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Edición
07

Lugares Comunes

Buenos Aires
Un diseñador industrial reflexiona acerca del potencial alcance que tienen los objetos que constituyen un espacio de negociaciones. En un despacho se juega una estrategia, se juega una negociación, se juega….¿Por que no diseñar y prever elementos que disparen libremente asociaciones conversaciones y que permitan ir humanizando los ejércitos a ambos lados del escritorio?

Estas estrategias, si bien anteceden al encuentro, son iniciadas de una manera tangencial y tal como lo hacen los ejércitos, desfilando antes de las batallas: se exponen, permiten que se los idealicen, necesitan que los acrediten, necesitan ser aplaudidos, demostrar y confirmar su templanza, dar y ganar confianza.

En un despacho se juega una estrategia, se juega una negociación, se juega…

«Gerardo Lema, gerente del ACP (Área de Compras Puntuales), tenía sobre su escritorio un levitador. Un elemento de tres piezas que consistía en el rechazo de dos imanes, atravesados y alineados por un eje vertical. El imán superior parecía levitar mágicamente, gracias al rechazo de su par inferior. Lema siempre debía recordar no olvidar, que el levitador estaba ahí, que ese fetiche, ya vencido en su percepción, era asiduo objeto de asombros ajenos».

Algunos elementos existentes en los despachos, parecerían no tener un uso concreto: No sirven para abrochar, ni para pegar, no sirven para informar ni para testear, solo ocupan un lugar «no rentable» dentro de un ámbito determinado. Se presentan como adornos, objetos efectistas e inclusive, a menudo, con un alto grado de snobismo. Dichos elementos suelen aparecer como insignias que enorgullecen al usuario, cuentan algo acerca de su persona o denotan situaciones con las que este querría que se lo identifique: La cabeza de un ciervo en la pared, pelotas de golf, trofeos, resultados anodinos de algún hobby, fotos familiares, muestras de los productos de la empresa, el retrato del abuelo fundador, o el del político partidario de turno.

Muchas veces estos objetos no forman parte de la escenografía local y hasta son portados por los visitantes de estos ámbitos: una corbata con la foto familiar, una lapicera de un color o forma inimaginable, algún nuevo gadget o adminículo asombroso, etc. Trasladándolo a otra tipología de mensajes, y sin necesidad de tener materialidad, se presentan con la forma de lugares culturales comunes: un saludo atípico o en otro idioma, una queja acerca de la inestabilidad del clima, el comentario del tránsito jamás visto o aquello que lo despertó en la madrugada.

Todos los «mensajes» nombrados anteriormente, tienen un papel de alta presencia en el inicio entre dos partes que se vinculan y que, en muchas ocasiones, poco o nada tienen en común, más que un objetivo: la necesidad de provocar un intercambio.

Dicho intercambio, en general, no se hace sin estrategias propias a cada una de las partes. Estas estrategias, si bien anteceden al encuentro, son iniciadas de una manera tangencial y tal como lo hacen los ejércitos, desfilando antes de las batallas: se exponen, permiten que se los idealicen, necesitan que los acrediten, necesitan ser aplaudidos, demostrar y confirmar su templanza, dar y ganar confianza.

Dicha ceremonia se realiza muñida con la utilería y el armamento previamente adquirido, con ejercicios y maniobras previamente ensayadas. Al visitante, podríamos esquematizarlo como un usuario hibrido de huésped y adversario, un huésped al que se le ofrecerá un café o almuerzo, pero al que el espacio le es ajeno, espacio que no se atreverá a recorrer con sus pasos, porque solo se le permite hacerlo discretamente con su mirada. Con gran desventaja, carga con el carácter de lo ajeno. Son conocidas en la literatura y el cine, historias donde el visitante deviene en asesino, ladrón, psicópata o impostor. Estas historias no hacen otra cosa que plasmar el temor a la invasión y a situaciones impredecibles, cometidas por el desconocido.

¿Podría un objeto «tercerizar» el ganar y el perder? o que, por lo menos, estos dos parámetros no estén ligados a una medida de renta, que pueda lograr, en otro sentido, una imagen integradora entre trabajo y diversión. Pugnar conceptualmente, al ser humano polarizado en trabajo impuesto y ocio compulsivo.

¿Por que no diseñar y prever elementos que disparen libremente asociaciones conversaciones y que permitan ir humanizando los ejércitos a ambos lados del escritorio? Podría tratarse de objetos deseables para usuarios ocasionales. Asociables a otros contextos o situaciones que seguramente hayan vivido, en otra etapa de sus vidas. Objetos que podrían actuar de interfase entre este usuario ajeno y el contexto que lo alberga transitoriamente. ¿Podría estos objetos permitir horizontalizar la relación?, donde las condiciones, por naturaleza, son favorables para el anfitrión, ya que es el quien fija las reglas para con su huésped, en tanto ¿Quien conoce «el camino hacia el toillete»? Y ¿quien tiene que solicitar el «permiso para acceder al mismo»?.

¿Podría un objeto «tercerizar» el ganar y el perder? o que, por lo menos, estos dos parámetros no estén ligados a una medida de renta, que pueda lograr, en otro sentido, una imagen integradora entre trabajo y diversión. Pugnar conceptualmente, al ser humano polarizado en trabajo impuesto y ocio compulsivo.

Objetos con un código común y deseable, con reglas universales.

Quizás un juego o un objeto lúdico, logre constituir un sistema de percepciones, asociaciones y efectos fuera de los clásicos y forzados «lugares comunes», tal que permita innovar acerca del «diseño de nuevas situaciones y experiencias», demostrar que productos de necesidad, pueden incorporar subproductos relacionados con la experiencia emocional.

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