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A Barlovento se llega por la Vía 40, la principal arteria industrial de Barranquilla. Conocido también como Comuna 10, el barrio está ubicado en pleno centro de la ciudad, a un lado del mercado público y del puerto fluvial que comunica con las poblaciones ribereñas del Río Magdalena. En sus inicios, los habitantes de la zona eran, en su mayoría, gente humilde y honrada. Pero el vicio se apoderó del barrio, que se fue deteriorando, llegando a convertirse en una pesadilla para sus habitantes y las autoridades. Hasta hace pocos años fue considerado como uno de los sectores más peligrosos de la ciudad. Sus angostas calles y trazado curvo eran territorio de drogadictos basuqueros, ladrones, prostitutas y escenario de frecuentes atracos, riñas y balaceras. Aunque en la actualidad las condiciones han mejorado, sigue siendo una población vulnerable, y sus cerca de 3,000 habitantes viven en condiciones precarias, sin seguridad alimentaria, y con poco acceso a educación, trabajo y salud.
Cruzando la Vía 40 se encuentra uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la Plaza de la Aduana. Allí funcionan la Biblioteca Piloto del Caribe y la Biblioteca Infantil Piloto del Caribe (BIPC), que desde sus inicios en 2004 ofrece distintos programas y actividades de sensibilización, formación, animación, motivación y aprestamiento a niños de cero hasta doce años, especialmente de los barrios y las comunidades cercanas, buscando impactar positivamente al núcleo familiar completo a través de la lectura. La Biblioteca Piloto del Caribe es una de las más de 1,500 bibliotecas adscritas a la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia.
Para los habitantes del sector la Biblioteca representa un oasis, un refugio donde pueden olvidar, por un momento, los problemas de violencia y la falta de oportunidades. Y fueron precisamente los niños de Barlovento los primeros en hablarle a Rosiris Rosa Reyes, directora de la BIPC, de la existencia de una comunidad desplazada por la violencia, que había invadido un sector al otro lado de la ribera del Caño de la Auyama frente a su barrio, en la zona conocida como La Isla.
Las bibliotecas no son esos cuatro muros que encierran libros en un espacio intocable, sino instituciones que deben salir y atender las necesidades de sus gentes y de sus barrios vulnerables.
“Érase una vez…”
Así, como comienzan las historias, porque hay historias de vida que tocan otras vidas, comienza el sueño de La Isla de la mano de los libros y la literatura gracias al proyecto “Érase una vez una Loma, una Isla”.
La biblioteca de La Isla no es un edificio. Es tan solo un espacio que nos invita a considerar el concepto más allá de la definición tradicional. Su sala de lectura es un claro entre la vegetación tropical, su techo, una lámina de zinc bajo el cielo abierto; algunos árboles forman sus paredes y su piso es de arena. Aquí no hay butacas y cualquier tronco, o la arena misma, sirven para sentarse.
“Yo me enteré de que existía una isla en Barraquilla donde vivían personas en condiciones muy tristes. Que, de aquel lado, atravesando el Caño de la Auyama, había niños que desde que nacían que como hasta los 7, 8 años estaban sin hacer nada. Supe que esta población no tenía nada y que ésa también era mi responsabilidad. Las bibliotecas no son esos cuatro muros que encierran libros en un espacio intocable, sino instituciones que deben salir y atender las necesidades de sus gentes y de sus barrios vulnerables. Nuestra biblioteca estaba muy cerca de La Isla y no estábamos haciendo nada por sus habitantes” – recuerda Rosiris, quien de inmediato hizo los primeros acercamientos con líderes de la comunidad.
La isla está ubicada a unos 300 metros del casco urbano de Barranquilla y a pocos pasos del Gran Malecón, uno de los atractivos turísticos más visitado de Colombia. Desde ahí se pueden distinguir la Antigua Aduana con su Biblioteca, el Centro Cívico, la Intendencia Fluvial donde funciona la Secretaría Distrital de Cultura Patrimonio y Turismo. La Isla no aparece en las guías turísticas y pocos la visitan o saben de su existencia – ,es un espacio casi invisible donde inicialmente habitaban unas 130 familias campesinas, desplazadas por la violencia, procedentes de distintas regiones del país (Bolívar, Magdalena, Sucre, Córdoba, Santander y el Eje Cafetero), que abrieron camino entre la trocha, levantaron viviendas precarias con madera y tejas de cartón, sembraron huertas de hortalizas para su propia alimentación y para vender en el mercado. En los últimos años la población ha crecido con la llegada de inmigrantes procedentes de Venezuela, agravando las condiciones de pobreza y las dificultades para acceder a los servicios públicos básicos de higiene, salud, alimentación, vivienda y educación. De las hortalizas sólo queda el recuerdo y, actualmente, sólo llevan coco al mercado.
El proyecto “Érase una vez una Loma, una Isla” arrancó en el 2012. Cada sábado, un grupo de promotores de lectura, bibliotecólogos, psicólogas, docentes de artes y voluntarios de la BIPC, atravesaban en canoa el Caño[1]de la Auyama, cargando libros, instrumentos musicales y una alta dosis de creatividad para llevar a los niños y sus familias una oportunidad y una esperanza de una mejor experiencia de vida.
La coordinación de actividades, la dinámica y la logística se hace a través de la BIPC y han contado en distintos momentos del proceso con el apoyo del Ministerio de Cultura, Plan Nacional de Desarrollo “Todos por un nuevo país», la Alcaldía de Barranquilla, voluntarios y estudiantes en prácticas de universidades y entidades culturales como la Corporación Artística Baúl Polisémico y la Fundación nu3.
Al llegar a la edad escolar, los niños de aquel lado del caño deben cruzar a la ciudad para asistir a la escuela. Muchos llegaban a primero de primaria sin saber saltar, tomar un lápiz o una tijera. Parte del trabajo que realizaron se centró en suplir esas necesidades para que llegaran mejor preparados a la escuela, con actividades de motricidad fina y gruesa, actividades artísticas como pintura o teatro y a través de diversas acciones lúdicas. “Les llevamos una merienda y buscamos que cada sábado fuera un día inolvidable para ellos” -, explica Rosiris.
El impacto fue enorme. Los padres de familia notaron el cambio. “Nosotras también hemos aprendido a compartir más con nuestros hijos y a mejorar la convivencia en casa y con los vecinos. Ya no hay tantas peleas. Pienso que los libros son importantes para los niños porque les ayuda a despejar la mente”, dice Loida Rodríguez, una de las fundadoras de La Isla, originaria de Tierralta, Córdoba. – “Cuando usted les mienta biblioteca, es como si comieran un dulce, feliz, feliz, porque ellos aquí no salen a otro lugar, ése es el lugar de ellos”.
En un principio, la única forma de llegar a La Isla era con una canoa de hierro, tan pesada que era casi un milagro que flotara y navegara en el Caño. Cuando se dañó, fue reemplazada por una de madera. Varios años después, con la apertura de la Avenida del Río se hizo posible llegar por carretera. En la actualidad, hay un puente que une ambas riberas y facilita el acceso a La Isla en bicicleta, en carro o a pie.
Elizabeth Páez, actual coordinadora de la BIPC comenta que durante la pandemia las trasladaron sus actividades a la virtualidad y que algunos niños de Barlovento las pudieron aprovechar. Pero fue imposible hacer algo con los habitantes de La Isla, pues no cuentan con tecnología ni acceso a Internet. Afortunadamente, quizás por su misma condición de aislamiento, la pandemia no los tocó. Con la reapertura se ha recuperado el contacto con la Isla y gracias al puente el acceso es más fácil.
. Aquí hay magia, pero no la de los hechiceros o los magos, ni de conejos que salen de sombreros de copa. Es la magia de la literatura, de los libros y los momentos compartidos en torno a una lectura
Miguel Iriarte, director de la Biblioteca Piloto del Caribe espera que este proyecto, que se fue construyendo lectura a lectura, cuento a cuento, poema a poema, pueda retomarse con la continuidad que tuvo antes de la pandemia, buscando solucionar la problemática de este par de territorios con una visión de ciudad mucho más humana. Cuentan con el apoyo de la Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta (CLENA), entidad que administra el complejo de La Aduana, sede de la BIPC, bajo su nueva administración, encabezada por Juan José Jaramillo, para quien «este primer paso, a través de la lectura, nos abrió la posibilidad de traer bienestar a la comunidad”.
Hablar de Barranquilla y el Caribe Colombiano es evocar a García Márquez y su realismo mágico. Aquí hay magia, pero no la de los hechiceros o los magos, ni de conejos que salen de sombreros de copa. Es la magia de la literatura, de los libros y los momentos compartidos en torno a una lectura, sobre el regazo de una madre, una bibliotecaria o una promotora de lectura.
Rosiris nació en Barranquilla y su amor por los libros nació gracias a su mamá quien, “aunque sólo cursó hasta quinto de Primaria en el fondo tenía claro que los libros salvan vidas.” Estudió contabilidad y comenzó trabajando en el área administrativa de la Biblioteca Piloto del Caribe. Pero el amor por la lectura la llevó a capacitarse, de manera empírica inicialmente, asistiendo a distintos cursos y talleres de lectura y literatura, para finalmente estudiar bibliotecología. Tuve el privilegio de contarla entre los asistentes a mis talleres de Promoción de Lectura con el Banco de la República. Ella ha visto personalmente cómo los servicios de la biblioteca llegan a tocar necesidades como la carencia de afecto al interior de las familias:
“Una vez tuve el caso de un niño de La Isla, de diez años, muy tímido y reservado, proveniente de una familia de 13 hijos. Él era uno de los menores y un día cuando les leía un cuento sobre la importancia de los abrazos, dijo, mientras tenía su cabeza gacha, que él nunca había recibido un abrazo. Yo me acerqué y lo estreché con mis brazos, pero el pequeño no sabía qué hacer con los suyos. Entendí entonces que para una madre con tantos hijos y en tales condiciones, era difícil hasta tener tiempo para abrazar a sus hijos”.
A veces, ahí donde todo falta, sobra el amor.
En La isla falta de todo, desde vacunas y salud, hasta alimentos y una escuela para los niños, desde servicios básicos y empleos, hasta puertas y ventanas, una silla y una cama para dormir. Por fortuna, lo que no falta son lecturas para vivir y para soñar: allí –por lo menos cada ocho días– hay libros, hay lectores, hay juegos, hay palabras. Hay una biblioteca.
[1] Los caños son brazos del río Magdalena que ingresan hasta los mercados de Barranquilla.
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2 Comentarios
Gracias por esta Biblioteca!
Muy buen articulo. Vale.