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«Bienvenida al mundo de las mujeres invisibles», le dice una amiga a otra en Invisibles (2020), película de la directora española Gracia Quejereta; la actríz Maggie Gyllenhaal cuenta cómo a los 37 años la consideraron muy vieja para representar el objeto de interés de un actor de 55, y en La boda de Rosa (2020), de Iciar Bollain, la protagonista planea una boda con ella misma para poder tomar las riendas de su propia vida. Estos son algunos de los ejemplos que resuenan en la nueva película de Coralie Fargeat, The Substance.
La historia de una actríz “envejecida” a los 50 no es nueva, y refleja la incómoda verdad de que en el mundo del entretenimiento la juventud es una condición indispensable para que la mujer pueda ser vista y escuchada.
La trama de The Substance sigue a Elizabeth Sparkle (Demi Moore), una estrella convertida en famosa instructora de aeróbicos, quien enfrenta la angustia del declive de su carrera cuando llega a los 50. Su contrato es cancelado por Harvey (Dennis Quaid), un productor déspota que la quiere reemplazar por una versión más joven y atractiva.
Desesperada por aferrarse a su relevancia, Elizabeth recurre a The Substance, una fórmula milagrosa que le permite proyectar una versión rejuvenecida de sí misma, llamada Sue, que es interpretada por Margaret Qualley. Sin embargo, las estrictas reglas del uso de dicha sustancia —activarla sólo una vez cada siete días— desatan una serie de consecuencias indeseadas, en las que ambas versiones del personaje compiten por el control de su cuerpo y, simbólicamente, por su identidad.
La relación entre Elizabeth y Sue es uno de los puntos más poderosos de la película, ya que encarna la lucha interna que muchas mujeres enfrentan en las sociedades obsesionadas con la juventud. Elizabeth, al ver en Sue lo que ella misma fue, experimenta una fragmentación de su identidad. Esta dualidad no sólo simboliza el deseo de revertir el tiempo, sino también la violencia con la que la sociedad insiste en que las mujeres se adhieran a cánones estéticos imposibles de alcanzar a medida que envejecen.
Aunque este concepto es provocador, el guion de Fargeat no profundiza del todo en los efectos psicológicos y emocionales que estos estándares generan. La película se enreda en su propia narrativa utilizando el prisma del body horror, un enfoque que, aunque impactante, se siente insuficiente, dejando en segundo plano la oportunidad de explorar con más detalle la complejidad de la autoimagen femenina en un mundo que valora la juventud por encima de todo.
Las mujeres son valoradas, evaluadas y juzgadas en función de su apariencia, en contraposición a su inteligencia y habilidades.
La película oscila entre el terror y la sátira y resulta poderosa visualmente mientras la narrativa tiende a quedar en segundo plano, sin adentrar en las imposiciones que se empiezan a exponer en la primera parte. Uno de los momentos más potentes de la película ocurre cuando Elizabeth se enfrenta a su propio reflejo. Es en esta escena donde se palpa la violencia autoimpuesta, esa presión interna que las mujeres ejercen sobre sí mismas para cumplir con las expectativas de belleza. La película sugiere que, al igual que con las dietas extremas y los procedimientos estéticos invasivos, esta violencia ha sido normalizada hasta el punto de convertirse en parte del proceso de envejecer.
Esta temática ha sido tratada con profundidad por escritoras como Simone de Beauvoir, quien en su tratado The Coming of Age (1970) examina cómo la sociedad patriarcal valora a las mujeres por su juventud y belleza, haciendo que éstas enfrenten una doble marginación, como viejas y como mujeres.
Susan Sontag quien en su artículo La belleza de la mujer: ¿una humillación o una fuente de poder?, publicado en 1975, examina las implicaciones del término “belleza” para el género femenino, y sostiene que las mujeres son valoradas, evaluadas y juzgadas en función de su apariencia, en contraposición a su inteligencia y habilidades. Menciona además cómo ciertas convenciones sociales constituyen un instrumento de opresión para la mujer al considerar que el envejecimiento es una virtud para el hombre y resulta tan destructivo para la mujer.
Naomi Wolf en The Beauty Myth (1990), se refiere también al aspecto opresivo que ejerce el obsesivo énfasis en la apariencia física de la mujer, hecho que las mantiene fuera de las esferas de poder, en especial cuando envejecen.
En entrevistas recientes, Coralie Fargeat ha descrito The Substance como un manifiesto feminista, poniendo en tela de juicio los estándares de belleza que rigen nuestras vidas. Aunque la intención es clara, la ejecución a veces parece perderse en los excesos del género, quedándose corta en ofrecer un análisis más profundo.
Demi Moore, con una interpretación llena de matices, y la mejor de su carrera, captura esta lucha con una crudeza emocional que resuena más allá del horror. Ella misma menciona cómo el guion la sacó de su zona de confort, empujándola a reflexionar sobre su lugar en la industria y sobre las imposiciones físicas y psicológicas que se ejercen sobre las actrices, a pesar de los avances logrados desde el movimiento MeToo.
Fargeat ya había tocado temas similares en su cortometraje Reality+ (2013), donde introducía una tecnología futurista que permitía a los personajes controlar su apariencia física. En 2018 exploró el género del terror con Revenge, un thriller feminista de venganza contra el abuso sexual. En The Substance, retoma esta exploración, pero lo hace desde un ángulo más visceral, jugando con los límites de lo que significa poseer un cuerpo femenino en una cultura que lo ve como un objeto desechable.
A pesar de sus fallas, The Substance tiene el mérito de generar conversación sobre temas que siguen siendo relevantes. Su estreno en el Festival de Cannes no dejó a nadie indiferente, y aunque las opiniones fueron divididas, es indudable que Fargeat ha logrado plantear una crítica válida a la obsesión por la juventud y la belleza.
La película invita al espectador a reflexionar sobre las normas impuestas por la sociedad y las industrias creativas, aunque la violencia gráfica y el uso del horror corporal puedan alejar a algunos. Es, en última instancia, una obra que desafía la manera en que percibimos el paso del tiempo y el lugar de la mujer en el imaginario colectivo.
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