la sociedad son actores igualmente competentes. No todas las voces pesan igual.
Es cierto que las ideas crecen y se fortalecen en la interacción y el intercambio, que en la interrelación se nutre la cultura compartida. Pero está cambiando la forma en que se presentan, confrontan y difunden las opiniones o pareceres, se han consolidado nuevas reglas de juego que distribuyen y ejercen poderes. Sepamos entonces que, si la cancelación nos silencia, no nos borra: debemos poder hablar y generar voces razonables, inclusivas, y con fuerza propia, con nuestro estilo, pero jugando -tal vez- con las mismas y nuevas reglas de poder. Porque así, como están las cosas, lo silenciado no desaparece, pero tampoco se paga por ello en el mercado.

Notas:
1 https://harpers.org/a-letter-on-justice-and-open-debate/
2 Ibid. 1
3 Ibid. 1
4 Pierre Bourdieu: “Sociología y Cultura”. Ed Grijalbo. Mexico. 1984. Pag 277-280.
5 Ibid. 4

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