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Aquella madrugada del nueve de julio de 1860, en la oscuridad absoluta de una noche sin luna, un soplo lento y caluroso ondulaba las olas, que se mecían suavemente.
Ciento nueve figuras fantasmagóricas, oscuras como la noche, desnudas, arrastrando un ruido de cadenas, desembarcaron de la nave anclada en la bahía de Mobile, en Alabama.
Apenas pisaron tierra, una inmensa llamarada iluminó el lugar. A pocos pasos de allí, se oían los gemidos de la Clotilda que se hundía agonizando lentamente en las aguas turbias del río.
Era una goleta de veintiséis metros de largo, con dos mástiles y un casco de cobre, especialmente construida para soportar carga de madera. Había emprendido su viaje de regreso a Alabama hacía dos meses, partiendo de las costas del reino de Dahomey, (Benin), en África.
Esta vez, la nave llevaba un centenar de hombres, mujeres y niños. Una pequeña había muerto durante el viaje. Algunos habían sido príncipes o jefes de sus tribus. En Whydah, capital de Dahomey, después de capturados, fueron expuestos como animales para la venta, en el mercado de esclavos.
El próspero reino de Dahomey, constantemente en lucha con otras tribus africanas, sobre todo con el Imperio Oyo, (actual Nigeria), utilizaba trabajo esclavo; sus prisioneros eran vendidos a Europa y otras partes del mundo, en lo que fue el Comercio Atlántico de Esclavos – que usaba una ruta triangular, entre puertos de África, de Europa y de América, dependiendo de los vientos-. El floreciente comercio terminó cuando el Imperio Británico puso fin a aquel tráfico, con la abolición de la esclavitud, en 1833.
Diezmada la población masculina de Dahomey, fue necesario reclutar mujeres para formar su poderoso ejército, que existió desde principios del mil seiscientos hasta fines del mil ochocientos. Los europeos las llamaron Amazonas de Dahomey.
A pesar de que en 1807 el presidente Thomas Jefferson había firmado una ley prohibiendo la importación de esclavos a Estados Unidos, se estima que más de cincuenta mil fueron transportados ilegalmente después de 1808, a través del territorio de la Florida española y de Texas, antes de que esos estados fueran incorporados a la Unión.
Timothy Meaher, un acaudalado terrateniente y empresario de Alabama había hecho una apuesta de miles de dólares, en New Orleans, con otro comerciante: se proponía contrabandear esclavos africanos y llevarlos hasta Mobile, burlando a los oficiales federales que vigilaban las costas del océano Atlántico.
Con doce tripulantes había zarpado la Clotilda del puerto de Mobile en marzo de 1860, con destino al África. Al llegar a Whydah la nave fue reacondicionada para soportar el cargamento de un centenar de esclavos. Con los nueve mil dólares en oro que llevaba, el comerciante compró seres humanos, a precio rebajado, al por mayor. Casi todos pertenecían a la tribu Takpa, de etnia yoruba, originarios de lo que es hoy Nigeria.
A pesar de que en 1807 el presidente Thomas Jefferson había firmado una ley prohibiendo la importación de esclavos a Estados Unidos, se estima que más de cincuenta mil fueron transportados ilegalmente después de 1808, a través del territorio de la Florida española y de Texas, antes de que esos estados fueran incorporados a la Unión.
Al día siguiente, mientras cargaban la embarcación, los marineros divisaron en la costa a otras dos naves que, de lejos, los observaban. Temiendo ser denunciados, el capitán decidió dar la orden de zarpar inmediatamente. En la prisa dejaron a quince esclavos en tierra, los únicos favorecidos por el destino.
Durante ciento cincuenta y ocho años la Clotilda, última embarcación que transportó esclavos a Estados Unidos estuvo sumergida en las aguas barrosas del delta del río Mobile. Había sido incendiada para encubrir la operación clandestina.
Un trece de abril de 2018, después de extensa búsqueda, un equipo de arqueólogos marinos y buceadores descubrió los restos de la nave, actualmente incluida en el Registro Histórico Nacional de Estados Unidos.
Este año se inaugurará en Mobile un museo para exponer partes de la nave, utensilios, fotos de los esclavos, de sus descendientes y, sobre todo para recordar y no olvidar los horrores cometidos con seres humanos en aquel periodo de la historia.
Cuando llegué a Alabama alguien me habló sobre una población existente al norte de la ciudad de Mobile, llamada Africatown, comunidad histórica fundada por un grupo de treinta y dos sobrevivientes de los esclavos traídos de Dahomey, en 1860.
Al finalizar la Guerra Civil en Estados Unidos y ser abolida la esclavitud, los africanos liberados deseaban regresar a su tierra, pero no tenían los medios necesarios para hacerlo. Uno de ellos, llamado Cudjo Lewis, tuvo el coraje de pedirle a su ex dueño, Timothy Maeher, que le diera algunas tierras, en compensación por todos los años en que había trabajado en su plantación. El hombre se lo negó, rotundamente. Después de pasar hambre y necesidades, Cudjo y otros ex esclavos, con el fruto de su trabajo consiguieron juntar una pequeña suma; adquirieron unos lotes del propio Maeher y construyeron humildes casas de madera, que allí están hasta el día de hoy. (Infelizmente, varias industrias en los terrenos adyacentes al lugar han contaminado el aire. Son innúmeros los casos de cáncer entre sus habitantes).
En 1927, Cudjo Lewis, con ochenta y seis años, entonces uno de los últimos sobrevivientes de la Clotilda, fue entrevistado por la antropóloga y cineasta Zora Neale Hurston, que escribió un libro titulado Barracoon, la historia del último cargamento de esclavos. En la época, el libro no tuvo aceptación del editor por estar escrito en vernáculo y, además, por nombrar a personas prominentes involucradas en aquel comercio ilegal. El libro recién se publicó en 2018. La escritora, nieta de esclavos, nacida en Alabama, graduada en antropología en la Universidad de Columbia, autora de más de cincuenta cuentos cortos y de cuatro novelas -algunas publicadas de forma póstuma-, murió en la indigencia en 1960. Fue enterrada en un cementerio del estado de Florida, en una tumba sin lápida. En 1973, otra escritora, admiradora de su obra, mandó colocar en la sepultura una lápida que dice: Zora Neale Hurston/ un genio del Sur/ novelista y folclorista, antropóloga/1901-1960
Cudjo Lewis, cuyo nombre africano era Oluale Kossolla, nacido en Oyo, Imperio Yoruba, murió en Alabama en 1935, todavía con la añoranza de volver a su tierra. Según le contó a la escritora -con memoria prodigiosa y lujo de detalles-, había sido hecho prisionero por el ejército del rey de Dahomey cuando tenía diecinueve años. El rey Yoruba y cientos de personas de su tribu fueron asesinadas, algunas decapitadas. Gracias a la información comprada a un traidor yoruba, el ejército de Dahomey había penetrado por uno de los ocho portones de la ciudad fortificada, mientras sus habitantes estaban durmiendo. Kossola fue llevado hasta Dahomey donde lo encerraron en un barracoon*. Nunca más vio a su novia ni a sus padres. Tres semanas después lo embarcaron, encadenado, en la Clotilda. Ni siquiera pudo ver por última vez las costas de África, estaba apretujado con otros esclavos en el fondo de la embarcación.
Un sábado por la tarde, después de ver el excelente documental sobre el viaje de la Clotilda, titulado Descendent, decidí ir hasta el lugar donde vivieron aquellos esclavos.
Conduje por una ancha avenida del barrio histórico con inmensos y centenarios robles, inmaculadas mansiones blancas, al estilo de las plantaciones sureñas, con capiteles seudo griegos, estatuas de mármol e impecables jardines de camelias y azaleas. Gradualmente, el paisaje fue cambiando; surgieron casas no tan majestuosas y otras más sencillas. Hasta que, al final del camino, llegué a un lugar desolado, rodeado de fábricas.
Africatown es un amontonado de casas humildes, de madera, pintadas de varios colores, situado en un suburbio al norte de la ciudad de Mobile.
Dejé el auto estacionado en un terreno vacío. Frente a la Iglesia Bautista, el busto de Cudjo Lewis me dio la bienvenida. Por una calle estrecha me dirigí hasta el cementerio. En el camino, varias mujeres negras, vestidas con trajes multicolores, collares y turbantes en la cabeza, me saludaron cordialmente. Una de ellas me preguntó si iba hasta el cementerio y se ofreció a mostrarme algunas tumbas. Acepté y le agradecí. Pasamos por unas casuchas de madera, sin pintura, una de ellas, según dijo mi guía, era la casa de Cudjo, donde vivió con su mujer y cinco hijos.
En el cementerio, entre varias tumbas de ex esclavos, se destaca la de Cudjo, un bloque monolítico más alto que las otras. A pocos pasos está la de una mujer que también viajó en el Clotilda y fue vendida a un terrateniente para trabajar en su plantación, muerta en 1937. A pocos pasos la lápida de la última sobreviviente, que murió en 1940.
Años atrás, cuando estuve en Cotonou, capital de Benín, por motivos de trabajo, nada sabía sobre el viaje de la Clotilda.
Nunca hubiera imaginado que en un futuro viajaría a Alabama y que visitaría el cementerio donde están enterrados los últimos esclavos provenientes del antiguo Dahomey.
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Un comentario
Que interasnte y cruel vida de los Esclavos , descrita en esta nota. , como todas que la revista Letra Urbana publica