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Noches atrás vi en la televisión el anuncio de un filme: “Lista para matar”. Inmerso en mi lengua materna, no supe, sin embargo, atinar al sentido de esa expresión. ¿Lista, mujer entrenada y en condiciones de matar a alguien? ¿O mujer preparada para ser eliminada por otros? ¿O nómina de sujetos a asesinar por profesionales? De estos tres significados posibles no supe elegir a cuál se refería el nombre del filme hasta que lo vi. En realidad era el tercero, aunque finalmente también el segundo.
Me recordó una discusión entre académicos universitarios sobre esta expresión: “El burro del comisario”. Unos exquisitos del lenguaje defendían que ese tipo de designaciones debía evitarse para lograr precisión en la comunicación. Porque, señalaban con razón, podía referirse literalmente al burro cuyo dueño era el comisario. Pero también al comisario mismo considerado tonto como un burro. Y, para colmo, el burro podía hablar de un caballo propiedad del comisario (por aquello de “burrero” para mencionar al aficionado a las carreras de caballos).
¿El lenguaje, entonces, refleja la vasta gelatina de significaciones en que se desliza la vida y se vuelve, entonces, imprescindible la imprecisión?
¿Puede negarse la utilidad funcional de la imprecisión? Por ejemplo, un conocido de mi amigo A visita a éste en su hermosa casa de campo. Luego de la visita se despide diciendo: “Hermosa tu casa, vos te la mereces”. Mi amigo escucha la expresión y rápidamente descubre el verdadero mensaje que hay en ella, teñido de envidia: “Te ha caído en suerte tener esta casa sin mérito alguno”. El visitante pudo decir lo que quería sin ofender abiertamente, y mi amigo entender el doble sentido sin poder reclamar porque ha sido ofendido. Relaciones humanas lubricadas por la imprecisión. ¿No? Semejante a esta otra situación: un empleador debe redactar una recomendación solicitada por un empleado que se va de la empresa; el empleador sabe que debe recomendar a un vago ineficiente, pero no quiere perjudicarlo, y escribe: “Ud. será afortunado si consigue que esta persona trabaje para Ud.”. Correrá por cuenta de quien reciba esa recomendación cómo leerla, claro.
¿El lenguaje, entonces, refleja la vasta gelatina de significaciones en que se desliza la vida y se vuelve, entonces, imprescindible la imprecisión? ¿Es por eso que, en el extremo opuesto, la ciencia enamorada de significaciones unívocas resulta árida y aburrida para muchos? No nos hagamos ilusiones: defina Ud. al número primo y verá que se abre un abismo para determinar si hay regularidad en sus apariciones dentro de la serie de números naturales; y es leyenda que la escuela pitagórica condenó a muerte a Hipaso de Metaponto, uno de sus miembros, por descubrir y divulgar la irracionalidad de la raíz cuadrada de dos; y desde 1931 se sabe, por dos teoremas de Gödel, que ninguna teoría matemática puede no ser contradictoria y completa simultáneamente.
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Un comentario
Excelente reflexión la de Jorge Estrella. No sé si la polisemia enriquece o no el lenguaje, pero la importancia que significa tal cualidad del lenguaje debería estar siempre presente en nuestras mentes para evitar malos entendidos.