Search
Close this search box.

Edición
12

¿Y para qué Arte?

Tucumán
Tomando la paradoja occidental entre razón e imaginación – verdad y falsedad, Cristina Bulacio nos conduce con toda sensibilidad a la reflexión sobre el sentido del arte y de los artistas en el mundo actual. ¿Cómo en un mundo regido por la racionalidad, el arte puede tener importancia e impacto? ¿Cuál es la función del pensamiento sensible, auténtico y profundo en tiempos de oscuridad y violencia?

Finitud, libertad, imaginación readora y conocimiento son los factores determinantes del hacer humano (poiesis) Sin embargo, debemos agregarle a ellos la paradoja de su propia naturaleza: es finito, pero también infinito en los juegos del pensamiento; está uncido al carruaje de lo temporal, pero renueva a cada instante a esperanza de alcanzar la eternidad; es racional y construye la ciencia on esa razón, pero es dueño de una sensibilidad e imaginación fantásticas que lo empujan a escapar a la pura racionalidad.

En el coro de Antígona de Sófocles se cuenta del coraje de una hija de Edipo que entierra a su hermano desobedeciendo la prohibición del tirano Creonte. El acto de rebelión revela algo sobre nosotros mismos. Dice el coro:

Muchas cosas son pavorosas, nada sobrepasa al hombre en pavor.[1] Sale por encima de la espumante marea, en medio de la invernal tempestad del sur, cruza las montañas abismales y enfurecidas ondas. Fatiga la indestructible calma de la Tierra […] Pero en ningún caso puede impedir el embate de la muerte.

La palabra que elige el poeta griego para calificar al hombre: to deinotaton,( lo más pavoroso), señala la desmesura de la condición humana y la omnipotencia de la que es capaz. Su soberbia sólo encuentra un límite que lo confina a lo humano y revela su inevitable distancia con los dioses: la muerte. Cargado de ancestral sabiduría este breve texto señala notas antropológicas definitivas:

1- la conciencia de su finitud, saber de su propia muerte;

2- libertad física y espiritual que no tiene ninguna otra especie

3- imaginación creadora, responsable de la cultura.

4- búsqueda de la verdad

Entonces: Finitud, libertad, imaginación creadora y conocimiento son los factores determinantes del hacer humano (poiesis)

Sin embargo, debemos agregarle a ellos la paradoja de su propia naturaleza: es finito, pero también infinito en los juegos del pensamiento; está uncido al carruaje de lo temporal, pero renueva a cada instante la esperanza de alcanzar la eternidad; es racional y construye la ciencia con esa razón, pero es dueño de una sensibilidad e imaginación fantásticas que lo empujan a escapar a la pura racionalidad. Como los centauros, hechos de carne y deseo, nuestras patas se hunden en la tierra, se nutren de las fuerzas biológicas del universo, mientras el corazón –de estirpe divina– se eleva hacia las estrellas. Por eso, como resultado de las paradojas incrustadas en su ser, la clave de la existencia se transforma en la búsqueda de sentidos y no de verdades lógicas. Y esos sentidos, originariamente, provienen del arte y de la religión. Pensemos esto: sin arte y sin religión una sociedad languidece y muere.

Elegimos dos perspectivas para ilustrar el destino del arte y de los artistas en nuestra cultura; una filosófica y otra poética: Platón y Hölderlin. Con Platón se produce la escisión casi definitiva entre logos y mito, entre razón e imaginación, entre filosofía y poesía. Dice Platón que los artistas, en tanto poietai, creadores, no imitan las Ideas eternas, como sería lo correcto; por el contrario, hacen algo novedoso, imaginativo y alejado de ellas; eso los torna peligrosos ante los ojos del filósofo porque atentan contra el orden establecido y, de ese modo, ponen en riesgo la sociedad toda. Debido a esa peligrosidad Platón los destierra de su República ideal con una frase fuerte y significativa: «Viene desde antiguo la disensión entre filosofía y poesía». República L.IX, 606d. Es decir, entonces, que entre la razón argumentativa que busca la verdad y la imaginación creativa que apela al sentido, no hay total acuerdo. Pues bien, esa disensión reina aún hoy entre nosotros. Platón marcó a Occidente hasta hoy.

La otra idea de raigambre antropológica pertenece a una poesía de Hölderlin que, en forma de pregunta, formula una inquietud que debemos escuchar cuidadosamente.

¿y para qué poetas en tiempos de penurias? / Pero ellos son, me dices, como los sagrados sacerdotes del dios del vino / que de tierra en tierra peregrinaban en la noche sagrada. (Elegía Pan y vino,( IV, 123).

Hölderlin usa la palabra poeta en sentido platónico –palabra que viene de poietai– por tanto es también un modo de nombrar al creador; hay en ella un dejo de nostalgia por la ausencia de los dioses, de la inspiración, de lo señalado como divino: el arte. Dice también del poco valor que se le otorga al arte, o, mejor dicho, a los artistas, en tiempos como los nuestros.

¿Y para qué poetas en tiempos de penurias?

Pensemos un nexo entre esta frase de Hölderlin y aquella idea platónica señalada antes: viene desde antiguo la disensión entre filosofía y poesía. En nuestra cultura occidental y platónica sólo el pensamiento abstracto y argumentativo de la filosofía puede alcanzar la verdad de la idea perfecta. La poesía, el arte, comportan el riesgo –por ser pura imaginación– de confundir y engañar a los hombres de la polis. Los artistas crean fantasmas, sostiene el griego, por eso deben ser desterrados, incluso su padre Homero.

La poesía de Hölderlin dice, por el contrario, de la excelencia casi divina del arte y por tanto, para qué cultivarla en momentos en que el espíritu se torna árido y seco. Habla desde el artista mismo, intentando encontrar el sentido de su propio hacer. Escuchemos:

¿Y para qué poetas en tiempos de penurias? Frase que podemos transformar en: ¿Y para qué artistas en tiempos de penurias?

Si bien la cuestión es lanzada como pregunta, Hölderlin no argumenta ni busca la verdad; por el contrario enfatiza, aunque con ironía, el carácter imprescindible de la existencia de los artistas en tiempos de penurias. Precisamente, entonces, cuando los tiempos son malos, cuando el espíritu parece haber ingresado en un cono de sombras y se cubre de silencio, cuando calla el canto y la palabra es banal, ellos, los poetas, son necesarios. Y necesidad quiere decir aquí urgencia de pensamiento auténtico y profundo. Tiempos de penuria, de oscuridad y violencia, que son nuestros tiempos. Siempre fueron los tiempos de la humanidad, pero hoy parecen estar más activos y presentes.

Al intentar unir las dos ideas, nos encontramos con el nudo antropológico que perseguimos: un nexo de sentido que nos hará comprensible la permanente tensión entre razón e imaginación en Occidente. Mientras un filósofo, Platón, asevera los peligros de la imaginación y de la libertad de los artistas (los poietai); un poeta, Hölderlin, se pregunta muchos siglos más tarde sobre su propio hacer creativo y esencial. Más ajustadamente, se pregunta sobre el sentido mismo de la existencia del arte y la suya propia como artista.

Si aguzamos el oído se escucha decir a nuestro poeta-artista en su clamor: Para qué poetas… si nadie los escucha, si nadie vibra al son de la palabra, si en estos tiempos se desprecia el arte auténtico, se desconoce la excelencia, se ignora la plenitud y sólo se promueven inversiones.

Para qué poetas… si nadie confía en que tengan ningún trato con la verdad ni pudieran decir nada esencial e interesante; ni siquiera que un poema pudiera incrementar el saber sobre la vida y la muerte, sobre el dolor y la alegría, sobre los misterios del universo y de lo divino.

Para qué poetas…si son tiempos de infinita prisa y abundante superficialidad, y la poesía es sólo un lento caminar a ciegas, tanteando el piso firme para no desbarrancar en los escarpados senderos de la imaginación y la creatividad.

Para qué poetas…si son tiempos de ciencia y tecnología y agobiante información con datos exteriores a nosotros mismos, y la poesía es puro pensamiento sobre sí e infatigable exploración de la palabra; si son tiempos de exposición pública y marketing, y la poesía es intimista y recoleta.

Y, finalmente, para qué poetas…si son tiempos de abundantes palabras vanas, que se multiplican en nuestros oídos sin decirnos nada y la poesía es palabra precisa, ajustada y plena; si son tiempos de violencia y exclusión, y la poesía es paz y encuentro con el otro; si son tiempos de eficiencia y utilitarismo, y la poesía es lo ineficiente e inútil por definición.

¿Para qué poetas? Que es lo mismo que decir: ¿Para qué arte? ¿Para qué artistas?

El discurso simbólico que encierra una obra de arte, irrepetible y único, abre a una constelación de sentidos e intenta poner de manifiesto la hondura de los significados que la habitan, el misterio de propia existencia, de la cultura que la cobija y, con ella, de la realidad misma sin perder su peculiaridad

Es decir entonces que mientras en Platón –el filósofo– el arte es sospechado de no contener la verdad epistemológica; en Hölderlin –el poeta– es ponderado como el único camino para la verdad. Y aquí quería llegar; la aparente contradicción reside en que no se trata de un mismo concepto de verdad. Sócrates, en los diálogos platónicos, busca definiciones universales de la Justicia, el Bien y la Belleza a fin de captar la esencia de la realidad. La verdad que persigue el arte es de otra índole: nada tiene de universal. Esta verdad «particular» es imposible de asir sólo con el bagaje conceptual de la filosofía. La[HEB1] verdad del arte no se adecua a ninguna definición porque no se trata de verdad epistemológica, sino de sentido. Decía Borges que toda poesía es verdadera; y ello sugiere un tema de difícil resolución y que puede sorprendernos: ninguna obra de arte es verdadera o falsa; tiene sentido o no tiene sentido para una cultura. Produce o no goce estético.

El discurso simbólico que encierra una obra de arte, irrepetible y único, abre a una constelación de sentidos e intenta poner de manifiesto la hondura de los significados que la habitan, el misterio de propia existencia, de la cultura que la cobija y, con ella, de la realidad misma sin perder su peculiaridad. Verdad no como acuerdo con la realidad sino como plenitud y revelación. Verdad como la posibilidad de acceder al sentido, de por sí inalcanzable, pero siempre barruntado y deseado.

Entender para qué el ser humano hace arte desde siempre, o por qué, en los albores de las culturas, el arte tuvo una fuerte impronta religiosa, son modos de acercarnos a la pregunta más difícil, que no es, como se piensa ¿qué es el arte?, sino aquella más sugestiva que remeda la de Hölderlin: ¿Para qué arte? Y ésta es una pregunta de fines que señala el arte como un hacer humano urgente y entrañable.

De ningún modo queremos decir que el disfrute de una obra de arte una pintura, una música, una escultura, sea irracional o sólo sensible. Todo fenómeno artístico es tamizado por la inteligencia, por el logos, sólo que no es una inteligencia pura, incontaminada; es una inteligencia trabajada por una sensibilidad, atravesada por una cultura, hablada por una lengua, condicionada por relatos familiares e institucionales, en definitiva, sociales.

La obra de arte conmueve según su carga simbólica de sentido y según haya sido nuestra experiencia. No somos libres constructores de nuestro mundo de la cultura. Somos constructores atados a nuestras tradiciones y a la sociedad que nos vio nacer. Por todo esto, en vez de preguntar qué es el arte, cuya respuesta sería una esencia universal, debemos preguntarnos cuándo algo es arte y la respuesta puede ser: cuando tiene sentido o valor para alguien.

Entre verdad y sentido, más que un matiz, hay un salto, como lo sostengo en mi libro Como el rojo Adán del Paraíso (Bulacio, 2008): «hay otro modo de la inteligencia que desdeña el análisis, la exactitud que enorgullece al científico […] Se trata de una inteligencia abarcadora y lúcida, que soporta la contradicción y apuesta al misterio, que mira al universo más allá de la altura de los ojos, que se detiene en la belleza que no puede definir, en la plenitud del significado que no puede formalizar».

Por tanto, una obra de arte –pintura, música, literatura–, no es ni verdadera ni falsa. Esto quiere decir que no tiene un sistema de referencialidad externa ni pretensiones de exactitud del orden de las matemáticas. Prestemos oídos a esto:

Yo que sentí el horror de los espejos / No sólo ante el cristal impenetrable […]/ Sino ante el agua especular que imita / El otro azul en su profundo velo […] Dios ha creado las noches que se arman / De sueños y las formas del espejo / Para que el hombre sienta que es reflejo / Y vanidad. Por eso nos alarman. («Los espejos», O.C.1974.)

La obra de arte, al pertenecer a un orden de la inteligencia distinto del de la ciencia, cargado de simbolismo, puede decirnos algo más rico y profundo que el saber del científico. Y al hacerlo apuesta al sentido que se abre en distintas direcciones en cada sujeto fruidor. El conflicto entre conocimiento y sensibilidad surge cuando se intenta imponer una verdad esencialmente intelectual que desvaloriza lo sensible: y esto es Platón.

Ni verdadera ni falsa; sí bella y profunda, la obra de arte es autorreferente: es ella y para ella misma. No necesita ni busca referencias externas ni legitimación fuera de sí. La poesía de Borges como aquella de Sófocles dicen «muchas verdades», si de reflexionar sobre la condición humana se trata, pero de ninguna manera la ciencia ni la filosofía dirían que contienen una sola proposición «verdadera». Ningún paisaje es una obra de arte con sólo reproducir, con «exactitud» un plano de la naturaleza. Por el contrario, busca transmitir un sentido, ése que el artista tiene en su corazón y en su mente y percibe con su sensibilidad.

Verdad/falsedad y Sentido/sinsentido se aplican a dos órdenes distintos de la realidad. La primera habla de una cierta estructura de conocimiento de carácter objetivo y científico; la segunda apunta a la comprensión en totalidad. La obra de arte, al pertenecer a un orden de la inteligencia distinto del de la ciencia, cargado de simbolismo, puede decirnos algo más rico y profundo que el saber del científico. Y al hacerlo apuesta al sentido que se abre en distintas direcciones en cada sujeto fruidor. El conflicto entre conocimiento y sensibilidad surge cuando se intenta imponer una verdad esencialmente intelectual que desvaloriza lo sensible: y esto es Platón.

Sin embargo, también Platón aceptó el valor de lo poético e hizo su filosofía jalonándola de símbolos y poblándola de mitos. La valoración del arte en sí, no como fenómeno de inversión, sigue siendo tema de discusión en nuestra cultura; y, como todo fenómeno vital de la cultura, el arte y su valor en la sociedad será siempre un tema de reflexión. Sin embargo y a pesar de todo esto, es a través del arte –en que se manifiesta cada grupo humano– que sabemos cómo los hombres establecieron lazos con el mundo, con sus dioses y consigo mismos.

Por todo esto hemos comenzado con Antígona donde se dimensiona ya, en unas cuantas líneas, la estatura de los hombres capaces de inventar este universo que habitamos.

Notas:
[1] Otras traducciones usan la palabra «admirable», prefiero, para este trabajo «pavoroso», dice más sobre el asunto que tratamos.

Imágen destacada a partir de fotografía por Sunilgarg http://www.flickr.com/photos/sunilonln/1848938597/sizes/z/in/photostream/

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Artículos
Relacionados

Imagen bloqueada