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Edición
30

“Ingenuidad y humor para trabajar en un mundo que, si uno se lo toma en serio, se vuelve loco”. Entrevista a Luis Felipe Lomelí

Jalisco
Un escritor singular que enlaza la ciencia con la ficción, para observar el mundo en clave de humor.
Luis Felipe Lomelí | Foto Ariadna Tenorio.

Okigbo Vs. Las trasnacionales y otras historias de protesta, es el último libro de Luis Felipe Lomelí. Una obra distinta, producto de un observador lúcido, ocurrente narrador de historias y preocupado por la realidad en la que vivimos.

Este intelectual mexicano, nacido en 1975, es también el autor del reconocido microrrelato El Emigrante, que consta de cuatro palabras y fue considerado, por un tiempo, el relato más breve escrito en español. También obtuvo varias nominaciones y fue premiado por sus cuentos y novelas, al mismo tiempo que se destaca con sus ensayos y en el ámbito de la divulgación científica. Actualmente se desempeña como catedrático de la Universidad Iberoamericana de Puebla y el ITESM de México.

El nuevo libro de Lomelí, es una ficción dinámica que narra la vida de un querible profesor, el Dr. Okigbo Richardson ‘Ndajeé, cuya misteriosa desaparición orienta la trama de la novela hacia el pasado del catedrático.

El mundo de la academia no es desconocido para este escritor. Su formación en las ciencias exactas y naturales, física y ecología, se sumó a un vasto recorrido por la filosofía y otras disciplinas de estudios culturales. Pero ese universo de saberes va de la mano de la imaginación y la crítica que, con un rasgo de genialidad, Lomelí elige volcar en una literatura que es amena y reflexiva al mismo tiempo. Okigbo… es un ocurrente relato dónde nos ofrece su visión del mundo, por la vía de la sátira y la ironía. Cada uno de los capítulos, con sus permanentes citas a pie de página y referencias, van sorprendiendo con guiños sutiles, y sacando una sonrisa al lector.

Entrevistar a Luis Felipe Lomelí  explorando los hilos de su narrativa, nos hizo sentir la presencia de un observador atento, con un gran sentido del humor, que conociendo muy bien los bastidores que sostienen la escena del mundo, no se decepciona frente al porvenir.

¿Qué te decidió a escribir este libro que pone de relieve la ciencia, la tecnología y los efectos del capitalismo, en clave de humor e ironía?

Empecé la maestría en ecología en 1999 y, poco después de terminarla, comencé un doctorado en estudios culturales de la ciencia, porque lo que yo quería abordar del quehacer ambiental no podía hacerlo desde una academia de ciencias naturales: las ideologías que subyacen y dan forma a las normativas ambientales. Ahí conocí a un tipo genial, Javier Ordóñez.

me gusta creer que pensar la esperanza nos vuelve, poco a poco, artesanos de la utopía.

Mejor dicho, conocí a Javier en una cantina de Cuernavaca, hablamos de cactáceas y de estrellas, de Lavoisier y Lowry, y luego resultó que era el director de dicho programa doctoral en Madrid. Por él empecé a hacer la relación entre las mal-llamadas ciencias duras y las ciencias blandas, los puentes entre Carnot y Bachelard hablando del fuego o entre Tomás de Aquino y Darwin vía Étienne Gilson. Pero, sobre todo, a ver con otra valía los múltiples episodios de humor e ironía en la historia de la ciencia.

Cuéntanos un poco cómo nace la ficción de Okigbo.

Tendría dos momentos entre 2005 y 2006. El primero, un congreso de ecocrítica en la Universidad de Iowa, donde me encontré con Michael P. Branch y Ursula Heise. Y el segundo cuando me invitaron a dar una conferencia en el Festival de Cine Ambiental de Medellín y, ante lo desesperanzador o “psicológicamente insoportable” -dijera Joaquín Fernández- que resulta un bombardeo constante de datos duros e imágenes sobre el desastre ecológico de nuestro planeta, decidí incluir algo de ficción en la charla. Era un experimento. Avisar que era ficción y luego proponer algo imposible pero que brindara esperanza (a partir de un ensayo de Branch, mezclándolo con un poco Heise y añadiendo un cacho de mi cosecha). El resultado fue una versión preliminar del último capítulo del libro y una reacción maravillosa del público.
Obviamente la epifanía no vino de inmediato; soy físico, así que repetí el experimento en varios países y con diferentes públicos hasta que fui entendiendo qué era lo que sucedía. Tal vez estoy errado, pero me gusta creer que pensar la esperanza nos vuelve, poco a poco, artesanos de la utopía.

¿Desde cuándo te acompañan estos personajes, jugaste un tiempo con ellos antes de cristalizar esta obra?

Varios añitos. Empecé escribiendo textos y personajes bastante ácidos. Pero, luego de repetir el experimento de la conferencia, me di cuenta de que el sarcasmo era sólo una base que habría de reformularse para lograr la catarsis a través de la fantasía, aunque ahí siguen las referencias a Bierce, que me encanta. Así, tenía que convivir más con el lado humano de los personajes, con su bondad y sus miedos mismos, que fueron apareciendo conforme iba imaginando la trama general: el Dr. Whitehead, Cuitláhuac, Jamille, la Dra. Sagan…

Es muy genial la elección que haces de los nombres de los protagonistas. ¿Cómo te inspiraste? ¿Cuánto hay en esos nombres de referencias a tus raíces, a tus mentores, y a ti mismo?

Muchísimas gracias. Okigbo viene de Christopher Okigbo y ése verso suyo que, de algún modo, condensa la temática del libro “We carry in our worlds that flourish, our worlds that have failed”.

Uno de los problemas del capitalismo actual es que, para que funcione, ha buscado cortar, reducir o estandarizar las relaciones sociales.

En mi adolescencia la Dra. Sagan con la fusión de literatura-ciencia: Françoise y Carl. Otros comenzaron como caricaturas de personajes reales (el Dr. Whitehead, Søren, Cuitláhuac ) o parten de amigos (Lincoln, Jamille). Al final sí, de algún modo los personajes se convirtieron en una suerte de panteón filial.

La ficción toma forma con la reconstrucción de datos por la desaparición de Okigbo, con las notas al pie de página que satirizan al mundo culto, e incluyes un desdoblamiento en diversos relatores del relato: el traductor, editor y tú el corrector. ¿Por qué elegiste darle esa estructura al libro?

Para darle mayor verosimilitud a la fantasía. Antes la complicidad autor-lector se podía forjar a través de la ciencia y la tecnología, las novelas de ciencia-ficción, por ejemplo, y antes aún vía las entidades míticas y/o metafísicas de cada sociedad,  como los ángeles, vampiros, dioses, los samurai o los monjes. Me parece que ese vacío de fe ahora es llenado por el discurso académico. No digo que el discurso académico sea un discurso mítico, sino que nosotros, los ciudadanos de a pie, solemos creerlo con la misma fe con que se creían antes los otros discursos. Ernesto Sábato, Latour o Feyerabend tienen buenos textos al respecto. También se puede hacer un experimento sencillo: decir cualquier burrada antecedida por “está científicamente comprobado que…” y ver cómo reaccionan los tíos y primos en la siguiente reunión familiar.

Por otro lado, me encantó el planteamiento de Leonardo Sciascia en La desaparición de Majorana: una persona extremadamente inteligente, ¿podría incluso fingir su desaparición?

La capacidad de desdoblarte en todas las versiones de ti mismo que imaginas, como las que imaginan de ti quienes te rodean, ¿es un intento de acallar a los Neopositivistas, para que vean que no es “imposible una biografía”?

Creo que lo que más me perturba es cómo elegimos hacer una biografía, ya sea en la versión de los historiadores tipo Carlyle, o en su versión vernácula de la hoja de vida cuando buscamos un empleo: se trata de hacer historias de éxito y de logros. Pero somos falibles. Y creo que ahí radica uno de los ámbitos más bellos de nuestra humanidad, que son nuestros fracasos o los proyectos que no logramos hacer los que terminan dando forma a los rasgos más importantes de nuestra personalidad y, por lo mismo, terminan siendo significativos históricamente: ya sea el empresario que quiso ser poeta , y hace una fundación filantrópica, o la miríada de científicos y filósofos que han dedicado su vida a tratar de demostrar teorías fallidas pero maravillosas (básicamente, cualquier filósofo que hayamos visto en la escuela).

Una curiosidad, ¿es J.Derrida quien está a la sombra del amigo Jacques, aquel frustrado futbolista Argelino?

Habría que deconstruir esa pregunta.

¿Tú también quieres, como el personaje Søren Van Dyke Sechenaye, darle un formato de divulgación a las brillantes y acertadas observaciones de Okigbo? ¿En este caso, para qué tipo de lector?

Por supuesto. Y para todo tipo de lector. Comencé a publicar divulgación científica en el 98 y, por ejemplo, el año pasado publiqué un artículo[1] sobre cómo ciertas estructuras narrativas nos inclinan a favor de una propuesta independientemente de ésta.

No digo que el discurso académico sea un discurso mítico, sino que nosotros, los ciudadanos de a pie, solemos creerlo con la misma fe con que se creían antes los otros discursos.

Es más, la misma estructura y casi las mismas palabras se pueden usar para defender una ideología o su opuesta. Lo publiqué en mi columna semanal y un par de amigos académicos me dijeron que debería haberlo hecho como un paper. Tal vez sí. Pero al no ser profesor de planta en ninguna universidad no estoy bajo el yugo del publish or perish. Así que mientras el tiempo lo permita, prefiero la divulgación.

Okigbo vs las Trasnacionales también es un retrato crítico del mundo de la academia. ¿No te asusta terminar convocando primordialmente a un lector lo suficientemente erudito para que disfrute de tantos guiños?

Ya menos. Pues si bien los chistes y referencias académicas me divirtieron muchísimo al escribirlos, lo que más me gusta es la posibilidad de convocar la existencia de otros mundos. Y creo que esto se logra de forma independiente a las referencias. Ojalá.

Las aventuras de Okigbo dan diferentes vueltas que muestran la insuficiencia del saber consagrado. ¿Qué le enseña la ficción a la academia?

Creo que mucho. Y más le podría enseñar si los académicos no fueran tan renuentes a aceptar que la racionalidad es sólo una de las formas del pensamiento. Cosa curiosa, los científicos naturales lo son menos que los científicos sociales y los humanistas. Basta ver las formas en que se redactan los protocolos y marcos teóricos de las tesis, los nombres que se les dan a los nuevos conceptos y entidades,  como los quarks charm y strange de Gell-Mann que son una botana versus la triple mímesis de Ricoeur o la hipermodernidad de Lipovetsky; o la cantidad de iniciativas de los laboratorios para invitar artistas residentes que motiven a los científicos a imaginar de otra forma.

Asimismo, me parece que el poder explicativo de la ficción, de las metáforas y las narraciones, es más utilizado en las ciencias naturales que en las otras áreas del conocimiento: desde el flujo eléctrico o la vía láctea hasta el gen egoísta o la partícula de Dios. La ventaja de los científicos naturales es que no tienen empacho en decir abiertamente que es ficción, o eventualmente los estudiantes se darán cuenta de que era ficción, mientras que la ficción sigue corriendo, en las ciencias sociales, mayor riesgo de ser objeto de crítica: ¡el investigador no es serio!

Cuando en tu ficción desarrollas el contexto en el que transcurren las historias y relacionas hechos reales con la vida de Okigbo, ¿te propones remarcar cómo el acontecimiento, afecta la vida de las personas comunes, o lo que los intelectuales hacen con ello?

Ambas. Las frase inicial de casi todos los textos de Okigbo parte de la manera en que se narran las anécdotas en mi familia: “Estaba un día X haciendo Y cuando…” Así, al momento en que alguien en casa decía “estaba un día tu tía Conchita barriendo la banqueta…” o “estaba un día tu abuelo cambiándote los pañales cuando…”,

son nuestros fracasos o los proyectos que no logramos hacer los que terminan dando forma a los rasgos más importantes de nuestra personalidad y, por lo mismo, terminan siendo significativos históricamente 

nosotros los niños ya sabíamos que venía una historia maravillosa. Quise mantener eso como una forma de apuntar a las sorpresas que nos acontecen en la cotidianidad, misma que, de algún modo, es similar para cualquier persona,aunque, claro, Okigbo tiene un espíritu de niño bastante más libre que muchos de nosotros.

¿Primero creas el personaje y luego su entorno, o imaginas un hecho o situación que da nacimiento al o los protagonistas? 

Por lo general se van formando paralelamente. Hasta que convergen y entonces dice uno: sí, con estos muchachones puedo contar esto. En el caso de Okigbo, la mayoría de las historias o aporías fueron apareciendo solitas mientras hacía el doctorado: cada vez que pensaba “ésta es una gran solución” y me iba feliz a dormir, a la mañana siguiente me daba cuenta de que no era una solución en absoluto… pero que había sido muy gratificante pensarla.

Tú que escribiste el cuento más breve de la historia, en un momento del libro mencionas un ensayo de Okigbo sobre Joyce, y dices que narra un instante en 1.500 páginas o hace la crónica de un instante. ¿Cuál es tu experiencia, moviéndote entre la condensación y la expansión del sentido, en las narrativas que produces?

Ambas me parecen fascinantes. Rafael Ramírez Heredia decía que no hay textos cortos ni largos sino textos a los que les falta narración y otros a los que les sobra. El asunto es encontrar el punto preciso para lo que uno quiere contar.

Okigbo es un personaje lúcido para denunciar malentendidos y conflictos, por eso es odiado por el poder, pero transita con un halo de gran ingenuidad. También sabe que protestar sin dar alternativas de solución es inútil. ¿Qué te atrae de Okigbo?

Todo. Creo que es mi álter ego al que más cariño le tengo. Sobre todo por eso de la ingenuidad, se requiere una gran dosis de ésta y de humor para trabajar en un mundo que, si uno se lo toma en serio, se vuelve loco.

¿Describirías la profesión y especialización del Dr  Okigbo como un todologo?
¿Para qué sirve un todologo?

No lo había pensado así. Pero creo que una buena ración de todología es harto necesaria para contrarrestar esta moda de la hiperespecialización que nos va volviendo expertos en asuntos de los que no podemos hablar más que con dos o tres personas en el mundo.

más le podría enseñar si los académicos no fueran tan renuentes a aceptar que la racionalidad es sólo una de las formas del pensamiento.

Aquí me refiero más a los científicos naturales, mientras que los académicos de literatura, por ejemplo, que sí se toman la libertad de ahondar en cuanto ámbito del conocimiento se les ocurre, logran hilvanar estudios maravillosos: novelas de vampiros, ciclos circadianos y la experiencia de vivir en un casino de Las Vegas, por ejemplo, todo junto.

En el capítulo Okigbo vs la historia oficial hay ideas tales como “toda la historia se mueve por amor… En tanto el amor es impredecible… Por lo tanto la historia es impredecible“. ¿Qué lugar ocupan los afectos en tus ficciones?

El más importante. Y creo que para todos, o casi. Uno de los problemas del capitalismo actual es que, para que funcione, ha buscado cortar, reducir o estandarizar las relaciones sociales. Ya sea por el miedo al otro, y la retórica de la seguridad, por cuestiones administrativas (las imágenes de familia de las instituciones, que jamás corresponden, por ejemplo, a la idea de familia de cualquier latinoamericano) o las narrativas de ficción de las series televisivas, donde los únicos amigos de los personajes suelen ser otros engranes del capitalismo: sus compañeros de trabajo.

¿Crees que para escribir ficción, en nuestros tiempos, la literatura debe aggiornar el formato de su escritura al modelo de lectura que han introducido las tecnologías modernas? ¿Qué tipo de conflicto y ventajas ves en esta utilización de un recurso perteneciente a otro registro de la escritura y la lectura?

Creo que es una decisión de cada autor. Conflictos siempre hay cuando sucede un cambio tecnológico, así como hoy día los poetas chinos seguramente se quejarán de los jóvenes quitando y simplificando caracteres al escribir en computadoras en vez de seguir con el arte de la caligrafía.

una buena ración de todología es harto necesaria para contrarrestar esta moda de la hiperespecialización que nos va volviendo expertos en asuntos de los que no podemos hablar más que con dos o tres personas en el mundo.

A principios de siglo XX Mariano Azuela pone en Los de abajo a un revolucionario mexicano a destruir una máquina Oliver porque para él, para Mariano, las máquinas mataban al arte. Ahora Los de abajo se puede leer en línea, en PDF y, como querían hace siglos los latinos que se quejaban del codex y preferían el rollo, se puede hacer de corrido, sin las obstrucciones e interrupciones de los cambios de página.

¿En el mundo real aún quedan intelectuales como Okigbo? De ser así, ¿serían ellos los gurúes y guías de movimientos sociales que intentan generar un cambio radical?

Yo espero que sí.

¿Crees que es posible, desde la literatura, convertirte en un sujeto del cambio positivo del mundo?

Sí. Obviamente esto es dificilísimo de medir, pero por algo las dictaduras suelen censurar la ficción, digamos, desde Carlos V prohibiendo la circulación de las novelas de caballería en América, o la modificación que se hizo de las historias y valores que representaban ciertos animalitos mesoamericanos como el colibrí o el tlacuache.

La versatilidad que tienes en el uso de un preciso lenguaje local y de clase, tanto mexicano, en El Indio Borrado, así como en Monterrey, Colombia, o argentino, en El Cielo de Neuquén, habla de un cuidadoso estudio de las idiosincrasias locales. ¿Cómo lo logras? 

Mi madre tiene un gran oído. Mucho mejor que el mío. Y recuerdo que cuando era niño a ella le divertían muchísimo las diferencias entre las formas de expresión de un lugar y otro. Supongo que ella es la culpable.

Tu obra, además de la crítica social, es un alegato contra la violencia. Hace muy poco dijiste que las ideas manifestadas por los filósofos contemporáneos habían sido los latigazos, los chingarazos, para abordar el devenir humano, y que eso te parecía «uno de los más grandes desatinos de la intelectualidad de los últimos doscientos años.» ¿Podrías elaborar un poco sobre esto?

La glorificación de la violencia me parece una atrocidad. Ciertamente los conflictos sociales, cuando se tornan violentos, pueden ser una forma de estudiar el devenir social. Como también lo es analizar las estructuras económicas. El error radica en que estas aproximaciones se han vuelto los discursos hegemónicos, desechando el resto de las actividades humanas al olvido, al rechazo o a la estigmatización cuando no pueden ajustarse a dichos parámetros. El mejor ejemplo de este error es la poca importancia que tienen los abuelos, los viejos, en los discursos contemporáneos, de ahí, por supuesto, que Okigbo ya sea un abuelito al final del libro.



[1] http://www.sinembargo.mx/opinion/05-02-2014/21368

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