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06

Sobre las ideas de «palabra» y «muerte» en el Popol Vuh

Buenos Aires
Podría considerarse paradójico que un texto de tierras y pueblos indígenas contenga aspectos valiosos para la cultura occidental, los cuales encierran concepciones legítimas sobre el origen, la existencia, regulación y vida humana. Teniendo en cuenta, pero yendo más allá de la perspectiva de los derechos, este texto nos brinda importantes elementos para repensar la función de ciertas palabras, ciertas muertes, en la estructuración, sostén y reconstrucción de toda sociedad contemporánea.

En Antiguas Leyendas del Maya Quiché, más específicamente en su introducción, Adrián Recinos se refiere al Popol Vuh, como «el libro más notable de la antigüedad americana» [2], y con dicha presentación nos introduce en la historia de cómo fue descubierta esta magnífica obra que nos acerca la cosmovisión y la religiosidad del pueblo quiché.

Algunos datos incluidos por el o los autores del Popol Vuh (se ignora hasta el momento quién lo escribió, ya que además el original ha o está desaparecido), permiten datar la escritura de esta obra. En la última parte, por ejemplo, se hace mención a la visita del Obispo Marroquín a los Quiché, aproximadamente en 1539, y también se mencionan a los descendientes de los Reyes Quichés, quemados por el conquistador Pedro de Alvarado, en 1524.  Estos datos sumados a las firmas de los últimos Señores Quichés en el documento llamado Título de los Señores de Totonicapán, datado en l544, permite suponer a los estudiosos que el manuscrito debió haberse escrito alrededor de l544.

…el Popol Vuh conserva, a mi juicio, cuestiones que no se ajustan a la religiosidad católica y que permiten, cuál si fueran mojones, «descubrir» marcas genuinas de la cosmovisión quiché.

No fue hasta principios del Siglo XVIII que el Padre Ximénez , de la Orden de Santo Domingo, llegado de España a Guatemala, y gracias a la confianza que le demostraban los indígenas, consiguió que éstos le dieran a conocer el manuscrito, en lengua quiché y auxilio del castellano. Ximénez lo estudió y lo tradujo, dado el gran interés que le despertó.

Los trabajos de Ximénez cayeron en el olvido hasta el siglo XIX, cuando Brasseur de Bourgourg, un célebre americanista, logra hacerse del manuscrito, y lo traduce y publica en París en l861, con el título: Popol Vuh. Le Livre Sacré et les mythes de l’antiquité américaine, es decir, el título que conserva actualmente.

La segunda versión se debe a Georges Raynaud, que lo tradujo en l925, y lo publicó también en París, y dos años después, fue traducida al castellano.

La edición del establecimiento del texto por el propio Recinos data de l947.

Allí, Recinos dice: «Si la producción intelectual marca el grado supremo de la cultura de un pueblo, la existencia de un libro de tan grandes alcances y mérito literario como el Popol Vuh es bastante para asignar a los quichés de Guatemala un puesto de honor entre todas las naciones indígenas del Nuevo Mundo«.[2]

Como se deduce de lo ya dicho, el pueblo Quiché estuvo expuesto, como los aztecas y el resto de las naciones indígenas americanas, a la conquista y colonización española, que al menos en lo explícito buscaba evangelizarlos, convertirlos a la fe católica, en un momento histórico marcado por los conflictos religiosos en Europa, y por la Reforma.

Comparándolo con los Libros del Chilam Balam, otra de las joyas que sobrevivió la aniquilación española, en los que se nota una fuerte influencia católica y de la Iglesia como institución, el Popol Vuh conserva, a mi juicio, cuestiones que no se ajustan a la religiosidad católica y que permiten, cuál si fueran mojones, «descubrir» marcas genuinas de la cosmovisión quiché. Ese fue el sesgo con el que me adentré en la lectura total del texto, a partir de su estructuración en diversas partes, ahondando en las temáticas predominantes, tratando de descubrir un eje común, propio de la cultura quiché.

Recinos divide la obra en el Preámbulo y cuatro partes subsiguientes. Veremos sucintamente cada una de ellas.

Preámbulo
En él, se nos anticipa que nos sumergiremos en los principios del lugar y de las tribus de la nación Quiché. Se mencionan a los Dioses por sus nombres, a cada uno,  así como a los protectores Ixpiyacoc e Ixmucané, abuelos de los pueblos quichés.

En el hecho de que «Existía el libro original, escrito antiguamente, pero su vista está oculta al investigador y al pensador» [3] se justifica traer «(…) la manifestación, la publicación y la narración de lo que estaba oculto (…)» (3). «(…) Lo sacaremos a la luz porque ya no se ve el Popo Vuh, así llamado, donde se veía claramente la venida del otro lado del mar, la narración de nuestra oscuridad, y se veía claramente la vida» [3].

Vemos aquí un anticipo sintético pero no por ello menos explícito del valor del texto que tenemos frente a nuestra vista.

Es curioso que no se diga que el original «está perdido». Se nos dice que está «oculto». Es decir que es susceptible de «ver la luz» nuevamente. Aquello que estaba oculto puede reaparecer, salir a la luz; y aquella vida que se presenta como «nuestra oscuridad» puede al saberse, volverse clara, esclarecerse.

Primera parte
Compuesta por IX capítulos, es aquí donde hallamos la bella descripción del suspenso y la calma anteriores a la creación del todo (universo, ya que incluía al sol, la luna y las estrellas) y del hombre. No había existencia ni sonido alguno. Reinaba la calma, y la oscuridad. Solo el Creador, el Formador y los Progenitores estaban en claridad en el agua.

Es curioso que no se diga que el original «está perdido«. Se nos dice que está «oculto«. Es decir que es susceptible de «ver la luz» nuevamente. Aquello que estaba oculto puede reaparecer, salir a la luz; y aquella vida que se presenta como «nuestra oscuridad» puede al saberse, volverse clara, esclarecerse.

Surge entonces, la palabra, cuando hablan entre sí Tepeu y Gucumatz.  Estos «se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento» [4], y dispusieron que al amanecer debía aparecer el hombre. Es el instante del Primer Discurso.

Esta parte puede claramente dividirse en dos: del capítulo I al III, en los que se nos narra la creación del mundo y los intentos de creación del hombre. La característica de estos capítulos es ser profundamente dialógicos, los dioses dialogan entre sí, con los progenitores sobre la tarea de crear al hombre. Decían: «El hombre que formemos, el hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros» [5]. Sin embargo, los intentos hasta allí se mostraron rotundos fracasos, por carecer esos hombres de «alma» y de «sangre» y por ello fueron destruidos. No eran capaces de invocarlos ni adorarlos, ni por ende de recordarlos.

El capítulo IV comienza diciéndonos que «Aún no había sol»  y nos embarca en las peripecias de un ser «orgulloso de si mismo«, Vucub-Caquix, que será castigado por ello.

Se produce entonces, un corte en el discurso. Este personaje que, ensoberbecido, se declaraba ser el sol, la luna y la tierra, junto con sus hijos, fue condenado a morir por no haberse aún creado la primera madre y el primer padre, y adjudicarse él semejante importancia. La soberbia no podía ser tolerada. Con una mezcla de ingenio, sagacidad, picardía y engaño, tanto el padre como sus hijos, que solo se preocupaban de su sustento diario, fueron muertos a manos de Hunahpú e Ixbalanqué, que eran dioses.

Vemos aquí un pasaje de lo dialógico y creacionista, a un discurso alegórico, cercano a la fábula, que intenta enseñar o transmitir valores, que fundamentalmente apuntan a la vida en comunidad. Se hace evidente también el dualismo imperante en la cosmovisión quiché (los dioses se presentan de a dos, y por otro lado vemos los pares antitéticos silencio/discurso, vacío/creación, oscuridad/luz, etc).

Segunda parte

Nacerán así los primeros cuatro hombres. Estos se mostrarán plenos de sabiduría, al punto que los dioses lo juzgan inconveniente, por considerar que se querían equiparar a ellos. Entonces los privan del conocimiento y de la sabiduría.

La segunda parte nos lleva al ritual del juego de pelota, y a la trascendencia que tenía para estos pueblos, juego que solo lo jugaban los estratos superiores sociales, y que los hermanos Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú, nacidos de Ixpiyacoc y de Ixmucané, se dedicaban a jugar permanentemente a la pelota. Esto molestó a los Señores de Xibalbá, dueños de poderes mortíferos y maléficos, que querían apoderarse de los elementos de juego de los hermanos. Estos fueron convocados por los Señores de Xibalbá, y al equivocar el camino (tomaron el negro) fueron vencidos, y sacrificados.

Al hacerlo, los de Xibalbá decidieron cortar la cabeza de Hun-Hunahpú, y colocarla en un árbol, que a partir de aquel momento, se volvió inesperadamente maravilloso, brotando de él un fruto, llamado jícaro. La cabeza de Hun-Hunahpú no volvió a distinguirse, se volvió una con la fruta.

Una doncella, luego, al escuchar esta historia, decide ir a ver el maravilloso árbol (cosa que había sido prohibida por los Señores), y es tal la fascinación que experimenta al verlo que de un soplo quedó embarazada de la cabeza convertida en árbol. Luego de sortear trampas y escollos, la muchacha logra dar a luz a Hunahpú e Ixbalanqué. A partir de aquí, se produce un retorno, una repetición de la historia del padre decapitado, que en comparación con la mitología griega, no es maldición ni augurio de tragedia, sino todo lo contrario.

Los hermanos buscan los objetos del juego que su abuela guardaba celosamente por miedo a que también murieran ellos. Los descubren y se apoderan de ellos. Y deciden enfrentar a los Señores de Xibalbá, en un partido. Nada logra vencerlos. Ni las trampas, ni atravesar las diferentes casas plagadas de amenazas (la oscura, la de las navajas, la del frío, la de los tigres, la del fuego, la de los murciélagos) a los que los sometieron los Señores.

Por ello, los de Xibalbá se preguntarán: «¿De qué raza son estos? ¿De dónde han venido?» [6] dejando bien en claro el poder físico, la valentía y el coraje del pueblo quiché.

Incluso llegan a perecer, arrojándose al río voluntariamente, ante la amenaza de los Señores, y resucitan, siendo conocedores de su propia muerte, habiéndola anticipado. Devienen así, Hijos del agua, dotados de la capacidad de hacer «prodigios» (algo parecido a los milagros cristianos). Ante la pregunta insistente sobre su origen o procedencia, la respuesta siempre es la misma: «No lo sabemos».

Al lograr someter y derrotar a los Señores de Xibalbá, los dioses los rebajaron, impidiéndoles a partir de entonces, jugar a la pelota, condenándolos a la decadencia física y moral.

Es totalmente válido plantear que en el Popol Vuh no todas las muertes alcanzan el mismo valor simbólico. En un primer nivel, podemos plantear la muerte como mecanismo regulador de los excesos y abusos de lo que ellos consideraban eran las normas que permitían la vida en sociedad.

Los dioses hermanos se constituyen así, al repetir el derrotero de su padre pero logrando ser vencedores, en los vengadores de su muerte y dolores, asegurándole que su nombre no se perdería, que sería invocado y adorado por sus vasallos. Luego se elevaron al cielo, y se convirtieron en el Sol y la Luna.

En una suerte de limbo temporal, si lo pensamos en relación con el relato de la primera parte, la segunda nos lleva directo al conocimiento de los valores morales y religiosos de los quichés. Dejaré para las conclusiones, las reflexiones relativas a la cuestión de la muerte y los nombres.

Tercera parte
Esta parte se define por la creación definitiva del hombre, que tendrá sangre y alma de maíz, elemento muy preciado y de vital importancia para estos pueblos ya que de él dependía en gran medida su supervivencia; era uno de sus principales alimentos.

Nacerán así los primeros cuatro hombres. Estos se mostrarán plenos de sabiduría, al punto que los dioses lo juzgan inconveniente, por considerar que se querían equiparar a ellos. Entonces los privan del conocimiento y de la sabiduría.

Será a partir de aquí que se verán condenados a la angustia diaria de esperar la salida del sol cada vez, cada día. A esto se le sumará que los hombres padecerían frío, estando el fuego en poder del dios Tohil, que accede a dárselos, solo a cambio de sacrificios, de la entrega de sangre.

Cuarta parte
La última parte se aboca principalmente a la narración del surgimiento de las distintas tribus, de los distintos pueblos. Los miembros de estos otros pueblos, comienzan a sospechar que los sacrificadores llevaban a cabo matanzas de indios para honrar a su dios, y deciden tratar de vencerlo tentándolo con doncellas hermosas que despertaran sus deseos. Esto no ocurre, y ante un nuevo intento, como Tohil y los sacrificadores podían anticipar dicho intento, se prepararon para repeler el nuevo ataque y finalmente triunfan. No sacrifican a los perdedores, pero los condenan a ser sus vasallos de por vida.

En la segunda parte, organizada alrededor del juego de pelota, la muerte asoma a través de la decapitación de Hun-Hunahpú, a manos de los Señores de Xibalbá, por envidia y por la ambición de arrebatarle los elementos del juego.

Los capítulos V, VI y VII son capitales en lo sucesivo. En el V, los sacrificadores presintiendo su propia muerte, aconsejan a sus hijos antes de morir. El texto destaca que no sentían dolor ni agonía al hablarles a sus hijos, aunque si tristeza. La muerte juega aquí el papel del fin de un ciclo: «Nosotros nos volvemos a nuestro pueblo, ya está en su sitio Nuestro Señor de los Venados, manifiesto está en el cielo. Vamos a emprender el regreso, hemos cumplido nuestra misión, nuestros días están terminados. Pensad, pues, en nosotros, no nos borréis [de la memoria], ni nos olvidéis» [7].

Luego sigue un período de relativa paz entre las tribus, hasta que una de ellas quiso expandir sus dominios, y sojuzgar a los quichés. Allí tuvo lugar la guerra de los escudos, que deriva en la exigencia de los sacrificios humanos con los vencidos.

Finalmente nos transmiten la grandeza y el poderío de Gucumatz (Quetzalcoátl, mencionado antes como Tohil), que fue el origen de la grandeza y el poderío de los pueblos quichés, que se nos presentan ordenados por generaciones.

Culmina el relato con una mención que retoma la del preámbulo, referente a que el libro original (y se lo nombra Popol Vuh) se hallaba desaparecido.

La palabra y la muerte
A partir de una lectura más detenida del texto, extraje como eje de este trabajo las ideas de palabra y de muerte, para plantear una relación interesante entre ambas y de al menos dos niveles.

Es totalmente válido plantear que en el Popol Vuh no todas las muertes alcanzan el mismo valor simbólico.

En un primer nivel, podemos plantear la muerte como mecanismo regulador de los excesos y abusos de lo que ellos consideraban eran las normas que permitían la vida en sociedad.

Así se comprenden las muertes de Vucub-Caquix y sus hijos en la primera parte, a manos de Hunahpú e Ixbalanqué. Estos sujetos solo pensaban en si mismos, eran jactanciosos y orgullosos, todas características merecedoras de castigo.

En este punto, vemos que la muerte en cierta forma funciona como castigo, como manera de restablecimiento del orden.

En la segunda parte, organizada alrededor del juego de pelota, la muerte asoma a través de la decapitación de Hun-Hunahpú, a manos de los Señores de Xibalbá, por envidia y por la ambición de arrebatarle los elementos del juego.

En las dos situaciones mencionadas se destaca un uso de la palabra muy variado, que contempla la teatralidad, el engaño, la simulación, la ironía, incluso la burla, dando cuenta de la dimensión menos interesante a mi entender, de la idea de muerte.

Sin embargo, el episodio de la decapitación desencadena nuevamente la historia, en ese limbo previo a la creación definitiva del hombre. La historia se re-nueva con los hijos concebidos por la doncella y Hun-Hunahpú, que emprenderán la tarea de vengar a su padre decapitado. Estos dioses, Hunahpú e Ixbalanqué, lograrán derrotar a los Señores de Xibalbá, sometiéndolos. Será entonces cuando la muerte ligada a la palabra tome otro alcance.

Ellos se dirigen a su padre asesinado, prometiéndole que su nombre no sería olvidado, que sería honrado y adorado. Es decir, luego de atravesar la repetición de la historia en la que el padre había sido asesinado, logran modificar el final de la misma, resultando vencedores, y logrando reparar el honor de su padre, por la vía de la alabanza, de la invocación.

Retomamos aquí el comienzo de la primera parte, en la que la palabra tiene valor de acto, y de acto creacionista, fundante. La palabra crea el primer discurso, y rompe el silencio, introduce la luz, haciendo que las sombras se desvanezcan.

Será entonces cuando la muerte ligada a la palabra tome otro alcance.

Y no será hasta que el hombre sea capaz de formular este nivel de palabra que la obra creadora estará terminada. El hombre para ser tal, debe ser capaz de invocar, hablar, alabar a sus dioses. De otro modo su ser sería imperfecto. Entonces, recordar a Dios será por un lado, alimentarlo, nutrirlo con la sangre del sacrificio de los vencidos, pero también será nombrarlo, hacer que su nombre perdure en la memoria y en el recuerdo.

Una vez que eso está logrado, la muerte alcanza un valor especial: el punto final de un ciclo que se termina, y que aunque se viva con tristeza, no se atraviesa con dolor o con sufrimiento físico. Hasta podría plantearse que sería una buenaventuranza: el signo o el símbolo de una tarea divina cumplida. Es de ese modo que entiendo la partida al cielo de los sacrificadores: su tarea ya estaba realizada. El ciclo debía cerrarse.

Y el testimonio de ese ciclo logrado y cerrado no es otro que la palabra misma, en este caso, escrita, volcada de la tradición oral al texto para que perdure. Dentro de las palabras, son los nombres los que cumplen una función primordial en esta tradición. Si bien se podía pensar que los nombres de las cosas conferían poder sobre ellas, será recordando los nombres de los dioses, nombrándolos, como se los hace pervivir.

Entiendo que el Popol Vuh nos esclarece sobre un valor distinto de la muerte que el que manejamos en la civilización judeo-cristiana, y que se anuda indudablemente al valor creacionista de la palabra como decir en acto. Si como nos dicen en las últimas líneas, se termina el ciclo de los Quiché, indudablemente, al leer el Popol Vuh, es que el ciclo vuelve a comenzar… y el pueblo Quiché, de ese modo, renace, pervive.

Notas:
[2] Popol Vuh. Antiguas Leyendas del Maya Quiché. Establecido por A. Recinos. Ed.Leyenda S.A. 2004. Pag. 14.
Ibid (1). Pag. 21.
[3] Ibid (1). Pag. 23.
[4] Ibid (1). Pag. 25.
[5] Ibid (1). Pag. 29.
[6] Ibid (1). Pag. 73.
[7] Ibid (1). Pag. 112.

Bibliografía:
1.Popol Vuh. Antiguas Leyendas del Maya Quiché. Establecido por A. Recinos. Ed.Leyenda S.A. 2004.
2.Henríquez Puentes, Patricia. Oralidad y teatralidad en el Popol Vuh. Acta Literaria N* 28. 2003.
3.Krickeberg, Walter. Mitos y Leyendas de los aztecas, incas, mayas y muiscas. Fondo de Cultura Económica. México. Impresión l995.

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