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El problema con «Amor ch’ a nulla amato amar perdona» (Dante Alighieri, Infierno, V) es que la tesis que postula nos resulta errónea, o absurda, y como no es propio de un genio cometer tales yerros (o puerilidades, en todo caso), se ha buscado interpretarla de modo que sea admisible, genial, incluso, para nuestras ideas de 700 años después. Vamos por partes: si se entiende que no perdonar es castigar, la frase resulta inquietantemente moderna: el amor castiga al que lo siente; es tóxico, prisión, atadura mortal, etc. Werther, héroe romántico, podría dar cuenta de eso. Si se entiende, en cambio, como lo ha hecho la mayor parte de los comentaristas de la Comedia, que «perdona» significa que el amor no excusa, no permite no amar al que es amado (esto es, que le obliga a amar), entonces sí, la proposición nos parece absurda y apelamos al contexto, al amor pasión, a lo que siente Francesca da Rimini aún en el segundo círculo del Infierno, que no es ley, y a argumentos tanto o más complejos para explicar la inclusión de esta sentencia en el relato de la amante legendaria. Sin embargo, creo que lo que dice Dante por boca de Francesca es eso: el amor siempre tiene correspondencia. Cualquier tipo de amor.
En el Canto XXII del Purgatorio, Virgilio le dice al poeta latino Estacio: «Amore, acceso di virtù, sempre altro accese” (el amor, encendido de virtud, siempre a otro enciende). Estacio acaba de intentar abrazar las piernas de Virgilio cuando se entera de que está ante su maestro, solo para comprobar que Virgilio ya no tiene cuerpo:
…»Esta es la cantidad
del amor que por ti me abrasa,
cuando, desairando nuestra vanidad,
trato las sombras como cosa crasa«.
Virgilio pronuncia entonces la mencionada sentencia y la explica:
…»Amor,
encendido de virtud, siempre a otro enciende,
sólo para que la llama muestre su fulgor;
«por eso en la hora en que descendiese
en el limbo del infierno Juvenal,
y que tu afección me hizo evidente,
«mi benevolencia hacia ti fue cual
no me estrechó jamás a un desconocido…
Significa que la pasión de Estacio por Virgilio, que Juvenal le trasmite en el limbo, puesto que Estacio y Virgilio no pudieron conocerse en vida, inclina a Virgilio al afecto por Estacio.
¿Será pertinente separar este afecto amical e intelectual del tipo de afecto que tuvo Francesca por Paolo? Creo que no. El Dolce Stil Nuovo ofrece numerosos testimonios de que la concepción cortesana del amor, cultivada por los provenzales -que fueron sus maestros-, había sido dotada de valor cristiano, esto es, de pasión. Sólo una profunda reforma religiosa, como nunca había existido, nos permite suponer que el amor espiritual puede separarse del deseo. Sólo ahora, después de Lutero, y como reacción pagana ante esa puritana concepción, podemos concebir el «sexo sin amor» o el amor sin sexo, y la imposibilidad o improbabilidad de que el solo amor «altro accese«. Esto es, que el amor sea trasmisible.
Sólo una profunda reforma religiosa, como nunca había existido, nos permite suponer que el amor espiritual puede separarse del deseo. Sólo ahora, después de Lutero, y como reacción pagana ante esa puritana concepción, podemos concebir el «sexo sin amor» o el amor sin sexo.
Para los stilnovistas el amor es virtud y la virtud es amor, y el amor es propagable, según el principio bíblico «bendice y serás bendecido». Y, por cierto, no separaban el amor del deseo, sino que envolvían a este en seductores velos. Tal la escena del Purgatorio en que Beatriz aparece ante Dante precisamente velada a la manera oriental, pero cuyos ojos -que serán faros teológicos en el Paraíso- lo estremecen: «No tengo un dracma de mi sangre que no tiemble», le dice a Virgilio que en ese preciso instante se ha ausentado para siempre, cediendo su lugar a la dama.
Volvamos al Infierno. Se dirá que Francesca pronuncia aquella sentencia en el socavón de los lujuriosos, llevada por su experiencia, por su propio sentimiento, que no puede generalizarse: ella ha sido arrebatada literalmente por la pasión de Paolo, por aquel beso «tutto tremante» que él pone sobre la sonrisa de su boca. Mas adviértase que en el Segundo Círculo las palabras amor y lujuria son intercambiables. No dice ni insinúa Francesca que la excitación de Paolo la excitó. Habla de amor, y de un amor que lo unió a él para siempre, después de conducirlos «a una misma muerte». ¿Esto es así porque murieron en pecado? ¿Cuál pecado? Dos de los personajes mencionados en este canto acaso hayan sido lujuriosas: Semiramis y Cleopatra. No ciertamente Paris y Helena, excepto de la lujuria de su propio amor; no Aquiles «que murió finalmente por amor»; no Dido que, aunque violó la promesa hecha a su extinto esposo, se suicidó por amor a Eneas. Dante prodiga la palabra amor en el círculo de la lujuria. Y menciona el pecado solo en el caso de Semiramis y Cleopatra.
Ahora bien: la lujuria es un pecado capital, y como todos los capitales (soberbia, ira, avaricia, etc.) podría decirse que es un exceso respecto de un punto cero virtuoso. Guardar, sentir orgullo, indignarse, amar carnalmente, no serían propiamente pecados, sino más bien virtudes. Los capitales no trasgreden las grandes faltas enunciadas por Moisés, el padre legista, sino que aumentan malsanamente la virtud. Sobre este punto discurren Virgilio y Dante ante las murallas de la Ciudad de Dite, la ciudad del diablo, en uno de los tantos entreveros filosóficos de la Comedia. Por la razón que sea, los lujuriosos, los golosos, los iracundos, penan en los fosos -y no dentro- de la Ciudad, bastión del Infierno donde se encontrará Dante con herejes, violentos, mentirosos y traidores.
El Segundo Círculo está fuera de las murallas del demonio. Los amantes han sido excesivos, interesados o políticos (el caso de Cleopatra), han sido adúlteros o han violado sus promesas, pero no son pecadores mortales. Aunque fuera fugaz o pálidamente la llama de la virtud ardió en ellos. De hecho, Dante entiende que ha llegado al sitio donde están
… “i peccator carnali
che la ragion sommettono al talento«,
siendo que «talento» fue traducido por deseo (Battistessa, Martínez de Merlo, Aulicino), por «sentimiento» (Angel Crespo), «instinto» (Mitre), «apetito» (Conde de Cheste), mientras que la edición de la Sociedad Dantesca Italiana aclara, aunque no mucho: «Volontà, appetito«. Igual que el castellano, el italiano actual entiende «talento» como capacidad, aptitud, inteligencia. Es probable que, más cercano al latín, Dante lo entendiera como don (talentum: moneda corriente), de donde los amantes del Segundo Círculo han pecado por someter la inteligencia al regalo del amor: lo consciente a lo irreprimible, sin la mediación del amor cortés. La virtud al exceso.
De modo que sí, la tesis de Dante es la más simple de entender: el amor, espiritual y físico, es propagable, es contagioso, inclina a los otros a corresponderlo, o, al menos, a la benevolencia y el afecto que Virgilio declara ante Estacio.
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