En los años setenta el exquisito V.S. Naipaul escribió una larga crónica en el New York Review of Books sobre sus viajes de investigación a Buenos Aires. El oriundo de Trinidad habló con orgullo de su inmersión en el mundo cultural porteño y de su creciente dominio del español argentino. También visitó a Jorge Luis Borges, como tanto otros extranjeros que hacían el peregrinaje al Cono Sur buscando encontrarse con el maestro.
En cuanto a los argentinismos Naipaul prestó atención a la jerga sexual en Buenos Aires, jerga que se jactó de haber perfeccionado. Sin embargo, hubo un malentendido o mas bien una interpretación equivocada que hizo las delicias de mis amigos rioplatenses en Nueva York cuando leyeron el artículo de Naipaul. Resulta que en un bar escuchó a una conversación entre hombres que chismeaban sobre sus conquistas. A Naipaul le disgustaba lo que él pensaba era la fascinación argentina con el sexo anal o sodomía, pero no se dio cuenta de que no era una referencia a la homosexualidad, sino más bien al sexo anal entre hombres y mujeres. El tiro le salió por la culata.
¿Quizás se perdió Bol-año—cuyo nombre contiene “bola” y “ano” si no se le pone la “ñ”, como su avatar ficticio “Belano”, que se traduce como “bello ano” –en un laberinto machista de lenguas que se bifurcan?
Recuerdo este distante faux pas a partir de otro que se encuentra en la aparente obra infinita del disco duro de Roberto Bolaño, el libro titulado El secreto del mal (2011), una selección de ensayos inacabados (o una inacabada selección de breves ensayos) traducidos con elegancia por Chris Andrews y Natasha Wimmer. La referencia se encuentra en las páginas 38-41 de la edición de New Directions publicada en el 2012. Bolaño vuelve a la admirada anécdota de Naipaul en una pieza titulada Scholars of Sodom, insistiendo que la homosexualidad (apenas mencionada por el reticente Naipaul) no yacía debajo de la obsesión de los machos por el sexo anal, y que Naipaul mostraba desdén hacia la violencia de los descendientes de aquellos ítalo-españoles mediterráneos fornicadores de ovejas que habían producido hombres argentinos que se jactaban de “metérsela [a ella] por el culo”. Sin embargo, lo que Naipaul cita en español se traduce de esta manera: el hablante, el macho argentino, en realidad estaba diciendo: “me la metieron por el culo”.
¿Cómo es posible que Bolaño (y sus traductores) no se dieron cuenta de esto? Se puede entender que haya habido un problema al escuchar “entre bambalinas” una conversación: Naipaul dice que escuchó “la tuve por el culo” y que no se percataría que esas palabras significaban que el hablante había sido sodomizado (algo de lo que la mayoría de los heterosexuales no se jactaría ni en un bar ni un prostíbulo). Pero ¿cómo Bolaño no se dio cuenta de ese error en una lengua que, al fin y al cabo, es la suya? Ingenua o inconscientemente, Naipaul introduce la homofobia o la homofilia en esta crónica argentina, al pensar que uno de los periodistas que había escuchado en el bar había dicho “I had” en inglés, traduciendo literalmente de ese idioma al español, “se la metí por el culo” (probablemente lo que dijo el argentino), como “la tuve por el culo”. ¿Quizás se perdió Bol-año—cuyo nombre contiene “bola” y “ano” si no se le pone la “ñ”, como su avatar ficticio “Belano”, que se traduce como “bello ano” –en un laberinto machista de lenguas que se bifurcan?
Traducción Pablo Brescia
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