Eduardo Sacheri, hábil tejedor de historias engañosamente simples y personajes sencillos, nos lleva con diálogos salpicados con dosis de humor y sarcasmo hasta el punto dramático buscado, donde, confiesa, habitan sus fantasmas. Sacheri nació y vive en Buenos Aires. Es Licenciado en Historia y es fanático del fútbol, un juego que ama desde la infancia y que se conjuga en forma fácil en su obra literaria. En particular en sus cuentos, que comenzó a escribir a mediados de 1990, mientras era profesor de Historia de tiempo completo. Llegaron al público porque los envió sin convicción a un programa de radio donde, para su sorpresa, comenzaron a leerlos y fueron muy elogiados por la audiencia.
Mas adelante publicaría el primero de sus seis libros de cuentos, alternados con cinco novelas. La primera de éstas, La pregunta de sus ojos (2005) fue llevada al cine por el director argentino Juan José Campanella como El secreto de sus ojos, película en la que trabajó también como guionista y que obtuvo un Oscar de la Academia a la Mejor Película Extranjera en 2009. Le siguieron Araoz y la verdad (2008), Papeles al viento (2011), Ser feliz era esto (2014) y La noche de la Usina (2016). Su obra ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos inglés, francés y alemán.
¿Dejaste la enseñanza de historia definitivamente, o todavía das clases de escuela secundaria?
Sigo dando clases en una escuela secundaria, aunque sólo una mañana por semana. Tengo alumnos de 17 años, en Historia. El resto del tiempo lo dedico a las actividades vinculadas con la escritura.
Durante los años como profesor has podido alentar y ver de cerca los hábitos de lectura de tus alumnos. En una oportunidad dijiste que sos muy benévolo acerca de por dónde uno empieza a leer, que lo importante es que se enamoren del hábito y después verán qué se atreven a leer. ¿Cómo ves ese proceso en los jovencitos de hoy? El acceso a material en la internet, ¿ha estimulado un crecimiento intelectual en los chicos?
Y siendo el universo de los libros tan vasto, tan lleno de puertas y ventanas y pasillos, creo que no es tan importante si nuestros jóvenes eligen un acceso distinto al de los clásicos.
Creo que internet y sus redes, pese a todo, han incorporado un elemento interesante, sobre todo si comparo a mis alumnos de hoy con los que tenía hace veinte años. La interacción en las redes obliga a los jóvenes a escribir y a leer. Por supuesto que muchas de esas lecturas son parciales, caóticas, cambiantes, inconexas… pero son lecturas. Veinte años atrás veía en mis alumnos una actitud mucho más pasiva: miraban televisión y punto. Por supuesto que esta mirada optimista no deja de advertir que falta muchísimo camino por recorrer, porque esas lecturas cibernéticas distan de ser lecturas literarias.
Y con eso vuelvo al principio: la lectura por placer, sin ser excluyente, claro, debe tener un sitio importante en la vida de los jóvenes. No hay otro modo de contagiar esa pasión. Y siendo el universo de los libros tan vasto, tan lleno de puertas y ventanas y pasillos, creo que no es tan importante si nuestros jóvenes eligen un acceso distinto al de los clásicos. Si entran placenteramente a ese edificio gigantesco, y si lo recorren con gusto, tarde o temprano se toparán con esos libros imprescindibles que construyen a un buen lector.
Tu estilo es directo y la complejidad la presentas de una manera sencilla, sin retóricas, que por lo mismo llega efectivamente al público. ¿Podrías mencionar los autores que te influenciaron y la ruta que te llevó a ese estilo?
Siempre me siento más habilitado a hablar de mis influencias como lector que como escritor. No porque carezca de estas últimas, sino porque siento que mi camino como escritor ha sido, y es, una prolongación de mi acción como lector. En ese sentido siempre me atraparon los narradores: desde muy chico me apasionó que me contaran una historia. Mi niñez con Verne, Dumas, Salgari, Twain selló ese camino, creo. Después, en la adolescencia, me atrapó la sólo aparente sencillez de muchos cuentos de Julio Cortázar. Creo que con él, Bestiario, en particular, me convertí en un lector adulto. También Borges y Osvaldo Soriano han sido claves para mí. Y como novelistas me marcaron García Márquez y Vargas Llosa. Creo que ese quinteto es decisivo en mi formación como lector.
Mis preguntas literarias son, antes, preguntas existenciales. Para pensar en mis deseos, mis dudas, mis temores, mis obsesiones, mis valores, invento historias.
Mi estilo, si tal cosa existe, tiene que ver con la necesidad que siento de entender −y tolerar− mi propio mundo. Mis preguntas literarias son, antes, preguntas existenciales. Para pensar en mis deseos, mis dudas, mis temores, mis obsesiones, mis valores, invento historias. A través de ellas me respondo, provisoria, fugazmente, sobre esas cuestiones. Y como el mío es un mundo común y corriente, profano, pequeño… las historias que alumbro tienen ese vuelo igual de pequeño, sospecho.
El material que usas para tus obras refleja situaciones específicas del país y de los argentinos, sin embargo trasciende a una universalidad que ha sido confirmada por el éxito de tus libros y también de los libretos cinematográficos. ¿Cómo se da la elección de los temas y cuál es tu técnica para desarrollarlos?
Como decía recién, los temas surgen de mis preguntas vitales. Ni más ni menos. Ahora bien: no creo que mi vida y sus interrogantes merezcan ser tema, de por sí, para la lectura de otros. Sin embargo, si yo monto una historia, un cuento, una trama, y sobre esa trama incorporo las cosas que me suceden y de las que necesito hablar, yo cumplo mi objetivo de sacar fuera a mis fantasmas, a que tomen aire, a que se ventilen. Y el lector puede quedarse con la historia, llevársela a su propia vida, prescindiendo de mí, por suerte.
Leer es jugar, escribir es jugar. Me apasiona, en el juego, esa instancia de niñez inmediata en que uno se coloca.
Alguna vez dijiste: “Tengo dos grandes juegos en mi vida, que son la literatura y el fútbol. Y el trabajo científico, el de la historia.” ¿Podrías elaborar un poco sobre ese comentario?
A menudo me preguntan, a raíz de esta cuestión de ser Licenciado en Historia, por qué nunca he escrito novela histórica. Por eso he respondido que para mí la literatura es un campo de juego, de libertad, de franqueza emocional. Allí siempre me sentí libre de las ataduras, lógicas y necesarias, por otra parte, que uno debe respetar en el trabajo científico. Leer es jugar, escribir es jugar. Me apasiona, en el juego, esa instancia de niñez inmediata en que uno se coloca. Cuando jugamos el mundo se limita a las fronteras geográficas y reglamentarias del juego que jugamos. No existe nada más, por fuera de ese mundo. Y el fútbol, que con cierta frecuencia aparece en mis historias, de hecho, es el otro juego que me apasiona. Creo que se puede vivir sin jugar. Pero yo prefiero que mi vida esté poblada por esos juegos: la lectura, la escritura y el fútbol.
Alfaguara acaba de otorgarte el Premio de Novela 2016 por La noche de la Usina ¿Qué significa para vos este premio tan codiciado de la literatura en castellano?
Creo que el Premio Alfaguara es una nueva oportunidad de que lectores que no tenían noticia de mis libros puedan pensar “Veamos, podría leer algún libro de este autor…” Eso es todo. Y es mucho.
Este nuevo libro que te trae a la Feria Internacional del Libro de Miami este año se trata de una historia que transcurre en un pueblo imaginario de la provincia de Buenos Aires, en la primera década del siglo, con el trasfondo de una situación que se dio en el país el llamado “corralito” financiero. ¿Hay algo de verdad en la historia que narras, o es totalmente ficticio?
Lo que hay de verdad en La noche de la Usina es la terrible crisis económica, social y política que vivió la Argentina, una vez más, en 2001. Uso ese momento como telón de fondo para mis personajes y mi historia. Creo que el fondo último de las personas se aprecia en esas situaciones extremas. De ahí la fertilidad de un momento así para anclar mi novela. Yo no viví la crisis de 2001 del mismo modo que la viven mis personajes. Pero sí recuerdo que entonces era un joven profesor de historia, tenía a mis dos hijos muy pequeños, y por la noche me quedaba con los ojos fijos en el techo de mi dormitorio pensando “cómo voy a hacer para criarlos, en medio de esta catástrofe”. Esa angustia, esa ansiedad, es absolutamente verdadera y real. E intenté compartírsela a mis personajes. Espero que haya funcionado.
Tu novela La pregunta de sus ojos, llevada al cine como El secreto de sus ojos por el director argentino Juan José Campanella te proyectó por primera vez a nivel internacional con un Oscar de la Academia. Ahora llega este galardón de Alfaguara por La noche de la Usina. ¿Qué efecto modificador han tenido, y tienen, en la persona de Eduardo Sacheri estos notables roces con el triunfo?
Creo que los premios son una estupenda oportunidad de visibilidad. Una ocasión para que lectores que no nos conocen tomen contacto con nuestro trabajo. Así me sucedió con el Oscar a El secreto de sus ojos. El premio significó que ese libro se tradujese a numerosos idiomas y viajara por el mundo. ¿Hubiese sucedido eso sin el Oscar a la película? No. Definitivamente no habría pasado. Creo que el Premio Alfaguara es una nueva oportunidad de que lectores que no tenían noticia de mis libros puedan pensar “Veamos, podría leer algún libro de este autor…” Eso es todo. Y es mucho. Después, si ese lector se lleva una buena impresión, y sigue leyéndome, buenísimo. Creo que eso es lo importante en los premios.
Por último, ¿tenés en el tintero algún proyecto literario para el futuro inmediato del que puedas hablarnos?
Este año ha sido muy exigente a raíz de la gira del Premio. Muchos viajes, muchos países y muchas entrevistas. Esa situación emocional de estar hablando mucho, y exponiéndome mucho, conspira contra mi posibilidad de escribir. Para hacerlo necesito silencio. No sólo el silencio evidente de nadie hablando a mi alrededor mientras escribo. Sino sobre todo el silencio mío, el silencio propio, el silencio de la introspección, esencial para escribir. Por eso la escritura deberá esperar al año próximo.
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“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
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Un comentario
Muy buen reportaje.Eduardo Sacheri es uno de lis escritores que leo.Felicitaciones a Isabel