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Hace poco tiempo volvieron a proyectar una entrevista con Marshall McLuhan, quien si fue famoso por el acento puesto casi por primera vez en que “el medio es el mensaje”. Su momento de mayor divulgación fue cuando aparece en un film de Woody Allen, como compañero de fila esperando precisamente para ingresar a una sala.
Es probable que estas referencias parezcan, solo parezcan, absolutamente discordantes con el propósito de estas líneas que pretenden ocuparse de los relatos infantiles. Pero, si «el medio es el mensaje«, esta afirmación se adecúa oportunamente al dispositivo, relato breve, en que se aloja a un interlocutor y a su singularidad.
Es por lo menos curioso que en otras épocas los cuentos para niños hayan sido escritos para un lector que tendría otra edad. Así es que hasta no hace mucho autores como Jonathan Swift proponía la ingesta de menores para remediar en un movimiento de pinzas el hambre y la superpoblación; o Charles Dickens describía a las mujeres que tejían calceta mientras contaban las caídas de la guillotina, también brujas y hechiceros con ollas y fuego que parecían más salidos de un aquelarre que de alguna aventura infantil, eran los que habitaban la escucha de los pequeños. Los sueños de los chicos eran inquietantes o inquietados por textos que les proponían poca felicidad y escasa ilusión.
Los sueños de los chicos eran inquietantes o inquietados por textos que les proponían poca felicidad y escasa ilusión.
Para la historia de los conjuntos sociales no fue hace demasiado tiempo que se estableció un supuesto acerca de este sujeto que hoy y ayer, pero no anteayer, llamamos niño. En otro momento el niño era algo así como un humano que numerado en años, podía responder a ciertas enseñanzas si pertenecía a un sector social, o podía ser utilizado en minas de carbón o en otros trabajos, vale el juego de palabras, igualmente sucios.
Por supuesto que la nominación del niño es un hecho de discurso que implicó la producción de otros relatos referidos a ese hecho. Y con ello, el surgimiento de lo que hoy y ayer, pero no anteayer, llamamos literatura infantil.
En este nuevo universo los padres pueden ser reyes gentiles, los otros niños son colegas de descubrimientos o, parafraseando a un poeta, “expertos en lunas y horizontes” que aún no se saben descubiertos.
La literatura infantil se define a sí misma por lo que produce a partir de una noticia: el niño existe y es un sujeto de derecho. Fantasear, regocijarse, dormirse con un texto leído durante mil y una noches por padres adormilados, saber que en el mundo hay gente mala, pero que no es imposible que sean derrotados por los buenos, tener noción de cómo se nace, de cómo se vive y- si quieren estar al tanto-, lo que implica la partida de la vida, fueron nuevos derechos para los menores.
En este nuevo universo la naturaleza no se compone solamente de flores carnívoras, sino también de un inmenso planeta florecido y que conviene regar con regularidad. En este nuevo universo los padres pueden ser reyes gentiles, los otros niños son colegas de descubrimientos o, parafraseando a un poeta, “expertos en lunas y horizontes” que aún no se saben descubiertos.
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Un comentario
Muy buena nota