Patricio Pron es un escritor y crítico literario originario de Argentina y actualmente radicado en España. Es licenciado en Comunicación Social y doctor en Filología Románica. Pron estuvo en la Feria del Libro de Miami como parte de la gira de su novela Mañana tendremos otros nombres, que recibiera el premio Alfaguara 2019.
Mañana tendremos otros nombres cuenta la historia de la ruptura amorosa de Él y Ella, y su reinserción en la sociedad actual, donde los esperan los amigos, las redes sociales y las nuevas maneras de amar o llamar al amor. Letra Urbana tuvo la oportunidad de entrevistarlo para conversar sobre esta novela y los varios temas lingüísticos y sociales -si es que la lingüística y lo social pueden separarse-, que se derivan del relato.
Hablemos del nombrar-nombrarse, un proceso básico del establecimiento de las culturas. Lo primero que vemos en tu novela, y lo último que leemos también, es “Mañana tendremos otros nombres”. Sin embargo, a lo largo del libro vemos que justamente nombres no hay, porque los protagonistas están escondidos bajo un Él y Ella, con letras mayúsculas, y los amigos de los protagonistas están escondidos detrás de solamente una letra. Como filólogo, ¿qué nos cuentas de este nombrar-nombrarse y cómo lo ves en el establecimiento de la cultura de hoy en día?
Qué hay en los nombres es una pregunta que siempre ha hecho la literatura, qué dicen los nombres acerca de nosotros y de qué rara forma los internalizamos. Nuestro nombre nos parece algo absolutamente irreductible, nos parece que es natural que nos llamemos así. La mayor parte de nosotros jamás podemos siquiera imaginar llamarnos de otra manera distinta a como nos llamamos. Hay una muy estrecha vinculación entre lo que el nombre designa y lo que uno cree que es. Y, sin embargo, si lo piensas bien, vivimos en ciudades que tienden al anonimato, que tienden a anonimizarnos, en comunidades urbanas en las cuales la mayor parte de las veces no sabemos los nombres de las personas que viven en el mismo edificio que nosotros, o con las que interactuamos diariamente en una tienda o en lo que sea. Esa experiencia de anonimización, digámoslo así, es en algunos aspectos placentera, en particular si uno vive en una pequeña comunidad en la cual todo el mundo sabe todo de todos. Pero supuestamente tiene una contra cara bastante negativa y que se expresa en la profunda soledad que muchas personas sienten en las grandes ciudades. Al mismo tiempo, hay mucho más en un nombre de lo que uno cree que hay o habría; con eso me refiero al hecho de que nuestro nombre no solamente nos designa a nosotros, sino también a un montón de cosas que también somos: los vínculos que tenemos con los demás, nuestras preferencias, nuestras apetencias, nuestros intereses, una cierta forma que tenemos de organizar los hechos del pasado y también de imaginar un cierto futuro. De modo que en los nombres hay mucho más que una mera designación de la persona a quien ese nombre se le otorga. Lo que somos se construye diariamente también en la interacción con los demás, en las relaciones con los otros, al punto de que unas relaciones tan especiales y tan importantes para nosotros como son las relaciones amorosas que sostenemos con otras personas nos llevan a que eventualmente nuestra identidad encarnada en ese nombre se vea modificada por lo que somos para el otro, lo que creemos que somos para el otro, lo que el otro es para nosotros, lo que el otro nos dice acerca de quienes nosotros somos.
…en los nombres hay mucho más que una mera designación de la persona a quien ese nombre se le otorga. Lo que somos se construye diariamente también en la interacción con los demás, en las relaciones con los otros, al punto de que unas relaciones tan especiales y tan importantes para nosotros como son las relaciones amorosas que sostenemos con otras personas nos llevan a que eventualmente nuestra identidad encarnada en ese nombre se vea modificada por lo que somos para el otro…
¿Las percepciones?
Exacto. Quien ha tenido una relación más o menos duradera y medianamente placentera sabe que la otra persona sostiene ante el rostro de uno un espejo muy especial. A veces no es particularmente placentero vernos en ese espejo, pero en la medida en que la otra persona quien nos sostiene un espejo es una persona que nos ama, la visión que encontramos en ese espejo es una visión a la que tendemos a otorgarle credibilidad y en la que tendemos a pensar mucho. Somos otros en realidad con cada una de las relaciones que tenemos y con cada una de las personas que nos rodean y al margen de que el nombre sirva para englobar esa suma de muchos nosotros, muchos yos que somos cada uno de nosotros, el hecho es que el nombre también en algún sentido se transforma. Importa poco en su mera nominalidad, no importa que te llames A o B lo que importa desde luego es lo que tú crees que A o B significa y lo que creas que eso significa para los demás. Y lo que esa denominación diga acerca de quien tú realmente eres y quien deseas devenir, quien deseas ser. En ese sentido hay un doble juego en la novela, por una parte, como decías bien, los personajes son un Él y Ella, son una especie de arquetipo, encarnan una cierta experiencia universal que es la de enamorarse y romper con la persona que amas. Pero por otra parte también hay una cierta idea de que en el fondo el nombre no importa tanto, sino más bien lo que importa es lo que uno va a ser con ese nombre y los nombres que uno va a adquirir en el futuro. Como en el caso de los personajes.
La novela trata también del nombrar-nombrarse de la comunidad, del colectivo. Somos testigos de cambios culturales y sociológicos muy importantes que necesitan empezar por nombrarse. Las sociedades de ahora se enfrentan a nuevos conceptos y nombres. Tu novela hace un retrato social muy específico de estos tiempos en los que nos estamos encontrando con un montón de “soy…”, como una nueva nomenclatura. ¿Cómo ves eso? ¿Va a quedar? ¿No va a quedar?
Lo veo con relativa preocupación. No me toca directamente, desde luego creo saber quién soy y aquello que soy es algo en última instancia bastante reacio a las etiquetas. Un escritor argentino, que ha vivido en Alemania que vive en España ahora, que escribe acerca de temas y situaciones que no se corresponden necesariamente con ninguno de esos tres países, que es leído en muchos otros países. Los afanes clasificatorios, incluso los que se le imponen a uno bajo las etiquetas a menudo bien intencionadas -“escritor argentino”, “escritor argentino residente en España” o “escritor migrante”-, me parecen correctos, pero no son necesarios. Hay algo vinculado con esta dinámica de hablar desde una diferencia que cada vez se constituye en una diferencia mayor. En el marco de las políticas de la identidad que han sido concebidas en primer lugar en EE. UU., ya no solamente se trata de definirse en términos raciales, un asunto muy relevante en este país, sino también de dar cuenta de una sexualidad o de un género que creo que en realidad no constituye tanto un punto de partida como un punto de llegada. Puesto que ya sabemos que la genitalidad no determina el género, que los genitales con los que naciste no necesariamente te fuerzan a tener una determinada sexualidad, ahora que sabemos que puedes nacer con genitales de hombre, pero sentirte una mujer y tener el pleno derecho de celebrar tu femineidad, es preocupante que las personas se vean por alguna razón compelidas a encasillarse más y más. Incluso en términos que supuestamente supondrían trascenderlos. Cuando alguien se define como no binario, por ejemplo, y esto es cada vez más frecuente, es difícil determinar, al menos para mí, por qué lo hace, cuál es la necesidad. Pero desde luego puede que se trate de una necesidad personal, íntima, que yo no puedo comprender, no puedo abordar. Me preocupa el exceso de taxonomías y de definiciones y además la idea de que esas condicionantes definirían tu visión del mundo de tal manera que entorpecerían dos cosas que para mí son importantes. La primera es el diálogo y la segunda es la constitución de comunidades. La sociedad depende estrechamente de que en nuestras muchas diferencias encontremos puntos de acuerdo y consensos, sin embargo, cada vez más se habla de una especie de identidad inamovible e inapelable que supuestamente condicionaría absolutamente todo. Esto no es un cuestionamiento a las políticas de género, sino más bien a cierta interpretación de las políticas de género o políticas identitarias que están, me parece, socavando algunas de las cosas en las que creíamos y en las que en realidad se articulan o se sostienen nuestras sociedades.
Cuando alguien se define como no binario, por ejemplo, y esto es cada vez más frecuente, es difícil determinar, al menos para mí, por qué lo hace, cuál es la necesidad. Pero desde luego puede que se trate de una necesidad personal, íntima, que yo no puedo comprender, no puedo abordar. Me preocupa el exceso de taxonomías y de definiciones y además la idea de que esas condicionantes definirían tu visión del mundo de tal manera que entorpecerían dos cosas que para mí son importantes. La primera es el diálogo y la segunda es la constitución de comunidades.
Es el poder que tiene la palabra para justamente poder establecer estas fronteras…
A su vez también las palabras se han devaluado recientemente. Es evidente que siguen siendo lo suficientemente importantes como para que la aplicación de busca de parejas por excelencia, Tinder, las siga empleando. Es sorprendente y al mismo tiempo muy interesante, encontrarse con que después de producirse el match entre dos personas se abre una ventana de chat en la cual las personas dialogan por escrito. Es sorprendente, y en algún sentido reconfortante, que todavía la palabra constituya una herramienta de seducción. Al mismo tiempo, por estadísticas que la propia plataforma ha hecho públicas, las personas que tienen más éxito en estas plataformas son aquellas que utilizan más emoticonos, es decir que prácticamente no recurren a las palabras. Eso para mí es muy preocupante. La percepción es que las personas que mandan un smiley o algo por el estilo comunican mejor que las personas que dicen “me haces reír”, esto es singular y llamativo. Pero a su vez también, en relación con la identidad y con los nombres, este es un momento en el cual podemos tener tantos nombres como aplicaciones utilizamos, o tantos nombres como redes sociales en las que participamos. Podemos emborronar la identidad aparentemente con mucha facilidad. Por otra parte, los nombres dicen mucho acerca de la sociedad o del país en el cual se otorgan. A veces cuando pensamos en nuestros nombres, pensamos en algo absolutamente propio de nosotros, inamovible y de carácter universal. Nos llamamos así en todos los lugares del mundo. Sin embargo, también esos nombres dicen mucho acerca del lugar del cual venimos. Y tienen una resonancia particular cuando por ejemplo uno se desplaza del lugar donde nació y creció, y se encuentra con que su nombre que era habitual en ese lugar no significa nada en otro. En última instancia lo que importa es lo que tú hagas con ese nombre y los nombres que te den los demás.
Esta novela cuenta una historia de amor que empieza con la ruptura. Los protagonistas se encuentran de pronto otra vez solteros y comienzan a participar de las aplicaciones que el mercado les ofrece para relacionarse. ¿Como ves tú que lo que una vez fue muy íntimo ahora es público, porque estamos en las redes sociales? Que haya hombres que envían imágenes de su pene, mujeres que envían imágenes en primer plano de sus pechos, que lo que antes entendíamos como íntimo o que solamente pertenecía a la pornografía, ahora ya no.
Esta novela ha sido descrita en ocasiones como una novela de la generación Tinder. Sin embargo, lo que caracteriza a los personajes diría yo es que no pertenecen a esa generación, más bien se encuentran en una especia de zona indeterminada entre la que sería la generación de nuestros padres y la que constituye efectivamente la generación Tinder, que sería la generación de mis hermanos pequeños. Es precisamente esa indeterminación en la que se encuentran, la que hace que para ellos este tipo de circulación de imágenes y este tipo de comunicación principalmente virtual o digital no les parezca tan natural como les parece a los más jóvenes. Ellos no son nativos digitales. Pertenecen a un paradigma en el cual, como decías bien, determinadas cosas no circulaban de la forma que lo hacen actualmente; en donde la comunicación era forzosamente presencial – y por presencial también entiendo las llamadas telefónicas-, o suponía la incorporación de un tiempo específico. Quiero decir que, si uno escribía una carta, tenía que ir a mandar la carta, tenía que esperar a que la carta llegase, que alguien en contrapartida escribiese la respuesta y la enviara; trataba de unos tiempos que por más acelerados que nos parecieran eran lentos, al punto de que ahora mismo a mí personalmente me resulta difícil recordar cómo era mi funcionamiento en aquella época. Supongo que para alguien mucho más joven es absolutamente imposible.
…una de las cosas que los personajes comprenden es que este mundo de lo virtual, que para algunas personas es puro entretenimiento o mero juego, es mucho más real y tiene muchas más implicaciones en el mundo real de lo que creemos a menudo. Y asisten con cierta sospecha a lo que podríamos llamar la cesión de nuestra sentimentalidad y de nuestros afectos a un algoritmo del cual no sabemos nada.
Por último, en la novela hay mucho pensamiento de estilo ensayístico. Él es un ensayista y por medio de Él, que está en el medio, dejas ciertas opiniones sobre la crítica literaria y sobre la auto ficción. ¿Qué te impulsó a incluir esas aseveraciones y cuál es tu opinión acerca de la auto ficción?
Hay una coquetería en ello, en realidad el tema me interesa. Con esta novela yo no pretendía hacer un ejercicio de lo que se denomina metaficción, aunque desde luego lo he llevado a cabo en libros anteriores. Pero me parecía necesario buscar unos personajes que tuviesen un sesgo inquisitivo, que no se limitasen sencillamente a experimentar la ruptura -que es una situación en la cual, por otra parte, uno tiende a no pensar con mucha claridad-, que fuesen relativamente en algún sentido fríos y tuviesen una aproximación de la realidad complementaria pero muy analítica. Me parecía que desde luego Ella tenía que ser arquitecta, sobre todo porque dice muchas cosas que yo no sabía antes de ponerme a escribir la novela, acerca del concepto del espacio, de las ciudades y la forma en que en ese concepto confluyen dinero y prácticas sociales que es algo que me interesa mucho. Y Él podía ser un escritor, pero no quería que fuese un escritor de ficción porque yo lo soy principalmente, y la identificación conmigo en cuanto a autor tal vez llevaba a hacer que la novela fuese leída en clave auto ficcional, o a que las opiniones del personaje acerca de cuestiones como las del mundo editorial me fuesen atribuidas directamente a mí. Son mis opiniones, debo admitirlo. Más que opiniones son confrontaciones de percepciones que he tenido en los últimos 10 años de vida pública como escritor, pero me parecía más interesante que fuesen atribuidas a otro y que en la ambigüedad el lector tuviese que preguntarse si lo deseaba, si esto lo pensaba yo realmente o si era una cosa que le hacía decir al personaje para fastidiar, para hacerlo quedar mal o para ser antipático. En última instancia, lo que me interesaba, y por eso el carácter inquisitivo de los personajes, era mostrar el hecho de algo tan aparentemente íntimo y privado, como la experiencia amorosa, es en realidad un acontecimiento en algún sentido social y es un acontecimiento sobre todo y particularmente muy político. Quería poner de manifiesto algo que parece que es una obviedad, aunque para alguna gente no lo sea, que es que en lo privado hay mucho de político y quería que ese carácter político de la experiencia no fuese presentado como es presentado habitualmente en la ficción, como una especie de cosa dogmática y revestida de características ideológicas específicas. Quería que más bien sucediese como en esas secuencias fílmicas en las cuales uno ve dos personas y las ve haciendo algo y a continuación el plano se abre y uno ve que esas personas están rodeadas de otras personas, en un sitio especifico que no sabías que era el sitio en el cual estaban. De tal forma que lo que creías saber de dos personajes se ve por completo modificado por lo que los rodea. Quería que fuera así en algún sentido y espero haberlo conseguido. Por último, en cuanto a la auto ficción, tengo un gran interés como autor y como lector en aquella literatura que interroga al lector y constituye para él una especie de espejo deformado de los tiempos que vivimos; propone lo que toda literatura de relevancia, o la que yo considero de relevancia, viene a poner de manifiesto: que la forma en que vivimos es tan solo una entre muchas posibles y que no hay nada en algún sentido predeterminado, todo está abierto y es posible. Me parece que este es un mensaje de la literatura: un mensaje sin embargo que desde luego no está tan presente en la auto ficción, donde las cosas parecen haber sido de una forma y no pueden ser cuestionadas. Hay un gesto solipsista, un gesto narcisista en la auto ficción que a mí no me parece necesariamente impropio de la literatura porque en la literatura hay mucho de exhibición de uno mismo y en algún sentido algo de narcisismo. Uno debería combatir eso, es mi opinión, pero sí hay en la voluntad de contar algo que le ha pasado al autor o autora una especie de negación de la literatura como experiencia compartida, como experiencia susceptible de crear comunidades. Y es por eso que no soy un lector entusiasta de ese tipo de libros. Algunos de ellos son magníficos desde luego, la literatura latinoamericana ha tenido una enorme cantidad de grandes textos de autor muy importantes, Canción de tumba de Julián Herbert, por mencionar uno, pero muchos, muchos otros. Yo tengo muy poco interés en la vida de los escritores creo que la mía propia carece de todo interés y ponerlo por escrito sería una tontería para mí y sobre todo para los lectores. Creo que sería una especie de oportunidad perdida para ellos y para mí de tener un diálogo que fuese más allá de mi propia existencia.
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