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Edición
06

Los síntomas de los adolescentes y la caída de la autoridad paterna

Barcelona
Recientes estudios se ocupan de relacionar la función paterna con los síntomas que padecen los jóvenes de hoy. ¿De qué modo se sustituye hoy la tradicional autoridad del padre? ¿Cuál es la diferencia entre restringir y ubicar a un padre en su función?

En el contexto actual escuchamos una pregunta que insiste en el ámbito educativo, de la salud, social y político. Los padres, los profesores, los profesionales de diferentes campos y pertenecientes a distintas generaciones se preocupan por los síntomas que padecen los jóvenes y los niños hoy.

Para pensar estas cuestiones, se pueden reconocer una variedad de marcos teóricos que podrían adoptarse. Cada uno implica estrategias de intervención y soluciones específicas para los impasses de la sociedad, la familia, las instituciones y los sujetos.

Hay una variable que se indica para pensar estas cuestiones: el padre.

El padre ya no es la figura de autoridad, su palabra ya no es vehículo, la ley no impera sino a través de un complejo sistema de poder ciudadano que atento al consenso anuncia las transformaciones inexorables de la idea de autoridad imperante.

Hace poco una investigación realizada por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), fue dada a conocer a través de uno de los diarios de Argentina. Según ese estudio «La figura paterna sería más efectiva que los especialistas» en la prevención de las adicciones al tabaco y al alcohol («drogas sociales»), siempre que se ponga en juego en el diálogo entre padre e hijo, teniendo un efecto protector contra dichos síntomas…»

Por un lado este artículo indica la importancia de la función del padre frente a los síntomas actuales y por el otro hace del diálogo un paradigma para que esa función sea eficaz.

A partir de estas cuestiones comenzamos ubicar que «lo paterno» resulta complejo, rebasa la cuestión del ADN e inclusive va más allá de una perspectiva simbólica.

Desde la manera en que en la actualidad vemos cómo se ejerce esa función paterna se nos impone compararla con como se ha cumplido tradicionalmente y cuales son las consecuencias entres estos diferentes modos de operar del padre.

La Lic.Patricia Heffes [1] «vertió sus opiniones sobre el tema y nos dice que»si nos detenemos en las producciones de la cultura, tanto cine como literatura o cualquier otra expresión cultural que se refiera a la función del padre tradicional, encontraremos algunos rasgos comunes entre los cuales la cuestión de la autoridad es denominador común, ya sea por exceso o por defecto. El padre clásico, disponía de autoridad porque representaba la ley, el orden social y el de las generaciones. Era el encargado, aunque no lo sabía, de hacer circular a través del discurso, ciertas condiciones del uso de la palabra y de los usos de goce. Las ficciones familiares tradicionales tenían una estructura tal que facilitaba que esas condiciones quedaran veladas, ocultas o disimuladas, para promover la tan anhelada pero imposible «armonía» familiar.

La autoridad que encarnaba el padre cumplía la función de ordenar los goces; es decir, la función de establecer lo permitido y lo prohibido, lo aceptado y lo rechazado, lo bueno y lo malo.

De esta manera, la función del padre no garantizaba un determinado funcionamiento de la familia, sino que permitía «clasificar» las acciones y diferenciar en esa clasificación lo que queda y lo que se desecha o se castiga. La función paterna tradicional decía: «Gocen de la renuncia a gozar de lo que quieren, de tal modo que todo eso quede velado a sus propios ojos».

El Siglo XX desarticuló este funcionamiento subvirtiendo el orden, los pequeños objetos se hicieron soberanos y destronaron al Amo produciendo un ordenamiento transversal sustancialmente distinto al orden vertical propio de la época clásica. La ciencia se entronizó haciendo de la tecnología su principal instrumento productor de cada vez nuevos objetos y el psicoanálisis reveló los efectos de verdad del goce a través de declarar los poderes de la palabra, descubrir la subversión del sujeto y enseñar la dialéctica del deseo en el inconsciente.

Desde la segunda mitad del Siglo XX asistimos a la cruda exhibición del horror, sin velos, lo que nos demuestra que aquella función del padre como garante de aquellas ficciones ha caído. El padre ya no es la figura de autoridad, su palabra ya no es vehículo, la ley no impera sino a través de un complejo sistema de poder ciudadano que atento al consenso anuncia las transformaciones inexorables de la idea de autoridad imperante.

Los psicoanalistas y los psicólogos hoy trabajan con una clínica que podemos llamar «de las transformaciones familiares». Estas transformaciones son vastas y vertiginosas y enseñan cómo aquel esquema se ha atomizado y sus elementos se han redistribuido haciendo de la familia actual algo muy diferente a lo que se había conocido en la modernidad.

La autoridad está representada por lo pares de modo tal que el fenómeno de la transversalidad sustituye a la verticalidad que reinó la organización social durante mucho tiempo.

…la idea de que la «escucha» del padre tiene una eficacia preventiva en el hijo es un intento de otorgarle a la escucha el estatuto de suplencia para esa función decaída.

El desvanecimiento de la figura del padre tradicional implica la redefinición de la idea de familia y por lo tanto de las relaciones entre sus integrantes. Actualmente, el sujeto hace alarde de su división subjetiva, dejando al descubierto lo imposible de la satisfacción y requiriendo cada vez de más objetos para intentar cubrir esa fractura. En este sentido, los hijos están, las más de las veces, objetalizados, incluidos en la misma serie.

Fue Sigmund Freud quien señaló a comienzos del siglo XX la dialéctica del deseo en el inconsciente a raíz de la relación padres e hijos. «Él mostraba cómo los hijos renunciaban a la satisfacción por temor a perder el amor de sus padres. La situación ha variado significativamente al punto de poder decir que esta dinámica se ha invertido y que hoy son los padres quienes renuncian a cierta satisfacción por temor a perder el amor de sus hijos.»

Nos interesa ahora volver al punto donde las recomendaciones subrayan que los hijos sean escuchado. Esta cuestión parece obvia pero no nos resulta demasiado sencilla de entender ya que lo que se observa en nuestros días es que hay padres que escuchan, oyen, incluso demasiado. Cómo es que la función del padre se sostiene en términos de esta capacidad de escucha.¿Cómo calcular o de qué manera la escucha garantiza que esa función de padre se acomode en su justo lugar para un hijo?

Lic. Patricias Heffes dice al respecto que «las transformaciones familiares suponen la necesidad de nuevas respuestas a la situación planteada y consecuentemente la invención de recursos para su tratamiento». La licenciada también se interroga acerca de en qué momento comienza a funcionar la idea de que la «escucha» es la panacea de las relaciones y dice que el descubrimiento de Freud trajo, entre otras cosas, esta consecuencia: Universalizar el uso de la palabra como terapéutica. «Efectivamente, en tanto vela y desvela, la palabra tiene un poder. Esto significa que el acto de hablar tiene consecuencias para el sujeto, sólo y en tanto esté dirigido a otro; pero ese otro no es cualquiera y allí se encuentra la particularidad de la escucha propiciada por el psicoanálisis». De esta manera entiendo que se crea el mito de la escucha; mito basado en la eficacia de la palabra y que atribuye a su falta grandes males de la humanidad. Tanto la psicología como la educación hicieron de la «escucha» una condición necesaria y hasta en algunos casos suficiente de su práctica.

Tomar la palabra, hacer uso de ella, supone una variedad de efectos según la posición desde la que se enuncia y esto es lo que impide generalizar las consecuencias. No podemos olvidar que también hay la práctica del bla-bla-bla. El uso de palabras para precisamente no decir nada. Cuando se habla se puede ordenar, obedecer, sugestionar, jurar, confesar……..

Si la función del padre tradicional ha declinado, es desde esa posición nueva que ha de entenderse su eficacia o bien la función que adquiere actualmente su palabra. En este sentido se puede decir que la idea de que la «escucha» del padre tiene una eficacia preventiva en el hijo es un intento de otorgarle a la escucha el estatuto de suplencia para esa función decaída.

Estas precisiones dadas por la Lic Heffes nos dejan en claro que una comunicación «siempre fluida» no es tanto la real función del padre sino mas bien un ideal de la época que se propone para salvaguardar una función degradada. En ese sentido conviene indagar acerca de algún otro modo de estar «a la altura» de la función paterna.

…queda subrayada la función estructurante que tiene el «no», ya que además de introducir lo que queda prohibido, se abre a partir de allí un nuevo campo de posibilidades.

La Lic.Patricia Heffes sostiene que «el término función ya implica un abordaje lógico de la cuestión que en todo caso tendrá implicaciones prácticas». La función paterna hace posible que el hijo se ligue al entramado del discurso, y haga una pregunta a partir del deseo de los padres que motorizó su existencia, cuya respuesta le permita inventar una vida. Su fracaso ha demostrado tener consecuencias devastadoras para la vida del hijo, aún en las épocas de esplendor de la figura del padre.

Quizás sea la nostalgia de los honores perdidos o la desesperación por restituir el antiguo orden, lo que haga creer que al fracaso de la función hay que oponerle una figura dadora, que entrega palabras, que escucha con grandes orejas.

En nuestra época, el tema de la comunicación integra una extensa lista de exigencias sociales que paradójicamente imperan en la vida de los sujetos modernos pretendidamente «libres». Según parece, transitamos la época del «hago lo que me place». Sin embargo, cualquiera que no logre, por ejemplo, la tan preciada comunicación fluida, será tachado de antisocial, o inhibido, o aislado, etc… Es decir, que la comunicación, en especial fluida, se convierte en exigencia en tanto que su falta revela cierto tipo de trastorno (sic).

Podríamos mejor llamarla «comunicación influida» para darle todo su peso a la significación.»

Ahora bien, algo muy interesante, y que parecería ir en contra de algunas concepciones modernas sobre la paternidad y maternidad, hace referencia la diferenciación radical entre lo que los jóvenes esperan de un padre y de un amigo. En esta línea, se esperaría una combinación ideal entre lo que seria una comunicación abierta con los hijos, con un claro estableciendo de que algo no está permitido (limites), en un nivel diferente a la relación amistosa. La pregunta es: ¿Es posible alcanzar una apertura limitada que mantenga la diferencia entre un padre y un amigo, o esto es una utopía a la que se aspira?

La Lic.Patricia Heffes afirma que, «casi como verdad de Perogrullo, hay que decir que si existen dos términos diferentes se referirán a cosas diferentes: un padre es un padre y un amigo es un amigo.» La diferencia ya existe, está establecida. La relación de amistad es el paradigma de la transversalidad. No parece azaroso que el debilitamiento de la función del padre traiga como consecuencia apelar a la relación amistosa.

Es tan difícil pensar que un padre pueda ser un amigo como esperar que un amigo sea un padre. O también, en cuanto un amigo funciona como padre ya no es amigo. ¿Qué pasa si un amigo impone prohibiciones, restringe las acciones o sanciona? Este cuasi-trabalenguas representa el forzamiento que en el campo «psi» se hace de estas cuestiones.

Se vuelve fundamental entonces señalar que existe una diferencia entre restricción y limite y en este sentido la posibilidad de sostener algún «no» en la relación padres e hijos y el modo en que este decir que no se ponga en juego, no es sin consecuencias. Por otra parte, también queda subrayada la función estructurante que tiene el «no», ya que además de introducir lo que queda prohibido, se abre a partir de allí un nuevo campo de posibilidades.

Patricia Heffes sintetiza muy adecuadamente esta cuestión cuando dice que «Se educa con el no». Este aforismo, lo utilizó hace ya más de veinte años en el trabajo con pedagogas, para trabajar la diferencia entre autoridad y autoritarismo sin despreciar el valor simbólico de la palabra. Y explica que «el sujeto humano tiende a la satisfacción inmediata y plena de sus pulsiones»; es por efecto de las interdicciones promovidas por aquellos que encarnan las figuras parentales que se reprime la satisfacción y se van encontrando satisfacciones alternativas o se demora en situación de espera.

La vida del humano se construye según una serie que podría representarse por la sucesión de «sí» y «no» que se ha escrito en su propia partitura – la de su vida- , su frecuencia y alternancia.

Es difícil establecer de modo universal si cuando, por ejemplo, un padre le dice a su hijo: hoy no sales, se trata de una restricción, de un límite, de una sanción, o, en fin, de un acto de amor. En todo caso, habrá que ver en cada caso, desde qué posición se habla y qué afectos acompañan. Ciertamente, no es lo mismo decir la frase como venganza que como cuidado. Hay otras varias posibilidades. Sin embargo, en un sentido general y amplio, se puede ver que el término «límite» ha sido tan manipulado que adquirió sentidos opuestos: restringe y posibilita, ordena y ruega, cuida y maltrata.

La formación de un sujeto requiere en el tiempo de su constitución determinar sus bordes, si esos son los límites pues entonces no son restricciones sino marcas, señales. La serie de los «sí» y «no» constituyen una trama que en sí misma es un límite, pero no implica restricción ya que lo que hay está comprendido en esa trama; luego, no hay más.

La formación de un sujeto requiere en el tiempo de su constitución determinar sus bordes, si esos son los límites pues entonces no son restricciones sino marcas, señales. La serie de los «sí» y «no» constituyen una trama que en sí misma es un límite, pero no implica restricción ya que lo que hay está comprendido en esa trama; luego, no hay más.

Esta perspectiva que se ha situado para pensar el tema nos desplaza del modo en que habitualmente se lo aborda. La palabra en la relación padre- hijo no vale solo por el hecho de pronunciarse sino por la función que toma para producir marcas en el sujeto, trazar sus bordes estructurarlo, nos interrogamos entonces acerca de cómo es la manera de orientarse para pensar este «vacío de padre» que afecta a los jóvenes de hoy.

La Lic.Patricia Heffes sostiene al respecto que en los tiempos del exceso resulta paradójico pensar en el vacío como problemática central de la época. «No obstante, se trata de la misma operación que viste diferentes caras». Sino, ¿de qué otra manera pensar la demanda permanente, el consumo interminable, la proliferación ilimitada de lo nuevo; si no por una falta irremediable? En este sentido, vale estar advertido que aquello que se denuncia es estructural y que recae sobre una figura por el devenir de una época. Los «jóvenes de hoy»atribuyen la causa de la angustia a otro y en ello se fundamenta que reclamen una reparación a modo de «pago» por responsabilidad. Tú no cumples, tú me debes son algunas de las formas de esta queja».

Estas afirmaciones parecen señalar que seria mas orientado plantear que se trata de «restar algo» del lado del padre, y no un «más». Le preguntamos de qué se trata en este «menos» propio de la función parterna a la Lic.Heffes quien nos dijo que «Lo que enseña la experiencia clínica con adolescentes es que no se trata tanto de hablarles sino más bien de escucharlos, de darles la palabra, de hacerles saber que pueden hallar un sentido en lo que dicen, que lo que piensan tiene un valor y hay que descubrirlo. Y el modo para que alguien hable es que sienta que algo falta, que la carencia sea motor.

Sin duda, la provisión excesiva de objetos para el consumo, obtura esa posibilidad de hacer valer la falta para producir a partir de ello una pregunta, un sentimiento, un grito; en fin, algo que no cubra sino que deje al descubierto el vacío que es propio del sujeto.

Notas:
[1] Psicoanalista, Barcelona.

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