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Nueva York es la ciudad más poblada de los Estados Unidos, tiene más del doble del tamaño de la segunda ciudad, Los Ángeles. En Nueva York se hablan más de doscientos idiomas y la mitad de los neoyorquinos hablan un idioma distinto del inglés en casa.
Según NYC & Company, 58.5 millones visitaron la ciudad en 2015: 46.2 millones de viajeros locales, y 12.3 millones internacionales. Se trata de una ciudad polifónica, cuyo tejido narrativo se compone de sus residentes y sus visitantes con sus propias maneras de transitar en y de habitar en New York City.
Vivo con mi familia desde hace 8 años en esta ciudad. Formo parte de las estadísticas de la mitad de de la populacion de esta ciudad que habla otro idioma que no el ingles en su casa. Soy una habitante extranjera, una residente/visitante.
Se trata de una ciudad polifónica, cuyo tejido narrativo se compone de sus residentes y sus visitantes con sus propias maneras de transitar en y de habitar en New York City.
Esta tarde me pongo a dialogar con otros visitantes extranjeros, los visitantes que se relacionan de una manera muy personal con esa ciudad. Me podría arriesgar a denominar a Pedro y su esposa Dalina como visitantes/moradores de esa ciudad. Aquí tenemos una mesa formada por una moradora/visitante y por visitantes/residentes que tienen en común el hecho de que proceden de América del Sur. Construyo este juego de palabras morador/visitante y visitante/morador apoyándome en las diferencias conceptuales entre lugar y no lugar y entre estar y habitar.
Marc Augé en Los No-Lugares. Antropología sobre la modernidad (1994) hace una marcada diferenciación entre lugar y no-lugar. La concepción de lugar se refiere a un espacio nombrado, habitado, llenado e inscrito por marcas históricas del individuo y de su cultura, como aquellos espacios que llamamos biográficos. Mientras que los no-lugares, entendidos como típicos de nuestra contemporaneidad, se configuran como espacios anónimos, de mero paso, menos delimitados y no rellenados. Son espacios por excelencia del viajero, del transeúnte, de la soledad, cada vez más privilegiados en las sociedades actuales, ya que cualquier forma de fijación ha sido considerada contraproducente.
He encontrado en el libro Momentos en Nueva York, que Pedro Sondereguer nos brinda un relato de visitantes que tratan de habitar la ciudad, de hacer de ella un lugar y no un objeto a ser consumido o un espacio por donde simplemente se transita. El relato de quien me arriesgo llamar a visitantes/moradores.
Jose Frayze-Pereira un investigador y psicoanalista brasileño, en su libro Lo que es la loucura (1997), dice que la ciudad no se da a aquellos que la ocupan de forma abstracta. La ciudad tiene una realidad espesa de sentidos particulares, relacionados a las pulsiones más profundas del propio sujeto. Hay también una dimensión biográfica de la ciudad, que confiere a ‘mi ciudad’ el sentido de ‘mi lugar de vida’. En este caso, la ciudad puede ser relacionada con la imagen de una inmensa casa, el ‘hogar donde vivo’. El contenido de este libro me remite a la perspectiva de Gastón Bachelard en La poética del espacio (1957) sobre el espacio imaginario, sobre todo el de la casa, de sus lugares interiores, del sótano al ático, que dirían respeto a la ciudad propia que muchos atraviesan y la habitan apenas en sueño.
Momentos en Nueva York nos brinda un relato de visitantes que tratan de habitar la ciudad, de hacer de ella un lugar y no un objeto a ser consumido o un espacio por donde simplemente se transita. El relato de quien me arriesgo llamar a visitantes/moradores.
Por su parte, Michel de Certeau en La invención del Espacio (2001), afirma que los habitantes de una ciudad moldean los espacios y tejen los lugares con sus juegos de pasos. Estas prácticas nos remiten a otra «espacialidad», a una forma de experiencia antropológica, poética y mítica de la ciudad habitada.
Pedro y Dalina, los autores de Momentos en Nueva York, parece que no solo visitan la ciudad, sino que también la habitan, la narran y la sueñan.
La manera en que eligen narrar la ciudad fue la fotografía. Esta es considerada por Barthes como un acto de narrativa, de palabra, de entidad, la fotografía representa un acontecimiento.
A partir de ese punto, me gustaría empezar el diálogo con las fotos narrativas que el libro- relato, Momentos en Nueva York, nos trae.
Primero me relacioné con este libro de relatos de viajes por sus fotos. No he leído nada del texto escrito, quería relacionarme con sus autores por sus miradas. Observé que se vinculan con la ciudad en su totalidad hipnotizadora, sea por una distancia horizontal, sea por una distancia vertical. Me refiero aquí la mirada panorámica y totalizadora que transmiten las fotos panorámicas de diferentes puntos de Manhattan.
En La invención del cotidiano, Michel de Certeau comenta sobre la instauración de una ciudad-panorama, que tiene como condición de posibilidad el olvido y un desconocimiento de las masas; el excluir del oscuro entrelazamiento de los comportamientos cotidianos y hacerse extraño a ellos.
También hay un movimiento complementario a ese, cuando Pedro y Dalina se acercan a la ciudad, cuando experimentan y captan con sus propios cuerpos y con las lentes de sus cámaras los detalles, los detalles urbanos y poéticos de New York City. Un relato que muestra el compromiso con los barrios y sus cantos y cuentos. No creo que sea solo una coincidencia el hecho de que esta presentación del libro suceda en el Museo del Barrio.
Me pregunto y le pregunto a Pedro, cuál es la visión panorámica de la ciudad que más le seduce e hipnotiza, como una esfinge que nos impone el desafío: Descíframe o te devoraré; y de todos los barrios por donde pasaron, a cuáles de ellos llama nuestro barrio.
Además de este juego de imágenes que van y vuelven desde el panorámico al detalle, noté referencias a las diferentes estaciones del año: las hojas naranjas y doradas de los árboles durante el otoño; el verde exuberante del verano; la delicadeza de las flores cuando florecen los cerezos; y la naturaleza que parece muerta en el invierno, con excepción de los pinos. La vida en NYC está profundamente marcada por sus estaciones. Calles que pueden ser acogedora e invitantes en mayo, nos expulsan de ellas con sus vientos helados en febrero. No he notado, en su libro-relato, ninguna foto de lo que llamamos deep winter aquí, y que dura más o menos tres
cuál es la visión panorámica de la ciudad que más le seduce e hipnotiza, como una esfinge que nos impone el desafío
Aún relacionándome solamente con las fotos, observé a los autores como padres. En el caso de las fotos de los juegos infantiles, del carrusel, de la tienda Toys R Us y del cochecito de bebé frente al Moma. Yo me imagino que los autores han visitado New York City antes de ser padres también. Y me pregunto cómo afectó la paternidad su relación con la ciudad. ¿Sus hijas tienen el mismo encantamiento que los padres tienen por NYC?
Finalmente, me gustaría plantear que su Nueva York, presentada en este libro, realmente, como dicen Caetano Veloso y Gilberto Gil en la canción Sampa, es «un sueño feliz de ciudad». Un sueño soñado, sobre todo, en Manhattan y en un área muy especial para mí, que es donde vivo y sueño: en Brooklyn. Pero como una moradora/ visitante de esa ciudad, también como en la letra de Sampa, aprendí a «llamarla de realidad, el revés, del revés, del revés». No podemos olvidarnos que esta es también una de las ciudades más heterogéneas del mundo, que posee áreas no tan bellas, pero repletas de vida y poesía.
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