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05

La amistad como efecto del encuentro íntimo de singularidades

Miami
La amistad es un afecto que surge del encuentro íntimo entre singularidades. Una afirmación que marcha a contrapelo de muchas creencias universales porque, dimensiona más el juego de la diferencia que la igualdad.

Entre las distribuciones de las cosas del mundo hay un espacio inclasificable de ciertos estados que es posible transitar, y que resistiendo a lo universal, a lo totalizante, abre un mundo habitado por la sorpresa de las paradojas, los misterios de la creación,  el arte, el amor, y la amistad.

A los efectos de intentar acercarnos a estados singulares de la vida, encontramos que un científico hace entrar en su discurso, un momento en que las leyes generales que rigen y determinan el funcionamiento del universo, pierden consistencia. Sin causa que provoque ese acontecimiento, sin dependencia de un suceso anterior, algo irrumpe constituyéndose en singularidad que origina un mundo nuevo. Un salto que hace discontinuidad en todo lo anterior. Una ruptura con todo supuesto establecido.

Todos estos, son  encuentros cercanos e íntimos cuyo tránsito opera por efectos luminosos que al enlazarse unos a otros hacen  cadenas, cuerdas, nudos o puentes. Engarzar esos efectos como en un collar de perlas, hacen de nuestra existencia un acontecimiento que otorga un sentido valioso, porque estos efectos construyen afectos que con-mueven al hacer lugar a la verdad, a lo sensible y a lo vivo.  Lugar en que el tiempo y el espacio se agitan, y la lógica habitual,  pega un salto.

Entre esos efectos constructores de afectos ubico a la amistad como encuentro íntimo de singularidades.

Esos estados de la existencia requieren tanto un tratamiento de uno a uno, considerando la singularidad para orientar su trayecto,  como el des-prendimiento del ego para des-plegar el lazo.

Para orientar esta apertura podemos realizar un movimiento que obstaculice el aplastamiento de lo humano y lo viviente, relevando los caminos transitables que no refuercen ni hagan consistir los discursos que enloquecen, encierran o ahogan.

La Singularidad
Hay un momento en la investigación científica,  donde aparece la cuestión del origen, en que se pone en juego la creación inventiva de teorías. En ese punto, donde la causa primera es pregunta y no respuesta, la ciencia se hace amiga de la filosofía, la literatura y el psicoanálisis, al entrar en contacto íntimo con uno de sus bordes. Tal es el caso de Stephen Hawking, un reconocido y respetado físico que se ha convertido en uno de los pensadores más influyentes de nuestro tiempo. En sus conferencias de divulgación científica, despliega cuestiones tales como «la idea de que el espacio y el tiempo pueden sufrir torsiones o curvarse.», «la pérdida de información en los agujeros negros«, «el universo tiene múltiples historias» o si «vivimos en una membrana de 10 dimensiones o somos un holograma?«.  Autor del libro «El universo en una cáscara de nuez«, e «Historia del Tiempo«,  ha publicado un artículo en la revista The Planetary Society, bajo el título «El Principio del Tiempo, del que extraemos esta cita:

«En una singularidad, todas las leyes de la física se rompen. Esto significa que el estado del universo, no dependía de ninguna cosa que hubiese pasado con anterioridad, ya que las leyes determinísticas que gobiernan el universo se incumplían. El universo evolucionó a partir del Big Bang, de manera completamente independientemente a como lo hacía antes de este suceso».

Circulando por esos lugares entre definiciones imposibles, quiebres de certezas, resonancias y multiplicidades, una singularidad aguarda para venir a mi encuentro.

A los efectos de intentar acercarnos a estados singulares de la vida,  encontramos que un científico hace entrar en su discurso, un momento en que las leyes generales que rigen y determinan el funcionamiento del universo,  pierden consistencia. Sin causa que provoque ese acontecimiento,  sin dependencia de un suceso anterior, algo irrumpe constituyéndose en singularidad que origina un mundo nuevo. Un salto que hace discontinuidad en todo lo anterior. Una ruptura con todo supuesto establecido.

Nos interesa transitar por un sendero que parte de un punto que vacía  de explicación el lugar de la causa,  haciendo lugar a  la dimensión de la verdad, para orientar el movimiento hacia el encuentro íntimo de singularidades que se conectan por los bordes del saber, anudando en la frontera.

La ciencia descriptiva opera por clasificación. Reúne las cosas en «reinos y clases, géneros y familias» para distinguir y separar los objetos del mundo con el afán de hacer así posible el abordaje de los asuntos más diversos y desplegarlos para acceder a un conocimiento sistematizado y universal. Le interesa poder realizar afirmaciones o negaciones sobre reglas que valgan para «todos«, «algunos» o «ninguno«.  La división más conocida en biología, es la que separa lo orgánico de lo inorgánico. Al discriminar dos grupos en lo orgánico,  obtenemos la tríada de los reinos animal, vegetal y mineral. Pasará aún un tiempo para que los reinos se abran en cinco, al incluir dos casilleros más, para aquellos entes que no encajaban en ninguno de los otros tres.  El modo en que opera la ciencia es  por extracción de un rasgo. Así, los mamíferos se definen por restar de todos los animales, el rasgo «mama» formando una clase. No sabemos muy bien que hacer con el ornitorrinco que es ovíparo, porque estamos acostumbrados a pensar, que los mamíferos no nacen de huevos. Sin embargo, como tienen mamas, aunque incuban sus huevos en un pliegue de sus cuerpos llamado «marsupio», quedan incluidos en ese género y no en el de las aves como estamos habituados creer. En este grupo de los mamíferos, se incluyen tanto los humanos y los monos, como delfines y ballenas o ardillas y jirafas. Este conocimiento, excluye la singularidad, y deja en su borde,  un saber sobre «este mono«, «aquel niño» o «ese delfín«. Y por supuesto a nuestro ornitorrinco.

La enorme dificultad a la hora de clasificar ciertas especies, ha dado lugar a la «taxonomía» considerada como la ciencia y el arte de la clasificación. Hacer encajar cosas en distintos casilleros, tiene entretenida a mucha gente. Y sin embargo, a pesar de tan monumental esfuerzo, no dejan de encontrarse con un punto de imposibilidad. Fue Lynn Margulis, bióloga celular y genética,  que fuera esposa del popular astrónomo y divulgador científico Carl Sagan,  quien dijo, refiriéndose a su paso por la Universidad de Chicago: «Allí la ciencia facilitaba el planteamiento de las cuestiones profundas en las que la filosofía y la ciencia se unen«.

Son esos puntos de unión de bordes en los límites de un saber constituido, los que van a permitir cruces impensados dando lugar a singularidades.

En el marco de esos bordes y de esos cruces nos topamos con «los corales«, que siendo animales, parecen plantas, semejantes a las algas rojas y cuando mueren se tornan como las piedras. Los corales, esas bellas piedras rojizas, rosadas, o aún blancas, presentadas como objetos de arte o usadas como colgantes, en una forma particular de entramado de dijes, cambian de estado, de color y de apariencia, de textura y de relieve, según el paso del tiempo y la erosión hallada en su tránsito. Indicando a la vez un color vibrante, los corales son una agrupación vocal que aloja el sonido de la voz en sintonía y en conjunto. Los corales son multiplicidades que cambian de estado, no son, van siendo mientras se mueven en el entorno.

Circulando por esos lugares entre definiciones imposibles, quiebres de certezas, resonancias y multiplicidades, una singularidad aguarda para venir a mi encuentro.

Des-prendimiento del ego
La amistad (del latín amicus; amigo, posiblemente se derivó de amore; amar. Aunque se dice también que amigo proviene del griego «a«; privación o sin y ego; yo. Significación esta última que no contradice la primera. La amistad como una derivación de un amor que se priva del ego. La amistad como un lazo que deja afuera el discurso del yo.

La amistad como una derivación de un amor que se priva del ego. La amistad como un lazo que deja afuera el discurso del yo.

Hay algo muerto en el «yo«, algo cerrado sobre sí mismo porque le abre paso a lo posesivo del «mi«. Y cada vez que entra el «mi«,  hay una pregunta por lo que otro quiere del «mi«. Esa pregunta se basa en un supuesto. En el supuesto de que el otro desea algo y dirige sobre el «mi» una demanda. Y el supuesto de que ese otro, sabe lo que dice. El yo supone que sabe lo que el otro desea y actúa en función de ese supuesto. Le resta a ese otro su humanidad, y en lugar de dirigirse a una singularidad,  hace entrar algo muerto que aplasta la dimensión de la verdad.   Es que el «yo«, significa a cualquiera y se afirma sabiendo. Ese otro, no deja de ser un doble de si mismo. El yo se queda hablando, suponiendo a solas consigo mismo.   En ese armado, el otro no es un semejante, es otro de sí. Un semejante  es un parecido,  no un idéntico, por eso mismo es un diferente. Cuando el yo supone que sabe lo que su semejante desea, le sustrae su diferencia radical.  Un semejante es primero un signo de interrogación, y un amigo es un semejante en esta vertiente donde la semejanza lleva la marca de una diferencia como testimonio de su singularidad,  como dimensión de lo que presenta por fuera de toda referencia anterior. En ese sentido, una singularidad es un punto vaciado de significación, un punto de exterioridad.

Si se entiende al semejante como otro de sí mismo,  cualquier diferencia lo convierte en un extraño, hasta en un riesgo, e incluso en un enemigo,  (que comparte con amigo la misma raíz)  y las coincidencias podrían deslizarse hacia la con-fusión.  Es por esa razón, que no continué una línea de trabajo sobre los cuadros de los artistas que ellos mismos titulaban como «Amistad, amigos, amigas, dos amigos, etc.» En unas 150 láminas relevadas entre artistas plásticos desde el renacimiento hasta nuestros días, tanto en español como en inglés y en francés, obras de varones y de mujeres, encontré un rasgo que me hizo abandonar ese camino.

Las  imágenes representaban mayoritariamente a mujeres con independencia del sexo del pintor,  y en casi todos los cuadros se trataba de dos mujeres casi idénticas, tanto en tamaño y en colores como en su modo de vestir y en su edad.

Esta representación, que se fijaba en la imagen, no daba cuenta ni de la singularidad ni del movimiento. Sin embargo, en tales escenas, se veía un con-sentimiento en la existencia del otro, del amigo, al prevalecer casi exclusivamente,  una posición laxa, sin tensión, cómoda y relajada, mientras se compartían aconteceres cotidianos tales como leer, tomar sol, estar simplemente sentadas cerca compartiendo el espacio. En ese sentido, el de la tranquila intimidad, la confianza y la cercanía, la interpretación posible guardaba puntos de contacto con un fragmento que Giorgio Agamben subraya en su artículo «La Amistad«, analizando un fragmento de «La Ética de Nicómano» de Aristóteles. Cito:

«En esta sensación de existir insiste otra sensación, específicamente humana, que tiene la forma de un con-sentir la existencia del amigo. La amistad es la instancia de este con-sentimiento de la existencia del amigo en el sentimiento de la existencia propia. Pero esto significa que la amistad tiene un rango ontológico y, al mismo tiempo, político. La sensación del ser está, de hecho, siempre re-partida y com-partida y la amistad nombra este compartir. El amigo es, por esto, un otro sí, un alter ego

Esta última frase subrayada en el texto de Agamben, vacila entre el armado del otro sobre la base del sí mismo, del ego, y un otro sí, que haría del amigo una alteridad…pero del ego.  Aunque en la frase La amistad es la instancia de este con-sentimiento de la existencia del amigo en el sentimiento de la existencia propia, introduce otra lectura, en la que el amigo pasa a formar parte del sentimiento de la propia existencia, dejándolo entrar. No obstante, fui en búsqueda de otros saberes, ya que tanto Agamben, como lo que las imágenes de los cuadros hacían resaltar, no respondían a un modo de pensar al otro,  que lo hacen más una interrogación que alguna variante de un otro-yo.

Los amigos del barrio, los de la infancia, los de la facultad, los hijos de los amigos de los padres, los amigos del club, los amigos o compañeros de militancia, la que sea, los amigos que comparten por largos períodos una misma pasión,  no nos hablan de los rasgos para la creación de lazos de amistad, entre seres a los que se conoce sin ningún marco de referencia histórica.  Marco, que al caer, disuelve el lazo, enoja o decepciona según el caso.

Un semejante es un parecido, no un idéntico, por eso mismo es un diferente. Cuando el yo supone que sabe lo que su semejante desea, le sustrae su diferencia radical. Un semejante es primero un signo de interrogación, y un amigo es un semejante en esta vertiente donde la semejanza lleva la marca de una diferencia como testimonio de su singularidad.

Entonces, la descripción  de amistades constituidas bajo el signo de la historia, los sueños en conjunto o la vida compartida, no permiten pensar las condiciones de posibilidad para que una amistad se produzca, y mucho menos para que se sostenga en el tiempo. Porque es casi imposible discernir, si lo que se ama en el amigo es la historia compartida, la idea semejante, la causa con-sentida, es decir, lo que iría de la mano con alguna  forma de identificación a otra cosa que entra en contacto en ambos. El riesgo cierto de ese modo de pensar la amistad, es que caídas las identificaciones caería la amistad.

Se podrá decir, Esto no sería así, si consideramos que la amistad es también un lazo de amor.  Cuando se ama al amigo hay ese sentimiento recíproco,  lo que  facilita el hablar y el actuar como naturalmente se piensa y se es, minimizando los frenos sociales que normalmente se tienen y que es una relación de plena confianza y sinceridad.

Sin embargo, estamos en el mismo problema: también el amor, que no es del orden del ser ni del tener,  se sostiene en vertientes donde el amado es lo que uno fue, lo que quiere ser, o lo que es. En este sentido responde también a una versión donde el otro, el semejante, es otro de si mismo, mas o menos idealizado, por una proyección del sí mismo.

Hay una manera de pensar al otro, en la que su singularidad, que nos interroga mas que respondernos y deja a salvo su misterio y su sorpresa, haciendo circular, un casillero vacío, inclasificable,  desde donde construir un mundo donde no-todo está dicho, sino lanzado al ir diciendo, contando con lo que nos vuelva del futuro.

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