…en las que las barreras defensivas que el sistema inmunitario levanta, pueden excederse a tal punto que se terminan volviendo contra si mismas, en lo que Espósito denomina «una catástrofe, simbólica y real, que determina la implosión de todo el organismo».
Para la biología la inmunidad adquirida, cuya referencia mas conocida es la vacuna, es la respuesta eficaz y protectora que el organismo elabora a partir de la reproducción, en forma controlada, del mal del que debe protegerse. Es decir que este mecanismo defensivo, en el campo de la biología, supone la antinomia de prolongar la vida, solo por la vía de probar la muerte [2]. Según el filósofo italiano Roberto Espósito este mecanismo inmunitario atraviesa todos los lenguajes de la modernidad y sus cuerpos (cuerpo biológico, político, social, económico, jurídico, militar, etc.). Se referirá a este mecanismo como «paradigma inmunitario» [3]. Para el autor la amenaza actual, no esta en esa coincidencia, sino en la ineficacia de este mecanismo como protector, produciéndose lo que considera una «ramificación descontrolada por todos los ganglios productivos de la vida» [4]. Siguiendo con el modelo de la biología – aunque es de destacar que el vocabulario de esta proviene del léxico militar -esto es así en las llamadas enfermedades autoinmunes, en las que las barreras defensivas que el sistema inmunitario levanta, pueden excederse a tal punto que se terminan volviendo contra si mismas, en lo que Espósito denomina «una catástrofe, simbólica y real, que determina la implosión de todo el organismo».
Deudor de Foucault, Espósito en su libro Inmunitas, realiza una operación de deconstrucción del significante inmunidad, ligándolo a dos conceptos fundamentales: protección y negación de la vida. Conceptos que nos remiten a la biopolítica, la que según Foucault describe una particular relación del cuerpo con la política y la vida: el poder se centra y se legitima en esta última. Hasta tal punto esto es así que, en estados donde existe la pena de muerte esta prohibido que un condenado se suicide, impidiendo con esa prohibición, que él lleve a cabo su propia ejecución, y por lo tanto, desconociendo el valor del acto en su dimensión subjetiva.
En relación al mecanismo de protección de la vida, es interesante como Espósito nos muestra que los distintos cuerpos (biológico, social, político, electrónico, etc) pueden tener respuestas defensivas similares ante un peligro. Por ejemplo, ante la inminencia de un brote epidémico, ante un pedido de extradición por violación a los derechos humanos, ante la inmigración clandestina, ante un virus informático, en todos estos casos es necesario implementar un mecanismo de inmunización, una barrera, un muro, una muralla, un antivirus. Y estas intervenciones de protección respecto de una amenaza que viene de un campo, en apariencia, exterior, conllevan lo que el autor considera el nuevo peligro de la modernidad, una encerrona trágica, donde el cuerpo se cierra sobre sí mismo debido a un exceso de inmunidad. Precisamente es este repliegue lo que agrega complejidad al paradigma. El paradigma inmunitario no alude a una simple coincidencia, sino mas bien a una co-incidencia en todos los discursos, es decir a un entrecruzamiento entre ellos, una trasversalidad que al ser rechazada, desconocida, vuelve con mas furia, en lo que da en llamar un resultado autodisolutorio. Ejemplos: 1) el fenómeno de la inmigración tiene a la vez una incidencia social, política, jurídica, económica, de salud, en la medida en que representa a la vez que una amenaza para el orden publico, un potencial riesgo biológico, 2) Uno de los ataques terroristas mas temidos puede ser el bacteriológico, 3) Los virus informáticos son temidos porque pueden vehiculizar un ataque terrorista internacional, etc. En el trabajo titulado «Suicidémonos,com», aludíamos en otros términos a esta trasversalidad propia del paradigma inmunitario: analizábamos allí como la informática podía vehiculizar a través de su red un contagio peculiar, la pulsión de muerte llevando a distintos usuarios de esa red a compartir la decisión de suicidarse. Recientemente, en el último congreso internacional sobre HIV, se comentó acerca de una nueva conducta en quienes son portadores del virus: la consigna de sexo sin protección – «contagiémonos» – a modo de prueba de amor. ¿Estamos aquí ante el contagio como vehículo del lazo social?
Los malestares no son mayores o menores respecto del pasado: nos hemos vuelto sin embargo más insensibles a ellos: el malestar circula clandestinamente, como algo de lo que, por sí mismo, no deseamos permanecer cerca.
Y bien, no cabe duda que este paradigma no es sin consecuencias en cuanto a la subjetividad. Por el contrario, pensarlo desde el campo psicoanalítico es pensarlo desde una subjetividad amenazada por la pulsión de muerte. Si toda sociedad supone una determinada definición del cuerpo del sujeto [5], en tanto sus modos de gozar, desear, amar y morir están determinados desde lo jurídico, los desarrollos científicos y tecnológicos, ¿de qué cuerpo hablamos hoy? ¿Cuál es su angustia? No parece ser ese tipo de angustia que Freud describió como neurótica, donde el síntoma afecta al cuerpo pero no por causas orgánicas. Mas bien asistimos a ese cuerpo sometido a las depresiones, adicciones, implosiones, que refracta dicha angustia, volviéndose autoinmune al conflicto psíquico. Siguiendo a Espósito, podríamos decir que el sujeto en cuestión goza de inmunidad, ya que al no dar lugar a su angustia, no se hace cargo de su responsabilidad consigo mismo y por ende con los otros, es decir no paga el «munus» (término que usa Espósito aludiendo a la exhimición del compromiso con la comunidad) [6]. Es en este sentido que Remo Bodei [7] habla de indiferencia: «Una vez caída la barrera inmunitaria de nuestra psique, la angustia arcaica flota quizás actualmente en nuestra conciencia a la manera de minas flotantes, que rara vez producen daño porque buscamos desactivar la peligrosidad dejándola vagar por una vasta superficie de indiferencia. Los malestares no son mayores o menores respecto del pasado: nos hemos vuelto sin embargo más insensibles a ellos: el malestar circula clandestinamente, como algo de lo que, por sí mismo, no deseamos permanecer cerca.»
Pero lo cierto es que al igual que la enfermedad autoinmune que resulta ser consecuencia de un exceso de inmunidad, todos estos malestares tienen en común cierto tratamiento del cuerpo ligado al sufrimiento, que se vuelve una trampa mortal. Es la paradoja que plantea el avance del conocimiento científico. La cirugía plástica reparadora avanza hacia el campo de la cosmética, dejando cuerpos cada vez más cadavéricos. En el HIV, los importantes progresos en la farmacocinética no son, sin embargo, eficaces frente a una resistencia viral hoy en aumento. La psicofarmacología, con una medicalización peligrosamente creciente, que en particular en la población infantil y juvenil, hace estragos, así como los desarrollos en genética, aplican una lógica de fundamentación, que al traspasar las fronteras de su campo, se torna fundamentalista. Por ejemplo un análisis de ADN que revele la paternidad, no basta para que el padre en cuestión asuma su función, o para que el hijo lo acepte. A su vez l los sistemas de seguridad que se implementan como barreras ante la inseguridad creciente en la sociedad actual, son cada vez más sofisticados y menos eficaces. En su trasversalidad este peligro social es también subjetivo. El cuerpo del paradigma inmunitario, nos dice Espósito, se cierra sobre sí mismo en vías de la catástrofe simbólica y real. Pero afortunadamente el análisis que hace el autor sobre este paradigma no se cierra sobre sí, al señalar que la clave está precisamente en uno de sus rasgos: la antinomia interior-exterior, propio-extraño, eje semiótico en torno al cual se organiza toda institución social, y que marca el límite entre el yo y lo otro.
…el análisis que hace el autor sobre este paradigma no se cierra sobre sí, al señalar que la clave está precisamente en uno de sus rasgos: la antinomia interior-exterior, propio-extraño, eje semiótico en torno al cual se organiza toda institución social, y que marca el límite entre el yo y lo otro.
Una mujer que consulta por depresión y estados de angustia, que podríamos sintetizar como de ese tipo de angustia no neurótica que Freud llamó automática, durante mucho tiempo en su tratamiento se queja por las desatenciones de un marido que toda la vida estuvo sometido a su madre. Cuando expresa estos reproches, su tono no es el de la simple queja histérica, hay en ella un odio y un deseo de venganza que no se aplaca ni con la muerte de su suegra, acontecida durante el tratamiento. Por el contrario, como era de esperar, la ferocidad aumenta y a la vez la paciente empieza a enfermarse seriamente. En el trascurso del tratamiento el odio comienza a ceder cuando la paciente se atreve a comunicar abusos sexuales padecidos en su infancia y adolescencia. Ahí se abre un período donde se la percibe orientándose hacia el placer, recuperando las ganas. No obstante, ese sentimiento de odio no desaparece sino que se desplaza hacia otras situaciones, revelando que se trata de un atávico odio infantil. Por ejemplo: hace un comentario sobre las injusticias que vivimos como ciudadanos, cuando vienen los «bolitas» o los paraguayos a atenderse en nuestros hospitales y como eso nos perjudica. Comentario del que se desprende que ese otro peligroso, intrusivo, que viene del exterior es, en realidad, su hermano menor, quien al nacer con una discapacidad mental la condenó a una vida de postergaciones. Esta amenaza de lo extraño, lo extranjero, configuro la instalación de una defensa de conservación de lo propio: el odio, que sabemos, es odio de la diferencia. Es un sentimiento que paradójicamente suele terminar, en muchas ocasiones, en la enfermedad o en el suicidio, deviniendo odio contra sí mismo. Para Jacques Hassoun odiar es retirarse del lazo social, ya que quien es presa de ese sentimiento intenta eliminar esa diferencia, «en nombre de cierta forma de igualdad desesperada que remite a la pura y simple especularidad: tensión para convertirse exactamente en el otro.»
La Historia es testigo de las catástrofes producidas en nombre de esa desesperada igualdad que, para ser alcanzada, necesita eliminar lo diferente. Sin embargo, el psiquismo requiere, para su configuración, de la alteridad. Es por su intermediación que arriba a las dimensiones de identidad y diferencia. Sin esa diferenciación, es decir, cuando en el niño fracasa ese proceso de diferenciación propio del estadio del espejo, entre el objeto y la imagen, se genera una catástrofe subjetiva. Y esto es lo que esta pasando hoy ante la tensión especular de un yo cada vez mas amenazado.
Esta amenaza comienza en la Modernidad con el cogito cartesiano. Es a partir del «pienso, luego soy», que se inicia para la historia de la subjetividad, el rechazo de un cuerpo que pudiera existir fuera del pensamiento [8]. Un cuerpo que al ser desplazado por el cogito, fragmentado por un saber que lo pone a prueba cada vez más, viene desde entonces empujando al sujeto a la compulsión a «ser». Ser en el sentido de lo que «hay que ser». Esta compulsión, que excluye del cuerpo el placer de la satisfacción, empuja al sujeto a identificarse con el significante del poder. En «Acerca del goce de los que mandan» Indart analiza esa posición subjetiva extrema y mortífera que se sintetiza en el imperativo «tú puedes»:»Actualmente toda la ideología, la publicidad, la promoción, el mundo que nos rodea, etc., todo empuja en el sentido de que no hay goce sino en posición de amo… que lo que importa es el emblema y la suposición de que el goce está en ser.» [9] Para quien adopta esta suposición, su cuerpo pasa a ser el de la renuncia a la satisfacción, quedando a merced de la pulsión que gobierna el goce de los que mandan: la pulsión de muerte. Es el cuerpo «quemado» [10] por el «stress», el de los infartos, los accidentes, las enfermedades.
La Historia es testigo de las catástrofes producidas en nombre de esa desesperada igualdad que, para ser alcanzada, necesita eliminar lo diferente. Sin embargo, el psiquismo requiere, para su configuración, de la alteridad. Es por su intermediación que arriba a las dimensiones de identidad y diferencia.
En esa línea de aspiración del sujeto a ser en la muerte, ¿no se podría entender esa reciente consigna «contagiémonos» con la que los infectados con el virus del Sida intentan burlar la lógica de protección de la vida? ¿No es acaso una demanda desesperada de reconocimiento por parte de quienes han sido afectados por esa misma lógica?
Es en ese mismo sentido que Espósito propone pensar la antinomia del paradigma inmunitario: yo – otro, sí mismo – distinto de sí, para que la protección de uno no conduzca a la destrucción del otro. De este modo sugiere que tal vez el enigma de la inmunidad consista en superponer esos dos significados divergentes, individuo y comunidad, para obtener así «el peculiar perfil de una individualidad compartida o de un compartir individualidad».
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Un comentario
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