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Los festivales de cine gozan de cierta magia, provocan una mayor sensibilidad en el espectador, las expectativas y las incógnitas son mayores y el séptimo arte se aprecia de una manera diferente. La posibilidad de interrogar a los actores y directores después de cada presentación, permite indagar y descubrir aspectos desconocidos en el proceso de producción, ampliando nuestro criterio de análisis.
El tema central de argumento y polémica en la vida de esta pensadora, cuya mayor ventura y el motivo de provocar desventura, sería precisamente “pensar”. Pensar, como lo aprendió de su maestro Heidegger.
Por segundo año consecutivo tengo el placer de poder asistir al renombrado TIFF (Toronto International Film Festival), donde en pocos días me someto a la ansiosa labor de concentrar el mayor número de películas posibles, seleccionando no solo las que tienen un tema interesante o un director conocido, sino las que pienso va a ser mas difícil encontrar ulteriormente en un teatro regular. Es así como logré acceso a la última producción de Margareth Von Trotta.
El cine de Margareth Von Trotta, quien estuvo hace unos años en el Miami Film Festival como invitada especial con Visión, la historia de la monja alemana Hildegard Von Bingen, llega esta vez con una tarea bastante más difícil y controversial como lo es la historia de la filósofa y escritora Hannah Arent. Vale resaltar que ambos personajes han sido representados por la misma actriz, la inigualable Barbara Sukowa, quien ha actuado también con directores como Fassbinder, Lars von Triers y John Turturro entre otros.
Con una introducción muy oscura y dramática del secuestro de un personaje, que imaginamos puede ser Adolf Eichmann, se nos ubica desde el comienzo de la cinta en lo que sería el tema central de argumento y polémica en la vida de esta pensadora, cuya mayor ventura y el motivo de provocar desventura, sería precisamente “pensar”. Pensar, como lo aprendió de su maestro Heidegger, con quien aun siendo una jóven universitaria, entabla una controversial relación intelectual y amorosa, una especie de presagio de lo que seguiría sucediendo por el resto de su vida.
Hannah Arent logra escapar del nazismo en Alemania y busca refugio en Francia, mientras ve como el mismo Heidegger se afilia al partido nazi y acepta el cargo de rector de la Universidad de Friburgo, hecho que siente como una traición tan profunda que posteriormente niega reconocerse a si misma como filósofa. Se considera una pensadora y una teórica en el campo político. Posterior a su exilio de varios años en Francia, sale a Estados Unidos y obtiene la nacionalidad americana.
Una vez establecida en New York y estando trabajando como prestigiosa profesora universitaria, es asignada por el New Yorker, bajo petición propia, para cubrir el juicio de Eichman que se lleva a cabo en Jerusalén. El tema, que le resulta supremamente sensible, no solo exacerbaba heridas que nunca cierran, como sucede con todo quien ha experimentado el mayor crimen acaecido contra la humanidad, sino que la lleva a analizar su propio pasado y el del personaje en cuestión, con ojos diferentes.
Lo que debía ser un simple reportaje periodístico sobre el Juicio de Adolf Eichmann, se convierte en un análisis filosófico exhaustivo de los orígenes del mal, y un estudio de lo que denominaría posteriormente “la banalidad del mal”.
Escenas de su relación pasada con Heidegger se superponen inteligentemente con el cubrimiento del caso Eichmann, no solo para mostrar anécdotas de su propia historia sino para reforzar el desarrollo de su tesis sobre el pensamiento critico, el cual encuentra que no es condición sine qua non en los intelectuales y profesores universitarios, sino que se puede dar en cualquier ser humano independientemente de su condición social o económica. De igual manera las garras del totalitarismo pueden provocar reacciones diferentes en las personas no importa su nivel de educación, y la obediencia al sistema en un momento decisivo no esta supeditada necesariamente al nivel intelectual, sino mas bien a la capacidad de enfrentarse con la propia conciencia.
Solo así se puede explicar, según Arent, la justificación del sistema nazi por parte de Heidegger y tantos otros intelectuales, y solo así se puede explicar el que un personaje tan insignificante y mediocre como Eichmann haya sido capaz de cometer tal grado de criminalidad y exterminio bajo la excusa de cumplimiento de ordenes superiores y de lo que era en ese momento la ley.
Es así como lo que debía ser un simple reportaje periodístico sobre el Juicio de Adolf Eichmann, se convierte en un análisis filosófico exhaustivo de los orígenes del mal, y un estudio de lo que denominaría posteriormente “la banalidad del mal”. El reportaje se vuelve un tratado completo dividido en cinco partes, que el New Yorker decide publicar en su totalidad. Posteriormente sus análisis continúan y publica un libro que, por lo sensible y controversial del tema, solo muchos años después se le da el reconocimiento que merece.
Hannah Arent se ve expuesta en corto tiempo a la gloria y la desgracia de su propia visión. Al fin y al cabo se encuentra juzgando y analizando personajes que comparten su mismo pasado, su misma lengua, su misma educación. De ahí se entiende su desapego a los nacionalismos y a los grupos políticos. De ahí su permanente cuestionamiento sobre la libertad.
El momento cumbre de la película lo constituye por eso el discurso iluminador que pronuncia en defensa propia ante estudiantes y miembros de la misma facultad que un día la acogió con brazos abiertos, y que en este momento cuestiona su vinculación.
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