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El mundo de las redes y la omnipresencia tecnológica son, en gran medida, la marca de nuestros tiempos. Una combinación de ambas penetra y coopta los espacios de interacción y socialización, esos sitios donde los individuos se informan y forman, se entrecruzan y encuentran entre sí para constituirse como sujetos activos y partícipes de una comunidad. Allí donde antes se situaban los vínculos interpersonales, ahora las pantallas y dispositivos priman. Desde ahí se transmite -muy a medida de cada uno- lo que resulta deseable, preferible, digno de ser emulado, aceptable. Y es desde allí donde se pueden ver los modelos ideales de individuos que se representan como legítimos para los diversos sectores de la sociedad.
Estos modelos que se presentan en las pantallas promocionan estilos de vida felices, logros -en teoría- alcanzables, ropas e indumentarias y las formas de lucirlas, dietas restrictivas diversas para lograr cuerpos perfectos, rutinas de entrenamientos, formas de comportarse, discursos a respaldar y también repetir. Pero hay que ser discreto y precavido al poner un ojo en lo que circula por las redes porque, incluso nuestras miradas más desinteresadas e ingenuas a estas publicaciones, alimentan los algoritmos de búsquedas y entonces estos devuelven más y más de lo mismo, hecho al gusto y la medida de cada consumidor.
Y así, todos los navegantes de pantallas y usuarios de redes nos encontramos a diario bombardeados por ciber-gurúes y mentores digitales que intentan convencernos de adoptar sus fórmulas mágicas y tácticas de vida para ser felices, exitosos y afortunados en nuestro tránsito por el planeta tierra. Incluso nos quieren convencer de que no enfrentaremos adversidades, seremos prósperos, saludables y nunca nos retiraremos de la vida si seguimos sus consejos ¡Prueba de esto son ellos mismos que (aún) nunca se han muerto!
Estos coaches ontológicos digitales promocionan su excepcional estilo de vida prometiendo un fácil, seguro e inmediato acceso a un universo de lujos, bienestar, salud, felicidad y ganancias, donde sólo se requiere de tu convicción para seguir sus directivas. Si logras emularlos serás otra prueba viviente de su triunfal e infalible fórmula, si no sigues al pie de la letra sus directrices serás un ser débil que fracasa porque no tiene el carácter necesario. El éxito es de ellos- la culpa es tuya.
No es que estos seres que ahora llamamos influencers, sean un invento del siglo XXI. Herederos del boca en boca, desde hace mucho han irrumpido y se han hecho más y más fuertes en las sociedades de masas. Estos modelos ideales han viajado de las tapas y páginas de las revistas y magazines a las pantallas de la televisión, han saltado desde las imágenes en las publicidades más tradicionales a las algo más sutiles propagandas encubiertas en algunas producciones del mundo del cine o la TV. Se han exportado desde las emisoras de radio y los escenarios de los conciertos musicales a las presentaciones en teatros y conferencias en público. Sus imágenes de cuerpos hegemónicos empapelaron las ciudades o, incluso, decoraron los empaquetados de alimentos que se pretenden sanos. No es realmente tan novedoso que nos cuenten de sus vidas espléndidas, glamorosas y fascinantes. Pero lo que ahora es original, es que nos encaran solos: directamente a nosotros y en la intimidad. Servicio puerta a puerta exactamente diseñado para cada gusto.
Lo que pone la situación más preocupante, es que muchísimas veces quien recibe este mensaje, quien está frente a frente con este influencer -coach del éxito, de lo imprescindible, lo cool, lo espiritual, la trascendencia, la abundancia y el dinero- es un individuo al que la realidad del mundo se le presenta vez a vez más dura y excluyente. En una sociedad profundamente desigual, no es de extrañar que a muchos resulte poco convincente -incluso impracticable o insostenible- el imaginario de la Ilustración según el cual el estudio y la formación académica o tradicional, resultarán en una salida segura y en el tan deseado ascenso y la inclusión social.
No es realmente tan novedoso que nos cuenten de sus vidas espléndidas, glamorosas y fascinantes. Pero lo que ahora es original, es que nos encaran solos: directamente a nosotros y en la intimidad.
Tantas otras veces quien se encuentra del otro lado de una búsqueda en línea, de un Google Search, es alguien que se encuentra en una situación compleja: una persona aquejada por una coyuntura de la cual le cuesta salir, alguna pena repetitiva o un momento difícil de superar, la adversidad de una enfermedad, el quebranto de su propia salud o la de alguien cercano. Un individuo que, a fuerza de ver durante años en los afiches o escuchar en los medios a seres exitosos, de vidas esplendorosas y figuras esculturales, va aceptando -a la vez que va desconociendo u olvidando su origen étnico, su biología, el tamaño o la talla de sus ropas- que el culpable de su falta de oportunidades es ese cuerpo que, aunque se someta a miles de dietas y ejercicios, no logra cuadrar en el modelo hegemónico y triunfante de esta sociedad. Alguien que busca en el espejo una imagen que se le aparece, solamente, en las pantallas o en otros, pero nunca en su reflejo. Una asociación libre que colige que cuanto más igual seas, menos desigual será tu realidad.
En todos los casos ese alguien que inicia estas búsquedas en línea es un individuo que se encuentra vulnerable y altamente angustiado por hallar alguna solución a su problema, muchas veces, percibido como recurrente o existencial.
Entonces, mágicamente frente a sus ojos la búsqueda se posa en las verdades -improbables- que predican ciertos seres anónimos, gurúes y chamanes que empatizan con su pena y problemática. Y estos, pronto, les abren los ojos a soluciones milagrosas, rápidas y evidentes, amparadas en secretos ancestrales y a menudo no probados o contrapuestos a los conocimientos de las ciencias; aquella misma ciencia que -según afirman estos seres bondadosos que nos comparten sus saberes- nos oculta información simple y verdadera porque no le resultaría lucrativo que la gente sepa, por citar un par de ejemplos, que el económico bicarbonato de sodio cura todos los males o que una sencilla planta de aloe vera tiene en su naturaleza concentradas las virtudes y la sabiduría que toda la industria farmacéutica ha desarrollado a lo largo centurias; aquella misma ciencia que es socia de los poderes del mal y donde siempre conspiran los otros para mentirnos, vendernos y someternos.
Y estas evidentes soluciones que se nos ofrecen en nuestras búsquedas individuales y privadas, se ven inmediatamente reconfirmadas por más respuestas similares que la AI, la inteligencia artificial -aquella que vive, se alimenta y expande por el mundo de las redes- nos propone rápidas, gracias a sus algoritmos predictivos que, como dice Eric Sadin, saben mejor que nosotros lo que queremos buscar y encontrar. Aquel dispositivo que tenemos entre manos nos hace sentir poderosos, nos da la ilusión de la autosuficiencia, desdibuja de nuestro horizonte al otro y nos abre los ojos a saberes mientras nos presenta las respuestas necesitadas. Ya la soledad física no es significativa porque el universo de las redes nos aparea con seres que piensan igual que nosotros, que viven las mismas dificultades que nos aquejan, pero que en esta cofradía digital han hallado la respuesta, solución y contención que les faltaba. Y nos la comparten. Nuestros nuevos pares nos demuestran que no necesitamos nada de lo que nos contradice, ya podemos sumergirnos en un espejismo sin disidencia que confirma nuestro universo de creencias.
Por supuesto que la información accesible en línea está también repleta de voces autorizadas y bien preparadas, altamente formadas para emitir opiniones, regalar consejos o sugerencias y compartir al mundo sus profundas sabidurías. El acceso democrático y universal al conocimiento es uno de los maravillosos obsequios de nuestros tiempos y equipara a todos frente a las pantallas. Indudable. Pero también es imprescindible recordar que no todos nos paramos igual en la búsqueda de la información: estamos aquellos que no tenemos las herramientas intelectuales necesarias para distinguir las credenciales de aquél que nos ofrece información para solucionar nuestra coyuntura; estamos aquellos que ya hemos fracasado muchas veces buscando la salida en caminos laberínticos que siempre terminan cerrándose al final; estamos aquellos que estamos muy desesperados por encontrar una solución definitiva y diferente; estamos aquellos que nos encontramos muy lastimados o vulnerables y esa desprotección nos empuja a aceptar cualquier abrazo, incluso el de procedencia más dudosa.
Entonces lo alarmante de nuestros tiempos radica en la forma en que nos encontramos sólos en esta sociedad cada vez más desmembrada. El lazo de un grupo social se sostiene en la existencia de espacios y sentidos compartidos, en el reconocimiento de referentes comunes y convenciones aceptadas que se transmiten de generación a generación e hilan así el imaginario y el sentimiento de pertenencia a la comunidad. Un pasado histórico del cual nos sabemos herederos y sobre el que se enraízan las creencias, los saberes, el conocimiento y las autoridades. Pactos de convivencia donde el respeto al otro, al diferente, el límite de las libertades propias frente al reconocimiento de las alteridades, la empatía, cimentan la comunidad. Cuando estas convenciones se quiebran, el entendimiento se dificulta, la comprensión se hace difícil y crecen las lógicas de desconfianza generalizadas. Se ponen en duda las autoridades, pierden su legitimidad los saberes, proliferan las tesis anti-ilustradas convencidas siempre de que los otros mienten. Así vivimos en una sociedad cada vez más fragmentada. Cada cual, en su mundo, el de las redes. El fin del lazo social suplantado por el entretejido de la red. El reino del individualismo ignorante que respira hondo sus problemas para enfrentarlos y los esquiva, exhalando sonriente.
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