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En la magna exhibición del Grand Palais se concentraron obras del maestro, muchas de ellas en yeso, y en un diálogo directo con obras de artistas de las subsiguientes generaciones percibimos los rasgos y la influencia de Rodin. La obra del aclamado escultor francés, reconocida por su mezcla de lo inacabado, compone con gran maestría texturas burdas que parecen inconclusas; el cincelado de la piedra aflora en yuxtaposición con los mármoles pulidos que dan superficies bruñidas y cuerpos sinuosos. Miguel Ángel en el pasado había destacado esta misma característica en sus conocidos “Esclavos”, hoy en la Academia en Florencia; que, aunque Miguel Ángel jamás las pensó como obras terminadas, nos dan la sensación de figuras que intentan salir del mármol de Carrara que las aprisiona. En el caso de la obra de Rodin, sus piezas adquieren más bien una sensación de amalgamamiento con el material. En muchos de esos casos, Rodin trata sus esculturas con una textura rugosa que se comprime y se alarga al mismo tiempo, que se arruga y se desliza en otros casos. «El pensador», una de sus obras más conocidas, en un acto de introspección, es el testigo presente en el marco de las “Puertas del Infierno” y son éstas mismas las que abren el paso a la escultura del siglo XX.
La conversación escultórica que emana de esta exposición abarca distintos ángulos y puntos creativos de diversos artistas. Algunos contemporáneos de Rodin, como Antoine Bourdelle, en donde la relación con Rodin es obvia, el clasicismo envuelve sus obras. Otros más modernos e innovadores como las esculturas sutiles y simples de Constantin Brancusi despiden otro mensaje. En el caso de Brancusi se exhibe su escultura “El Beso”, un bloque de piedra con líneas incisas que dividen a los dos personajes, pero que en realidad son uno solo fundiéndose en una pasión “primitiva”. Esta obra se presenta en yuxtaposición con la obra de Rodin que lleva el mismo nombre, y que sin embargo muestra una sensualidad exacerbada que recrea el preludio al acto mismo. El diálogo entre los dos artistas se convierte en una discusión, en un ir y venir de ideas que se hilan por su creatividad, unidos por la necesidad de representar los sentimientos y acciones humanas, cada uno desde su propia disyuntiva y desde su propio tiempo y estilo.
…los conocidos “Esclavos”, de Miguel Ángel dan la sensación de figuras que intentan salir del mármol de Carrara que las aprisiona. En el caso de la obra de Rodin, sus piezas adquieren más bien una sensación de amalgamamiento con el material.
En la exhibición del Grand Palais se muestra una escultura de Pablo Picasso de su época pre-cubista, conocida como “Le Fou”, «El Loco», donde podemos apreciar la relación directa con la obra de Rodin. Los arlequines de Picasso que en su obra pictórica son encasillados dentro de su período rosa, en la escultura presentan aún más esta alienación y apartamiento social del personaje. Aunque no podríamos señalar una obra en específico de Rodin que se relacione con ésta de Picasso, podemos decir que el desarrollo de la obra escultórica del español parte de la premisa que ya había planteado Rodin y de allí, Picasso se lanza hacia nuevas dimensiones.
El honor bien merecido que se le da a la obra de Rodin se presenta vivo en los cuerpos alargados y en movimiento de Alberto Giacometti, y en la textura expresionista de Willem de Kooning que se desarrolla a partir de la ruptura con la escultura clásica y gracias a las nuevas expresiones que permitió la obra de Rodin. Sin embargo, la obra de Joseph Beuys “Traje de Felpa” (1970) es mucho más atrevida, pero responde con un gran simbolismo y en forma de metáfora a la escultura de Rodin conocida como “La Bata de Balzac” 1897, que en realidad nunca fue exhibida como escultura, sino como un estudio para la obra que realizaría el maestro representando al dramaturgo. Esta es una pieza que trasciende más allá del arte de fines del siglo XIX, y que, en su forma, podría confundirse con la obra de Anselm Kiefer que se exhibe en el Museo Rodin (marzo 14 a octubre 22).
Sin embargo, la obra conocida como “Absolución”, que Rodin nunca mostró al público, hoy por primera vez se exhibe en Museo Rodin, y conecta perfectamente la comunicación entre la obra de Rodin y Kiefer. Rodin experimentaba por primera vez la combinación de varios materiales; madera, yeso y tela; un enfoque muy moderno. El cuerpo de Ugolino, a quien había representado en las “Puertas del Infierno” está unido al cuerpo de la alegoría de la “Tierra” y al mismo tiempo a la “Cabeza de Mártir”. Como podemos observar, La obra en sí es un ensamblaje que lleva la fuerza de un artista que siempre estuvo en busca de gestos innovadores y que inspirará a muchas generaciones venideras. La expresión, el movimiento y la mezcla de texturas irrumpen en el espacio, volcando el pasado en un presente vivo que es recuperado por Anselm Kiefer y elevado a un paraje sublime.
la obra de Rodin ha transformado los límites de la escultura y ha trasgredido las metas originales de la tridimensionalidad táctil de las mismas, inyectando nuevas ideas que todavía siguen vigentes en el siglo XXI
No cabe duda de que la obra de Rodin ha transformado los límites de la escultura y ha trasgredido las metas originales de la tridimensionalidad táctil de las mismas, inyectando nuevas ideas que todavía siguen vigentes en el siglo XXI.
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