Por
“Nos quitaron tanto que hasta nos quitaron el miedo” decía el cartel que portaba una manifestante en la marcha del #8Marzo 2018 en Buenos Aires por el multitudinario “paro político de mujeres,” que con la simbólica consiga de “un día sin mujeres” alcanzó a setenta países, y en España, en particular, fue apoyado por el récord de 5 millones de trabajadores sindicalizados, poniendo al país a la cabeza del feminismo mundial por primera vez en la historia. Valga meditar sobre esto último después de leer la encuesta que realizara el diario El País en noviembre 2017, descubriendo que uno de cada cuatro jóvenes considera «normal la violencia de género en la pareja».[i] En ese mismo #8M en Nueva York, una mujer mayor levantaba el cartel “I can’t believe I still have to protest this shit”. Homenaje al lenguaje de la lucha obrera si lo hay, la manifestación mundial se autodenominó “un paro” de mujeres: abundaban estandartes de despojo (también lenguaje de lucha obrera) – “nos quitaron tanto” – y de conflicto histórico – “I still have to”. El #8M 2018 replicó el paro internacional femenino del #8M 2017, que alcanzó a doscientas ciudades y cincuenta países –el mapa interactivo llega hasta las islas Fidji.[ii]
Los dos paros aumentaron exponencialmente la plataforma de las últimas olas internacionales contra la violencia de género. Violencia que se experimenta como un continuum cotidiano al habitar un cuerpo en femenino y que va desde las micro-agresiones diarias (te tiro del pelo porque me divierte, te manoseo en la oficina porque eres mi florero decorativo), hasta el quid pro quo laboral (si me das sexo te doy una promoción), la violación (en la calle, en el trabajo o en la casa), el feminicidio (a manos del más cercano o del más lejano – el marido o los gangsters de la droga), la violencia de la desigualdad económica (que agrava, sino es que directamente define, muchas manifestaciones de la violencia de género). En fin, dado que es endémico, es un problema social estructural: sin esta violencia el edificio se caería. Y dado que hablamos del poder y no de los extraños avatares culturales de la sexualidad humana (que tiene poco de genética), desde un macro-análisis estas formas de la violencia son producto de la particular traducción de estructuras de poder patriarcal pre-modernas al lenguaje del capitalismo racializado moderno, postmoderno o neoliberal, con sus inéditos procesos de concentración del capital en cada vez menos manos. Se ha sugerido que vamos en reversa: hacia un tecno-feudalismo del siglo XXI.[iii] Hay muchas razones por las cuales la mayoría de los pobres del mundo son mujeres.[iv] Y más razones para que la violencia cotidiana general incluya la militarización de las urbes: ¿cómo sostener semejante régimen de desigualdades, que si hoy afecta desproporcionalmente a los cuerpos feminizados por las relaciones productivas (mujeres, hombres en posiciones inferiores, personas transgénero), dentro de poco afectará a todo trabajador que confirme que es un humano y no un robot? ¿Cómo se acepta que 62 billionarios posean la riqueza combinada de la mitad de la población mundial? [v] No por nada, y a raíz del movimiento “Occupy Wall St.” en estos últimos años surgió el slogan del “porcentaje” como protesta: el 1% de la población posee más riqueza que el 99% restante. No por nada el paro de mujeres del pasado #8M se autodenominó “por un feminismo del 99%.”[vi]
En el obligado abrazo de esa metáfora del 99% la renovada ola del movimiento contra la violencia de género acurruca un impulso utópico, un gran sueño político, un síntoma de época. Y más claramente que nunca en el último avatar (#MeToo; #TimesUp) que precedió al paro del #8M 2018, porque estas protestas, sin ser un “paro”, se concentran en el ámbito laboral, es decir en la realización de una actividad indispensable para la sobrevivencia. Adaptando la famosa frase de Oscar Wilde en La importancia de llamarse Ernesto (“the only thing worse than being talked about is not being talked about”), en su artículo Wageless Life (2010), el crítico Michael Denning escribió “under capitalism, the only thing worse than being exploited is not being exploited”.[vii] Que desoladores informes (véase Perspectivas sociales y del empleo en el mundo 2015 de la OIT) [viii]estimen que el desempleo crece (en 2019 habrá más de 212 millones de desempleados, 11 millones más que ahora) no hace más que recordarnos que no podemos escapar de trabajar: la violencia sexual laboral se transforma así en el riesgo endémico para un enorme sector de la población. Algunos estiman que recae sobre la mitad de las mujeres,[ix] aunque el informe de 2015 de la Comisión de Igualdad de Oportunidades del gobierno de Estados Unidos ofrece muestras probabilísticas en las que el 60% de mujeres (y en muestras seleccionadas el 75% de mujeres) narra experiencias de acoso.[x] No hay entonces éxito posible para #MeToo/ #TimesUp sin adoptar la meta del paro femenino internacional: el universal del “99%.”
Hagamos memoria para visualizar la magnitud de las protestas, porque no se trata ni del mundo hiper-sexualizado de Hollywood, ni de ver caer desde el Olimpo mediático a unos cuantos “brutti, sporchi e cattivi” (Etore Scola, 1976), ni de “feminismo de internet” (aunque las redes ayuden con los cambios de velocidad en nuestros motores), ni de un “momento” que tendrá su fin, ni de un “despertar”, como se ha dicho tanto en los medios. Se trata de que la historia no nos deja de mandar saludos.
El paro político internacional del pasado #8M sigue al #TimesUp de Estados Unidos fundado en enero de 2018, resultado del #MeToo iniciado en octubre de 2017, que en 24 horas tuvo casi 5 millones de posteos en Facebook, y que se expandió hasta las costas del sudeste asiático, abarcando todos los sectores laborales, todas las edades, las razas y clases sociales. Las/los jóvenes marchan adelante: el futuro tecno-feudal les es más oscuro. Las/los veteranos/as nos entrenamos para seguir el ritmo. En Estados Unidos se conecta con las #WomensMarch de enero de 2017 y 2018, también centradas fuertemente en temáticas de violencia. Pero rebobinemos más. El “lunes negro” del 3 de octubre de 2017 las mujeres polacas fueron al paro para frenar – con éxito – la propuesta de criminalizar el aborto. En 2016, en México #MiPrimerAcoso marcó el 16 de abril y luego acompañó la marcha del #24Abril #Primavera Violeta contra la violencia de género en 40 ciudades: el activismo mexicano en estas últimas dos décadas es eléctrico. [xi]En Buenos Aires las marchas de junio 2017 y octubre 2016 agregaron el #VivasNosQueremos al #NiUnaMenos que se había lanzado el “miércoles negro” del 3 de junio del 2015 cuando 200.000 mil personas marcharon contra la violencia, marcha que se expandió inmediatamente por toda el país. Argentina está que arde: se convirtió en una sede organizadora del primer paro internacional del 2017. El #NiUnaMenos corrió como reguero de pólvora por México, Bolivia, Perú, Chile, Paraguay y Uruguay. En Lima el #13Abril 2016 hizo historia sacando a la calle a más de medio millón de personas. El concurso Miss Perú 2017 dejó a la la audiencia estupefacta: cada participante acompañó su nombre no con sus proporcionadas medidas corporales sino con las sangrientas medidas de estadísticas de la violencia de género en el país.[xii] El 27 de diciembre de 2017, Irán se convulsionó cuando Vida Mogahed colgó el hijab obligatorio para las mujeres iraníes en un poste en Teherán, movilizando a muchas a hacer lo mismo el 28 de enero 2018 (“The Girls of Enghelab Street”).[xiii] Desde el 2011 se repiten cada año las transnacionales “Marchas de las Putas” que empezaron en Canadá cuando un policía canadiense recomendara a las mujeres no vestirse como prostitutas para no ser violadas. Existe también un festival anual conmemorativo.[xiv] En 2011 se lanzó también la protesta escandalosa del grupo de rock feminista Pussy Riot en Rusia; en 2008 surgió el movimiento “sextremista” Femen en Ucrania, que hoy cuenta con sucursales globales, y que usa el desnudo femenino en sus protestas [xv]; el original del #MeToo por la activista afro-americana Tarana Burke apareció en 2007 [xvi]; la huelga mundial de mujeres del #8M 2000 con el slogan “paremos el mundo para cambiarlo” lanzó la Campaña Internacional “por un salario por el trabajo doméstico”- deuda pendiente desde que se formulara en los setentas en distintas partes del mundo occidental (los economistas han hecho estimaciones de lo que costaría al capitalismo pagar el trabajo doméstico) [xvii]. ¿Porqué no agregar una nota de humor sobre algo muy serio? La comedia Lisístrata (411 A.C.) del antiguo Aristófanes anda en el aire en el siglo XXI. En marzo de 2003 se lanzó el Proyecto Lisístrata [xviii]de resistencia teatral global contra la invasión a Iraq, pero en otros países se hicieron huelgas sexuales reales: en el 2003, las mujeres de Liberia se cruzaron de piernas para que los hombres pusieran fin a la guerra civil. En 2011 la liberiana Leymah Gbowee, que lideró la huelga, compartió el premio Nobel de la Paz con su compatriota Ellen Johnson-Sirleaf. Pero lo que parecía un pedido a los hombres, terminó en una histórica elección presidencial: Johnson-Sirleaf devino primera presidenta mujer en África. En Sudán del Sur las mujeres parlamentarias propusieron una huelga sexual en 2014; en abril del 2009 hubo una huelga sexual en Kenia; en el 2008 en la zona rural de Mindanao en Filipinas; en 2011, en el pueblo colombiano de Barbacoas; en 2006 en el pueblo colombiano de Pereira.
Tal vez la historia reciente inevitable es la que inspiró a las polacas del 2017: el 24 de octubre de 1975 el 90% de las mujeres islandesas llevó a cabo la famosa huelga [xix]que catapultó a Islandia a convertirse en el país más feminista del globo.[xx] Justo antes, el 19 de junio de 1975 se realizaba la primera conferencia internacional de mujeres de la ONU en México. Le siguió la Convención contra toda forma de discriminación contra las mujeres (CEDAW) de 1979, que ratificaron 189 países miembros, y luego otras tres conferencias internacionales de mujeres. La de Beijing en 1995 fijó la agenda global para el siglo XXI; le pisaba los talones a la histórica Convención de Belém Do Pará en junio de 1994, en la que la OEA se declaró en favor del derecho de las mujeres a vivir libres de violencia. [xxi]
Podríamos seguir ad infinitum porque en cuanto al trabajo todo comenzó cuando las mujeres entraron masivamente en la revolución industrial sólo para encontrarse con que las fábricas utilizaban las relaciones patriarcales a su favor, en vez de destruirlas (tal y como el socialismo y el marxismo de la época imaginaron que pasaría – o al menos hubieran querido que pasara). Baste mirar archivos históricos de entonces y lo que escribían las mujeres de la industria textil.[xxii] Recuérdese que el #8M no es un día de flores: conmemora la muerte de 123 mujeres (y 23 hombres) incinerados en el trágico accidente en una fábrica textil de Manhattan el 25 de marzo de 1911.[xxiii] En esa época los dueños cerraban las salidas con candados para evitar recreos no autorizados. La mayoría de las empleadas eran jóvenes mujeres inmigrantes y trabajaban a destajo. Sigue habiendo muchos 1911: recuérdese el colapso del Rana Plaza en Bangladesh en 2013 que mató a más de 1100 trabajadores (la mayoría trabajadora en las textiles de Bangladesh son mujeres).[xxiv]
La entrada de las mujeres en el mercado laboral fue disciplinada por relaciones patriarcales arrastradas desde el mundo antiguo por todo el corredor del medioevo hasta el centro de la modernidad y la revolución capitalista. Un tipo de masculinidad milenaria perfecta para el capitalismo porque se basa en la propiedad: el pater familias romano gozaba del derecho de la posesión de los cuerpos de su esposa, sus hijos y sus esclavos por igual. Se juntan aquí las dos violencias: son estas relaciones de propiedad las que orientan la fantasía de que los cuerpos femeninos (o feminizados) se pueden usar/ violentar a gusto. Son también las que engranan con la cruel instrumentalización que el capitalismo hace de todo trabajador. Basten las palabras de una trabajadora textil de Bangladesh para recordarlo: a la periodista que investigaba si las condiciones edilicias habían mejorado luego del colapso del Rana Plaza la trabajadora le contestó que los edificios eran mejores pero las condiciones laborales no lo eran. Ella es un robot: “Even if I am on my death bed, they will ask me to finish making two more pieces before I die,” she added. “we are nothing but machines to them.”[xxv]
La historia nos sitúa en la profundidad del problema, nos da la magnitud del sueño político acobijado por las protestas. Como sueño-síntoma de época, le toma el pulso a las contradicciones sociales de nuestro tiempo, desplegadas en el “eslabón más débil” de nuestro andamio social, esos cuerpos feminizados como carne propiedad del jefe, o del eventual violador que no acepta que sean independientes, e en el peor de los casos del asesino para quien son objetos descartables. Cuerpos precarios, cuya protesta puede hacer derrumbar a todo el edificio. ¿Hay que recordar que desde los setentas se viene afincando la realidad de la llamada “feminización de la pobreza”? Según el informe de la ONU en 2015 el 60% de los que pasan hambre crónico en el mundo hoy son niñas y mujeres. [xxvi]
El sueño-síntoma político de la protesta femenina mundial es una máquina procesadora de un conflicto social y contiene un vector utópico: una potencialidad, como la que se encuentra en todo síntoma. Un “síntoma” encierra una verdad a medias: es un jeroglífico que invita a un sujeto a interpretarlo y por lo tanto contiene la posibilidad de cambio. La palabra viene del griego y significaba la confluencia de fragmentos provenientes de distintas fuentes “cayendo al mismo tiempo juntos” y formando un compuesto que bien podría haber sido distinto. Freud llamaba a los sueños y los síntomas “soluciones de compromiso”: soluciones a medio camino que nos inventamos para resolver un conflicto psíquico entre algo que deseamos pero que nos prohibimos (por razones personales o sociales). En tanto soluciones contingentes ofrecían una ventana a algo distinto. La escuela francesa de Jacques Lacan agregó que los síntomas no son necesariamente descifrables por completo y no solucionan del todo el conflicto: siempre hay algo misterioso, no dirigido a nadie, ni siquiera al sujeto mismo, que queda sin sentido. Más espacio entonces para que haya movimiento y cambio: por eso uno los vocablos “sueño y síntoma”: en todo síntoma hay una solución que podría ser otra si descubriéramos el conflicto. Hay contenido un sueño de cambio. Los críticos de arte sugieren que los actos artísticos pueden ser síntomas, representando soluciones imaginarias a conflictos sociales. Lo mismo puede decirse de un fenómeno político como el masivo twitteo femenino #MeToo las 24 horas subsiguientes al escándalo de Hollywood, que desde este punto de vista tiene poco que ver con cárcel para un productor de cine y mucho que ver con descifrar el conflicto para el cual el twitter fue la solución contingente.
Donde primero se vislumbra la lógica sintomática de la protesta es en la creación de lo que yo llamaría un “universal imposible” – una petición imposible de cumplirse dentro del sistema en el que se lo plantea. Y allí radica el vector utópico: si la erradicación del acoso se cumpliera para el 99%, cambiaría el mundo tal y como lo conocemos. Si ningún cuerpo fuera carne-propiedad de nadie, cambiaria el mundo tal como lo conocemos. Contra el obstáculo de la propiedad, se alza el deseo de la igualdad y la libertad para todas. Después de todo, ¿no estamos en los albores del 50 aniversario de Mayo 1968?: “demandemos lo imposible” decían los grafitis de París. Los famosos movimientos de madres de desaparecidos en todo el continente también levantaron universales imposibles para el mundo tal y como está: “aparición con vida para todos”. Los slogans de las marchas de mujeres apuestan al cambio radical. O se elimina el concepto de acoso sexual o no cambia nada; o se elimina el concepto del cuerpo femenino como propiedad o no cambia nada: “si tocan a una, tocan a todas”, “si tocan a una, nos organizamos miles” “si tocan a una respondemos todas” se cantaba en las marchas de México. Este impulso “por todas” es una sintomática solución de compromiso ante el conflicto inherente a una “clase paradójica”, para usar la frase del filósofo francés Jean Claude Milner.[xxvii] Una clase que no se ajusta a la definición clásica sino que está conformada por personas que se juntan no por pertenecer a una identidad (siempre imaginaria) sino a un deseo de desaparecer en tanto clase y un ideal sobre cómo lograrlo. Si la lucha por el universal del “99%” hiciera desaparecer la violencia y el acoso laboral tal y como están organizados, la clase que lidera esa lucha ya no tendría más razón de ser. Como dijo Oprah Winfrey en la ceremonia de los Golden Globes 2018: “take us to the time when nobody ever has to say «Me too» again”.[xxviii] El feminismo es un deseo de algún día poder dejar de existir como movimiento de lucha porque todo habrá cambiado. Es por esa naturaleza “paradójica” que los slogans toman la forma del universal “todo o nada”.
Las paradojas universalizantes del “todo o nada” para erradicar la violencia y el acoso en el trabajo, nos fuerzan a repensar el trabajo a secas, la violencia de género a secas – en definitiva la violencia al fin. En el mundo del trabajo globalizado, #MeToo no tiene ningún sentido si el trabajo no es seguro para el 99%. Y si no lo es para todas, tampoco lo es para todos. La erradicación de la violencia laboral – y toda violencia que toma al cuerpo del otro como propio – será un éxito en Hollywood si lo es también para las y los vulnerables que sudan durante 14 horas diarias para ganar 1 dólar por día en los talleres textiles de Bangladesh, fabricando las telas de la ropa para esas mismas estrellas de Hollywood y su carpeta roja el día de los Oscars. La cinta de empaque es transoceánica: el trabajo libre de acoso aquí, depende del de allá. La eliminación de la violación aquí, depende de la de allá. Por eso el sueño político, el abrazo del 99%, es una apuesta enorme: en realidad se trata de liberar de violencia la vida y el trabajo de las talleristas textiles de Bangladesh.
He allí el síntoma: la protesta contra el acoso sexual es un deseo masivo de cambiar radicalmente el concepto del trabajo y el concepto de libertad pero esto sucede en el mismo momento en que vislumbramos la desaparición del trabajo y la agudización de la dependencia para grandes masas de la población. El sueño acobijado en el movimiento mundial es un sueño en el que: 1) se erradica la violencia de género porque se elimina el concepto de cuerpo como propiedad y una de las mayores fuentes que nutren el caldo de cultivo diario que produce ese concepto, esto es, el trabajo donde se instrumentaliza a las mujeres en masa y a diario; 2) el lugar de trabajo y el espacio público son ambientes de hospitalidad -en vez de hostilidad- para todas las llamadas “minorías” (mujeres, personas transgénero, hombres en posiciones inferiores); 3) un mundo donde hay trabajo, donde hay independencia. Es el sueño político de la dignidad, la seguridad, la confiabilidad, la estabilidad del trabajo – y de las personas – y esto implica la estabilidad del trabajo a secas, porque la estabilidad de trabajo sólo para las mujeres tampoco tiene sentido.
El sueño-síntoma político se podría resumir en una palabra, tal vez: igualdad, esa gran asignatura pendiente de la modernidad a la que nunca llegamos. Pero no, no alcanza con decir igualdad y allí sigue siendo síntoma. La igualdad siempre implica libertad. Porque la violencia de género y el acoso laboral tienen su raíz en la propiedad sobre los cuerpos, se trata de igualdad y de libertad. O de ese concepto tan bonito que acuñó el filósofo francés Étienne Balibar: “la igualibertad”.[xxix] La violencia laboral y la violencia feminicida son síntomas de la dependencia económica y de la falta de libertad para decidir en cuanto al cuerpo y a las leyes que nos organizan. Los slogans por la igualdad no piden sólo legislación contra el acoso, igual salario, formalización del trabajo informal, etc. Piden la libertad de decidir sobre cómo arreglar la cuestión fundamental de la especie: la sobrevivencia y la distribución de excedentes.
En el sueño hay trabajo – digno y sin violencia. Hay vínculos de “igualibertad” entre hombres y mujeres. Sin embargo, nuestra época, que produce este sueño sintomático, marcha en rumbo contrario. Vivimos en guerra, en extrema desigualdad económica, en tiempos de hombres “descartables” –como dijera el filósofo francés Bertand Ogilvie [xxx]– vidas precarizadas, desalojos que resultan en migraciones tortuosas, crisis de refugiados a causa de la violencia. Vivimos en un «planet of slums» según el título del brillante libro de Mike Davis:[xxxi] más de un billón de personas excluidos de toda posibilidad de entrar al mercado. Vivimos en un régimen de brutal expulsión, no ya de exclusión, según la investigación de Saskia Sassen acerca de nuevas formas de despojos de la tierra. [xxxii]Vivimos en los albores de la guerra del agua, en la era de des-industrialización, del futuro de la automatización, del colapso de la economía del crédito, de la no sustentabilidad de las deudas, y de la posibilidad de extinción de la vida por el cambio climático.
Y nosotras y nosotros queremos trabajo y vida libres de violencia. El éxito de #Me Too y de los paros del #8M es cambiar el concepto del trabajo y erradicar el concepto de cuerpo como propiedad de otros. ¿Pero no implica eso el embrión de otro mundo? La forma que ha tomado la lucha contra la violencia de género, es una versión de la lucha contra la precariedad de la vida laboral en este tecno-feudalismo del siglo XXI. Luchas juxtapuestas, forman parte de un conjunto: porque la violencia de género depende tanto de la normalización de la violencia entre seres humanos, como de la precariedad de la vida material en el momento histórico en que vivimos. Porque la violencia de género es la violencia de ser objeto descartable para algún poderoso, o para algún dueño de fabrica, es violencia del hambre. Y de solucionarse el conflicto del que el movimiento es síntoma, estaríamos hablando de un cambio radical en cuanto a organizar nuestra supervivencia. Tal vez haya que pensar aquí, osadamente, que la coyuntura política en la que surge este síntoma, su forma universalizadora, invita al movimiento contra la violencia de género a ocupar, junto con los nuevos movimientos de jóvenes, el escenario que las “grandes narrativas” de la izquierda dejaron vacío hace 30 años. En definitiva, la erradicación de la violencia de género es la persistencia de una gran narrativa moderna.
París de principios del siglo XX atrajo artistas de todo el mundo. Muchos críticos de arte reclamaron el nacionalismo artístico, enfatizando las diferencias entre los locales y autóctonos y los extranjeros… los extraños, entre ellos Picasso, Joan Miró y Marc Chagall.
Un paseo a dos voces y dos estilos por Churriana, un pueblo al lado de Málaga que alguna vez fuera una barriada y actualmente forma parte de la ciudad.
¿Nuestras conductas son el resultado predeterminado por la biología y el ambiente que nos toca? El dilema del determinismo está más vigente que nunca.
“Abstenerse de sexo no es suicida, como lo sería abstenerse del agua o la comida; renunciar a la reproducción y a buscar pareja…con la decisión firme de perseverar en este propósito, produce una serenidad que los lascivos no conocen, o conocen tan solo en la vejez avanzada, cuando hablan aliviados de la paz de los sentidos”.
SUSCRIBIRSE A LA REVISTA
Gracias por visitar Letra Urbana. Si desea comunicarse con nosotros puede hacerlo enviando un mail a contacto@letraurbana.com o completar el formulario.
DÉJANOS UN MENSAJE
Imagen bloqueada