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La masa crítica es puro movimiento. Miles de ciclistas recorren, el primer domingo de cada mes, las calles de Buenos Aires. No hay rumbo. Sólo hay punto de partida y llegada. Se sabe cuándo se sale pero no cuándo se vuelve.
En muchas otras ciudades también sucede. El objetivo primordial, si es que se puede hablar de objetivo, era poner en primer plano el lugar de las bicicletas como medio de transporte fundamental en las urbes modernas. Ahora trasciende esa meta y es todo un acontecimiento. Como dice en su manifiesto es una «coincidencia no organizada».
Comenzó en San Francisco en septiembre de 1992 y actualmente muchas ciudades latinoamericanas y europeas tienen una Masa Crítica. El nombre se toma de un documental de George Bliss sobre el ciclismo, en el que describe cómo en un embotellamiento en China los ciclistas sólo pueden atravesar un muro de autos cuando se junta la suficiente cantidad de bicicletas y alcanzan una masa crítica.
En Buenos Aires existe desde mediados de 2008 y ya hay más de diez ciudades en Argentina que tienen su Masa Crítica. La cantidad de gente que asiste no se contabiliza, pero se puede tener una idea de su magnitud si imaginamos una avenida de cuatro carriles con seis cuadras de bicicletas amontonadas. Eso es la Masa Crítica.
Desde 2011, también se produce en las noches de luna llena. Varias cuadras de bicicletas recorren el laberinto urbano que se prepara para dormir mientras las persianas se levantan y las luces de ventanas se prenden con los curiosos que se asoman a ver de dónde proviene semejante bullicio. «Usa la bicicleta todos los días, celébralo una vez al mes».
Estrasburgo, situada entre Francia y Alemania, fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Nos sorprende con su luz y sus reflejos, el reloj astronómico en la Catedral de Notre Dame y la Iglesia de Santo Tomás, donde Mozart tocó el órgano.
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