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El último premio Nobel de Literatura concedido a Bob Dylan por su obra viene siendo discutido. De hecho no es casual que los Nobel de Literatura y de la Paz sean los menos prestigiados, por controversiales justamente.
No ocurre lo mismo con los Nobel de ciencias, donde las razones para su elección eluden más fácilmente las preferencias ideológicas de sus jueces. Elegir un Nobel en Letras y en la Paz, en cambio, suele responder a motivaciones ideológicas. Eso ocurrió, por ejemplo, al entregárselo a Neruda y al negárselo a Borges.
El motivo que propondré para cuestionar la validez del último Nobel de Literatura es muy simple. Una canción no es precisamente un poema al que se agrega una música: es una tercera entidad que resulta de ambas pero contiene un plus, un agregado que nos impide juzgarla como poema o como música.
La enorme obra de Yupanqui, o la de Gardel, quedan desfigurada si hacemos eso. Hay poesía en ellas, hay música, pero cada canción de estos autores vale por el éxito de una alianza feliz entre ambos componentes. Imagínese a un tango como Volver con otra música y se entenderá quizás de qué hablo.
Esto no es ninguna condición anómala propia de las canciones: sabemos que el agua se compone de dos gases, hidrógeno y oxígeno en una determinada proporción. ¿Qué ocurriría si tomásemos al agua como un gas? Pues algo semejante a lo que se hizo con el último premio Nobel de Literatura. Hubiese sido preferible crear un nuevo Nobel, el de las Canciones.
Su visión alteró el lenguaje del cine para siempre. Maestro del misterio y la belleza perturbadora, creó mundos donde se fusionan lo real y lo onírico. Obras como Twin Peaks, Blue Velvet y Mulholland Drive marcaron generaciones.
La artista Janet Echerman teje sus esculturas aéreas con la dualidad del poder y la suavidad, fusionando arte, ciencia y espacio urbano. Su obra invita a repensar la ciudad como un lugar flexible, sensible donde se dialoga con el entorno.
Riga, sorprende con su casco medieval, arquitectura modernista y miradores panorámicos. Entre paseos por canales, plazas históricas y barrios Art Nouveau, la capital letona cautiva con su serenidad, memoria viva y riqueza cultural reconocida por la UNESCO.
Artist Janet Echelman weaves the duality of power and softness into her aerial sculptures, blending art, science, and urban space. Her work invites us to rethink the city as a flexible, sensitive place in dialogue with its environment.
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