Edición
05

Telealfabetización y sustitutos actuales de la angustia

Hace falta reflexionar acerca de los efectos que la tecnología produce en el hombre. ¿Afecta la televisión y el uso de las computadoras el modo de sentir y de sufrir en esta época? La hipnosis que producen las pantallas de la TV y la PC restringen el movimiento de las personas, ¿cuál es la importancia que tiene el movimiento en la estructuración de los seres humanos? ¿Cuáles son hoy los modos de presentación de la angustia a partir de las transformaciones culturales?

Inmersos en la cultura de nuestra época, tenemos la intención de interrogarnos sobre las marcas que ésta deja sobre el sujeto. Nuestro objetivo es situar algún dato característico en la subjetividad y sufrimientos actuales que parezca provenir con cierta regularidad de los usos sociales presentes, entre los que se encuentran los originados en aportes tecnológicos [2]. Nos interesa identificar específicamente las incidencias del múltiple quehacer con televisión, ordenador, Internet. Contando con estos medios el individuo se convierte en audiencia, protagonista y participante.

Tal vez podamos delimitar los efectos de estos usos en el sufrir del sujeto contemporáneo. ¿Sufre éste de alguna manera en especial en la época del «jabón sin espuma, mejor porque nuevo, coma descremado, tarjeta sin límite»?

El consumismo promueve opciones, falsas opciones entre un producto que quizás nadie necesitaba y otro que lo sustituye y que es innecesario por propia definición. Es en el empuje acelerado a sustituirse que se ven transformados en imprescindibles y produciendo una ilusión momentánea de satisfacción y completud.

El consumismo promueve opciones, falsas opciones entre un producto que quizás nadie necesitaba y otro que lo sustituye y que es innecesario por propia definición. Es en el empuje acelerado a sustituirse que se ven transformados en imprescindibles y produciendo una ilusión momentánea de satisfacción y completud.

Desde los años ‘90 vimos agruparse a las personas a partir de lo que se veían conminadas a consumir: drogas, fármacos, comida, golpes, shopping. Según sus actos impulsivos se presentaban a sí mismas por medio de un nombre prefabricado identificatorio como un «caso» de bulimia, anorexia y adicciones de signo diverso, con la concomitante renuncia a la categoría subjetiva del sufrir pues nadie necesitaba ya describir lo que le pasaba. La captura diagnóstica, con frecuencia impulsada por los mismos medios masivos de comunicación comenzaba a incluir orientación de tratamientos y soluciones autodosificadas.

En los últimos años está aumentando el insomnio, los «empastillajes», los amores sin aparente regulación. Paralelamente crecen las ofertas de combos con televisores y ordenadores más «thin» y más «flat», «más», «más», «más»… para gente con desesperaciones múltiples pero entretenida y… ¿distraída?

II. Tecnología, caída de ideales, ruptura de valores
Tomaré a la TV, al uso de ordenadores y de Internet como fenómenos sociales acompañantes de la emergencia de presentaciones subjetivas cada vez más frecuentes, entre las ya mencionadas en el punto anterior. Entendemos que no es necesario ser usuario para sufrir las repercusiones a nivel de ideales y valores de estos usos tecnológicos propios de la globalización. Aunque enfocaremos al «usuario» sabemos que los efectos socio-subjetivos lo trascienden.

¿Qué se aprecia en la llamada «audiencia»[3] a partir de la impronta de la telealfabetización?

Identificamos el momento actual como la tercera etapa de la audiencia televisiva, describiendo dos momentos previos.

En la etapa de la paleo-televisión había canales únicos, con una franja horaria precisa y programas para diferentes segmentos y homogeneización. La crítica social decía de la TV que ésta interrumpía el diálogo familiar en el horario de la cena, crítica que en sí sostenía el valor de la comunicación presencial y el ideal de la familia reunida.

En la segunda etapa, con canales como CNN, MTV, ESPN comienza a producirse la compartimentación y dispersión de la audiencia y desaparecen las fronteras entre televidentes y protagonistas de la emisión, articulándose la fusión espectáculo-espectador con un ideal de progreso en la vida que se funda en el valor del crecimiento personal.

Ni cabe preguntar a un niño qué quiere ser cuando sea grande pues su canal le ofrece todo para que esté siendo ya lo que quiere. Con naturalidad al final de esta etapa comienzan los reality shows basados en la intercambiabilidad creciente entre pantalla y living o entre pantalla y dormitorio, pues comer cada uno en su habitación delante de la pantalla, televisión o computadora, es un fenómeno paralelo al de la caída de la mesa familiar.

Hoy, tercer momento, nos encontramos en la fase interactiva máxima de la TV, con la posibilidad de que Internet ocupe su espacio.

La invitación es a que todos participemos en tiempo real. Pierde sentido el famoso «dime con quién andas y te diré quién eres», puesto que el uso de nicks disfraza sexo, edad e intención.

Estamos lejos de la famosísima serie «Yo quiero a Lucy». Un relato historizado se torna difícil estando el espacio tan afectado en su extensión y el tiempo en su transcurrir, y con la inundación de información, no solicitada, que transforma todo recorrido ideativo en fragmentario, en flashes.
III – Percepción y engaño
En el juego internético el individuo vive un olvido del propio cuerpo. Arrojado ante la pantalla está inmóvil, quieto, tal vez munido con cascos y guantes mientras las sensaciones, incluyendo las de movimiento, le son provistas completamente por inmersión sensorial.

Retirado de todo límite, prescindente, tal como ya señalamos, de sexo y edad, participará en una acción liberada de lo orgánico e independiente de esa realidad. Sin intercambiar con otro semejante, sin mirar o tocar a prójimo alguno se encontrará en una red internética colectiva de vínculos, caracterizados por el anonimato, la intimidad y la fugacidad emergentes del simulacro interactivo.

Pero a pesar de la inmixtión exitosa de lo multimedial en lo perceptual, no habrá anulación de la propia estimulación y el cuerpo propio quieto tendrá percepciones que no pueden ser atendidas, quedando su elaboración en una escena en segundo plano.

IV – El yo y el mundo
El yo se percibe íntimamente como continuo y permanente, en oposición al mundo exterior al que percibe variable y «rodeándolo».

Estamos lejos de la famosísima serie «Yo quiero a Lucy». Un relato historizado se torna difícil estando el espacio tan afectado en su extensión y el tiempo en su transcurrir, y con la inundación de información, no solicitada, que transforma todo recorrido ideativo en fragmentario, en flashes.


La construcción de la realidad en el sujeto, más allá de la existencia real en el mundo físico, se realiza por una operación progresiva de apropiación, siendo el movimiento un vehículo y un medio por el cual se realiza una exploración que incluye entre otros aspectos los de sonoridad y distancia.

El movimiento es una respuesta a estímulos pero a la vez es fuente de estimulación y razón de desarrollos estructurantes individuales dando lugar a la instalación de un ejercicio de calibrado personal entre el sí mismo y el entorno.

El yo cuenta con la percepción combinada de movimiento, visión, tacto, audición, olfato y toda estimulación proveniente del interior para producir los datos acerca de quién es y en qué mundo se encuentra [4].

En la actualidad, debido a la percepción sumamente requerida por los mundos inventados, más la posibilidad de participación en tiempo real propuesta por las nuevas tecnologías, suponemos que ha de producirse un extrañamiento de los circuitos necesarios para la tarea elaborativa corporal, anímica y afectiva.

¿Cuánto y cómo se verá afectado el sujeto contemporáneo?

V – Afecciones
Además de las mediáticas adicciones ya mencionadas vemos con mayor frecuencia individuos arrasados [5] y sin anclajes (desorientados, violentos, desesperados, cundiendo el aburrimiento e la irritación). Y como un retorno de lo corporal, cada vez más personas que no confiesan males anímicos mencionan trastornos orgánicos y son medicados por ellos: asfixia, palpitaciones, sudoración, insomnios, vértigo, contracturas inhabilitantes, males gástricos.

Este universo de afecciones parece compuesto por una multiplicidad dispersa, pero no deja de llamar la atención que su aumento se produzca en forma proporcionalmente inversa a la confesión del padecer con fórmulas clásicas, aquellas frases como «me pasa algo, sufro, no sé qué tengo, estoy en problemas».

El humano de hoy no se queja de la misma manera ¿pero será verdad que en esas manifestaciones no hay participación psíquica?
Angustia y sus equivalentes
Proponemos considerar las presentaciones descriptas como equivalentes de la angustia, fenómenos que la sustituyen [6], producidos por la imposibilidad del yo de percibir noticias internas y de dar la señal de alarma que sería la consecuencia de esa percepción.

Una breve puntuación conceptual [7]:

..como un retorno de lo corporal, cada vez más personas que no confiesan males anímicos mencionan trastornos orgánicos y son medicados por ellos: asfixia, palpitaciones, sudoración, insomnios, vértigo, contracturas inhabilitantes, males gástricos.

1 – La angustia es un estado subjetivo, afectivo, que se produce ante la detección de la producción de angustia. El estado afectivo necesita de la confesión, por lo menos ante sí mismo, del sentimiento, y el segundo término de la definición, producción de la angustia, es el proceso iniciado desde fuentes endógenas. Al diferenciar así los términos notamos que, si bien puede no haberse producido el afecto, el proceso puede no haberse interrumpido.

Como consecuencia será necesario enriquecer el concepto sobre el yo agregando que yo-sujeto es también la experiencia de estar-ser sujetado, padeciendo pero sin saber la causa.

Anteriormente enunciamos que el yo es la referencia al interior, íntimo, opuesto a mundo. Pero ahora lo explicitamos en su doble función, la aspiración integradora y relacional que caracteriza, pero también el desconocimiento acerca de sí, de quien no sabe todo.

2 – Solamente el yo puede sentir angustia, en este sentido es que se dice que es su única sede. El sentimiento y el desprendimiento del afecto sólo pueden efectuarse a nivel consciente. Por lo tanto, consideramos que el yo es una instancia que debe funcionar fracturada entre lo que siente y lo que no sabe de sí.

3 – La angustia es un fenómeno humano central, el más terrible de los sufrimientos, y nadie habrá dejado de experimentarla. Entender que el modelo de su manifestación está basado en la experiencia del momento de nacer es dejar clara su impronta en todos por igual.

4 – La angustia se manifiesta siempre con algún fenómeno orgánico que forma parte del mismo estado de angustia.

Estos fenómenos son coincidentes con las alteraciones que acabamos de describir como presentaciones orgánicas actuales.
Conclusiones
Vemos adormilarse al «yo» de la época bajo los efectos hipnóticos de la estimulación que proviene de las pantallas, sumada ésta a la administración de fármacos.

Como la angustia desacomoda y es molesta en forma extrema, puede ser deseable calmarla, pero la clave de su existencia está en raíces profundas de la estructuración psíquica. Eliminarla sin consecuencias parece imposible.

Pantallas y fármacos, a la manera de un narcótico, pueden disimular o hasta aplastar el estado subjetivo, llevando a modificaciones en el afecto. A nivel yoico puede no detectarse la angustia ¿pero qué ocurrirá con la producción de la misma, motorizada desde fuentes endógenas? El yo, padeciendo una falla perceptual no la aloja y por lo tanto no puede elaborarla.

El humano de hoy no se queja de la misma manera ¿pero será verdad que en esas manifestaciones no hay participación psíquica?

Así, el exigido y disperso individuo contemporáneo no parece liberado de problemas. Proponemos que sus afecciones, transformadas por los usos culturales contemporáneos, podrían estar aludiendo a residuos de una angustia que lejos de haber sido suprimida, revierte sobre el entorno tomando formas altamente perturbadoras: estas no parecen invitar a hablar sino que dificultan su tratamiento al presentarse con el sello de las impulsiones y del sufrir orgánico.

Finalmente, si bien la angustia representa un sufrimiento que puede ser arrasador e insoportable, creemos que detectarla y permitir ciertos desarrollos podría ayudar a que el sujeto perdido dentro del exceso, del exceso, perceptual informativo, re-localice una dimensión de sí.

Esto será útil siempre y cuando que desde el punto de vista profesional la conceptualización pertinente sea revisada y actualizada.

Notas:
[2] Estudiar los efectos de la tecnología en el hombre es una necesidad. No constituye en nuestro caso un pronunciamiento en su contra.
[3] Seguimos en esto los desarrollos de Piscitelli, A. Internet, la imprenta del siglo XXI, Edit Gedisa, Barcelona, febrero 2005.
[4] Decir «yo» y «sujeto» es sinonimia cuando queremos plantear que la «dimensión yoica» está opuesta al Mundo, Sujeto opuesto a Objeto e Interior opuesto a Exterior.
[5] Por supuesto que si sabemos de estas personas porque han hecho una consulta psicológica, o inclusive en el ámbito de lo social, ya están en mejores condiciones que quienes permanecen totalmente ajenos a esta posibilidad.
[6] Sustitución en que la angustia sigue siendo señalada.
[7] Tomada de la obra freudiana, por la vigencia que estos ítems demuestran.

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