Un tren llega a la estación. Dentro del tren dos hermanitos, un niño y una niña pequeños, viajan sentados frente a frente. Desde la ventanilla van mirando atentamente al andén mientras el tren se detiene en la estación. “Mirá”, dice el hermano, “hemos llegado a Damas”. “Imbécil” responde la hermana, “¿No ves que estamos en Caballeros?”. Para estos niños se desatará una guerra ideológica en la que Damas y Caballeros serán desde ese momento dos patrias irreconciliables sobre las que a cada cual le será imposible llegar a un acuerdo dado que, tratándose de la misma patria, ninguno cederá terreno en lo relativo a la excelencia insuperable de la una sin restarlo a la gloria de la otra.
Con esta conocida viñeta el psicoanalista francés Jacques Lacan ilustra la asignación de género, gracias a la cual todo sujeto no solamente se somete a la segregación urinaria requerida en los espacios públicos, sino que asume un lugar en el mundo como un ser sexuado. Ambos hermanitos arriban a un mismo lugar a bordo del tren lenguajero. Un niño y una niña, que desde una perspectiva sesgada, solo pueden ver un sexo y no su opuesto, definen su posición como una verdad contrariada. Esta pugna permanente desde dos lados de la frontera así creada, expone la incongruencia y los malestares de la arbitrariedad del sistema de identidad binario femenino-masculino.
Los rótulos Damas y Caballeros no se refieren a ninguna diferencia natural y estable de identidad sexual sino que crean una diferencia artificial entre puertas idénticas.
Jack Halberstam en 1998 desde la perspectiva de Queer Studies ha comentado sobre el problema de los baños[1], subrayando el hecho de que en el espacio público se impone una interdicción y un mandato a declarar la pertenencia a un género dentro de un binarismo que estaría supuestamente en vías de extinción. Esto es precisamente lo que Lacan en 1957 anticipó llamándolo la ley de segregación urinaria en la vida pública en occidente. A la hora de hacer sus necesidades fuera de la casa, sigue existiendo este imperativo a declararse perteneciendo a un sexo.
Siguiendo a Lacan, Javier Sáez observa que los letreros en las puertas del baño “…hombre y otro que pone mujer; por oposición entre ambos, el sujeto decide por donde entrar; pero la palabra hombre o el dibujito del rostro con pipa y bigote no nos dice lo que es un hombre; es la oposición binaria, estructural, entre ambos significantes lo que permite tomar una decisión, pero ninguno de los significantes proporciona un saber o una verdad sobre el sexo”.[2]
Mucha gente que se identifica como trans, al igual que Luke, no se mueve de un sexo al otro, sino que se detiene en un lugar intermedio respecto a la dicotomía del sistema binario hombre-mujer.
El sujeto adopta una posición sexuada, y se coloca del lado femenino o masculino, pero al igual que con los pequeños viajeros ferroviarios será una elección forzada fundada en una equivocación, el posicionamiento estará basado en un error de perspectiva: el de suponer que la ausencia o presencia de un órgano determina la diferencia sexual.
El predicamento de los hermanitos en el tren me recuerda lo que cuenta Luke que le pasaba antes de su cirugía. Las leyes de la segregación urinaria hacían que Luke se sintiera víctima de discriminación y en constante peligro. Cada visita al baño de la universidad donde estudiaba era una agonía. En cuanto alguien notaba su presencia, una situación tensa se desencadenaba y no era raro que alguien gritara, y a veces hasta le pasó que una mujer llamó a los guardias de seguridad. La denuncia: “Hay un hombre en el baño de mujeres”. Otras veces Luke optaba por simplemente cruzar bien los brazos ocultando las curvas del pecho y usar el baño de hombres, rezando para que nadie se diera cuenta. Luke en un principio no cuestionaba su sexualidad por su género. Inicialmente se identificaba como lesbiana, pero luego de pasar un año estudiando en Cuba una pregunta emergió. Parece ser que Luke con su pelo corto y aire andrógino intrigaba a los cubanos. Luke se sentía interpelada cuando a menudo le cuestionaban su género al punto que ella misma comenzó a preguntarse si era o no una mujer. Al volver de Cuba una respuesta comenzó a perfilarse. Luke empezó disimular sus senos bajo unas vendas elásticas y con el uso de ropa holgada cambió su apariencia por la de un hombre homosexual. Después de conocer algunos hombres trans, hombres que nacieron bajo el sexo femenin, Luke sintió que había otras opciones. Con la ayuda de varios amigos juntó el dinero necesario para hacerse una doble mastectomía. Si antes Luke sentía que tenía el cuerpo de una mujer, ahora su apariencia física la ubica en un espacio intermedio entre hombre y mujer. Luke no se identifica ni como mujer ni como hombre sino en un lugar medio entre los sexos. Mucha gente que se identifica como trans, al igual que Luke, no se mueve de un sexo al otro, sino que se detiene en un lugar intermedio respecto a la dicotomía del sistema binario hombre-mujer. Son muchos los que optan por permanecer en tránsito, no llegando ni a Damas ni a Caballeros.
Abordar la cuestión trans desde el psicoanálisis nos permite retomar preguntas cruciales desde una perspectiva nueva: ¿Qué quiere una mujer? ¿Qué es ser mujer? ¿Soy una mujer o soy un hombre? La experiencia transgénero tiene mucho que enseñarnos sobre género, sobre sexo, y sobre identidad sexual al tiempo que reorienta la práctica clínica. Es hora de alejarnos de las generalizaciones clínicas para adentrarnos en las particularidades de cada caso, averiguando cuáles son las circunstancias y motivaciones en la singularidad de cada sujeto antes de suscribir a un diagnóstico. Mi experiencia clínica me ha enseñado, por ejemplo, que no todos los transexuales son psicóticos. En mi práctica clínica prefiero hablar de “síntomas transexuales”, síntomas que pueden situarse en las neurosis, las perversiones o las psicosis.
La experiencia transgénero tiene mucho que enseñarnos sobre género, sobre sexo, y sobre identidad sexual al tiempo que reorienta la práctica clínica.
Veamos un ejemplo. Angelina Jolie sacudió la opinión pública cuando anunció el 14 mayo del 2013, exactamente dos días después de la celebración del día de la madre en los EEUU, que tenía una mutación genética rara que la predisponía a desarrollar cáncer. Su madre había muerto a los 56 años de cáncer de ovarios tras luchar contra la enfermedad por más de una década. Unas semanas después de hacer declaraciones públicas sobre su salud, su tía materna murió de cáncer. Angelina Jolie tenía razones para temer que un destino similar le aguardaba. Con 37 años y seis hijos pequeños, no quería arriesgarse a que la muerte le impidiera estar con ellos. Frente a la perspectiva de vivir bajo la amenaza del cáncer, acorralada por el miedo, decidió someterse a una doble mastectomía profiláctica. Más recientemente, a principios en abril del año 2015, Angelina Jolie se sometió a una extracción de ovarios también preventiva.
Una de las mujeres más deseables del mundo había extirpado importantes partes sexuales de un cuerpo que es objeto de adoración fetichista. Una favorita de la farándula, la actriz de Hollywood emergió resplandeciente en la alfombra roja poco después de cada cirugía, tan bella como siempre vestida de largo, cabello brillante, maquillaje impecable, luciendo saludable y femenina, tan hermosa como antes, la perfecta encarnación de la mujer ideal. La decisión tomada por Angelina Jolie de amputar partes de cuerpo saludables fue presentada como una elección, como la resolución de tomar control sobre el cuerpo y superar los límites que potencialmente le imponía el destino de la anatomía.
con senos con implantes, bellamente reconstruidos por la cirugía plástica, sin ovarios que produzcan hormonas, Angelina Jolie no es diferente de muchas mujeres transexuales.
Obviamente la anatomía no es destino. Tampoco la identidad sexual puede sustentarse sobre partes del cuerpo. La identidad sexual no puede ser determinada ni por cromosomas, ni por cantidad de hormonas, ni tampoco como el resultado de talento del bisturí del cirujano plástico. Si hay una lección uno puede aprender la historia de Angelina Jolie es que la identidad sexual transciende la anatomía mientras permanece como un misterio. “No me siento menos mujer. Me siento plena de fuerza porque he tomado una decisión que de ningún modo disminuye mi feminidad,” escribió Angelina.
Menos de una semana después del momento de las revelaciones sobre la cirugía de la actriz, un hombre de 66 años en Hong Kong acudió a un hospital con una gran inflamación en abdomen y los médicos le dieron un diagnóstico que lo dejó estupefacto: era una mujer. Los médicos le explicaron que sufría de un problema cromosómico, síndrome de Turner, que causa entre otros síntomas infertilidad, baja estatura, excesivo pelo facial y genitales ambiguos. La inflamación en su abdomen había sido provocada por un quiste ovárico. A pesar de la confirmación médica de anatómicamente era una mujer, prefirió continuar su vida como un hombre. Muchas personas nacen con lo se considera rasgos anatómicos sexuales ambiguos. Las estadísticas revelan que uno en cada 2000 nacimientos en los EEUU es de un bebe que presenta genitales que no permiten que pueda determinarse con claridad el sexo del neonato. Hay casos en que los bebes nacen con cromosomas sexuales que contradicen sus características sexuales. Algunos tienen rasgos de ambos sexos, o de ninguno. Estos casos se denominan intersex, lo que antes se consideraba hermafrodita, y la pregunta insiste: ¿qué es el sexo, realmente?
La identidad sexual no puede ser determinada ni por cromosomas, ni por cantidad de hormonas, ni tampoco como el resultado de talento del bisturí del cirujano plástico.
Los expertos en el campo de la sexología como Anne Fausto-Sterling, han demostrado que para la orientación sexual la biología y la cultura interactúan de manera dialéctica y no lineal. Fausto-Sterling explica que dar el rótulo de hombre o mujer es una decisión social. El conocimiento científico puede aportar datos en esa elección, pero son conclusiones basadas fundamentalmente en creencias y no es la ciencia la que nos permite definir los sexos. Además, son nuestras creencias sobre lo que es cada género lo que afecta el saber producido por la ciencia. Fausto-Sterling observa que la sexualidad es una construcción que comienza desde la superficie exterior del cuerpo e infiere conductas y motivaciones que se presume estarían alocadas en lo profundidad del interior del cuerpo, en un movimiento que iría de los genitales hacia la psiquis. De hecho, esta división entre exterior e interior no es tan claramente definible. Para ilustrarlo, el modelo usado por Fausto-Sterling es el de la banda de Moebius, esta cinta que es una superficie con una sola cara y un solo borde, donde no hay un afuera y un dentro. Usando el modelo de esta banda donde afuera y adentro son continuos, no puede decirse que el sexo sea una estructura biológica o que el género sea una construcción social, sino que la experiencia de incorporación de identidad sexual es mucho más compleja y excede simplificaciones tales como las propuestas por la psicología de auto-ayuda donde se presume que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus.
¿O podemos tal vez decir que ambos el sexo y el género son ficciones discursivas como lo plantea la filósofa Judith Butler en Género en disputa? Freud hábilmente evitó la trampa de tener que elegir entre anatomía y convención social. Para el psicoanálisis el sexo nunca es un evento natural como tampoco puede ser reducido a una construcción discursiva. Sexo o género es una alternativa falsa. La diferencia sexual no es ni sexo ni género porque el género tiene que encarnarse y el sexo simbolizarse.
Existe un antagonismo radical entre sexo y sentido como Joan Copjec lo sugiere. El sexo es una falla del sentido, es una barrera a la significación. ¿Es, entonces, la diferencia sexual una categoría comparable a otras formas de diferencia en juego en la construcción de identidad—social, racial, de clase? ¿O es la diferencia sexual un tipo diferente de diferencia?
no puede decirse que el sexo sea una estructura biológica o que el género sea una construcción social, sino que la experiencia de incorporación de identidad sexual es mucho más compleja y excede simplificaciones…
La identidad sexual es enigmática. En su autobiografía Conundrum, El enigma, Jan Morris escribe que luego de su cambio de sexo de hombre a mujer su identidad continúa siendo una obra en constante construcción, un trabajo en progreso. “No me preocupa mi ambivalencia … No me veo como hombre o mujer…” Su autobiografía concluye no resolviendo su enigma, sino que propone una pregunta: “¿Qué hay si continúo como una figura equívoca?” Jan Morris no nos ofrece una solución, sino que nos abre un espacio donde se pueden hacer preguntas. Es nuestra responsabilidad como analistas precisamente la de proponer un espacio similar donde puedan formularse preguntas. En nombre de la ese poco de libertad que el psicoanálisis promete, nuestra práctica tiene que ponerse al día evitando caer en una prejuiciosa normatividad que anularía la escucha a la singularidad de cada caso.
Una de las lecciones de la historia de la decisión de Angelina Jolie es que la relación con nuestro cuerpo ha cambiado. El acceso a las tecnologías de modificación corporal que permiten intervenir y modificar el cuerpo avanza al punto que aceptamos esas tecnologías como un hecho de la vida cotidiana. Pero ellas nos obligan a repensar la supuesta línea divisoria existente entre naturaleza y cultura, entre chance y necesidad, entre masculinidad y femineidad, entre vida y muerte, entre maternidad y paternidad.
Las experiencias clínicas con personas transgénero pone en el centro del debate cuestiones sobre la asunción de la sexualidad en el cuerpo, la compleja tarea de encarnar un enigma. Como lo revelan los aforismos “la mujer no existe” “no hay relación sexual”, las dificultades en la adscripción de una identidad sexual existen tanto para las personas trans como para las cis , aquellos cuya percepción de su género concuerda con el sexo que se les ha asignado al nacer. Lo interesante del trabajo clínico con analizantes trans es que avanza a menudo sobre cuestiones de género y de identidad sexual, a la vez que reorienta la práctica clínica.
Es posible que el psicoanálisis tenga un problema sexual. El psicoanálisis clásico, es especial el practicado al norte del Río Grande, se ha ganado una merecida pésima reputación de forzada hetero-normatividad y patologización de sexualidades no-normativas. Sabemos de la vergonzosa historia de patologización de la homosexualidad, por ejemplo, que esta obviamente basada en una distorsión y una reinterpretación selectiva de textos freudianos. De hecho, nada puede estar más lejos de aquello que Freud propuso en sus teorías u observó en su práctica. Podemos decir que las posiciones normativas adoptadas por muchos psicoanalistas están basadas en una distorsión reduccionista. El creador del psicoanálisis de hecho le dio un giro queer a la sexualidad humana (Dean y Lane, 2001) cuando propuso una sexualidad que opera de manera misteriosa, a veces caprichosa, a menudo en contra de la naturaleza, desviándose del fin reproductivo. Ya el mismo Freud pervirtió la sexualidad cuando separó la pulsión de toda función instintiva y describió su objeto como indiferente, lo que implica, entre otras cosas, no determinado por género.
Lo que más irritó en las teorías sexuales de Freud no es tanto que postulara la existencia de la sexualidad infantil sino el no-esencialismo de su definición de sexualidad. Luego la noción freudiana de la pulsión tampoco tiene una determinación específica por género; este es el verdadero escándalo que ofendió la sensibilidad victoriana y que luego fue reprimido por los pos-freudianos.
La mayor revelación de Freud de que el inconsciente es sexual es confirmada a diario en lo que se escucha en el diván. La queja recurrente es que hay algo que no anda bien con el sexo. Los analizantes sufren porque algo no funciona. Alain de Botton (2012) lo pone bien claro en su libro How to Think More About Sex (Como pensar más en el sexo), “El sexo no será nunca ni simple ni escrupuloso en las maneras en que nos gustaría que lo fuese”, observa. “No es ni fundamentalmente democrático ni amable; está lleno de crueldad, de transgresiones y del deseo de subyugar y humillar. Se niega a acomodarse prolijamente en el amor, como debiera” (p. 6-7.) ¿Cómo pudieron por décadas los psicoanalistas hablar se sexualidad normal y asumir que esto significa heterosexualidad cuando más de un siglo atrás Freud notó que el mutuo interés entre hombres y mujeres era un problema que debía elucidarse y no un hecho evidente (Freud 1905, p. 146n)? Como Dean y Lane (2001) notan, una de las paradojas más grandes en la historia del psicoanálisis y de sus instituciones es el haber desarrollado prácticas moralistas y discriminadoras en nombre de la una normalidad que contradice los conceptos psicoanalíticos más básicos.
Este desarrollo es lamentable ya que el psicoanálisis freudiano y lacaniano podría haber ofrecido valiosas contribuciones. El psicoanálisis estudia el sexo y la identidad sexual proponiendo ideas novedosas sobre la compleja relación entre cuerpo y psiquis, la inestabilidad de la oposición masculino-femenino, los avatares de la construcción de la identidad sexual, los desafíos una elección de un posicionamiento sexual, es decir, el enigma de la diferencia sexual. El psicoanálisis tiene un gran potencial teórico para ofrecer una perspectiva enriquecedora para contribuir al debate contemporáneo sobre género y sexualidad.
Lacan desarrolló las ideas freudianas de que la sexualidad es un proceso en el que cada persona toma una decisión y adopta una posición sexual que no depende completamente en diferencias anatómicas, o siquiera en sus consecuencias psíquicas. ni de convenciones sociales. Lacan inventó la noción de sexuación para dar cuenta de la elección sexual inconsciente y del proceso que esta implica. Lo interesante es que esta teoría está basada en modalidades de goce y no exclusivamente en la identificación. Esta elección de posicionamiento sexual puede o no estar afectada por los contornos anatómicos del cuerpo que pertenecen a un sexo biológico y pueden o no ser determinadas por la manera en que la sociedad inscribe reglas, roles y restricciones para cada género. La adopción de una posición sexuada resulta de una negociación con la diferencia sexual, una noción de diferencia que no está ni determinada por el sexo (anatomía), ni por género (una construcción social); es una elección inconsciente de cada sujeto.
La sexualidad no es una decisión consciente, escapa el control racional. La inconmensurable complejidad de lo sexual es comparable a la dimensión enigmática de la propia muerte. El inconsciente no puede simbolizar la diferencia sexual de la misma forma que no puede representar la propia muerte.
El sexo y la muerte son lo que no podemos mirar a la cara. Son una realidad que encontramos imposible de confrontar, que no podemos representar, sobre la que no sabemos nada. El sexo conecta con lo imposible de representar como recordatorio de que necesitamos reproducirnos porque somos mortales. Sea cual sea el uso que hagamos del sexo siempre arrastrará consigo una dimensión de angustia e imposibilidad.
La anécdota de los hermanitos en el tren que Lacan describe, me recuerda un comentario de una analizante, una mujer transexual que vivió por varios años en la indigencia: “La gente habla de que hay luz al final del túnel. Pero cuidado, puede ser el tren de las 6:15.” Para todas aquellas sexualidades en tránsito, la cuestión es estar en la plataforma de la estación y no en las vías, cuando el tren llega.
París de principios del siglo XX atrajo artistas de todo el mundo. Muchos críticos de arte reclamaron el nacionalismo artístico, enfatizando las diferencias entre los locales y autóctonos y los extranjeros… los extraños, entre ellos Picasso, Joan Miró y Marc Chagall.
El uso de las redes sociales contribuyó al aumento de la ansiedad y depresión en la Generación Z, provocando efectos que perturban su bienestar emocional. Sin embargo, los jóvenes pueden desarrollar narrativas más saludables sobre sí mismos.
Una exploración de la lucha interna de las mujeres en una sociedad obsesionada con la juventud. Una obra que desafía las normas estéticas y cuestiona cómo envejecen las mujeres en el imaginario colectivo, usando la estética del horror.
“Desde diosas hasta reinas, de cortesanas hasta científicas, de actrices hasta santas, desde escritoras hasta políticas… hemos estado en todas partes, aunque un manto de silencio se empeñara en cubrirnos o ignorarnos”. Julia Navarro.
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