Y… ¿Qué es habitar? Habitar es abrigar y cuidar, es una relación armoniosa con el lugar en que se está. Se habita una morada cuando se la hizo propia, cuando nuestro cuerpo se acomoda a sus espacios, no importa cuán generosos o mezquinos sean. Dejarla es perder parte de nuestra vida por eso el destierro fue, y lo es todavía, una forma de morir.
La fragilidad de nuestra condición con riesgo de muerte nos condujo a buscar cobijo en lo que había a mano, montes y riscos que se abrían en cavernas protectoras y dónde podía cubrirse del frío, de los huracanes, del enemigo depredador y más fuerte que él. El laberinto fue el primer hábitat en el que se cobijó el animal bípedo cuando liberó las manos y agrandó la caja craneana para dar lugar al neocortex; por ser una de las experiencias más originarias del homo sapiens se constituyó en un arquetipo que determina, simbólicamente, nuestro modo de percibir el mundo.
El laberinto fue el primer hábitat en el que se cobijó el animal bípedo cuando liberó las manos y agrandó la caja craneana para dar lugar al neocortex
En ese hábitat particular imaginó historias contadas alrededor del fuego, alimentó el lenguaje y creó los símbolos necesarios para hablar acerca del mundo, de su mundo. Así aparecen los mitos, el primer relato que da sentido y entidad a este universo incomprensible. Y entre esos mitos, los cosmogónicos, que narran la creación del mundo, fueron los iníciales. Quizás, porque es propio de la vida errar largamente sin saber bien dónde vamos, se descubrieron dibujados en cavernas y más tarde construidos en catedrales, distintos tipos de laberintos que nos advierten sobre experiencias diferentes. El hombre arcaico ante el miedo ancestral a perderse y la conciencia de la propia muerte, inventa un laberinto con un centro donde habita lo sagrado.
Quizás, porque es propio de la vida errar largamente sin saber bien dónde vamos, se descubrieron dibujados en cavernas y más tarde construidos en catedrales, distintos tipos de laberintos que nos advierten sobre experiencias diferentes.
Y esto nos lleva a Borges, maestro de laberintos y quien nos enseña que la ficción, a menudo, susurra alucinantes semejanzas con la realidad. Su lucidez le devuelve un universo inquietante, lejos de fórmulas racionales y ante el cual experimenta un profundo sentimiento de perplejidad, el estrecho camino entre la certeza y la duda. El universo es un laberinto y los laberintos son formas de la experiencia del espíritu. Laberinto viene de lábrys (hacha de dos filos) y también de labra, caverna con abundantes pasadizos.
Borges le agrega, a la idea de complejidad, infinitud e insensatez, propia de una construcción de dioses locos –como él dice– un matiz nuevo en “La casa de Asterión”: la humanidad del protagonista. Borges se pone en la piel del Minotauro quien habla en primera persona y describe su mundo que es también, el de nosotros mismos. El laberinto esconde al Minotauro. Desde su origen, este ser monstruoso, viene signado por una transgresión y arrastra consigo aspectos oscuros y misteriosos. El Minotauro, por los rasgos de prohibido, solitario, temible y fascinante, al mismo tiempo, es símbolo de lo Sagrado y fuerte arquetipo mítico. Con maestría, Borges, marca el perfil humano de Asterión- Minotauro y lo acerca a nosotros.
El monstruo espera por alguien que vendrá a librarlo de la monotonía y la repetición: siempre lo mismo, en cada bifurcación: pasadizos, puertas, aljibes, abrevaderos, soledad, cadáveres de jóvenes atenienses. Asterión, antiguo nombre del Minotauro está solo.
El universo es un laberinto y los laberintos son formas de la experiencia del espíritu.
Como lo señaló Platón, quien mucho sabía de estas cosas, el alma está conducida por un caballo blanco y un caballo negro. Esta conjunción de lo luminoso y lo oscuro, es un juego que se libra en nosotros entre lo sagrado y lo profano, entre lo espiritual y lo animal, entre lo divino y lo humano. Los diversos pasadizos no son más que las acciones tentativas de los hombres en su transitar por la vida. A menudo senderos truncos. La verdad ama ocultarse. Nunca es plena ni luminosa, nunca es absoluta, ni siquiera para Asterión, revestido de rasgos divinos y humanos.
Cada vida es un laberinto con imperceptibles curvaturas y bifurcaciones. Y cada laberinto es una clave en cuyo desciframiento empeñamos nuestra vida.
Muchas veces la filosofía y la poesía han entretejido sus perplejidades y sus infatigables búsquedas de respuestas sobre dos temas claves para entender al ser humano: la maravillosa capacidad de la razón para darnos explicaciones y tejer sentidos y, al mismo tiempo, la irremediable fascinación ante el misterio y lo irracional – que a veces llamamos ficción. Cada vida es un laberinto con imperceptibles curvaturas y bifurcaciones. Y cada laberinto es una clave en cuyo desciframiento empeñamos nuestra vida. Y si bien hora ya no nos cobijamos en cavernas, ni en suntuosos palacios de Gnosos, la impronta originaria, fuerte y arcaica, aprisiona nuestro espíritu.
Habitamos un universo complejo y laberíntico del cual solo podremos escapar construyendo sentidos e inventado mundos en los que nos movemos confiados y a los que llamamos arte, ciencia, religión, filosofía o política. Y así evadimos el abismal sentimiento de indefensión y de absurdo y hacemos habitable este universo. Sin embargo, el misterio, lo irracional, nos espera siempre en alguna inesperada bifurcación.
Entonces ¿Habitamos un laberinto? Sí, un laberinto cuyas galerías están hechas de tiempo, que se nos escapa de las manos, de opciones múltiples y complejas ante las que nos debatimos, de encrucijadas inesperadas que nos pone la vida, de pasadizos azarosos, de ausencias no deseadas, de amores perdidos, de puertas que no se abren… Si bien seguimos intentando cobijarnos en la racionalidad, nuestra morada, nuestro universo, tendrá siempre una nueva bifurcación no prevista. Y eso nos lleva a amar el misterio y adherimos a la esperanza e inventar subterfugios para escapar del laberinto. Y eso es bueno e inevitable.
Una crónica sobre la pintura de Oskar Kokoschka, exhibida en el Kuntsmuseum, que refleja su apasionada relación con Alma Mahler. Una mujer marcada por su matrimonio con Mahler y los romances con Klimt, Kokoschka y Gropius, fundador de la Bauhaus.
El uso de las redes sociales contribuyó al aumento de la ansiedad y depresión en la Generación Z, provocando efectos que perturban su bienestar emocional. Sin embargo, los jóvenes pueden desarrollar narrativas más saludables sobre sí mismos.
Para los wayuu el mundo está lleno de seres atentos al universo, algunos son humanos y otros no. La noción de personas en el cristianismo, el judaísmo y otras religiones de occidente ubican a los humanos como los seres centrales del universo. ¿Cuál es la riqueza de una cultura sin esa jerarquía?
La artista guatemalteca explora la relación entre la humanidad y la naturaleza, y cómo se afectan mutuamente. Desde su estética del vacio, la destrucción que causa un hongo o las termitas no es solo pérdida, sino una redefinición de significado.
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2 Comentarios
MAGNIFICA ÓPTICA DE MIRAR NUESTRA EXISTENCIA,BAJO LO INEXPLICABLE Y LABERINTOSA
CONCENTRACIÓN HUMANA EN LAS GRANDES URBES QUE CADA DIA NOS IMPONE EL MUNDO IRRACIONAL Y A SU VEZ MIRAR ATÓNITOS UN UNIVERSO QUE PLANTEA LA AUTODESTRUCCIÓN …….DOCTOR (C) EN FILOSOFÍA CON ORIENTACIÓN EN CIENCIAS POLÍTICAS DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA NUEVO LEÓN MÉXICO – UNIVERSIDAD SIMON BOLIVAR COLOMBIA (CONVENIO)
HABITAMOS UN LABERINTO PERO EL LABERINTO NOS HABITA… ADEMÁS DE LUGARES HABITAMOS UN CUERPO, PERO NUESTROS PENSAMIENTOS TAMBIÉN NOS HABITAN…
ARQ. DAVID FRANCISCO LLAMOSA ESCOVAR.