Naief Yehya no viene de una familia literata sino del mundo de las ciencias duras. Se licenció de la UNAM como ingeniero industrial y es autor de cuatro novelas y dos colecciones de cuentos[1]. Naief reside en los Estados Unidos como corresponsal extranjero de México desde los años noventa y publica en varios diarios y revistas mexicanos, españoles y estadounidenses. De manera paralela a su narrativa ha escrito varios libros de ensayo enfocados en la relación entre la tecnología y la cultura, lo biológico y lo tecnológico, o para usar su término, la tecnocultura[2].
¿Nos puedes contar un poco de tu residencia en los Estados Unidos y en particular Nueva York?
Lo mío fue muy azaroso. Yo conocí Nueva York en los años 90 y me encantaba, tenía yo una fascinación con esa ciudad. Pero también me encantaba París donde viví y donde pensé que yo iba a terminar inmigrando en algún momento, allí me sentía muy a gusto y como parte del decorado. Me fui a Francia a vivir en los ochenta, pero regresé a México, terminé mi carrera de ingeniería, pensando que eventualmente volvería a Francia. En cambio llegué años después a Nueva York por un azar, porque conocí a la que ahora es mi esposa. Vivimos en las dos ciudades durante bastantes años, como cuatro años más o menos. Y eventualmente tuve un hijo y luego otra hija que nacieron en Manhattan, complicando cada vez más mi vínculo con México pero sin romperlo. Trato de regresar cuatro veces al año mínimo, si tengo más mejor.
En Nueva York encontré muchísimas cosas, es decir, yo ya estaba muy interesado en mi trabajo ensayístico, de investigación, de búsqueda, de reflexión que involucraba la cultura y la tecnología, la tecnocultura. Entonces para mí Nueva York era como la Meca en esos temas, como la cresta de la ola, era un lugar donde había que estar, ya que, si bien no era Silicon Valley, sí teníamos nuestra “Silicon Alley” y era una ciudad que vivía una relación con la tecnología conflictiva y vital.
estaba muy interesado en mi trabajo ensayístico, de investigación, de búsqueda, de reflexión que involucraba la cultura y la tecnología, la tecnocultura. Entonces para mí Nueva York era como la Meca
¿Cuál ha sido tu experiencia de Estados Unidos desde que llegaste? ¿Ha sido una experiencia frustrante, agradable, complicada…?
Sería yo un hipócrita si diría que fue mala o frustrante. En general todo ha sido muy positivo. Sin embargo, nunca me integré al mundo productivo de esta ciudad. Siempre me mantuve y sigo siendo corresponsal extranjero, lo cual es una cosa bastante irónica. Cada vez que voy al centro de corresponsales extranjeros a refrendar mi credencial ven que llevo veintitantos años aquí y no lo pueden creer y me dicen “¿cómo puede ser que lleves tantos años siendo corresponsal extranjero?” Pero es una condición que ya me apropié como un adjetivo más para mi vida. No me integré nunca aquí a la academia, ni a los medios, ni a la fuerza laboral. He seguido trabajando para México, escribiendo para México, pensando para México, he sido un observador. He publicado cosas aquí algunas veces pero la mayoría de mi trabajo está allá. Mis editoriales están si no en México en España. Todo lo que me ha sucedido aquí ha sido muy beneficioso para enriquecer esa visión. El medio literario aquí lo conozco muy bien como lector, como espectador, como periodista pero no como participante. Apenas ahora se va a publicar mi primer libro en traducción al inglés en los Estados Unidos, después de veinte años. Pude haberlo hecho de otra manera, quizás hubiera sido más inteligente hacerlo de otra manera, más productivo y más redituable. Pero una de las cosas que ha sido muy clara es que he vivido ese vértigo del día al día, no he tenido en todos estos años nunca tiempo ni me he querido dar el tiempo para reflexionarlos, sino que lo he llevado a toda máquina todo este tiempo para pensar en la incongruencia de mi condición.
Como corresponsal extranjero en Nueva York, una ciudad que tiene una población muy alta de migrantes de todas partes del mundo ¿cómo valoras las discusiones de globalización y la supuesta fusión interamericana entre los países latinoamericanos y los Estados Unidos que hace que se parezcan más y más cada día? ¿Los Estados Unidos se podría considerar un país latinoamericano?
Desde principios del siglo XXI estaba consciente de la lucha de los globalifóbicos contra los globalizadores, esas dos grandes fuerzas que tendían a ciertos extremos. En ese momento empezaba yo a registrarlo dentro del radar de lo culturalmente importante. Yo creo que nuestra relación con los Estados Unidos, por lo menos de mi generación de los sesenta, es bastante esquizofrénica. Desde mi punto de vista, que estará siempre inclinado hacia la izquierda, veo a Estados Unidos con su carga negativa de imperio que interviene en la política internacional, como esta gran potencia que crea una especie de enorme campo magnético capaz de alterar todo lo que pasa alrededor de ella, por su influencia económica, cultural, y por su poder político y militar.
He seguido trabajando para México, escribiendo para México, pensando para México, he sido un observador… todo lo que me ha sucedido aquí ha sido muy beneficioso para enriquecer esa visión.
Las grandes poblaciones de latinos en este país han llevado a muchos a pensar que existe un mercado para literatura en español. ¿Nos podrías explicar el estado de la literatura en español en los Estados Unidos? ¿Cómo era la situación cuando llegaste al país en los noventa, y cómo ha cambiado? ¿Existe un mercado?
En Estados Unidos no es como en Francia donde es normal que veas autores rumanos, albanos, rusos, ucranianos y kazajos en las librerías. Francia, e incluso Italia, son países de alta lectura donde hay una gran cantidad de lectores y una gran curiosidad por el mundo. Aquí no hay mucha curiosidad por el mundo. Cualquier autor que no sea estadounidense o por lo menos anglo, fuera de unos cuantos monstruos mediáticos, no tiene muchas posibilidades de tener un reconocimiento elemental.
En los Estados Unidos se venden muchos libros, se lee mucho. Pero hay una muy pobre curiosidad para descubrir otras literaturas. O sea las otras literaturas se descubren cuando hay un fenómeno que las impulsa como Bolaño, que es a lo que me refería con monstruos mediáticos. En buena medida es probable que su reconocimiento en Estados Unidos haya dado lugar a un interés por escritores como Valeria Luiselli, Álvaro Enrigue y Yuri Herrera entre otros. Y esto me llena de optimismo por siento que sí hay posibilidades. Hay más editores haciendo cosas atrevidas como traducir autores muy poco conocidos incluso en sus países de origen y hay más pequeñas editoriales aventurándose por territorios más riesgosos, y eso es muy buena señal.
que hay que ver los dos lados de un imperio como este. Por supuesto tiene esta capacidad de desestabilizar y aniquilar ideas, de destruir gérmenes de la rebeldía y de la creación, pero también de generarlos.
Hasta hoy en día yo creo que mercado, como tal, me parece una palabra enorme para lo que tenemos en Estados Unidos, pero hay que recordar que lo más importante para los mega conglomerados editoriales es la economía y las posibilidades de tener ingresos altos.
Volviendo al asunto de Bolaño, el hecho que de repente Bolaño se haya convertido en un ícono y un monumento en la literatura hispanoamericana, algo que ocurrió por estas fechas también, tuvo mucho que ver con un cambio de perspectiva y de ambición editorial. Ahora no hay más Bolaños. Sí hay otra gente que está publicando y teniendo éxito como Alejandro Zambra, a quien le están yendo muy bien; y otros que mencioné anteriormente que están leyéndose y vendiéndose no sólo en Estados Unidos sino también en Europa. Todos estos son gente que ha logrado abrirse paso poco a poco con muy poquita representación. Por eso digo ¿mercado? Hay unos cuantos ahí que compramos esos libros pero es muy tentativo todavía. Para que esto sea atractivo para los gigantes de la industria tendrían que estar vendiendo millones de libros en los Wal-Mart y Costco.
Y la situación es peor en el idioma original, como en español.
Sí, yo estoy hablando de cosas traducidas. En español olvídate, no hay prácticamente nada. Tenemos once millones de mexicanos viviendo ilegalmente en este país, veintiún millones de mexicanos en total viviendo en Estados Unidos, ¡mexicanos! No estoy hablando de toda la gente que habla español. Veintiún millones es casi el siete porciento de la gente que hay en Estados Unidos y a pesar de eso el mercado de la literatura en español es minúsculo.
En los Estados Unidos se venden muchos libros, se lee mucho. Pero hay una muy pobre curiosidad para descubrir otras literaturas.
Entonces en una situación como esta, que puede parecer desoladora a veces, ¿cuál es el rol de un escritor? ¿qué te interesa hacer como escritor?
El rol del escritor en lo abstracto es esto: tú tienes que ser los ojos que logran capturar una serie de vivencias de tu tiempo y lograr traducir ese mundo que te rodea en literatura, en expresiones duraderas, en algo que pueda comunicar y establecer una diálogo a través del tiempo, las generaciones y del espacio. Básicamente para mí esa es la función de un escritor en cualquier lugar. El rol del escritor no es solamente entretener, divertir, tener la mordacidad o la habilidad de entrelazar palabras y convertir ideas en narrativas sino también de reflejar algo, de aportar algo sobre qué es este momento que estás viviendo, qué significa estar vivo en este momento aquí y qué tiene esta experiencia de único y de universal. Esa es la importancia del escritor.
El rol del escritor no es solamente entretener, divertir, tener la mordacidad o la habilidad de entrelazar palabras sino también de aportar algo sobre qué es este momento que estás viviendo, qué significa estar vivo en este momento aquí y qué tiene esta experiencia de único y de universal.
Mi papel, como yo lo he definido, es que tuve la suerte o la desventaja de haber sido formado dentro de la técnica. Yo vengo de un mundo de las ciencias duras, del discurso escueto, de la austeridad lingüística de las matemáticas, de la pobreza expresiva de la ingeniería, del mundo del analfabeta práctico que es el tecnócrata, ese es mi mundo. Entonces al llegar a la literatura lo primero que hice fue no hacerme ilusiones de que yo podía hacer grandes frases o crear una literatura hermosa. Entonces mi manera de expresarme tenía que ver con cómo, a partir de muy pocos recursos, tratar de hacer algo. Y al final de cuentas en mi búsqueda de lo que la tecnología representaba para nosotros, me fue muy útil tener ese tipo de lenguaje y me ha seguido siendo muy útil. Y nunca podría haber imaginado cuando empecé que la tecnología se convertiría en mi interlocutor con el cual yo tenía que caminar en este camino. Nunca me imaginé que de repente íbamos a andar todos con un poderosos dispositivo de cómputo en el bolsillo, que nos íbamos a volver cyborgs realmente en mi tiempo. Aunque no tengamos implantes ni tengamos exosqueletos maquinales, es un hecho que vivimos continuamente en una interacción con seres reales y digitales a la distancia. Por más que queramos mantenernos aislados de ellos, por más que queramos seguir viviendo una existencia bucólica, es un hecho que estamos siendo continuamente bombardeados por estos mil y un diálogos digitales de los que depende la vida, las experiencias y los estímulos que están dominando ya todos los aspectos de la cultura y las sensaciones. Siento que mi función ha sido identificar este fenómeno, no antes que los demás, pero sin duda antes que algunos y tratar de expresarlo y tratar de convertirlo en una experiencia literaria. Primero, en una forma ensayística para llegar al lector y no solamente informarlo sino hacerlo participe de una reflexión que siento que es la diferencia entre el reportaje o un artículo periodístico y un ensayo. Que logres hacer que el lector sea parte de la reflexión, que el lector no sea solamente un testigo que consume ideas o que consume dogmas sino alguien que debate, que piensa, que logre estremecerse al pensar de una manera distinta sobre las cosas que están sucediendo. La tecnocultura es esta relación entre lo biológico y lo tecnológico que tiene lugar prácticamente en todo momento y en todos los aspectos de nuestra vida.
Nunca me imaginé que de repente íbamos a andar todos con un poderosos dispositivo de cómputo en el bolsillo, que nos íbamos a volver cyborgs realmente en mi tiempo. Aunque no tengamos implantes ni tengamos exosqueletos maquinales.
Entonces mi función como escritor en ficción y en no ficción es expresar cómo vivimos en estos mundos límite. Cómo esta frontera entre lo digital y lo biológico está moviéndose, cómo estamos viviendo en ese territorio de la ambigüedad continuamente.
Entonces mi función como escritor en ficción y en no ficción es expresar cómo vivimos en estos mundos límite. Cómo esta frontera entre lo digital y lo biológico está moviéndose, cómo estamos viviendo en ese territorio de la ambigüedad continuamente.
Para terminar, ¿nos podrías hablar de tu nueva novela y tus otros proyectos literarios?
La novela que se acaba de publicar ha tenido una vida un poco tormentosa, se llama Las cenizas y las cosas (2017, Literatura Random House) y es básicamente la historia de un mexicano de origen iraní, que viene a vivir a Williamsburg, exiliado de México –por tanto no soy yo– y tiene esta serie de experiencias decepcionantes y frustrantes en esta cultura que le es ajena y que a la vez le es propia.
El dron bélico para mí representa el punto culminante de la ideología guerrera e intervencionista, es el sueño de asesinar a control remoto sin mancharse las manos, es la fantasía de los juegos de video aplicada al exterminio, es la negación de los muchos engaños que ofrecen las tecnologías de visualización, es la idea de la guerra como una fuerza capaz de cambiarnos positivamente (al solamente matar a los malos) y capaz de darnos sentido.
Para mi era muy importante escribir acerca de ese tiempo de transformaciones y cambios, tanto físicos e inmediatos, en lo que respecta a la “gentrificación” de un barrio modesto en Brooklyn que se convirtió en la “nueva bohemia” y más tarde en una especie de Shangri-La hipster; como en la mentalidad del fin de siglo. Pasamos de las torpes ilusiones del fin de la historia de Fukuyama a la guerra sin fin de Bush y los neocones. Todo esto visto desde la inmigración, y a su vez ofreciendo una perspectiva de lo que la inmigración misma significa, desde el punto de vista familiar, humano, social y, lo más importante, lingüístico.
La novela trata también acerca del ego del artista y del escritor, de la búsqueda del reconocimiento y el éxito, pero todo pasado por el filtro de un narrador que trata de no permitirse caer en las trampas de la soberbia, aunque termina haciéndolo. Así mismo es una mirada a México de un mexicano que radica en el extranjero y ve los cambios y catástrofes nacionales con una mezcla de ironía, nostalgia y horror.
Y por otro lado estoy escribiendo un libro de ensayo sobre drones que ya está prácticamente acabado que trata acerca lo mismo que he venido hablando: de la tecnología, la guerra, la pornografía y el sueño de verlo todo en todo momento, sea lo que sea que eso signifique. El dron bélico para mí representa el punto culminante de la ideología guerrera e intervencionista, es el sueño de asesinar a control remoto sin mancharse las manos, es la fantasía de los juegos de video aplicada al exterminio, es la negación de los muchos engaños que ofrecen las tecnologías de visualización, es la idea de la guerra como una fuerza capaz de cambiarnos positivamente (al solamente matar a los malos) y capaz de darnos sentido. Por todo esto y más veo al dron convertido en el emblema de la era en que vivimos.
Cuando Joaquín Sabina juntó cien sonetos los echó a volar. Por primera vez se publica su libro en los Estados Unidos.
El escritor observa, testimonia y reflexiona sobre “el caos entrañable y eterno” de Ciudad de México.
Una paradoja mantiene expectante al siglo XXI: en nombre de ese Dios que se creía muerto, se ha desatado la violencia y la irracionalidad a nuestro alrededor.
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