El tema del patriarcado parece haberse vuelto inevitable para un psicoanálisis que se pretenda relevante en los tiempos de feministas versus femeninas[1]. Sin embargo, esto no significa que se debata con la urgencia necesaria. Esto se debe a que, a pesar de los discursos de que «el machismo oprime a todos», la verdad es que, por un lado, existe la herida y, por otro, el silenciamiento.
La escritora, investigadora y artista Grada Kilomba aborda el tema del silenciamiento de otra herida que necesita atención urgente, el racismo. Al hacer eco del discurso de Paul Gilroy[2], ella habla de cinco defensas del yo a menudo observadas en sujetos blancos antes de ser capaces de escuchar sobre su blancura y su racismo, ellas son: negación, culpa, vergüenza, reconocimiento y reparación. Para Grada, debido al enorme alcance que ha logrado el proyecto colonial, se ha forjado una herida histórica igualmente grande que necesita reparación. Sin embargo, en su análisis, el estado de conciencia sobre este hecho todavía está restringido por la etapa de negación en que se encuentran la gran mayoría de los sujetos blancos, quienes, a su vez, son mayoría en casi todos los espacios de poder y representación. En este sentido, su propuesta es que ante la necesidad de reconocer el alcance de la herida histórica, es necesario que el sujeto se pregunte «¿cómo puedo desmantelar mis racismos?», en lugar de la salida dialéctica ofrecida por la pregunta, «¿soy racista?», cuya respuesta puede ser un reconfortante y a menudo un engañoso «no».
¿Sería posible transportar esa lógica al debate sobre la herida que representa el patriarcado para la historia del psicoanálisis? Con esto, nuestro interés también sería aprovechar la lección que dejó Walter Benjamin en su séptima tesis sobre el concepto de historia, aunque allí se refiere al materialismo histórico dice que la tarea de éste consiste en «cepillar la historia a contra pelo”. ¿Qué quiso él decir con eso? En resumen, se trata de abandonar la historia oficial o universal, que siempre toma la perspectiva de los ganadores y los dominadores, excluyendo sus elementos épicos y rechazando cualquier identificación con sus supuestos héroes.
La obediencia, antes dirigida al jefe de la horda primitiva, ahora estaba consagrada a un Dios. La religión totémica trató de reinsertar la obediencia a un padre, incluso a un padre muerto, restaurando el orden patriarcal. La familia, por lo tanto, originada por la regulación de los matrimonios y sujeta a las leyes de Dios, pasó a garantizar el mantenimiento del orden patriarcal…
Primera cepillada: el concepto de patriarcado en la obra freudiana
El tema del patriarcado es abordado frontal y verticalmente por Freud en solo dos de sus textos: Totem y Tabu (1913) y Moisés y el monoteísmo (1939). Es cierto que Psicología de Masas y el Análisis del Yo (1921) también se pueden leer en esta clave, especialmente cuando Freud analiza la iglesia y el ejército y asocia al líder del grupo con el padre de la horda primitiva, pero el patriarcado fue nombrado solo como tal en los dos primeros textos citados.
Tótem y Tabú contiene hipótesis muy interesantes, más tarde abordadas en Moisés y el monoteísmo, que también fueron discutidas por antropólogos y sociólogos. Basándose en Darwin y la antropología de las tribus aborígenes de Australia, Freud conjetura el origen de la sociedad patriarcal a partir del asesinato del padre de la horda primitiva. Hay muchos insatisfechos con la obligación, impuesta por el padre, de renunciar a las mujeres, los hermanos se habrían unido para asesinarlo y devorarlo, poniendo fin a la horda patriarcal. Para vivir juntos en un nuevo vínculo fraterno sin restaurar la horda recién derrocada, era necesario «instituir la ley contra el incesto, por lo que todos, igualmente, renunciaban a las mujeres que deseaban y que habían sido la razón principal para deshacerse de su padre», dice Freud en 1913. El tabú del incesto se convirtió así en el principio sobre el cual se erigió una nueva organización social.
Pero asociado con este tabú había otro elemento fundamental: el tótem. Generalmente representado por un animal o un símbolo de alguna fuerza de la naturaleza, cada tótem designaba un clan. Esta designación marcaba la ascendencia de cada clan, evitando que las personas del mismo clan se casen. La función del tótem, por lo tanto, era representar simbólicamente la ley instituida por el asesinato del padre, la prohibición del incesto y regular los casamientos. Con el tiempo, el tótem fue adquiriendo otras funciones. El poder de su función simbólica, junto con los supuestos poderes mágicos del animal o de la fuerza de la naturaleza que el tótem representaba, acabó convirtiendo al padre muerto en una deidad, una autoridad, una ley. Y, como afirma Freud en 1913, con «la introducción de las divinidades paternas, una sociedad sin padre se transformó gradualmente en una sociedad organizada sobre una base patriarcal». La obediencia, antes dirigida al jefe de la horda primitiva, ahora estaba consagrada a un Dios. La religión totémica trató de reinsertar la obediencia a un padre, incluso a un padre muerto, restaurando el orden patriarcal.
Freud parece considerar que el patriarcado es inherente a la cultura y a cualquier organización humana. Estaríamos, de este modo, inexorablemente condenados a vivir bajo regímenes patriarcales. No habría nada que hacer contra el patriarcado sino aceptarlo, comprenderlo y usarlo bien.
De esta forma, a medida que pasaba el tiempo, el ritual de sacrificio del animal totémico fue perdiendo su valor sagrado, pero la representación de Dios ganaba cada vez más fuerza, surgiendo entonces la figura del sacerdote como intermediario entre Dios y los hombres. La propia relación con Dios se volvió jerarquizada, diseminando el patriarcado entre los propios hombres. Luego surgieron los reyes divinos “en la estructura social que introdujo el sistema patriarcal en el estado. Debemos reconocer que la venganza tomada por el padre depuesto y restaurado fue violenta: el dominio de la autoridad alcanzó su clímax.”. Al tratar el origen de la sociedad patriarcal, Freud especifica bien, por lo tanto, cómo se habría extendido y ganado diferentes configuraciones sociales: en la familia, en la religión y en el estado.
Sin embargo, aunque hace un uso adecuado del concepto de patriarcado, al suponer que la institución de la cultura y la civilización es concomitante con la institución del patriarcado, Freud parece considerar que el patriarcado es inherente a la cultura y a cualquier organización humana. Estaríamos, de este modo, inexorablemente condenados a vivir bajo regímenes patriarcales. No habría nada que hacer contra el patriarcado sino aceptarlo, comprenderlo y usarlo bien. Esta idea se ve reforzada por el hecho de que en Moisés y el monoteísmo, escrito a duras penas en su vejez y en el apogeo del hitlerismo, Freud complementa las tesis de Tótem y Tabú, ahora analizando el origen del pueblo judío, pero nuevamente sin cuestionar si el orden patriarcal podría ser de alguna manera destituido para dar lugar a un nuevo modo de organización social.
Freud también puede ser objetado, especialmente por los antropólogos, por citar a Bachofen, un importante jurista y antropólogo que estudió comunidades matriarcales de la antigüedad. Según el antropólogo, las primeras comunidades humanas habrían sido matriarcales, pero el psicoanalista, sin profundizar en la discusión, simplemente sitúa estas comunidades como un período de transición entre el patriarcado de la horda primaria y el patriarcado de las comunidades totémicas. Con la excepción de esta breve cita de Bachofen, Freud no reflexiona más sobre las sociedades matriarcales a lo largo de su trabajo, que parece ratificar la inevitabilidad del patriarcado en cualquier organización humana.
Freud no reflexiona más sobre las sociedades matriarcales a lo largo de su trabajo, que parece ratificar la inevitabilidad del patriarcado en cualquier organización humana. ¿Por qué Freud toma esta posición? ¿Se debió a la ignorancia de la antropología? ¿O fue por falta de reconocimiento de los principios patriarcales en su propio pensamiento y personalidad?
Segunda cepillada: ¿Quién era Otto Gross?
La vida y el trabajo de Otto Gross estuvieron profundamente marcados por el patriarcado[4]. Él fue al mismo tiempo, en las primeras décadas del siglo XX, el pionero y, hasta el día de hoy, uno de los principales teóricos del patriarcado en psicoanálisis, y un icono europeo importante de la lucha padre vs. hijo. Su padre, Hans Gross, era un patriarca europeo típico a principios del siglo XIX y XX. Jurista y profesor, incluso hoy es considerado el padre de la criminología moderna por instituir un método de investigación científica para el crimen. Hans también estaba interesado en la psicología del criminal, lo que lo hizo acercarse a Freud, invitándolo a dar una conferencia en la Universidad y publicar un texto en su revista de criminología que dirigía. Posiblemente agradecido por el espacio dado por una figura tan prestigiosa en un momento en que los médicos aún lo atacaban fuertemente – recientemente se habían publicado Los tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad-, Freud aceptó la invitación y publicó «El psicoanálisis y la determinación de los hechos en procedimientos judiciales «, corría el año 1906.
Otto creció sobreprotegido y bajo valores paternos. En 1899, alentado por su padre, se graduó en medicina y en 1902 descubrió el psicoanálisis, habiendo conocido personalmente a Freud en 1904. Sus primeros escritos publicados fueron más en el campo de la medicina, e incluso aquellos que trataban temas sociales y éticos, todavía estaban más cerca de las ideas de su padre. Sin embargo, desde 1905, cuando pasó un período en Ascona, una pequeña comuna suiza que albergaba anarquistas huyendo de varios rincones de Europa, Otto conoció el anarquismo no solo como un campo de ideas político-filosóficas, sino como una forma de vida y relación, convirtiéndose en el primer psicoanalista en articular psicoanálisis y anarquismo. Desde entonces, la lucha contra el patriarcado y todas las formas de autoritarismo pasó a ser uno de sus principales objetivos de vida y permeó toda su práctica clínica y producción teórica.
Su primer texto en esta articulación del psicoanálisis con el anarquismo es un excelente retrato de esto. Violencia Parental, de 1908, es simultáneamente un texto que pide la liberación de su analizante Elisabeth Lang, quien fue internada obligatoriamente en una clínica psiquiátrica por su propio padre, interrumpiendo así el tratamiento psicoanalítico que iba bien con la resolución de sus conflictos, y la fundamentación de los efectos psíquicos del abuso parental. El nexo decisivo del caso, según Gross, fue la evidencia de que su mal estado psíquico se debió precisamente a las continuas opresiones de su padre – con la internación existía el peligro de que su condición se agravara, de ahí el pedido de Gross para su liberación. Gross todavía usa el caso para establecer por primera vez el «verdadero origen de los factores reprimidos y conflictivos de efecto patológico», una tesis distinta de la etiología sexual de las neurosis de Freud, aunque revelada por la técnica freudiana: «solamente la revelación del inconsciente por la técnica de Freud permite una mirada a la psicología del conflicto de la infancia y de la tremenda importancia patológica de las sugestiones de la educación como causa de la neurosis de represión». La educación, en cuanto suma de todas las sugestiones- desde pequeñas seducciones para persuadir o manipular a alguien hasta las imposiciones más directas, termina oprimiendo o incluso suprimiendo lo que es más propio de cada uno.
el conflicto psíquico primordial que Gross defenderá a lo largo de toda su obra se da entre lo proprio vs. lo extranjero, es decir, entre la singularidad y las disposiciones propias de cada sujeto y las arbitrariedades impuestas por el medio externo, que surgen principalmente de la familia patriarcal. El conflicto sexual revelado por Freud solo sería, él dirá en Tres Ensayos sobre el conflicto interno, un desdoblamiento del conflicto primordial con el principio de autoridad.
La configuración familiar –la imposición habitual y violenta de la autoridad del padre, la dependencia y sumisión de las mujeres en relación a los hombres – simultáneamente oprime la individualidad y les da a los niños el marco de referencia de quién manda y quien obedece, quién domina y quien es dominado. Es decir, las relaciones de poder dentro de la familia patriarcal están claramente asociadas con el género: a los hombres se les da poder y dominio, a las mujeres, pasividad y sumisión: «tenemos que considerar que los tipos psíquicos ‘masculinidad’ y feminidad ‘, tal como los conocemos hoy en día, son un producto creado artificialmente, el resultado de adaptación a las coyunturas existentes», afirma Otto Gross.
El pensamiento grossiano constituye un importante contrapunto a la tesis de Freud sobre el origen y la perpetuación del patriarcado, aunque Gross está de acuerdo con la descripción de Freud de la estructura y el funcionamiento de la sociedad patriarcal. Curiosamente, ambos citan a Bachofen como referencia, pero tienen posiciones completamente diferentes. Mientras Freud argumenta que las comunidades matriarcales o, como también las llama, fraternales, surgieron en una especie de interín entre el asesinato del padre de la horda primitiva y la institución del Tótem y la ley del incesto, para Gross el matriarcado podría ser una organización social alternativa. Además, mientras que para Freud la organización patriarcal está en el origen de la cultura, siendo una forma de organización inevitable, inherente a la cultura misma, para el segundo el patriarcado no es un orden intrínseco de la humanidad. Por el contrario, se trata de una organización violenta que puede y necesita ser destituida.
Las tesis de Otto Gross, sin embargo, nunca se debatieron en el escenario psicoanalítico. Para sustentar estas ideas, Gross tuvo que iniciar una verdadera guerra contra el patriarcado en su propia familia y en el psicoanálisis. Trágicamente, salió perdiendo[5]. La triste historia de segregación de Gross revela cuán maléficamente estaba presente el patriarcado en la comunidad psicoanalítica incluso antes mismo de su institucionalización. Freud a veces se quejaba de ser colocado en el lugar de un padre por sus discípulos, pero otras veces no dudaba en colocarse como un verdadero patriarca en su relación con ellos, como también, como resultado de su posición teórica sobre el tema, no imaginaba una alternativa a eso.
Si continuamos cepillando a contra pelo, surgirán innumerables historias, que involucran a psicoanalistas más conocidos – casos, por ejemplo, de Adler, Ferenczi, Tausk, Rank, Lacan- a psicoanalistas anónimos, antiguos y actuales, que son o fueron parte del día a día institucional. Y sin embargo, el patriarcado tiende a permanecer reprimido, o incluso silenciado, y en pleno ejercicio. Por eso, retomamos la pregunta inspirada en Grada Kilomba: “¿Qué podemos hacer para desmantelar el patriarcado en el psicoanálisis?”. Un primer paso puede ser reconocer cómo el creador del psicoanálisis y sus discípulos silenciaron a quienes pretendían exponer esta lógica universalista. Concluimos con un extracto de Gross que aborda su revuelta y críticas a la represión de algunos sobre el tema:
«Solo pudo haber sido la represión de las últimas consecuencias revolucionarias lo que impidió la breve iluminación de este axioma a los grandes de la nueva disciplina, sobretodo al genial inventor del propio método en desarrollo».
Traducción: Carina Rodríguez Sciutto
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