Cervantes: realidad, ilusión, y una retórica del subjuntivo
Entre los males que amenazan nuestro futuro, el desvanecimiento del subjuntivo de la lengua inglesa será llorado menos que otros. Y no sin razón, ya que hablamos, posiblemente, de eliminar o arruinar vidas, comunidades, naciones, idiomas, maneras de vivir, y de la civilización como la conocemos. Hablar así, en términos apocalípticos, es hablar, por supuesto, de un escenario del peor de los casos. Contamos ahora con instrumentos superiores de destrucción y vivimos una crisis climática con potencial devastador. En algunos lugares, la devastación ya ha superado la potencialidad. Pero hemos estado anticipando el fin universal de los días desde tiempos de Jesús y de los profetas anteriores del desierto palestino y, en tierras británicas, desde tiempos del buen rey Lear de nuestro amigo Shakespeare: dos momentos, entre muchos, en que todo lo comprensible y seguro iba cayendo, desde ciertos puntos de vista, perspectivas, y percepciones y mezclas de realidad e ilusión.
De allí viene la importancia existencial de una actitud y una retórica del subjuntivo y, aunque muera en la gramática inglesa, nos conviene asegurar que sobreviva como concepto en nuestro mundo más o menos civilizado. Como ayuda en ese respeto, afortunadamente, mis compatriotas de habla inglesa en los Estados Unidos cuentan con la lengua de Miguel de Cervantes—lengua, también, de los inmigrantes, documentados o indocumentados, de nuestro sur, junto con muchísimos otros hispanohablantes cuyos antepasados ya se encontraban en estos territorios antes de que llegaran los peregrinos en el Mayflower. Y aunque algún Donald “Señor Presidente” Trump construyera una Pared China de altura monstruosa, desde el Golfo de México hasta el Océano Pacífico, ese idioma en toda su multiplicidad y gloriosa subversividad seguirá más allá de todas las tiranías que ahora reinan.
De allí viene la importancia existencial de una actitud y una retórica del subjuntivo y, aunque muera en la gramática inglesa, nos conviene asegurar que sobreviva como concepto en nuestro mundo más o menos civilizado.
Llego, entonces, al tema central del primer fragmento de este ensayo: los dos episodios, en la primera parte del Quijote, relacionados al yelmo de Mambrino; desde lo cual, aunque inmediatamente parezca tratarse de los sujetos directos y no del subjuntivo, llegaremos a aquel modo que es, esencialmente, una cara de la gramática de lo real y lo ilusorio.
Empezamos con el momento en que nuestro caballero andante encuentra, en la distancia, lo que a él le parece un yelmo y, a su escribano, una bacía de barbero. Después de ahuyentar al pobre barbero, quien, en sus ansias de no morir, deja caer el objeto lustroso en el camino, caballero y escribano llegan a ello.
[…] Mandó a Sancho que alzase el yelmo, el cual, tomándola en las manos, dijo:
—Por Dios que la bacía es buena […].
Y, dándosela a su amo, se la puso luego en la cabeza […]. (I, 21)
Lo real, de punto de vista común, es lo de Sancho, representado por la bacía; y lo irreal, lo ilusorio, del amo don Quijote, quién pidió que alzara un yelmo. El gran truco de nuestro maestro Cervantes está contenido en las primeras diez palabras de la oración inicial, en que don Quijote pide el yelmo (lo) y recibe la bacía (la). Con un simple cambio de sujeto masculino por femenino, algo que ni el mejor traductor literario puede reproducir en inglés, el maestro nos da todo un mundo—o dos o tres mundos—de percepción.
Sancho Panza resuelve el problema creando una palabra nueva y, con ella, una realidad nueva: el objeto, ahora, no es ni el yelmo ni la bacía, sino el baciyelmo, algo que antes no existía.
Pero eso no es todo. El segundo episodio, pasando tiempo y páginas, toma lugar en una venta donde se da una resolución ingeniosa a la disputa sobre la identidad verdadera de aquel objeto. Con una inteligencia discreta y pragmática que presagia su sabiduría salomónica como gobernador de una isla, Sancho Panza resuelve el problema creando una palabra nueva y, con ella, una realidad nueva: el objeto, ahora, no es ni el yelmo ni la bacía, sino el baciyelmo, algo que antes no existía. Otra vez, el traductor al inglés no puede hacer algo mejor que el torpe basin-helmet, solución funcional y necesaria, pero no hermosa, poética, trascendental.
Pero, ¿qué tiene que ver todo eso con el subjuntivo? Es como la diferencia entre las visiones contrarias de Quijote y Crusoe, como la explicó el novelista mexicano Carlos Fuentes. Para el uno, como está representado en el famoso dibujo parecido a un borrón de tinta de Picasso, el mundo es un interrogante ante el misterio de tantas realidades existentes e imaginables. No importa que proceda como conquistador en campaña cristiana, con un concepto platónico y aun imperioso del mundo; pues, al final del día, el caballero de La Mancha, un ser lleno de tantas dudas como de nobleza, representa, además del tipo español, el ser humano en toda su complejidad. Mientras que, para el inglés en su isla desierta, el mundo es declarativo e imperativo ante una realidad dada, formado por pura voluntad y determinación, una determinación imperial que no admite ninguna duda.
No se trata de una separación arbitraria o simplista, como decir que lo español siempre rechaza los absolutismos mientras lo británico y yanqui son siempre racionales.
Gramaticalmente, y en su expresión más básica, se trata apenas de algunas cosas que son y otras que no son, aunque podemos imaginarlas y posiblemente, con nuestra colaboración, se hagan realidad. Pero esperemos que, después de todo, este concepto, esta actitud de lo subjuntivo llegue a ser una nueva, o vieja / antigua, retórica para todo pueblo, cuyo mundo corre el riesgo de desintegrarse por el choque de absolutismos cargados de tanta desorientación y violencia: ilusiones destructivas en los planos de la política, la religión, y todo lo demás. El antídoto que propongo a esas ideologías apocalípticas es el perspectivismo, el quijotismo sutil y majestuoso de Cervantes. En nuestro caso, el desafío es llegar al neologismo, sugerido por el baciyelmo de nuestro amigo Sancho, que nos empuje hacia un entendimiento de nuestra humanidad mutua e interdependiente, que reconcilie las perspectivas aparentemente contrarias, dicotomías falsa, que dividen la familia humana: una retórica internacional de reconciliación.
Borges: ciudadano de mundos y de universos interminables
Algunos de los compatriotas de Borges han malentendido una cosa vital de su carácter: han creído, ya que a él le gustaban las literaturas de Inglaterra y Alemania, y escribía de abstracciones y de temas universales y no estrictamente nacionales, que no podía ser buen argentino ni tener qué decir concerniente al pueblo. Como lo expresa bien un personaje incidental en la novela Todos éramos hijos (Editorial Sudamericana, 2014), de la escritora argentina María Rosa Lojo, a quien, a propósito, sirvo de traductor al inglés: “Es un extranjerizante, sobrevalorado sólo porque en Europa se les da por hablar de él. Nunca vio el país, nunca lo entendió. Un viejo gorila”. (p. 149)
El que habla parece nunca haber leído a Borges con profundidad. Su obra y, en particular, su poesía, está llena de calles bonaerenses y de los temas de toda literatura argentina. No es que nunca entendió al país, sino que allá y en todas partes encontraba lo universal; y se identificó y se valió como ciudadano, no sólo de la Argentina, sino de todo el mundo y de una multitud de mundos—o universos—paralelos, mundos y universos físicos y/o imaginados: para Borges, un poema o un cuento contiene todo un mundo y un universo. Habrá tenido sus errores de percepción en cuanto a la política violenta de la Argentina de sus tiempos, pero ciertamente no peores que los extremistas de izquierda con su mezcla peculiar de idealismo quijotesco y terrorismo político; no tan diferentes, en fin, de los imperialistas europeos o estadounidenses que han llevado su carga civilizadora, con tanta nobleza errónea, hacia las culturas y razas percibidos como inferiores.
El antídoto que propongo a esas ideologías apocalípticas es el perspectivismo, el quijotismo sutil y majestuoso de Cervantes.
El primer texto de Borges que leí fue Borges y yo. Desde la primera línea Al otro, a Borges, es a quién le ocurren las cosas, hasta la última, No sé cuál de los dos escribe esta página, uno encuentra a un hombre con humor irónico e irreverente dirigido hacia adentro, a sí mismo, antes que a otros. Como dice la historiadora argentina María Gabriela Mizraje sobre otra persona (Lucio Victorio Mansilla o el sueño de un dandy, En tiempos de Eduarda y Lucio V. Mansilla. Junta Provincial de Historia de Córdoba, Argentina, 2005): es “una figura que opera en el revés de la vanagloria; un contrapunto que la ironía posibilita: un negativo fotográfico […] traza la caricatura de sí mismo […] y hace un guiño inteligente” (pp. 103-104). De manera semejante, aunque Borges haya sido un hombre muy culto, paseándose entre gente de alta sociedad y educación privilegiada, y a algunos les parezca que su arte haya existido sólo para el arte y no para la vida, me sigue pareciendo que, debajo de la superficie, del juego y el pretexto, siempre ha habido algo más significativo que el simple juego. Y a mí—con ese poema en prosa que me sugiere la multiplicidad de la personalidad, que existe como una burla sobre la parte pública de su carácter, amablemente vanidoso y consciente de lo ridículo de la celebridad—Borges todavía parece darme permiso para que también ambicionara, como lector, escritor, traductor, una vida altamente literaria, mi pedacito de la gloria quijotesca y de la inmortalidad, dentro de un mundo de libros e ideas y juegos que revelan sus secretos a quienes los busquen profundamente.
Borges también discursa conmigo sobre ilusiones y realidades, mundos y perspectivas innumerables y eternos: como las Mil y Una Noches y el mágico animal que vive, no como nosotros en el tiempo, en la sucesión, sino según quien narra lo de Juan Dahlman en el cuento El sur “en la actualidad, en la eternidad del instante”; Dahlman, después (¿o dentro?) de una cirugía en que casi murió (¿o está para morir?); distraído, por su felicidad nueva, de Shahrazad y de sus milagros superfluos, cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir —vivir y soñar, en aquella eternidad brevísima, la muerte que hubiera imaginado por sí mismo, encontrándose en un sur de otro tiempo y en un duelo a muerte con un cuchillo y un viejo gaucho extático.
En mi propio cuento borgesiano, History of the Knight and the Sophist (Historia del caballero y del sofista), título que refleja la Historia del soldado y la cautiva de Borges, es el caballero andante cervantino que se encuentra con un sofista andante griego de la edad de Platón, y entra con él en un diálogo mutuamente respetuoso que tal vez pueda servir de modelo para una retórica hacia una reconciliación de contrarios.
que reconcilie las perspectivas aparentemente contrarias, dicotomías falsa, que dividen la familia humana: una retórica internacional de reconciliación.
Shakespeare: el hombre y la bestia (lo bueno, lo malo, y lo feo)
Reconocemos, durante todo el Quijote, la gran hermandad que existió entre caballero y caballo y entre escudero y su asno rucio. Los animales sufrieron lo mismo que sus amos, y al fin de la aventura del barco encantado, el narrador nos habla así de aquellos amos, maltratados y heridos como fueron: Volvieron a sus bestias, y a ser bestias, don Quijote y Sancho […].
Podría llenar muchas páginas tratando de los diferentes y ricos aspectos del tema de hombre y bestia en el uso cervantino, pero en este momento, aun siendo menos experto, quisiera decir algo sobre lo que observo de lo shakespeariano.
Empecé este ensayo con una alusión a King Lear, a sus tiempos milenarios en el contexto de los nuestros. Hacia el fin del quinto acto, se escucha muy bien, en las exclamaciones del conde de Kent, de Edgar, hijo del conde de Gloucester, y del duque de Albany, esa desesperación ante un misterio que hace pensar en la justicia y/o la ira de un tremendo Dios: “Is this the promis’d end?”/“Or image of that horror?”/“Fall, and cease!” (“¿Es éste el fin anunciado?” “¿O un cuadro de ese horror?” “¡Húndase y acabe!”). Se trata de una sociedad en desintegración, de un caos casi absoluto y de cambios acelerados y violentos que reemplazan la paz y orden anteriores. Resulta, como después de la catástrofe de la primera guerra mundial, una tendencia nihilista, cínica, fatalista: “Man’s life is cheap like beast’s” (“… la vida del hombre es tan barata como la de los animales”), dice Lear en un momento y, en otro: “When we are born, we cry that we are come/To this great stage of fools” (“Al nacer, lloramos por haber venido a este gran teatro de locos. ––”). Y, finalmente: “Is man no more than this? Consider him well.[…]: unaccommodated man is no more but such a poor, bare, fork’d animal as thou art” (“¿No es el hombre más que ésto?
me sigue pareciendo que, debajo de la superficie, del juego y el pretexto, siempre ha habido algo más significativo que el simple juego.
Miradle bien. […]: El hombre desguarnecido no es más que un pobre animal desnudo y de dos patas como tú.)
Pero aun en estas circunstancias tristes, el mundo entero no se ha acabado. El momento más lírico y hermoso lleva un mensaje del amor sin condiciones—hecho carne en la persona de Cordelia, ella y su padre derrotados, pero simultáneamente reconciliados. En este momento, Lear le dice a Cordelia:
[…]Come let’s away to prison:
We two alone will sing like birds i’ th’ cage;
When thou dost ask me blessing, I’ll kneel down
And ask thee forgiveness. So we’ll live,
And pray, and sing, and tell old tales, and laugh
At gilded butterflies, and hear poor rogues
Talk of court news; and we’ll talk with them too—
Who loses and who wins; who’s in, who’s out—
And take upon ’s the mystery of things
As if we were God’s spies: and we’ll wear out
In a wall’d prison, packs and sects of great ones,
That ebb and flow by th’ moon (V, ii, 8-19)
mediante ese generoso modo gramatical de percibir las cosas debajo de la superficie, es posible que hagamos cambios significativos en el mundo que nos toca…
Aunque su bufón real le había reclamado, Thou shouldst not have been old till thou hadst been wise [Que no debieras haber sido viejo hasta que hubieras tenido juicio], Lear, como don Quijote, ha alcanzado la sabiduría en la vejez, mediante la locura y el sufrimiento. Y en estas palabras y este momento de lucidez, reconociendo la vanidad de poder y riquezas, encuentra la felicidad en sus relaciones con quién más le ha amado.
Después de lo pasado el 12 de junio en el club Pulse en Orlando, reconozco en este mensaje de amor sin condiciones el lema El amor siempre gana. Y aunque sea más una esperanza y una determinación que una verdad hecha y derecha, aun frente a tanto odio y violencia caóticos, reconociéndola como algo parecido al sueño imposible del hombre de La Mancha del teatro popular americano, obremos como este caballero para cambiar la ilusión en una realidad. En alguna forma u otra, creo que es la norma en el centro de cada religión, en su forma más alta, la forma más antitética al miedo. Y es tema importantísimo en la literatura y otras artes del mundo.
Desde allí, llegamos al lado contrario de la visión oscura del ser humano como bestia, en el sentido negativo de salvaje o bruto. Como Cervantes nos ha ilustrado con su expresión tierna de la hermandad entre hombre y bestia –hombre como bestia, bufón, y amante — nos encontramos con la magia fantasmagórica del sueño shakespeariano de Puck, Lord, what fools these mortals be! (¡Señor, qué tontos que son los mortales!) de la hada Titania, “My Oberon, what visions have I seen!/Methought I was enamor’d of an ass (¡Mi Oberón! ¡Qué visiones he tenido! ¡Me parecía que estaba enamorada de un asno!), y de Nick Bottom con su sueño sin fondo ni culo (Man is but an ass, if he go about [t’] expound this dream. Methought I was—there is no man can tell what.” [Si hombre alguno lo intentara explicar , sería un asno. Me ha parecido que era—nadie en el mundo podrá decir qué.)
El mundo de A Midsummer Night’s Dream (Sueño de una noche de verano) es un mundo de pura imaginación, como la visión quijotesca, el subjuntivo con que Cervantes nos ha convidado; mediante ese generoso modo gramatical de percibir las cosas debajo de la superficie, es posible que hagamos cambios significativos en el mundo que nos toca, aunque no sea más que individualmente, dentro de un círculo pequeño de influencia. También Borges, a su manera más intelectual y abstracta, nos ofrece la libertad de unas imaginaciones que abren caminos universales, que nos conectan a mundos extranjeros y, al parecer, extraños. Junto con la graciosa fantasía del mundo humano y feérico de Puck, tenemos por lo menos una receta para una vida más humana y, a la vez, bestial—en el sentido de los seres humanos-animales que somos, tocados con polvo de hadas y llenos de personalidad y promesa, capaces de comenzar el duro trabajo de reconciliar los contrarios más atrincherados.
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