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A propósito del libro «Palabras que permanecen, palabras por venir: micropolítica y poética en psicoterapia», que la Editorial Gedisa lanzara en Barcelona en Febrero 2011, conversamos con el Dr. Marcelo Pakman.
En su larga trayectoria como psiquiatra y psicoterapeuta alcanzó una vasta experiencia clínica que supo articular muy bien con su interés por la filosofía y epistemología. En sus observaciones se muestra atento a percibir cómo lo social se encarna en lo psíquico congelando la singularidad de cada ser humano y, a la vez condiciona a seguir guiones estereotipados, incluidos los modelos terapéuticos.
El Dr. Pakman nos habló acerca de la concepción crítica y poética que propone como alternativa a los enfoques puramente técnico-racionales que hoy dominan el campo de la salud mental y remarcó la importancia del evento poético que la terapia puede incluir, para alentar una sensibilidad cotidiana que permita trascender las identidades domesticadas.
Marcelo Pakman nació en Buenos Aires, donde se gradúo en medicina. Desde 1989 vive y ejerce en Massachusetts. Fue Vicepresidente de la American Family Therapy Academy , Vicepresidente de la American Society for Cybernetics y Profesor Adjunto del Departamento de Ciencias Sociales Aplicadas del Instituto Politécnico de Hong-Kong (2004-2009).
Los discursos académicos actuales suelen estar regidos por un principio de simplicidad que piensa por separados el cuerpo, la mente, lo social, la historia. En este reduccionismo la enfermedad mental es, por ejemplo, un trastorno del cerebro. ¿Cómo determina esta tendencia la práctica de la psicoterapia de hoy?
…para obtener un lugar de validación social y de viabilidad económica, un viejo problema de la psicoterapia, esta se cobija en la medicina, le es necesario vestirse de ropajes biológicos.
Ese principio de simplicidad al que aludes es constitutivo de la tradición disciplinar académica y da lugar a una visión desencarnada, abstracta, de lo mental como una entidad claramente distinguible de lo social, lo lingüístico, lo antropológico, lo comunicacional, lo histórico, etc., ya que, para validarse, cada disciplina requiere su propio objeto de estudio y su propia metodología. Todos estamos ubicados, insensiblemente, en un campo de fuerzas en el cual la psicoterapia, como parte de la tradición disciplinar psicológica ha de pensarse de un
modo abstracto y disociado. Cuando, para obtener un lugar de validación social y de viabilidad económica, un viejo problema de la psicoterapia, esta se cobija en la medicina, le es necesario vestirse de ropajes biológicos. Así, se reemplaza una visión simplista por otra. No se trata de afirmar a la psicoterapia como independiente de la biología, sino de ver como toda herencia disciplinar en conjunción con la economía de la salud, dentro de la cual se ubica nuestra practica, nos determina en todo lo que hacemos mucho más allá de lo que digan nuestros modelos teóricos. Así se constituye una trama de poder micropolítico a la que mantenemos. El homo therapeuticus es un producto y, al mismo tiempo, un motor de esa trama.
Los argumentos pragmáticos que hacen reinar al cerebro en detrimento de cualquier otra causa que diga sobre lo que le pasa al ser humano, se presentan, aparentemente, muy consistentes. Las verdades del campo de la salud mental quedan sustentadas por prácticas basadas en evidencias que no hacen lugar a ninguna incertidumbre…
Esa aparente clausura de la dimensión micropolítica dominante es parte fundamental del conocimiento hecho poder y del poder del conocimiento que tematizara Foucault, pero él también señaló que siempre hay lugar en el seno de ese sistema de conocimiento/poder para puntos de resistencia. De allí la importancia de encontrar una posición critica efectiva que, trabajando puntos indeterminados por ese dispositivo micropolítico del que somos parte, encuentre modos de
distanciamiento que hagan de la terapia algo más que un instrumento técnico de consolidación de guiones de vida uniformados, normalizados y repetitivos.
Los conocimientos sobre salud mental se han simplificado y difundido tanto que
hoy los pacientes ya consultan con su diagnostico hecho. ¿Cómo podemos leer este
fenómeno?
Ese fenómeno ejemplifica como la hegemonía micropolítica de la que la estructura diagnostica es parte constitutiva, no es impuesta, sino que la mantenemos en libertad. Esta cooptación de la libertad para transformarnos en agentes políticos activos que mantenemos las estructuras que nos determinan y trivializan, es constitutiva del fenómeno hegemónico que describiera Gramsci, un autor poco estudiado en el campo de la terapia, ya que en el saber disciplinar cae dentro de una política considerada ajena a nuestra disciplina de lo psíquico. El problema no es que el ejercicio del diagnostico deba estar limitado al experto, sino que la estructura diagnostica es parte del saber/poder micropolítico que engloba tanto a profesionales como pacientes/clientes. Hay una diferencia de saber explícito, ya que el profesional fue entrenado en hacer diagnósticos, pero la dimensión micropolítica de su saber lo determina tanto como a aquellos a quienes diagnostica.
El dispositivo diagnostico construye tanto a los profesionales como a sus clientes, ambos hechos objetos micropolíticos, aquellos que deben actuar en el teatro de la salud mental.
¿Cómo es que la política de salud mental que nace en USA, llega a ser adoptada
mundialmente?
… la innovación permanente va en paralelo a un alto grado de homogeneización de las estructuras institucionales.
Del mismo modo que esos vídeos cuya rápida difusión los jóvenes sujetos de la era digital han bautizado como «hacerse viral» («to go viral»), las estructuras empresariales en general, y las de las instituciones de salud mental en particular, se clonan como un nuevo saber apropiado a la era del capitalismo posindustrial, de los mercados transnacionales, en la cual la innovación permanente va en paralelo a un alto grado de homogeneización de las estructuras institucionales. Hay aquí una transición desde la macropolítica con su legislación de cuestiones relacionadas con la salud, sus políticas de estado, la economía de la salud, etc., hacia lo micropolítico de lo que hablábamos anteriormente con sus cuerpos de conocimientos entrelazados con relaciones de poder, formas de sujeción de nuestra subjetividad.
En ese sentido, los cambios implementados por las políticas del managed care son restrictivas, exigen un modo de respuesta uniforme para todos los profesionales de salud mental. ¿Cómo afecta esto a los variados enfoques terapéuticos? ¿Y cómo ha respondido, por ejemplo, el campo de la terapia sistémica y de la psicodinámica?
Los procedimientos han reemplazado progresivamente a la teorías y los modelos, ya que la uniformación de procedimientos no es un mero trámite sin consecuencias en la clínica. La necesidad de utilizar los manuales de diagnóstico aprobados por quienes pagan los servicios, los formularios que los acompañan, contrabandean formas de comprender los problemas humanos en términos de enfermedad mental modelada sobre la medicina. Esto legitima la práctica y, al mismo tiempo, la hace transcurrir por carriles prefijados que incluyen una cierta incorporación y degradación de la psicoterapia como una especie de practica auxiliar. La práctica privada, en la que muchos terapeutas decidieron refugiarse para proteger su libertad de pensamiento, no deja de ser una institución, las paredes de la consulta no son impermeables a la micropolítica de la llamada «salud mental», últimamente promovida a una «salud comportamental». Los procedimientos de las compañías de seguros médicos que pagan por los servicios privados o públicos se acompañan de modos considerados efectivos de hacer terapia, de acuerdo a un principio universal indiscutido que entronizó a lo que está supuestamente «basado en la evidencia». Esa evidencia surge de seguir principios de investigación que no necesariamente tienen sentido para toda forma de psicoterapia, a lo que se suman los cuestionarios de satisfacción hechos acorde a otro principio indiscutido, el de que el cliente siempre tiene razón. No hay formas de psicoterapia a las que no haya alcanzado esta hegemonía micropolítica, que detrás de la variedad de enfoques terapéuticos uniformizó en gran medida el ámbito de lo que se hace e insensiblemente se concibe como la realidad efectiva.
¿Cómo entiende que ese pluralismo o eclecticismo en las orientaciones psicoterapéuticas, como usted menciona, estaría llegando a su fin?
Los procedimientos han reemplazado progresivamente a la teorías y los modelos, ya que la uniformación de procedimientos no es un mero trámite sin consecuencias en la clínica.
Desde la derechización progresiva que siguió a la caída del muro de Berlín hace veinte años, se hizo posible un triunfo de lo que se entendió como un pluralismo democrático. En su nombre, junto a la difusión del respeto por el «otro», de carácter más bien políticamente correcto, se dio una derechización efectiva que se hizo notar, por ejemplo, en la posibilidad de expresar abiertamente posiciones sumamente reaccionarias con el nimio disfraz de encuadrarlas como defensa de los derechos individuales, de la libertad de elección, de la «responsabilidad» desligada de todo compromiso social de protección a los menos favorecidos. Una posición superficialmente progresiva encubrió a una hegemonía profunda de raíz reaccionaria. De un modo semejante, la información del pensamiento en psicoterapia, disimulada por una libertad superficial de adopción de un pluralismo, dio lugar a una promoción del eclecticismo terapéutico, un paso intermedio hacia la promoción más abierta de terapias «efectivas» y de la desvalorización o el desaliento por adoptar otras formas del pensamiento, mentadas como ingenuamente idealistas. Las consignas clave de la micropolítica son: hay que hacer lo que funciona, un realismo que nos vuelve funcionarios de una psicoterapia tecnocrática.
¿Qué lugar queda en ese proceso para la singularidad en la experiencia de la psicoterapia?
El ocaso de la singularidad ante el embate de una abstracción radical que, con el argumento de lo científico, premia la uniformidad de lo trivial, es una de las consecuencias más serias…
El ocaso de la singularidad ante el embate de una abstracción radical que, con el argumento de lo científico, premia la uniformidad de lo trivial, es una de las consecuencias más serias de la micropolítica hegemónica que describo. De allí el acento que pongo en la necesidad de tomar una distancia crítica con esos guiones de vida que una terapia domesticada suele afianzar. No hay micropolítica, por hegemónica que sea, que determine totalmente el escenario de la terapia. Educando la sensibilidad para no ser ciegos a esos elementos indeterminados hay un camino de regreso a la singularidad de la experiencia. Por allí se da la posibilidad de vivir
eventos poéticos donde lo único e irremplazable de la experiencia se vuelve, mas allá de los modelos terapéuticos, una «linea de fuga», para usar la expresión de Deleuze y Guattari, de la reiteración de lo mismo, la posibilidad Sartreana de ser de otro modo.
¿Por qué afirmar que la condición única de cada ser humano, se vuelve una cuestión de la clínica psicoterapéutica y no un asunto filosófico abstracto?
La filosofía, como el arte, como así también la política, no son ajenas a la psicoterapia. Solo la extensión de la concepción de la psicoterapia como una tecnología de lo psíquico nos ha llevado a pensarlas como impertinentes, como si la aventura humana solo se pudiera pensar en términos de resolución de problemas, de aplicación de modelos, de educación, de interpretación. Pero no basta afirmar en abstracto un retorno a la singularidad, la ocasión singular de esa singularidad abstracta es lo que debemos recuperar, educando la sensibilidad poética. Esta no se trata de hacer poesía en la terapia sino de encontrar lo que escapa al patrón, incluido el patrón de nuestros propios modelos. Esto no es un hecho extraordinario sino una posibilidad absolutamente ordinaria. Pero nos hemos entrenado en ser ciegos a la misma o en desestimarla, por sometimiento, en libertad vigilada por nosotros mismos y el mundo de procedimientos en el cual nos desempeñamos, en nombre de la
cientificidad de nuestra disciplina y de una razón radical anclada a abstracciones.
¿Alcanza con que la psicoterapia sea una práctica micropolítica de crítica social para llegar al núcleo más singular e irremplazable de cada ser humano?
La posición crítica es un distanciamiento con los guiones prefijados que abre el espacio para la expresión de la vida en su singularidad. Es lo que da lugar a que esa singularidad se exprese en eventos únicos e irremplazables, a los que llamo poéticos.
La filosofía, como el arte, como así también la política, no son ajenas a la psicoterapia. Solo la extensión de la concepción de la psicoterapia como una tecnología de lo psíquico nos ha llevado a pensarlas como impertinentes, como si la aventura humana solo se pudiera pensar en términos de resolución de problemas
¿Cómo surge la dimensión poética en la terapia?
Como la hegemonía micropolítica nunca es absoluta, hay siempre puntos de indeterminación que escapan a su tiranía. Una palabra, un gesto, el vislumbrar de un sentimiento, una imagen furtiva, los jirones de un recuerdo, la vacilación de una voz, una pausa desmedida, se vuelven lugares donde un evento poético puede emerger, cuando somos sensibles a su presencia marginal. Su cualidad poética está en que viene a la presencia una posibilidad para todos aquellos que participamos de esa configuración única, de ser otros, más allá de nuestras identidades más consensuales forjadas por las fuerzas micropolíticas que nos vuelven objetos. De aquí que sea fundamental educar al psicoterapeuta tempranamente en su sensibilidad poética para no ser ciego a esos elementos indeterminados donde se abre inesperadamente un camino hacia lo singular. Mi libro se alinea con todas aquellas fuerzas contra-hegemónicas que buscan superar esa ceguera, lo que Heinz con Foerster llamaba una ceguera de segundo orden, por la cual no solono vemos, sino que no vemos lo que no vemos. Pero hay un límite en cuanto a hasta donde se puede hablar de lo singular en abstracto sin caer en una nueva abstracción.
Más allá de ciertos atributos generales de los eventos singulares es importante que solo se puede expresar la singularidad poética de los mismos hablando de la ocasión singular de su ocurrencia. Solo así aparece su sensualidad, su color como lo llamaría Lyotard, aquello que lo hace único. Lo cual no quiere decir que sea algo inefable.
Atribuirle esa cualidad ha sido una de las estrategias de pensamiento que lo condenan a la inexistencia.
En su trabajo parece estar muy atento a orientarse con el sentido y a los efectos de exceso de significación. ¿Cuál es su posición respecto a lo que escapa al universo del significado? ¿Cómo incide ello en la clínica?
En tanto terapeuta, solemos ser socializados como si el lenguaje se limitara al mundo de los significados, de lo ya dicho. Así podemos pasar por alto aspectos del habla que se encuentran el límite del significado. Para Jean-Luc Nancy el mundo es sentido antes de ser significado, y ese dominio del sentido se encuentra en la raíz del habla. Hay un aspecto del habla que, más allá del logos, acompaña a eventos que tienen sentido aunque su significado se nos escape. Nos envuelve como un regazo en la base de la comunicación antes de que nos comuniquemos acerca de esto u aquello. Es el habla como un hábitat del que habla Giorgio Agamben. Esa dimensión esta siempre como una potencialidad y se hace presente en los eventos poéticos.
Es muy interesante el concepto de espacio virtual que Ud. expone en el libro, ¿podría retomarlo?
Es justamente esa dimensión del habla la que le presta, a fuerza de palabras que permanecen como testimonio del evento poético y, como un espacio virtual, permiten retornar a ellas y reactivar el sentido singular del momento en que surgen. El sentido vislumbrado en esos momentos y las palabras que quedan de su ocurrencia, tienen siempre una cierta ambigüedad, piden ser visitadas nuevamente, prometen algo más por venir que pide ser dicho, es la entrada a un mundo que se hace presente. Las palabras son el soporte de ese sentido anunciado que permanece algo velado, la poiesis del evento es esa presencia singular. En terapia los que, para tomar otro concepto de Nancy, comparecemos en torno a ese evento, volvemos al mismo, no lo agotamos en interpretaciones de este o aquel significado.
¿Qué valor le otorga a lo sensual y lo estético como camino de expresión de la singularidad?
Esa dimensión artística de la terapia no reniega de la ciencia sino que la pone al servicio de la singularidad de la experiencia. Esa sensualidad singular abre un camino de superación de ese sujeto teórico anónimo que parece presidir la experiencia y ser el núcleo abstracto de nuestra experiencia.
La atención a los aspectos indeterminados de las estructuras micropolíticas, al lenguaje como un regazo, a los eventos de sentido más allá del significado, es parte de un retorno a la superficie sensal de las cosas, a la estética de la vida cotidiana, frente a la abstracción radical de la interpretación, la clausura de narrativas que enarbolen un otro self. Es esa sensualidad material la que le da su cualidad singular a lo poético. Esa dimensión artística de la terapia no reniega de la ciencia sino que la pone al servicio de la singularidad de la experiencia. Esa sensualidad singular abre un camino de superación de ese sujeto teórico anónimo que parece presidir la experiencia y ser el núcleo abstracto de nuestra experiencia.
¿Cuál fue el trayecto recorrido en su práctica clínica y en su formación que le permitió orientarse de esta manera?
Hasta donde yo puedo reconocerlo, tuve un interés desde el inicio de mi vida profesional en dos cosas: por una parte, en la alienación de los aspectos singulares de la experiencia ante una práctica interpretativa donde importaba más aquello que uno iba a descubrir, que la cualidad única de lo que confrontábamos, como si supiéramos antes de oír a nuestros pacientes qué era lo que teníamos que descubrir.
Y por otra parte, en cómo se encarnaba la dimensión política, omnipresente de un modo explícito para la gente de mi generación en Latinoamérica, en el seno de la terapia y no solo como un contexto de nuestra profesión.
¿Cómo incidió en su formación tener una práctica clínica en diferentes países?
Creo que como una oportunidad de prestar atención a esas fuerzas micropolíticas que dan forma a nuestra vidas, incluidas nuestras profesiones.
Dice que «lo poético promete palabras por venir…» ¿Qué anticipa acerca del futuro de las psicoterapias?
Al conceptualizar la importancia de lo poético singular en la practica psicoterapéutica, estamos también legitimando esa dimensión en la psicoterapia en su conjunto. Más que anticipar lo que sucederá como si fuera ajeno a lo que hacemos con la psicoterapia quienes la practicamos, tenemos que participar en el destino de la misma. Ese destino está indefinido. A pesar de las poderosas fuerzas micropolíticas que parecen haber instalado formas tecnológicas de la terapia, la dimensión artística de la misma, no como un aspecto inefable, sino como una experiencia vivida, está allí siempre y cuando la encarnemos en nuestra práctica. Así podemos recuperar un
protagonismo en la dirección que la terapia tomará sin ser meros vehículos de una micropolítica que todo lo transforma en objetos.
El libro acaba de ser lanzado en español. ¿Habrá una versión en inglés?
Veremos…
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