Por
Silvia Bleichmar
Silvia Bleichmar, psicoanalista argentina, profundamente comprometida con su quehacer y con su tiempo cuya capacidad de cuestionar, debatir y proponer dejó marca tanto en el ámbito profesional como en la cultura de los países en los que vivió. Sin obviar la rigurosidad y la precisión ella supo demostrar que las ligaduras del psicoanálisis son con lo vivo y lo sensible. No es eso un modo común.
Doctora en Psicoanálisis de la Universidad de París VII. Docente de postgrado de las universidades nacionales de Buenos Aires, La Plata y Córdoba. Profesora invitada de diversas universidades del extranjero. Entre sus numerosos libros figuran: En los orígenes del sujeto psíquico. La fundación de lo inconsciente; Psicoanálisis y Neogénesis, Dolor País, La subjetividad en riesgo,Paradojas de la sexualidad masculina. En el año 2006 recibió el Premio Konek de Psicología y en mayo 2007 fue distinguida como Ciudadana ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
A continuación Letra Urbana publica uno de sus trabajos inéditos.
Las Industrias Culturales en la Globalización, Actas del II Encuentro Internacional sobre Diversidad Cultural
Silvia Bleichmar
No hay mayor desconstrucción de la subjetividad que la erradicación de la identidad, tanto más difícil de resistir cuanto menos violenta se manifiesta en apariencia. Es justamente el encubrimiento de su brutalidad lo que deja inerme para resistir a sus procesos de devastación, y en razón de ello es que la reflexión sobre la cuestión es definitoria para abrir alternativas y pensar modos de respuesta.
Quisiera comenzar por ubicar la cuestión, ya que la preocupación por la identidad corresponde básicamente al siglo XX, no siendo un tema abordado previamente ya que se encuentra vinculado, centralmente, a la cuestión relativa a las luchas anticoloniales. Es a partir de ello que toda la conceptualización antropológica y sociológica del siglo XX se relaciona con esta cuestión, que se reactiva hoy en función de una globalización que aparentemente tiende a la dilución de las diferencias culturales pero que, en realidad, se propone de manera evidente como una nueva forma de reparto del poder en el mundo con subordinaciones de los estados más débiles. La cuestión se replantea entonces hoy entonces de manera más mistificada, y al mismo tiempo más sutil y eficaz en razón de las formas engañosas que asume. Es en virtud de esto que el problema de la identidad y el problema de la subjetividad van juntos. No hay mayor desconstrucción de la subjetividad que la erradicación de la identidad, tanto más difícil de resistir cuanto menos violenta se manifiesta en apariencia. Es justamente el encubrimiento de su brutalidad lo que deja inerme para resistir a sus procesos de devastación, y en razón de ello es que la reflexión sobre la cuestión es definitoria para abrir alternativas y pensar modos de respuesta.
Me parece muy interesante lo que planteo Aníbal Ford, cuando señaló que en lugar de hablar de industrias culturales habría que hablar de lo simbólico, en la medida que las llamadas industrias culturales son en realidad modos masivos de producción de subjetividad. Es en este tema que quisiera detenerme La identidad en el ser humano se constituye de igual manera que en los pueblos, de forma similar, en la medida que la identidad es algo del orden de la subjetividad, sea singular o compartida. En un primer momento se establece al modo de una negación determinada, a partir de que toda diferenciación parte de negar que se sea lo enfrentado, vale decir que en razón de afirmar lo que no soy, sé qué soy. Así han surgido los Estados Nacionales, del mismo modo que se produce en los comienzos de la construcción de identidad en la infancia: cuando el niño se puede oponer al deseo de la madre y empezar a manifestar un deseo propio, constituyéndose al modo de una negación – Hay personas a las que este proceso les dura toda la vida, y parecería que sólo pueden saber lo que quieren a partir de oponerse a lo que quiere el otro, pero convengamos que no se trata sólo de un modo incómodo de asumir una posición deseante sino también de vivir con otros seres humanos. En un segundo tiempo, la afirmación, el pasaje al «sí», permite afirmar lo que se quiere, y en razón de ello lo que se es La afirmación implica una discriminación, no es necesaria la oposición, ya se puede aceptar y afirmar al mismo tiempo la propia existencia. Hay en la afirmación un tiempo de pasaje en la búsqueda de la identidad, que culmina en un tercer tiempo, en el cual se produce una afirmación del ser mismo, con procesos muy complejos en los cuales se van definiendo convicciones acerca de la propia existencia.
Recién en este momento se puede confluir con el otro sabiendo que se es diferente, no sólo coexistir sino también reconocer la existencia independiente, no sólo tolerar – lo cual implica siempre una suerte de apropiación del espacio en la cual me resigno a que haya otros que no son como yo – sino aceptar que la diversidad es parte del mundo, en el cual puedo insertarme sin estar en riesgo de ser arrasado, anulado en mi independencia, sostenido en su interior sin renuncias definitorias. Es muy fácil seguir acá – con todos los matices que indudablemente debemos establecer, sin perder la dimensión de los procesos que los articulan en sus particularidades – la evolución de la identidad histórica, las convicciones de los pueblos acerca de sobre su propia existencia.
Podríamos pensar que nuestro país, la Argentina, durante los años de su organización nacional desarrolló una identidad al negativo, como todos los pueblos jóvenes, definida lamentablemente no por nuestra diferenciación y enfrentamiento con los grandes centros de poder, sino por «no ser como los vecinos», lo cual implica niveles de alienación muy elevados en los fondos de nuestra constitución identitaria: éramos los «no bolivianos, los no brasileños, los no peruanos, los no paraguayos, los no latinoamericanos en última instancia. Nos considerábamos europeos desarraigados geográficamente, y se nos vino nuestro destino geográfico encima, al formar parte de un continente totalmente devastado.
De manera que está cuestión de la cultura como formadora de identidad tiene que ver también con la subjetividad como un producto de cultura, y en esto la subjetividad no es simplemente algo del orden de la intimidad. La subjetividad es la forma con la que una sociedad define quienes son los sujetos que puedan integrarse a ella, cuáles son aptos para desarrollarse en su interior sin sucumbir: hay una producción de subjetividad en Esparta y hay una producción de subjetividad de Argentina del cincuenta. Hoy existe indudablemente un conflicto grave en la medida en que han desaparecido los modelos estatales de producción de subjetividad a partir de la devastación de la educación y de la privatización de las industrias simbólicas.
En nuestro país hubo dos grandes proyectos de producción de subjetividad, que están ligados a los dos grandes proyectos de educativos y a los dos grandes proyectos de constitución del estado-nación. Son los proyectos de Sarmiento y de Perón, dado que ambos intentan la producción de un sujeto que se integre con ciertos valores, con cierta manera de pensar, que tienden a una suerte de construcción de una subjetividad estatal compartida. Por eso la polémica de 1958, la lucha con la cual un sector importante de la sociedad argentina se opuso a los subsidios estatales respecto a la enseñanza privada, no puede ser considerada, como lo han hecho muchos sectores de la izquierda, de manera reduccionista, como una falsa cortina, encubridora de la entrega de las fuentes nacionales del petróleo. Esta es una lectura que no tiene en cuenta que la desconstrucción del Estado Nación estuvo en la base de toda entrega de las riquezas de ese Estado.
Por ello podríamos ubicar ese momento de nuestra historia desde otra perspectiva: La polémica del 58 es una polémica sobre la producción de subjetividad en la Argentina, es una polémica sobre si el estado va a tener el monopolio de la producción de simbolizaciones compartidas, de identidades compartidas o si no las va a tener. Recrea las viejas polémicas desatadas entre la Iglesia y el Estado, que tuvieron lugar en el siglo XIX, respecto al monopolio educativo bajo el falso enfrentamiento familia-estado, que encubrían en realidad el intento de conservar la producción de subjetividad como un reducto de poder privado. Por ello lo que se viene definiendo en ese proceso iniciado en 1958, es el proyecto de una deconstrucción de la identidad nacional en el ámbito de un proceso de desubjetivación que permita la expropiación de la riqueza nacional.
…la cultura como formadora de identidad tiene que ver también con la subjetividad como un producto de cultura, y en esto la subjetividad no es simplemente algo del orden de la intimidad. La subjetividad es la forma con la que una sociedad define quienes son los sujetos que puedan integrarse a ella, cuáles son aptos para desarrollarse en su interior sin sucumbir: hay una producción de subjetividad en Esparta y hay una producción de subjetividad de Argentina del cincuenta. Hoy existe indudablemente un conflicto grave en la medida en que han desaparecido los modelos estatales de producción de subjetividad a partir de la devastación de la educación y de la privatización de las industrias simbólicas.
Esto es lo que ha caracterizado nuestra historia en estos últimos años. Y es indudable que asistimos a un proceso de recuperación de preocupaciones sobre nuestra identidad, después de los años de sometimiento a premisas de deconstrucción que hoy son revisados. Por ejemplo, esto se manifiesta muy claramente en que por primera vez en Argentina los símbolos patrios ya no son patrimonio de la derecha más reaccionaria. Por primera vez los sectores populares, nosotros mismos, sentimos deseos de apropiarnos de los símbolos patrios. Es por eso que hay una enorme circulación en el arte, inclusive la forma con la que Charly García hizo el himno da cuenta de un nuevo modo de apropiación de los símbolos patrios, en una nueva etapa de nuestro país.
Del mismo modo aparecen expresiones nuevas en la pintura y la literatura, que van al rescate de la historia y de la identidad. Hay una fuerte propuesta hoy de lectura de los textos históricos, intento de apropiación de una historia que quedó acartonada como una historia producida y no como una historia en circulación. Hace algún tiempo una maestra me preguntó, en Córdoba, como podíamos hacer para que los niños entendieran que San Martín y Moreno no son figuras de bronce, rigidizadas, coaguladas en el tiempo. Se me ocurrió entonces que a los niños hay que explicarles que la nuestra es una historia inconclusa, que las tareas de Mayo son todavía un proyecto inacabado, y que ellos son los futuros San Martín y Moreno de la Patria, y que nosotros hemos heredado una historia que ha quedado cancelada en muchos puntos, y que la apropiación que ellos realicen de esta historia es la que les hará comprender lo que los héroes de la Independencia soñaban, y estar más cerca de ellos.
La década del noventa fue un momento culminante de alineación y de deconstrucción de la identidad, que contribuyó a la pérdida de la identidad, tras la ilusión de ser primer mundo. Una vez leí que la desilusión es el sobreprecio acumulado del autoengaño. Es una frase extraordinaria, porque uno no se desilusiona de nada que no se haya mentido a si mismo, o con lo cual no se haya engañado. No es verdad que el otro nos desilusiona, nos desilusiona lo que creímos del otro. Y si bien el que engaña tiene una responsabilidad que el engañado no tiene, es hora ya de que dejemos de ver la realidad como nos gustaría, para empezar a verla como es, sin encubrir con nuestros deseos las imágenes canallescas de quienes nos llevan al engaño. Sabemos que en la Argentina la desilusión de los 90’ fue acompañada de cierta melancolización usufructuada por los verdaderos responsables del desastre que padecimos que se escudaron bajo la frase de «todos somos culpables». No es cierto, no somos todos culpables, si bien debemos asumirnos como responsables de no habernos opuesto de modo firme al robo y la corrupción, y a la devastación de un proyecto de saqueo del país. Pero al mismo tiempo debemos ver que el proceso de pauperización conllevó niveles importantes de desubjetivación y de des-identificación.
La expulsión del trabajo es también una expulsión de la identidad laboral, y esto ha ocurrido con una enorme cantidad de argentinos que aunque sobrevivan biológicamente, han dejado de ser simbólicamente. El ser humano tiene dos grandes necesidades: mantener su auto-conservación biológica, las representaciones que tiene de su propia existencia, y la auto-preservación simbólica. En general cotidianamente no nos damos cuenta porque podemos seguir siendo quienes éramos por parecer vivos. Pero este no es el caso de las situaciones extremas de la historia. Por ejemplo en la época de la represión del terrorismo de estado, había que renunciar a la vida para seguir siendo o renunciar a lo que se era. En la literatura de la segunda guerra mundial aparecen estas opciones que plantean que la existencia como forma de vida lógica tiene carriles que no son sólo que se recubren, sino que en muchos casos se enfrentan.
Y bien, en nuestro país, a partir de la crisis y de la pauperización, hubo muchos intentos de transformar una enorme cantidad de argentinos en sujetos biológicos definidos por la auto-conservación del organismo. En el debate sobre la educación, esto se expresó en la polémica en torno a si las escuelas tenían que dar de comer o tenían que enseñar. La primera opción suponía en última instancia mantener el cuerpo biológico a costa de rifar totalmente el futuro, de condenar al país a no poder nunca más tener mentes científicas. Porque las mentes que sí se producían, estaban recluidas en lugares que eran atípicos respecto al país: eran escuelas donde no se construía identidad, sino lugares de paso. La única salida posible entonces era precisamente la salida del país, con lo cual quedó extinguida la posibilidad de producción de las simbolizaciones dentro de la identidad y la posibilidad de preservación de las identidades.
Volvamos entonces a la cuestión de la identidad, concebida bajo el ángulo de la pertenencia. Por un lado la identidad es la conciencia de la propia existencia, y la propia existencia se constituye sobre enunciados que dan cuenta de cómo un sujeto o un pueblo se siente posicionado ante sí mismo.
Quisiera volver luego sobre los procesos cotidianos de resistencia a la des-identificación, que fueron muy fuertes, pero fueron también lamentables las críticas que se hicieron a la gente que pedía algo más que comida era expresión de la concepción bio-política imperante en muchos sectores de la clase media: «que los pobres se contenten con estar vivos, que a comer tienen derecho, pero lo que piden es ya lujo», como si el dentífrico y el champú no fueran parte de la conservación de la identidad, la resistencia a la des-subjetivación que reduce a un ser humano a su cuerpo biológico! Sabemos de múltiples historias que, como en la picaresca española, por la que tengo una gran simpatía, se hace empleo del talento nacional para la supervivencia simbólica y biológica. Retomé en una viñeta la anécdota de una vecina que recorre el barrio contando que tiene un hijo epiléptico y un marido desempleado.
Todas mentiras, pero también verdades, porque en última instancia hay verdad en su desprotección y en sus carencias. Una vez que le dan la moneda ella va y se compra dos medialunas y se las come. Quienes la critican no entienden que estamos ante un acto de resistencia cultural. La gente se enoja porque piensa que debería comer pan, pero para esta señora, comer medialunas no responde sólo a un capricho, sino a algo que la reconecta consigo misma, implica un intento de seguir siendo quien fue.
Volvamos entonces a la cuestión de la identidad, concebida bajo el ángulo de la pertenencia. Por un lado la identidad es la conciencia de la propia existencia, y la propia existencia se constituye sobre enunciados que dan cuenta de cómo un sujeto o un pueblo se siente posicionado ante sí mismo. Tema muy importante, ya que en el debate acerca de la constitución de la subjetividad aparece la pregunta que realiza Silvia Fajre acerca de cuáles son los soportes identitarios con los que se construye en un país la identidad. Del mismo modo que hay que preguntarse cuáles son los soportes identitarios acumulativos que hacen que un ser humano pueda sentirse parte de ese país. Cuando se hablaba en esta mesa de la forma con la cual el patrimonio público es desconocido por los habitantes de este país no hay que perder de vista que quien desconoce ese patrimonio no se siente dueño de ese espacio, ni se siente dueño de su historia. A mi me impactó mucho cuando los marginales ocuparon la Plaza de Mayo y la destruyeron.
Pensé que lo terrible del caso no es que destruyeron la Plaza de Mayo, sino que esa gente fue a repudiar algo, o a pedir algo, a una Plaza que siente que no es propia y por eso la destruye. La depredación es parte de una expulsión no sólo de la pertenencia geográfica, sino de la pertenencia representacional a un lugar.
Aníbal Ford habló de los modos globalizados de la pertenencia y Gilda Waldman traía lo de la modernidad líquida de Zygmunt Bauman. Podemos recordar algunas frases de la publicidad que lo expresan de manera grosera: «pertenecer tiene sus privilegios», por ejemplo, o la inscripción a la salida de Ezeiza de una tarjeta de crédito que decía en enormes legras: «Esta es la única Visa que Ud. necesita para estar en la Argentina». Estas publicidades son realmente pavorosas, dando cuenta de que están dirigidas a personas que consideran que no están ante un país, con una cultura, seres humanos que lo habitan, geografía propia e idiosincrasia, sino en un lugar que se puede adquirir con la tarjeta que permite una pertenencia.
Para retomar cuestiones relativas a la identidad y la diversidad, quiero volver sobre la polémica entre diferencia y diversidad. Es importante tener en cuenta que la diversidad es presentada a veces como una actitud políticamente correcta, a partir de la cual somos todos iguales. Esto es mentira, y encubre el necesario reconocimiento de la diferencia social y económica, lo cual implica alienación y engaño respecto a lo evidente.
Para retomar cuestiones relativas a la identidad y la diversidad, quiero volver sobre la polémica entre diferencia y diversidad. Es importante tener en cuenta que la diversidad es presentada a veces como una actitud políticamente correcta, a partir de la cual somos todos iguales. Esto es mentira, y encubre el necesario reconocimiento de la diferencia social y económica, lo cual implica alienación y engaño respecto a lo evidente. Recuerdo la frase de una adolescente que me impactó brutalmente diciendo algo realmente escandaloso: «yo cuando un pobre me pide dinero, aunque no le dé lo miro a los ojos, porque no hay que desconocerlo». No podía creer lo que estaba oyendo, porque era de un nivel tan perverso de desconocimiento de la realidad del otro, que indicaba una homologación de la diversidad y al mismo tiempo, su profundo desconocimiento. Se trata de esa mentira que implica lo «políticamente correcto», nuevo modo de aparición de la «tolerancia» que desconoce al otro en sus necesidades y lo soporta desde la indiferencia. Es desde aquí donde pienso que debemos abordar uno de los temas centrales que nos convocan: la relación entre alteridad y responsabilidad. La alteridad no es solamente el reconocimiento del derecho ontológico a la existencia del otro sino también el derecho a proveer los medios para que pueda realizarla. El reconocimiento a la alteridad no implica que yo reconozco que hay otro que puede existir, sino que yo reconozco que tengo que proveerle los medios para ayudarlo a que exista.
Hubo en nuestro país, en los últimos años, una enorme resistencia que se expresó de modos diversos, incluso bajo las formas de re-subjetivación que implicaron los nuevos movimientos sociales y la producción de nuevas identidades a partir de eso: un «piquetero» ya no es un desocupado – identidad al negativo, definida por la exclusión y la pérdida – sino un trabajador en lucha. Un «cartonero» ya no es alguien que hurga en la basura buscando con qué sobrevivir, sino un nuevo oficio, cooperativamente instituido y que comprende unidades familiares integradoras. Hemos tenido formas de recomposición muy notables en la sociedad Argentina, entre ellos los modos con los cuales se planteó el debate sobre educación, los módulos de resistencia cultural más diversos y las nuevas formas de organización de los marginales que constituyen modos de reidentificación.
Las formas de la constitución del piquete implican modos de reidentificación, porque el movimiento piquetero rescata gente que ha quedado absolutamente suelta, sin ninguna posibilidad de tener anclaje en algún sector. Se trata del modo político de recuperación de los intentos de resubjetivación espontánea y de sus nuevas formas de construcción. Lo mismo pasa con las cooperativas cartoneras. Se pueden discutir las formas que toman estos movimientos, pero indudablemente no podrían tener formas maravillosas en el marco de un Estado que ha sido corrupto desde la raíz misma. No se le puede pedir a la gente que sea sana y honesta como si fueran socialistas franceses del año 18, cuando nosotros venimos de aceptar el «menemato», de tener una dictadura, de un proceso de destrucción de la moral. En este sentido, creo que uno de los riesgos más serios que corre la sociedad Argentina es que si bien se han dado pasos importantes en el reconocimiento de identidades compartidas, en formas nuevas de autopensarnos, al mismo tiempo se están redefiniendo los universos internos del universal de lo humano o de lo no humano.
Hay una parte muy importante del país, no numéricamente pero si con poder y con presión que está pidiendo que se redefina el universo del semejante y que de una vez por todas se avance con el país que quedó parado, «acabando con los escollos y escombros que quedaron de la época de la convertibilidad». Escollos que aparecen metaforizados en el corte de las rutas y de las calles, en un país que se pretende avance velozmente sobre los cuerpos de los desechos humanos de la última década.
La alteridad no es solamente el reconocimiento del derecho ontológico a la existencia del otro sino también el derecho a proveer los medios para que pueda realizarla. El reconocimiento a la alteridad no implica que yo reconozco que hay otro que puede existir, sino que yo reconozco que tengo que proveerle los medios para ayudarlo a que exista.
No voy a terminar de exponer sin afirmar, como conclusión, que considero que nuestro problema central en el marco de la globalización es redefinir el problema de la diversidad pero con el reconocimiento de la diferencia. Este reconocimiento de la diferencia tiene que ser para plantarnos como países pobres frente a los países ricos, para reconocer que hay clivajes nuevos en el mundo, retomando a Bauman, como los de quienes se mueven por los aeropuertos provistos de elementos que les permiten estar en contacto con otros seres humanos, y cuya identidad está dada por una pertenencia simbólica a un cierto grupo económico. Pero que hay una enorme cantidad de argentinos, de brasileños, de gente de este mundo que está en proceso de deconstrucción de subjetividad.
La imagen de la pérdida de la identidad en el exterior vuelve constantemente con un rebote y consolida nuestra identidad interior, pero falta que ahora se plasme en un proyecto que pueda acoger este deseo. Nuestro gran problema es hoy, como argentinos, la distancia entre nuestro deseo de permanecer acá y la realidad de un país que no terminamos de poseer. Por la cuestión de la identidad se redefine en términos de construir un país que nos acoja y que no nos expulse periódicamente. Muchas Gracias.
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Ann Shin is a filmmaker and writer who has created acclaimed documentaries and books, such as The Last Exiles, My Enemy, My Brother, and The Defector: Escape from North Korea. Her current project, A.rtificial I.mmortality, explores humanity's fascination with merging with machines and achieving godlike status through artificial intelligence.
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