Edición
54

No soy un Robot – Entrevista a Juan Villoro

Barcelona
Conversamos con el escritor mexicano acerca de la potencia y los efectos de la inteligencia artificial en la vida cotidiana. Una crítica lúcida al modo en que se redefine la humanidad en tiempos de algoritmos y una propuesta de resistencia a la automatización.

“No soy un robot”, esa casilla que se nos solicita marcar en las páginas web, es el símbolo que Juan Villoro destaca como una versión reduccionista de lo humano. En esta entrevista, conversamos con el escritor sobre qué significa ser humano hoy y, cómo las transformaciones derivadas de la digitalización del mundo afectan nuestra vida cotidiana, las relaciones personales, el consumo, el poder, la educación.

A propósito de su último libro, No soy un robot, Villoro también nos ofrece una perspectiva para reafirmar nuestra humanidad a través de la lectura. En su visión, el ser humano es una especie que se interesa por lo posible y no sólo por lo real; por eso, a diferencia de los algoritmos que sólo refuerzan lo conocido, la literatura sintoniza con lo humano abriendo interpretaciones posibles, a lo diverso, lo ambiguo y lo desconocido.

¿Qué aspectos de la sociedad digital te llamaron la atención y qué experiencias personales te motivaron para escribir No soy un robot?

Como escritor me interesan las transformaciones de la vida común. En los últimos años se han modificado las relaciones entre padres e hijos, las transferencias bancarias, la forma en que recibimos las noticias, las modas, el ejercicio del poder, la educación y el futbol (con el VAR), incluso el Vaticano está a punto de canonizar a un influencer. Quise reflejar los cambios de conducta de mi época y explorar qué papel ocupa en ella la lectura.

Estamos en un momento donde se nos pide que probemos que somos humanos. ¿Cómo crees que podemos pensar qué es lo humano hoy?

Es una gran pregunta. Las máquinas nos piden que tachemos una casilla, afirmando que somos humanos, y a veces también solicitan que reconozcamos fotos con semáforos, perros o bicicletas. Es una idea muy pobre de lo humano. Generalmente, cuando se dice que alguien es “muy humano” se elogian virtudes de las que carece la mayoría de la especie. Debemos reconocer que pertenecemos a una franja del reino animal en la que hay más asesinos que genios. En sentido estricto, lo que llamamos humano es una categoría aspiracional, algo que deberíamos tener. El arte da muchas claves al respecto. Una especie que se conmueve por cosas que no sucedieron, que tiene nostalgia de lo que nunca vivió, que se interesa en la realidad, pero también en sus posibles desarrollos, que siente empatía por el otro, que se autoengaña para superarse y se ilusiona para salir adelante, que ejerce la esperanza contra toda evidencia, es una especie que vale la pena. Todo esto me parece obvio, pero se invierte más en armas que en arte.

Cotidianamente venimos familiarizándonos con la inteligencia artificial y aprovechamos sus beneficios, a la vez nos plantea inquietudes. ¿Cuáles son tus preocupaciones sobre la IA?

La IA es ecológicamente tóxica. Mucha gente cree que es etérea, pero en realidad consume una cantidad terrible de energía. La nube donde se almacenan los datos no es un vapor en el cielo sino una inmensa bodega con ferretería de alta tecnología. Para ser enfriado, el ChatGPT consume una botella de agua por cada cien palabras. Además, la IA está suplantando numerosas tareas humanas. Se calcula que más pronto que tarde entre 70 y 80 por ciento de nuestras funciones serán prescindibles. Pero lo más grave es otra cosa: la IA crece a una velocidad alucinante y no sabemos exactamente cómo opera.

La IA te ofrece lo ya sabido, la cultura te ofrece lo desconocido. Es la diferencia entre la tiranía de lo mismo y la opción de la libertad.

Geoffrey Hinton, conocido como el padrino de la IA, renunció a su puesto en Google porque siente que perdió el control de su invento. En sentido estricto, la IA no piensa como nosotros: procesa datos a enorme velocidad; entrega el resultado sin compartir el razonamiento, que escapa a su programación. Estamos, pues, ante una capacidad cognitiva diferente, que pronto nos convertirá en la segunda especie más inteligente del planeta, pues los procesos de la IA adquieren progresiva autonomía. Dicho todo esto, se trata de una herramienta formidable, que ha probado gran utilidad en la ciencia, la medicina, la construcción y muchos otros campos. El reto es lograr que siga siendo una herramienta y no responda a sus propios fines.

Dices que quien lee afirma que no es un robot, ¿qué complejidad integra la literatura para mantenernos humanos?

La literatura es el reino de la pluralidad. Cuando revisas libros en una biblioteca o una librería encuentras algo que no sabías que te podía gustar. Esta sorpresa es siempre un descubrimiento. En cambio, las ofertas que recibimos a través de la IA, generadas por algoritmos, se basan en una reiteración de nuestros gustos. La IA te ofrece lo ya sabido, la cultura te ofrece lo desconocido. Es la diferencia entre la tiranía de lo mismo y la opción de la libertad.

¿Cualquier lectura tiene el potencial de humanizarnos o podríamos pensar un modo de lectura robótica, tal vez el puro consumo de información sin interpretación? ¿Tanta información nos aporta más conocimiento?

El exceso de información produce un cortocircuito de datos. Esto lo vio muy bien Paul Virilio, el filósofo de la velocidad. La información es siempre unívoca, está constituida por datos incontrovertibles; en cambio, la cultura aporta algo más complejo. A diferencia de la información, la narración es interpretable, ambigua, se abre a distintos significados. Debemos pasar de una sociedad de la información a una sociedad de la narración, más basada en los intercambios y diálogos de la cultura que en el tráfico de datos.

¿Cómo se transforma nuestra capacidad de asombro y de pensamiento crítico en la cultura digital?

Estoy convencido de que la mayor prueba de vejez es la pérdida de la curiosidad. El asombro nos mantiene vivos. En este sentido, el entorno digital ayuda a estar en forma, pues no da tregua con sus transformaciones. Lo decisivo es no ser rehén de lo que ahí ocurre. En una parábola de Kafka, un esclavo se apodera del látigo que lo azotaba y comienza a azotarse a sí mismo, usa la libertad para ser su propio esclavo. Es lo que nos pasa con los teléfonos celulares. Percibimos como opciones lo que en realidad es una manipulación. Hay que usar sus muchos beneficios sin entregarse totalmente a ellos. No es fácil tener una disciplina personal al respecto y no hay métodos ni escuelas que nos ayuden, pero debemos tratar de conseguirlo. Ante algo que nos atrae, es más fácil ser adicto que moderado, “La dosis hace al veneno”, decía Paracelso. Esta consideración también estaba en el oráculo de Delfos, donde se aconsejaba ejercer los placeres con medida. En tiempos de la realidad virtual vale la pena recordar a los profetas y los alquimistas.

¿Cuáles son los anticuerpos que permiten resistir en la sociedad digital? ¿Cuál es tu esperanza en “el umbral de lo posthumano”? ¿Cómo imaginas lo que sigue para las generaciones jóvenes?

Ya hay instituciones que ayudan a convertirte en androide, como la Cyborg Foundation, de Barcelona, cuyo lema es Design Yourself, o Diséñate a ti mismo. Esto ha permitido a algunas personas ser calificadas como ciborgs en sus pasaportes. Quienes aún deseen permanecer dentro de la especie deberán implicarse en conductas sociales resistentes. La huelga de guionistas en Hollywood ofreció un buen ejemplo al respecto. Técnicamente, el 80% de ellos puede ser sustituido, pero el acuerdo impidió los despidos para preservar trabajos humanos. Lo mismo se debe decir de la conciencia respecto a la naturaleza. La tecnología digital es altamente contaminante y difícil de reciclar. Un planeta sano no puede tener el fondo del mar tapizado de tablets. La ecología es un buen camino para explicar el tema a los niños porque la mayoría de ellos empatizan con eso. Es sorprendente que en las escuelas no haya cursos en los que participen tanto los niños como los padres de familia para estudiar temas como la dependencia de las pantallas, el autismo tecnológico, la pornografía, la adicción de digital e, incluso, los desórdenes corporales como los problemas de la vista al tech-neck, provocado por la postura para ver el celular.

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