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Edición
16

Por qué la Religión…

Barcelona
Octavio Paz conjetura que la religión y la tradición se nos han ofrecido siempre como formas muertas, inservibles, que mutilan o asfixian nuestra singularidad. Mauricio Santín Iriarte nos presenta una mirada interesante sobre la manera en que religión y tradición se entretejen en nuestras vidas, incidiendo en temas tan complejos como el narcisismo, la culpa, el sacrificio y la deuda; y propone que, tanto en la visión cristiana como indígena, lo que está en juego es la búsqueda del individuo por ser aceptado.

La persistencia del mito precortesiano subraya la diferencia entre la concepción cristiana y la indígena.

En el relato del Chamula, caso extremo y por tanto ejemplar, es visible la superposición religiosa y la presencia imborrable de los mitos indígenas. Antes del nacimiento de Cristo, el Sol –ojo de Dios- no calienta. El astro es un atributo de la divinidad. De ahí que el Chamula repita que gracias a la presencia de Dios la naturaleza se pone en marcha. ¿No es ésta una versión, muy deformada, del hermoso mito de la creación del mundo? En Teotihuacan los dioses también se enfrentan al problema del astro-fuente-de-vida. Y sólo el sacrificio de Quetzalcóatl pone en movimiento al Sol y salva al mundo del incendio sagrado. La persistencia del mito precortesiano subraya la diferencia entre la concepción cristiana y la indígena; Cristo salva al mundo porque nos redime y lava la mancha del pecado original. Quetzalcóatl no, en tanto un dios redentor como re-creador. La noción del pecado para los indios está todavía ligada a la idea de salud y enfermedad, personal, social y cósmica. Para el cristianismo se trata de salvar el alma individual, desprendida del grupo y del cuerpo. El cristianismo condena al mundo; el indio sólo concibe la salvación personal como parte de la del cosmos y de la sociedad.

El cristianismo condena al mundo; el indio sólo concibe la salvación personal como parte de la del cosmos y de la sociedad.

Así presenta Octavio Paz una de las grandes diferencias en nuestro devenir actual, uno además que está marcado por una singularidad: «Religión y Tradición se nos han ofrecido siempre como formas muertas, inservibles, que mutilan o asfixian nuestra singularidad»[2]. Es pues de aquí que parto para poner en relieve algunos asuntos sobre la religión y la incidencia de ésta en temas tan complejos como el narcisismo, la culpa, el sacrificio y la deuda.

El sujeto intenta reivindicarse, pretende aminorar sus culpas, pues tanto en una y otra versión (cristiana o indígena) lo que está en juego es nada menos ni nada más que la aceptación. En una, la del padre todo poderoso y de su juicio ante la tierra prometida; y en la otra, ante el cosmos y la sociedad. Obvio no es lo mismo que ésta –la aceptación- sea por culpa o por derecho. La culpa responsabiliza, te ubica en un lugar, te aparta, te designa, te señala como deudor. Por otro lado, y en teoría, el derecho acepta e incluye. De los modos no hablaré aquí, simplemente subrayo que mientras la versión indígena potencia un devenir en tanto que uno es parte; la cristiana devalúa, pues uno nace y el mero hecho de hacerlo lo designa culposo, pecador en tanto y en cuanto heredero. Cuestión no menor cuando de lo que se trata es de la acción, de la decisión que uno pueda o no tomar.

..mientras la versión indígena potencia un devenir en tanto que uno es parte; la cristiana devalúa..

Es pues de esta decisión de la que intento hablar aquí. En principio contraponiéndola al peligro que se nos presenta en el sometimiento, ya que éste contempla, por definición, a la subyugación, al dominio, a la pacificación, al sacrificio. Empero de qué, cómo, por qué, cuál es su vínculo, su relación ¿la hay?

El rey no es rey si no tiene súbditos, los súbditos no son súbditos si no tienen un rey al cual adorar y venerar.

Al superyó –dice Braunstein [3]- se le hacen dos clases de sacrificios: los que están disimulados bajo la forma de accidentes, torpezas, fracasos y síntomas; y los sacrificios oficiales, al modo de los rituales, modas, adherencias y/o pertenencias, trabajos, indiferencias, etc. En ambos casos se trata de modalidades del inconsciente. ¿Pero por qué? ¿Qué nos lleva actuar de ese modo, qué hay detrás? ¿Por qué no es consciente, qué se aloja allí que no es permitido, hacia dónde apunta? ¿Por qué nos involucra, por qué este tributo? ¿Se trata sólo de la religión, hay otras instancias, otros establecimientos?

«¿Cómo circula esa supuesta deuda que permite mantener en el sujeto la creencia de que el Otro tiene deseo y que por eso puede ser seducido?»

El sacrificio nos ocupa, nos seduce, abarca un sin fin de posibilidades: Dios, Patria, Partido, Causa, Trabajo, Mercado; todos lados de una deuda por pagar, de una cuenta por saldar, por liquidar. Quien se ofrece en posibilidad de pagarla, se ofrece también como voluntario, como quien puede hacerlo, como quien puede saldar eso que ha quedado inconcluso, como quien puede reivindicar el orden de las cosas, como quien puede estar a la altura de tan magna empresa; y en el hecho, no sin sacrificio, se produce un entorno particular: ser quien puede, ser quien está en posibilidad de…, de ofrecer tal o cual cosa; en síntesis ofreciéndose como causa, como objeto, siendo él o ella el objeto que faltará, lo que se pierde en tal ofrecimiento, en tal proyecto o en tal empresa. De modo tal que uno no puede subsistir sin el otro, se retroalimentan. El rey no es rey si no tiene súbditos, los súbditos no son súbditos si no tienen un rey al cual adorar y venerar. Es así entonces que ofreciéndose como causa, como objeto, como objeto que causa una falta: La suya, en tanto que no estará a partir de su acto «heroico» al ofrecerse como voluntario o como quien puede con la encomienda. Empero uno debe tener en cuenta los objetivos últimos de dicha empresa, es decir el porqué de la renuncia o el sacrificio del supuesto héroe. Porqué renuncia éste, a qué objetivos atiende. ¿No son éstos por un fin mayor, por una causa noble? Por su pueblo, por su patria, por su religión, por su ideal, por el ideal. La pregunta entonces va tomando forma ¿cuál es éste?, ¿de dónde surge?, ¿a qué fines atiende? Freud nos da la respuesta cuando inscribe el modelo de la segunda tópica y se refiere al Superyó; es decir al heredero del complejo de Edipo, el cual se forma por la interiorización de las exigencias y prohibiciones parentales. Es de éste que uno marca un ideal, un modelo, uno al que el sujeto intenta adecuarse. Es así que este ideal tiene un representante y una representación. El representante está claro, ¿y la representación? Esta se puede elegir, opciones hay: Iglesia, Estado, Ciencia, Trabajo, Partido, elíjase la que se pueda. La cuestión ahora será ver «¿Cómo circula esa supuesta deuda que permite mantener en el sujeto la creencia de que el Otro tiene deseo y que por eso puede ser seducido?»[4] En otras palabras, y me aventuro a mis fallos, se trata de ver, de cuestionar ¿Por qué el hombre tiende, una y otra vez, a reencarnar, y digo así, reencarnar, eso que se le escapa?

…el hombre ve en la religión una salida, una esquiva, una poco valiente aunque por lo mismo le sirve, pues le es afín, se identifica, se la crea y se la apropia, no sin culpa, aunque va a ser ésta su origen y su objeto.

Lo que se escapa, no que no se tiene, lo que no se puede, causa angustia, tanta, que uno hace hasta lo imposible, subrayo lo imposible, para lidiar con esta angustia. Volvamos entonces a la religión. Aquí –como hemos dicho- lo que está en juego es la aceptación, una que se pone en riesgo si uno es diferente, ajeno a esos mandatos y designios de un todo poderoso o del cosmos mismo. ¿Cómo entonces ser aceptado por algo que nos es totalmente extraño, ajeno, irrepresentable? Es así que surge la magnifica[5] construcción, producto siempre de una necesidad: disminuir nuestra angustia, nuestra carencia, nuestra propia indefensión, en resumidas cuentas nuestra falta. Ante este panorama desolador, falto de guía y poco vinculante; el hombre ve en la religión una salida, una esquiva, una poco valiente aunque por lo mismo le sirve, pues le es afín, se identifica, se la crea y se la apropia, no sin culpa, aunque va a ser ésta su origen y su objeto. Es así como la deuda y el sacrificio logran lo imposible. Hacer de lo extraño, de lo ajeno, de la alteridad radical, de lo inasimilable, de lo Otro; algo humano, eso Otro se materializa, se hace asequible, crea así un lazo, un vínculo. Uno que merece la pena detallar. Pues quién sino Narciso es quien mantiene su omnipotencia, su superioridad, su aislamiento, es éste quien no sabe ni quiere saber del resto, pues el resto no le merece. Los narcisistas, en tanto tales, no quieren rebajar sus expectativas, mejor han de llevarse y acercarse a los que están en su rango, en su categoría, otros como él o los de su alcurnia. Son a estos a quienes les dirige la palabra, son a éstos a quienes presta atención y brinda tiempo; son a estos a quienes ubica del tú a tú, en igualdad de condiciones, con posibilidad de vínculo o lazo, de roce; en síntesis de amistad[6]. Y qué mejor que una que mantenga el trato con quien está a la altura. No con aquellos insulsos que habitan la tierra y se limitan a sus deseos más primitivos. Para qué establecer relación con éstos si se puede establecer una con Dios. Para qué bajar el nivel si se puede estar a la altura, para qué rebajar la expectativa si uno ya es parte. Sin embargo -e insisto- sin embargo, pues de lo que se trata aquí es del pago, del embargo que uno hace para estar a esa supuesta altura. El precio que uno paga por dicha suposición. Es éste el tema y por ello insisto en el «sin» de sin embargo, pues sin esto –sin éste- uno debe acceder, uno debe sentir, uno debe poder, sin que el poder contenga indicios políticos o éticos, sino meramente en tanto posibilidad, aptitud, facultad, oportunidad, disponibilidad de un hacienda propia, de un deseo. De uno que parte de uno pero que atienda a más de uno. Se trata de llevar a cabo una decisión, ésta al decir de Heidegger involucra al abismo, no es sin riesgo, es esa acción que el sujeto acepta para su determinación, para tales efectos no menores que los que atañen al ser. Es pues de la separación, de esa renuncia que evidencia un corte, de cual podemos, en principio, dar cabida al deseo y por tanto al ser en plena consonancia con el primero. Se trata entonces del entre, del corte, del guión, del puente, de ese tenue hilo que se tiende en beneficio nuestro para ser considerado como el mayor de lo regalos habidos y por haber, es de allí que se puede tomar la decisión de Ser.[7]

Se trata entonces del entre, del corte, del guión, del puente, de ese tenue hilo que se tiende en beneficio nuestro para ser considerado como el mayor de lo regalos habidos y por haber, es de allí que se puede tomar la decisión de Ser.

Somos, sin lugar a dudas, del aprendizaje, de la historia, de nuestras representaciones; somos también de los diálogos, de las lecturas, del presente y de su cuestionamiento; pero somos finalmente de aquello que nos sujeta, es decir de nuestro(s) decir (es). Valga aquí también por la cosa, por la Res, esa que es tan inminente y tan consecuente en esta sociedad moderna. Qué mejor ciudadano que uno con buena Res, con buena cosa. Mejor aún, en plural, plurales todos que sólo aluden a la cantidad, a la suma, al cúmulo de Reses que proponen plusvalía[8] sin saber que es ésta lo justamente inverso, lo diametralmente opuesto. Se trata de la subjetividad, de la unicidad propia de aquello que nos diferencia, del ser y no del tener.

Freud nunca dijo que el síntoma se debía curar, dijo que éste se debía resolver. En la resolución del síntoma se localiza al sujeto, uno que hasta entonces se encontraba en otro lugar, en cierto tránsito, del modo –tal vez- como se hace cuando se intenta descifrar algo, en donde uno habita un lugar extraño, ajeno, en donde se encuentra expectante, sospechoso, atento y en guardia, pues lo que está en juego nos es poco. Si algo nos debe quedar claro a estas alturas es que el síntoma no es sinónimo de patología sino de posibilidad. El síntoma lleva a la decisión y la decisión lleva al deseo, el cual no viaja solo, implica a su coraza, a su fuente, al sujeto. Empero es habitual que esto transite una y otra vez enfrente de nuestras narices y que nada hagamos al respecto, es habitual en tanto que el concepto surge de la misma raíz que supone a la pertenencia[9], es decir del habitar (habit-ual y habit-uar), que mejor respuesta que la de habituar/se en lo habitual, es decir, ubicarse (habitar) en lo que nos es conocido (habitual). ¿Y qué sería lo habitual en estos casos? La respuesta al parecer está dada, basta con contemplar lo relativo a la herencia, a lo dado, transmitido, continuado e identificado; a todo ello que nos ubica en cierto lugar, cómodo, sin lugar a dudas, pero ¿propio?

…somos finalmente de aquello que nos sujeta, es decir de nuestro(s) decir (res).

Con el riesgo de ofender a algunos, aunque con el presentimiento de aclarar para otros, lo que digo es que no se trata de abarcarlo todo, sino de dar pausa, de promoverla, de dar cabida a las interdicciones, a los guiones, a los puentes, a las diferencias; la gestión sin duda alguna es propia, en tanto que ni siquiera hay posibilidad de ayuda. La ayuda recién se posibilita en cuanto hay ya algún indicio de este interrogante, de este pensamiento, de esta necesidad, pues va más allá de la metáfora en tanto puente, en tanto que ésta genera vínculo. Más bien se trata quizás de un regreso, de un Nostos que no es sin el debido y consciente cuestionamiento, uno tan singular, tan particular que sólo podrá ser respondido desde el lugar del deseo, del propio, es decir de aquello que nos subjetiviza, a tal punto, que nos hace únicos e irrepetibles, aunque una sociedad como la nuestra luche en contravía y promueva un ideal, uno solo y al alcance de todos.

Más bien se trata […] del deseo, del propio, es decir de aquello que nos subjetiviza, a tal punto, que nos hace únicos e irrepetibles, aunque  una sociedad como la nuestra luche en contravía y promueva un ideal, uno solo y al alcance de todos.

Ya lo dijo Aristóteles y lo entendió Castoriadis, se trata de virtud, hábito de elección, uno elige en función de lo que nos constituye lo cual se convierte en hábito. Dando luz. No hay decisión a través de la libertad, se trata de la voluntad, del querer en su doble y amplio sentido, de la facultad que se nos es otorgada en lo habitual, aunque no es sino hasta que podemos habitarla, de donde sacamos provecho, es pues de allí, de la decisión que allí se encuentra, que se habita, que uno da origen a la libertad. Sin embargo no es ese aquí el tema, pues ese es más bien tema de reciente origen y denota e implica cuestiones que no han de interesar si de subjetividad se ha de pensar. Sólo como paréntesis. Los griegos no reparaban en hablar sobre la libertad y no es que no la hubiese, sino que simplemente no estaba en discusión. Es hasta el «libre albedrío» -y ofrezco disculpas anticipadas, pero hay quien todavía hoy cree en él- que el cristianismo caricaturiza la tragedia griega cuando habla de la voluntad de elección; en una se pone en juego al ser, en otra a la obediencia. La gran diferencia radica pues en la posibilidad subjetiva, no al modo del rebaño. Para Blanchot la comunidad implica distancia, a diferencia de la cercanía, implica también desigualdad a diferencia de la igualdad o reciprocidad, es pues de darle parte –medular por cierto- a la particularidad que uno puede evidenciar la alteridad, lo diferente y por tanto beneficiarse de ello.

Todo eso, y no es poca cosa, sólo es posible si se rompe con la unilateralidad y se da el paso al respeto por la diferencia, ..

Todo eso, y no es poca cosa, sólo es posible si se rompe con la unilateralidad y se da el paso al respeto por la diferencia, a lo vinculante; no al modo binario sino desde ese guión, ese puente que de antemano implica un movimiento entre los otros dos, es pues de contemplar la terceridad que uno en principio vislumbra, ilumina, da cuanta después de lo porvenir. Si no somos más que sujetos sujetados sólo podremos –en el mejor de lo casos- continuar con los efectos de la herencia. Otra cosa será si hacemos uso de esa facultad, de esa posibilidad, de la episteme al decir de Foucault. La cuestión una vez más nos es mostrada por Cervantes en su grandilocuencia. Éste dice a través del soñador y luchador Quijote: «Sábete Sancho que un hombre no es más que otro si no hace más que otro.» Es así que la aptitud está dada, la cuestión ahora es saber qué hacer con el habla, pues es ella quien habla y no el sujeto que la porta, las entidades en cuanto a su valor de significación parecen haberse invertido, una cosa es saber que el sujeto se sujeta de allí, al modo del predicado, pero otra muy diferente es saber que ese predicado se convierte ahora en sujeto, dando así mayor relevancia a lo que en definitiva sólo debe formar cierta base, cierto principio, nada que ver con finalidades o metas en cuanto a objetivos, ésa es tarea del sujeto en tanto portador y responsable de su deseo.

.. el acto mismo de la decisión implica necesariamente dejar abierta la brecha entre aquello que nos trasciende y aquello que nos implica, es decir, se da allí un acontecer responsable, ávido de saber y respetuoso de las diferencias.

La decisión, cualquiera que tomemos no se enuncia, es un acto que está dado, es una a-puesta, puesta en acto que singulariza a aquel que la ejecuta, el enunciado pasa allí a ser parte de otra instancia cediendo su terreno al de la enunciación. Empero el acto mismo de la decisión implica necesariamente dejar abierta la brecha entre aquello que nos trasciende y aquello que nos implica, es decir, se da allí un acontecer responsable, ávido de saber y respetuoso de las diferencias. Se trata de un anudamiento simbólico –si es que no es ésta la tarea esencial del símbolo- entre lo que se debe[10], lo que se tiene y lo que se puede. Se asume allí lo que nos constituye, se manifiesta un vacío que no es sin frutos, se vislumbra un horizonte que poco tiene de plano, se crea una ilusión sin precedentes, una imperiosa búsqueda por el significado, no al modo categórico sino epistemológico, buscando allí sus articulaciones más que extracciones estériles de tan magnos efectos. Todos ellos prematuros en tanto y en cuanto no se han podido experimentar, vivenciar, pues esto es tarea de vida, no de instantes ni de años, si no es que no son la misma cosa. Es esto tarea diaria, no desde la cotidianidad propuesta por tiempos y resultados concretos, donde pugna lo universal, lo general, lo aceptado, lo dado; sino por el contrario dando cabida a la singular particularidad del caso por caso, de la aceptación del otro en tanto otro, que si bien, es más que simplemente otro. Es pues de allí, de la subjetividad que mejor podemos entender, crecer y compartir dicha experiencia. No digo que sea tarea fácil, empero si posible, es pues de allí que me sujeto para poder en principio compartir estas líneas y quizás, tal vez, más adelante un proceder tan único que nos enriquezca tanto a nivel subjetivo que los resultados pierdan prioridad, dándosela al camino que ellos mismos implican. Conociendo sí, sus fuentes y recursos, su archivo, empero no limitándose a éstos. Es ésta la propuesta, aunque no es mía ni de nadie, pues no pertenece al orden de la propiedad, si se me permite el pleonasmo; se trata del trato, ya que estamos en la retórica semántica, de ese tan peculiar que se traduce en un modo de vida. No sin lazo, no sin vínculo sino emprendiendo uno diferente. Uno que parta de uno pero que involucre a más de uno.

Notas:
[2] Cita del apartado «Conquista y colonia» dentro de su texto El Laberinto de la Soledad. Editado por El Fondo de Cultura Económica (tercera edición 1999) México D.F.
[3] Dentro del prólogo de un libro que me llena de entusiasmo y me confronta con una necesidad: «Entre deudas y culpas: Sacrificios» De Martha Gerez Ambertín, editado por Letra Viva en noviembre de 2008 en Bs As. Argentina.
[4] Cita de Martha Gerez Ambertín (2008) en su libro «Entre deudas y culpas: Sacrificios». Ed. Letra Viva. Bs As Argentina.
[5] Por no decir maléfica y perversa, aunque perseverante.
[6] Salvando aquí lo noble del concepto en tanto el desinterés.
[7] ¿No es ésta –además- la función simbólica en tanto cultural y triádica?
[8] Entre más tienes más vales. Éxito es igual a acumulación y ostentación.
[9] Del latín Hábitat como lugar de condiciones.
[10] Entiéndase este concepto desde ambas perspectivas: deuda por pagar y devenir que hace al ser en su hacer.

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