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Edición
35

Berlín. Una ciudad simbólica

Málaga
Recorridos, retrospectiva y secretos de sus rincones.

No recordaba el año que fui a Berlín, pero con la ayuda de Google todo es más fácil. Acabo de entrar en el buscador y he confirmado que fue en 2008. Tiempo suficiente para olvidar lo menos importante y sacar a la luz lo más destacado, al menos para quien escribe.

Supongo que se extrañarán la manera de comenzar el artículo ¿cómo es posible que aparezca en Google la visita de un malagueño a Berlín? No soy tan pretencioso, simplemente recuerdo que Nadal ganó su primer Wimblendon cuando visitaba la capital alemana, de hecho tengo una foto con la portada de un periódico alemán donde el balear muerde la copa. Cada uno tiene sus ídolos. La memoria va seleccionando imágenes que permanecen en nosotros.

Cuando en mi infancia estudiaba la Geografía de Europa había dos Alemania, la Occidental y la Oriental. La República Federal Alemana y la República Democrática Alemana. La primera siempre, o casi siempre, ganaba al fútbol. La segunda, siendo un país no muy grande, estaba en los primeros puestos del medallero de cualquier competición deportiva, el dopaje era sistemático. Eran dos países a los que prestaba atención por mi afición al deporte, antes de mi décimo cumpleaños. Pero, sobre todo, lo hacía con Berlín, una ciudad dividida por un muro que yo imaginaba enorme e inexpugnable. Esa “vergüenza” ya estaba cuando yo había nacido y creía, con la ingenuidad de la niñez, que siempre permanecería, así que, al visitar Berlín y ver los pocos trozos de muro que se mantienen por diversas zonas me di cuenta de la relatividad de la vida, sobre todo desde la visión de los niños.

Cuando visité Berlín hacía casi veinte años de la caída del muro y, lógicamente, lo fotografié en distintas zonas de la ciudad, tanto en el centro (en Postdamer Plazt) como en el lugar más emblemático (East Side Gallery) y, mientras lo hacía, pensaba en las personas que les cambió la vida desde que se alzó aquella barrera o las que fallecieron al intentar traspasar la frontera. Ahora se ha convertido en lugar turístico gracias a la protección para conservarlos como testimonio de esta historia tan triste.

Es difícil elegir los lugares más emblemáticos de esta ciudad tan novelesca y cinematográfica, supongo que cada cual tendrá los suyos. Uno de los momentos que aún recuerdo con gran emoción lo viví al entrar en la sala del Museo de Pérgamo y ver su altar, no me esperaba aquella impresionante escalinata de mármol dentro de cuatro paredes. Fue alucinante comprobar el pórtico con columnas y el friso esculpido, todo ello hizo que el busto de Nefertiti que acaba de contemplar, aún en el museo Altes, pasara a un segundo término; y a un tercero los impresionistas de la National Gallery. En definitiva, la Isla de los Museos es una de las zonas que no deben dejar de visitar.

Y por esa isla transcurre el río de Berlín. ¿Saben cómo se llama? Igual no. No es el Sena, el Támesis o el Danubio. Pero tiene su encanto, sobre todo recorriéndolo en uno de los paseos que se ofertan en su orilla, podemos contemplar el barrio de San Nicolás, el Reichstag, la Columna de la Victorial o la Catedral. Spree es su nombre, el que cruza y serpentea por buena parte de la ciudad.

No puedes dejar de comentar alguna comida en un viaje, es parte de él. Me vienen a la mente dos, el primero en la Pizzería “Los doce apóstoles”, en la zona de Savignyplatz. Es en este restaurante donde tengo la foto de Nadal de la que hablo al principio, y también aquí me di cuenta de que tenía que mejorar mi alemán porque la ensalada que pedí estaba repleta de pepinos. Del segundo lugar no recuerdo el nombre, pero sí que fue en el barrio de San Nicolás. La carta estaba en varios idiomas y gracias a ello pude pedir algo muy típico en Alemania, el codillo. Pero además pude saber cómo se escribe en alemán: grobes Berliner pokeleisbein, o eso creía porque mi primo Alberto, que ahora vive allí, me dice que es mucho más fácil: haxe. El caso es que estaba buenísimo, sobre todo acompañado de la cerveza especial que pedí para la ocasión: Schöffenbenbier.

Me falta espacio para continuar con mi Berlín, para hablar también de su belleza, de sus mercados, de su arquitectura, de sus contrastes, pero también de sus simbolismos, no podemos adentrarnos en el laberinto de bloques de hormigón del Monumento al Holocausto sin sentirnos empequeñecidos, indignados y avergonzados por la crueldad humana; no somos capaces de observar la torre de la iglesia luterana que sobrevivió al bombardeo de Berlín sin adentrarnos en el dolor y la destrucción que provoca la guerra, este templo con numerosos nombres (iglesia del káiser, del diente roto, del Recuerdo) que se conserva como un memorial junto a las nuevas construcciones para  no olvidar la barbarie.

No sé en qué lugar leí que los sueños van alterándose con la edad, también los recuerdos. Por eso creo que los días que viví en Berlín han cambiado según mi percepción, pero lo que permanece invariable es la sensación de haber encontrado un verdadero tesoro en una ciudad tan simbólica.

2 Comentarios

  1. Aún no he estado en Berlín pero dan ganas de ir tan sólo por lo que cuentas en el artículo. Ya lo dice también Coque Malla en su canción «Berlin»:
    » Voy a recorrer esta ciudad / voy a quedarme en Berlín / para toda la vida»

  2. ¡Qué recuerdos me ha traído tu artículo! Definitivamente Berlín es una ciudad que hay que ver sí o sí porque es distinta. Preciosa la zona de San Nicolás, con el añadido de que llegué a ella con ninguna expectativa y aluciné. Increíble el Memorial a los judíos, cerca de la puerta de Brandemburgo. Y la iglesia rota en la zona oeste. Y el …. En fin, paro ya. Grande Antonio. Y grande Nadal 🙂

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