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Edición
36

Actualidad de Sigmund Freud

Buenos Aires
¿Qué trajo de nuevo el psicoanálisis? ¿Qué es lo que lo hace un clásico en la práctica y en las formas de discursividad?

El nombre del descubridor del inconsciente y creador del psicoanálisis ha sido traído y llevado para las más diversas causas y en incontables ámbitos. Su obra aguda y variopinta, abierta y firme en su vulnerabilidad, permanentemente interrogativa, fue, es y será defendida dogmática o críticamente, atacada y resistida, burlada y elogiada. Desde su emergencia hasta el presente no hay ámbito humano en el que no haya incidido.

Su obra tiene como escenario un momento histórico particular de la modernidad europea. El cenit y al mismo tiempo los confines de la época moderna en la que el campo científico alcanzaba el prestigio y el poderío de una promesa de dominio, libertad y felicidad sobre el terreno de una razón que prefiguraba una expansión infinita. Pero una mirada más amplia, pone de relieve las líneas de fuerza que se entretejen en ese momento en el interior del campo científico. El desarrollo industrial y sus consecuencias tecnológico políticas, como la brecha en lo social que generó la pérdida masiva de fuentes de trabajo y las revueltas sociales consecuentes, al mismo tiempo que el fracaso histórico en el siglo XIX de las promesas del ideario liberal de la Ilustración, arman el contexto del creciente interés por las ciencias del hombre. En especial, por el desarrollo de la medicina, cuya autoridad crece en la medida que el interés por la marcha del progreso requirió un control neutral de las poblaciones y de las enfermedades físicas y morales que obstruían la producción y la circulación de bienes.
La aparición del psicoanálisis en el interior de las ciencias médicas implicó un sacudimiento sísmico en los sistemas de saber y un trastocamiento de los intereses del mercado de la salud.

el peor panorama del saber: ignorar que se ignora.

La experiencia psicoanalítica nace en el medio del desarrollo positivista de las ciencias de la vida, indagando la curación y la naturaleza de una enfermedad aislada como tal desde el siglo XVII, la neurosis –incomprendida y prejuzgada desde la moral social y la religión.

El paso por esa experiencia supone la presencia de un mal desconocido y eficaz que arruina la vida. El dispositivo creado por Freud interroga no solo la estructura de las neurosis y del aparato psíquico, sino también a la Razón moderna, identificada con la conciencia como sede de la verdad y de la libertad.

Freud pone de relieve que esa Razón no es solamente el instrumento y la materia de las ciencias, sino también el último efecto de un saber que no se sabe y que produce a un sujeto de la conciencia y de la razón, que realiza el peor panorama del saber: ignorar que se ignora.

Según A. Wellmer, Freud hizo “entrar a la Razón en razones”. Esto significa que se ocupó de las cuestiones dejadas de lado por el campo científico – médico, como la sexualidad infantil, las fantasías, el sentido de los síntomas, la angustia, el sueño, las acciones fallidas, los olvidos y la memoria como inscripción inconsciente, las pulsiones, la naturaleza no natural de la relación del analista con sus pacientes, la llamada transferencia.

La obra de Freud establece las condiciones de una experiencia que implica el atravesamiento de las creencias y supuestos inconscientes que anudan hasta los dichos más triviales –proferidos en el interior de esa experiencia- con unos modos de satisfacción singulares para cada uno.

Esta experiencia, nacida en el seno de la práctica médica y el discurso científico, amplía e interroga el horizonte de la razón moderna de tal manera que después de Freud ninguna práctica médica puede ser la misma, aunque su sitio en dicho campo no esté enteramente decidido.

Lo clásico es lo actual. Es como la revelación de una serie de verdades que ya sabíamos, que son eficaces, pero de las que no queremos saber nada.

Sólo renunciando ex – profeso a la tentación filosófica, es decir, advirtiéndose de sus límites estructurales, pudo Freud generar ese otro discurso, el psicoanálisis, esa nueva práctica en el interior del campo científico. Y si bien la filosofía siempre tuvo, de alguna manera, la aspiración de ser considerada como una ciencia, en particular en la época en la que Freud genera el psicoanálisis (vg. la obra de E. Husserl, “Filosofía como ciencia estricta”), mantuvo a la vez una independencia y como una distancia nostálgica, -cuando no polémica- con la ciencia.

Pero Freud sostuvo una manera de leer y escuchar la palabra en los síntomas, que lo excluían de esas formas de saber y de pensar. Ni la ciencia ni la filosofía pudieron apropiarse del psicoanálisis. Su análisis del proceso secundario y su percepción de algo no dicho por la ciencia ni mostrado en la res extensa, le permitió avanzar por una vía inédita.

Es a la vez, parte de las resistencias al psicoanálisis y de cierta preocupación política en el interior del mundo psicoanalítico -aunque por causas y con fines bien distintos-, un cierto afán taxonómico que quisiera situar por fin la obra de Freud en algún compartimento conocido. O en las ciencias, o en la filosofía, o en la literatura…Para las resistencias, con el fin de restarle toda eficacia y neutralizar y controlar su dispositivo. Para la política de ciertos analistas, como una estrategia implementada para que sea aceptado por pertenecer a un terreno consagrado y respetado.

Pero ¿qué es lo nuevo, lo propio, lo revulsivo de la mala nueva que trae al mundo europeo moderno el psicoanálisis? ¿Y qué es al mismo tiempo, aquello que lo hace un clásico en el orden de la práctica y de las formas de discursividad?

Lo clásico es lo actual. Es como la revelación de una serie de verdades que ya sabíamos, que son eficaces, pero de las que no queremos saber nada.

Lo nuevo consiste en atender de una manera preeminente al decir, a la palabra del paciente. Leer en ellas el modo como ese decir pone de manifiesto una trama compleja de elementos que sitúan al paciente en cierto lugar, en cada caso diferente, en relación al semejante y a sí.

Freud crea un nuevo tipo de lector; aquél que no se consagra principalmente al campo semántico del decir, a los enunciados proferidos.

Freud crea un nuevo tipo de lector; aquél que no se consagra principalmente al campo semántico del decir, a los enunciados proferidos. Genera un lector de Freud, de su escritura, que es a la vez un lector de su propia palabra, de la del lector.

Hace sensible una nueva lengua en el interior, por así decirlo, de la lengua hablada que entraña las producciones de su cultura, de los ritmos de una creación insensible para el que habla y que lo impele a una traducción dentro de su propia lengua.

Los mitos, los sueños, los rituales, los emblemas simbólicos de una cultura, se hacen presentes en las formas del decir sufriente en las neurosis, en las psicosis, bajo la fuerza muda de una torsión que anuda y crea un cuerpo que no es el organismo biológico pero que lo afecta inexorablemente.

La creación abierta por Freud de una dimensión conceptual inaugural, pesa y trastoca las coordenadas de la razón algorítmica de las ciencias y de la prosa corriente, dominadas por la moral social cultural y una concepción lineal y cronológica de la temporalidad.

Un muchacho llamado “José Mariano”, hijo de “José María”, quien a su vez su padre había abandonado, rechaza sistemáticamente todos los caminos y valores que su padre le enseña y le intenta dar. “José María-no” carga con el peso de la repetición de un rechazo de lo que vive fatalmente en el segundo nombre de su padre, “José María”, quien desde siempre a su vez rechazó la feminización de ese nombre. Nombre que nombra un anhelo de hija del padre de su padre.

una interrogación sin supuestos, el coraje de la pregunta y la distancia apolínea de una escucha que no se rinde a ningún sistema.

La no naturalidad de la sexualidad, el develamiento de la sexualidad infantil por fin nombradas desde una enunciación no moral; el sentido de los síntomas atravesando la anatomía y la fisiología del cuerpo como organismo de la mirada médica y haciendo visibles unos nexos no contrastables empíricamente, no medibles ni controlables por ningún experimento de laboratorio; una falta constitutiva difícil de asumir sin el paso por el dispositivo freudiano llamada castración por la pluma de Freud -plástica y figurativa, aún de lo no representable-, son algunos de esos descubrimientos que siguen siendo revolucionarios y revulsivos.

El psicoanálisis como dispositivo es inseparable de la teorización a la que esa práctica lleva, y de la que a su vez toma las innovaciones que produce.

No hay institución humana que no quede interrogada por la fina pluma de Freud: desde la identidad del hombre, la familia occidental, la educación, la moral, la fe, la religión, los ideales, la ciencia, el arte, la guerra, el ejército, el chiste, el juego, el humor, el sueño, la fantasía, la razón, la justicia, la locura, la filosofía…

Hay un antes y después de Freud.

Su atravesamiento por el discurso y por la cultura operó como un trauma. Alteró la temporalidad, produjo una pérdida irrecuperable, el mundo perdió la candidez de la teoría pura y de las justificaciones racionales, generó un nuevo tipo de sujeto, instaló un modo de leer y de escuchar.

Introdujo la necesidad de volver a interrogar todo aquello que parecía gozar de una impunidad intelectual, política y moral.

Retomó la función por excelencia de la lectura talmúdica, de la interrogación filosófica, y del desiderátum científico de la modernidad.

De la filosofía conserva transformada la nuez que la define: una interrogación sin supuestos, el coraje de la pregunta y la distancia apolínea de una escucha que no se rinde a ningún sistema. La verdad de la filosofía no es la voluntad del sistema, que es como el resto, el final -en cada caso de cada pensador- de un recorrido impredecible. Es justamente el ejercicio, la ascesis de sí en el discurso, como quiere Foucault, en el juego de la verdad.

De la ciencia conserva el espíritu científico, el afán inclaudicable de la investigación, la desconfianza y la duda sobre lo dado inmediatamente, pero a la vez, el registro riguroso de lo dado – la atención flotante.

Un psicoanálisis no se reduce a su dispositivo. No es el diván y el sillón. Hay psicoanálisis en las intervenciones de un analista cuando escucha pacientes internados o ambulatorios en un hospital. Es el “aparato de escucha” forjado en el análisis, que crea el atravesamiento de los propios ideales, que implica al que habla en lo que dice, que atiende a la dificultad de la palabra proferida.

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