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Cómo se forja un destino, es una pregunta que nos remite a las incertidumbres del ser humano. Se puede responder de muchas maneras de acuerdo con las creencias y experiencias personales, pero a veces lo que no advertimos es que el destino puede determinarse por una sucesión de hechos casuales. Entrevistar a Juan Carlos Botero nos da siempre la ocasión de una conversación amena, y en este caso, de reflexionar sobre el alcance de Los hechos casuales [1] , esa sincronía de detalles que ocurren sin causa, pero trazan el futuro de una persona, de una sociedad o de un país.
En su última novela, Botero arma un juego de tiempos en diferentes escenarios donde nos convoca a estar atentos a las consecuencias de un hecho fortuito. También, a propósito del personaje y su entorno, nos plantea un contraste figura-fondo donde las coincidencias y el azar se articulan a la tragedia. Sin embargo, los padecimientos no derrotan a la esperanza, o como dice Nietzsche, la tragedia es una forma de afirmar la vida a pesar del dolor y el sufrimiento.
Observas que los hechos casuales siempre están ahí. Un mínimo detalle puede cambiar la vida o el destino de alguien. ¿Por qué quisiste profundizar en ellos?
Hace mucho soy consciente de la capacidad determinante que tiene el azar en la vida de las personas. Nunca encontré ningún libro dedicado exclusivamente al tema y por eso empecé a madurar la idea. La historia fue surgiendo también con la intención de crear un personaje que fuera distinto de lo que normalmente se hace en Colombia; porque ya sabes que el personaje principal en la literatura narrativa contemporánea colombiana suele ser un criminal, un sicario asesino. No critico eso, incluso en esta novela hay más de un malvado, pero quise hacer algo diferente y que fuera una buena persona. Me di cuenta de que para que sus cualidades sean sobresalientes tenía que estar ubicado en el contexto más violento de nuestra historia reciente, y además como eso me tocó muy de cerca, me permitía contar con mucha veracidad parte de lo que de lo que viví. Quería contar esa historia pero que el tema fundamental fueran los hechos casuales, cómo esos hechos aparentemente insignificantes pueden intervenir de manera inesperada, adquirir un efecto dominó que lleva a consecuencias afortunadas o dramáticas, no solo a nivel individual sino también nacional, inclusive mundial, como varias anécdotas que cuento en el libro.
¿De dónde crees que viene tu interés y tu capacidad de destacar lo que pasa inadvertido, de captar los detalles que determinan una situación?
No diría que es tanto una cualidad sino como una obsesión, porque desde que empecé a pensar en ese tema tengo siempre una antena alerta para descubrir los hechos casuales. Terminé utilizando varias anécdotas históricas y personales. Cada vez que me enteraba de algo que podía servir para el libro lo trabajaba con la intención de captar esos hechos insignificantes y sus consecuencias, y te das cuenta de que no existe nada insignificante en la vida. Esta novela fue un proceso de maduración lento, como un laboratorio donde fui buscando casi obsesivamente esas historias, buscando también en mi pasado muchas cosas que quería contar y exorcizar a través de la literatura, lo que viví en carne propia en Colombia durante esa época tan dura de la violencia, y me di cuenta que se combinaban.
Señalas pequeños hechos que tienen que ver con historias posibles de narrar. Pero, lo que me llama la atención es tu capacidad de destacar elementos, ni siquiera la historia, el relato viene después. El elemento en sí, una rama caída, un llamado telefónico en un momento preciso que desencadena consecuencias fuertes. ¿Cómo logras esa habilidad de destacar el elemento que todavía no hace historia?
Ahí está la gran enseñanza la que proporciona Hemingway, entender que lo que hace sobresaliente una vivencia es el detalle. Hemingway contaba que él era fanático del toreo y la fiesta taurina y había visto mil cornadas y mil corridas espantosas. Pero una vez vio una que le impactó muchísimo y no entendía por qué golpeaba su memoria una y otra vez. Ese episodio fue con un novillero, ni siquiera con un buen matador, pero la cornada le impactó muchísimo. Él tuvo que fondear en su memoria por qué esa cornada sobresalía dentro de las miles que había visto. Finalmente entendió que lo que le había impactado era cuando el cuerno del pitón del del toro penetró el muslo del del torero, la carne le abrió el traje al punto que reveló el hueso. El contraste de la blancura del hueso resplandeciente con la sangre, con la arena sucia y demás, ese detalle visual le hizo entender que eso era lo que hacía que esa experiencia fuera sobresaliente. Leí eso hace muchísimo tiempo y tengo esa obsesión compartida con Hemingway. Mi primer libro, los Epífanos, se basaba justamente en encontrar cómo un hecho sobresale por encima de los demás en medio de la rutina, gracias a la confluencia de una serie de detalles precisos. En esta novela quería destacar esos elementos, pero también enfatizar ante todo la sucesión de detalles encadenados por la suerte, el azar, el accidente, que adquieren un efecto dominó y alcanzan esas consecuencias tremendas. Cada una de esas anécdotas que cuento en la novela tiene una cadena, aparentemente inconexa de hechos que ocurren de una manera particular, y cualquiera de ellos que cambie, en cualquier grado, dimensión, cercanía o lo que sea, dará un resultado totalmente diferente. Esa cadena tan frágil y delicada de eslabones, compuesta por los elementos que tú señalas, es lo que lleva a estas consecuencias tan grandes para el bien o para el mal de las personas.
Los hechos casuales es una novela, no una autobiografía. Decías que la historia de tu personaje y la tuya se tocan en algunos puntos. Cuéntanos un poco más sobre por qué has hecho coincidir algunas cosas de tu vida con la novela.
Creo que un escritor está listo para escribir cuando entiende que todo lo que le ha ocurrido en la vida es material válido para construir una obra narrativa. Creo que uno tiene derecho a pensar lo que le ha pasado, lo que ha leído, todo lo que ha visto, películas, vivencias para alimentar la obra personal. Yo tenía varias experiencias, unas afortunadas y otras desafortunadas que quería plasmar en la literatura por dos razones. La primera, porque sentía que había la posibilidad de lograr cierta catarsis quitándome esa experiencia de encima, creo que la literatura puede proporcionar esa liberación, eso me parece importante, saludable y terapéutico; pero, ante todo desde el punto de vista literario, porque haber vivido en carne propia estas experiencias creo que le da mucha veracidad, mucha carne, a lo que se está contando, aunque en la novela no aparecen todas tal como ocurrieron, algunas están disimuladas, matizadas. Cuento que el personaje va a un internado, eso es algo parecido a lo que me pasó a mí, a los trece años cuando tuve que irme repentinamente del país por el secuestro mi madre, fue una cosa muy perturbadora para la familia; más tarde, también por las amenazas que recibí como columnista tuve que irme de Colombia nuevamente a la fuerza. Todas esas experiencias, muertes, accidentes, por el hecho de haberlas vivido en carne propia me permite contar las cosas con más verosimilitud que si las inventara totalmente. Ahí hay otra lección muy importante que García Márquez rescataba de Camus, cuando escribió La peste, que había tomado lugar el medioevo. García Marquez decía cómo es posible que un autor francés contemporáneo del siglo XX pueda contar con tanta intensidad algo que ocurrió en el medioevo y la respuesta fue que, aunque las experiencias no son idénticas son análogas. Camus vivió algo muy parecido a lo que pasó con la peste, cuando la gente no sabía quién era el próximo vecino que iba a caer contagiado por la pandemia, a él le pasó algo similar cuando participó en la resistencia francesa, tampoco sabía cuándo sus compañeros iban a ser cazados como conejos por los nazis, ninguno sabía cuál sería el próximo en caer. Ese miedo, esa vivencia, le proporcionaba la experiencia para contarlo, así sea disfrazado de medioevo era la misma experiencia de incertidumbre, de temor.
La literatura, escribir te permite hacer catarsis con tus propias historias. ¿Dirías que es lo mismo hacer catarsis que elaborar el peso de los acontecimientos traumáticos?
Siento que hay una liberación, lo he visto de muy cerca, en un caso muy particular con mi padre. Él sufrió cuando murió su hijo, mi hermanito, en un accidente automovilístico en España, en el año 74, se encerró a pintar al niño e hizo una serie completa de cuadros con los que logró cierta paz interior. Hoy tiene 91 años y sigue hablando Pedrito, obviamente es un dolor que nunca se supera, pero logró cierta tranquilidad trabajándolo a través del arte. También cuando mi padre vio las torturas que cometieron los Estados Unidos en Irak, en el año 2004, el sintió una rabia tan grande que se dedicó a pintar exclusivamente esos cuadros durante más de un año y dijo que logró cierta catarsis. Creo que es cierto, no sé si uno se quita las experiencias de encima totalmente, pero logras una reconciliación con el tema, cierta claridad. También es lo que le pasa al personaje que, por razones de la novela, está dedicado a escribir obsesivamente, creo que esa escritura le proporciona lucidez y en ocasiones iluminación, y eso es fundamental.
En la ficción, al personaje le haces escribir su propia historia y también publicarla. ¿Qué piensas de la literatura del yo, esa tendencia actual donde las experiencias personales sostienen el argumento entero de un libro?
Me acuerdo de Quino, un tipo que admiro profundamente y que tú conoces. Él tiene una caricatura maravillosa de un hombre sosteniendo un hilo y tiene una resma papel de metros y metros acumulados escribiendo sobre el hilo. Mucha gente cree que contar una experiencia personal y ponerle un marco literario basta para crear una obra literaria. No creo que sea cierto, la experiencia puede ser un punto de partida, pero lo que después interviene es el talento del escritor, la capacidad de volver verosímil lo que se está contando, hacerlo literariamente atractivo, seductor, que atrape. Todos esos son recursos y técnicas fundamentales de la escritura . Sobre esto, hay otra enseñanza muy acertada de Hemingway, un gran maestro del diálogo. Él entendió que si tomas un diálogo, lo grabas y lo pasas al papel, suena ficticio, acartonado, no parece real. Para darle esa sensación de verosimilitud hay que reelaborarlo artísticamente y eso es lo que logra la veracidad, no la copia textual. Es la magia del escritor o del artista lo que logra crear una realidad, una ficción, sin este talento se puede alcanzar un efecto terapéutico, pero no la obra literaria. Y la buena obra literaria, como decía Vargas Llosa, es aquella que ante todo hechiza al lector, entonces es importante utilizar la experiencia personal como disparador para crear una historia que sea fascinante pero creíble, y eso depende del talento del narrador. Sábato, también compatriota tuyo a quien admiro y quise tanto, decía que una historia policíaca, por ejemplo, la de un muchacho que mata a una usurera con un hacha, puede ser la noticia que sale en el periódico, una historia mediocre, o convertirse en Crimen y Castigo, la diferencia es el talento de Dostoievski.
Elegiste usar distintas voces en cada capítulo, a veces narra el personaje principal, otras su amigo. ¿Por qué quisiste jugar con este entrar y salir del punto de vista propio?
Eso fue uno de los grandes hallazgos, no en el sentido elogioso del término, sino que fue lo que me permitió escribir esta historia y duré mucho tiempo tratando de encontrar la forma de contarla. Vargas Llosa en ese sentido también tiene mucha razón, porque dice que lo más importante cuando te sientas escribir una novela es entender quién es el narrador, inventarlo, y yo tenía un gran problema porque no sabía cómo contar la historia. Entonces, lo que me permitió contarla fue darme cuenta que tenía que ser a través de dos personas, con dos experiencias, así contaran lo mismo, tenían dos vivencias y biografías muy diferentes, y los unía la amistad. Además, son dos facetas que existen en mí, yo tengo la parte de historiador de nerd, académico y la parte aventurera de Sebastián Sarmiento, el apetito por la vida, por el descubrimiento, la sexualidad. Ambos personajes obedecen a diferentes rasgos de mi personalidad, pero ante todo me permitía desde dos perspectivas retroalimentar la historia a través de cada narrador, eso me pareció una solución interesante.
Sebastián se siente culpable por la muerte de sus seres queridos se declara un asesino. ¿Cómo construiste esa relación entre la culpa de Sebastián y los hechos casuales de su vida?
Quería resaltar ese aspecto de Sebastián de sentir culpa por ser colombiano. Creo que él arrastra una culpa individual porque se siente responsable de la muerte de sus seres más queridos y eso es lo que lo hace una persona quebrada; y parte de lo que la novela cuenta es el proceso de su reconstrucción, de la resurrección en su realidad personal.
Pero a la vez, por el hecho de ser colombiano, creo que él, al igual que yo y que la mayor parte de mis compatriotas, aunque no seamos conscientes de ello, lo sepamos o no, arrastramos cierta culpa colectiva porque formamos parte de una experiencia social nacional que no es común en otros países. El nivel de violencia que hemos vivido en Colombia es algo no solo escalofriante, sino distinto, de una dimensión descomunal. Hace muy poco en Colombia concluyó una investigación importante, liderada por una comisión muy valiente que se llamó la Comisión de la verdad, contando lo que fue la violencia colombiana. Me alegró que la publicación de ese informe coincidiera con la de la novela, porque cuando estamos hablando de más de nueve millones de víctimas a lo largo de estos años, de personas que sufrieron lo indecible, lo que se pregunta el encargado de esa investigación, el padre Francisco de Roux, es cómo pudimos permitir que esta barbarie ocurriera. Creo que es la pregunta íntima que también formulo en la novela, porque siento que cuando las cosas escalan a tal grado eso no puede ocurrir gracias a unos pocos individuos malvados que hacen atrocidades, se requiere la participación por acción u omisión de gran parte de la población nacional, como pasó también en Alemania en la Segunda Guerra. Lo viví de cerca, vi la manera en que la gente fomentaba la violencia directamente y otros la acallaban, la negaban; se requiere todo ese tipo de participaciones para que eso ocurra a ese nivel. De la misma manera que el narcotráfico no existe solo porque hay grandes narcotraficantes, también depende de los pequeños consumidores, la persona que tolera el narcotráfico, la que se mete un pase ocasionalmente, todo forma parte de un engranaje que permite que exista narcotráfico; igual pasa con la violencia, con el machismo y con todos los fenómenos sociales que ocurren en América Latina. En el caso de la violencia en Colombia eso ha ocurrido al nivel que ocurrió, gracias a la nefasta participación, a la tolerancia o aceptación de gran parte de la población colombiana, y creo que, aunque no lo sepamos, eso produce una culpa colectiva que arrastramos y lo quería contar en la novela.
Te haces la pregunta de por qué Colombia como país no se ha destruido, hay un mensaje esperanzador en lo que planteas ahí…
Sí, y además es deliberado, porque creo que lo que más predomina es la bondad. Lo que pasa es que la bondad es discreta, disimulada, no hace alarde, no acapara los titulares de los medios, pero es lo que he visto con mayor frecuencia. Por esta razón, que no sé si la gente capta, me propuse que en medio de la violencia la novela comience con la novena sinfonía de Beethoven, que es el canto de la humanidad, y al final, a pesar de todo el horror que sufrió, ese personaje termina apostando por la vida, por la fraternidad, por la solidaridad social. Creo que hay un inicio que sugiere lo que va a ser el final de la novela y creo que es ese reencuentro, me gustó que se hiciera así.
Hablando de conexiones sutiles, hay un momento en que al personaje lo atacan, él permite que eso le ocurra, no se defiende y se auto explica que sentía la necesidad de ser castigado. Esta es una sutil relación entre la culpa y el castigo, ¿qué te inspiró a incluirla?
Me pareció que, dado lo que él había vivido, se sintiera responsable de la muerte del padre, que era la figura que más quiere. Como el personaje no ha purgado la experiencia siente que merece un castigo y de alguna manera colabora para que suceda, creo que era algo casi inevitable, había que plantearlo de esa manera. Además me permitía contar cosas que me parecían importantes anotar para que el personaje fuera no solo creíble, sino entrañable. Es muy importante que al personaje tú lo quieras, que triunfe, que no muera, que te solidarices con él, y eso es muy difícil de lograr con un millonario. Entonces parte de todo lo que cuento de Sebastián Sarmiento era con ese objetivo, desde el punto de vista de técnica narrativa creé un personaje con el que el lector se encariñara, que apostará por él, aunque la mayor parte de los millonarios no producen esa sensación entonces también ese fue el truco para para lograr un efecto narrativo.
Esta novela estaba lista y la rescribiste, qué fue lo nuevo que apareció en la reescritura.
Lo me pasó es que comencé esta novela con una sola imagen, que después me di cuenta de que era algo que ocurrirá al final. Era la imagen de la taza de café que se derrama sobre una hoja de papel donde está la lista los de los candidatos a secuestrar. luego empecé a entender quién era el personaje, cómo llegó a esa situación. Pero, a medida que iba escribiendo descubría cosas que no me había propuesto contar, como lo del Palacio de Justicia, pero tuve que hacerlo por el trayecto del personaje y porque alimentaba las teorías que quería elaborar. Cuando en una novela decides contar este tipo de cosas tienes forzosamente que volverte casi un experto en el tema, así el resultado final sea un párrafo o una página; porque si el lector llega a descubrir un error, se desbarata la totalidad de ese castillo de cartas que has creado. Me acuerdo de un periodista investigador que hizo un libro contando las intimidades de una de las grandes fortunas de Colombia y dijo que a ese magnate le gustaba almorzar en el restaurante Harry Cipriani, que quedaba en tal calle, y se equivocó a la en la ubicación! Se trataba de uno de los más famosos restaurantes de Nueva York, un landmark a donde van las personas adineradas con mucha frecuencia. Mientras leía pensé que si el autor se equivoca en algo tan sencillo como la calle del lugar, cuando me hable de las cifras de las fortunas ¿le voy a creer? Como dice García Márquez, la novela es una gran mentira contada sobre pequeñas verdades y si llegas a equivocarte en una pequeña verdad, se desbarata todo.
No tenía previsto contar los hechos casuales de la caída del muro de Berlín, ni los que desataron la Primera Guerra mundial, ni siquiera lo Rosa Parks. Por otra parte, tenía varios episodios elaborados que terminé descartando, muchos relacionados con el 9/11. Lo que dejé en la novela fueron las experiencias que tienen resonancia en la vida al personaje, incluí sucesos de la historia donde los protagonistas toman ciertas decisiones, como doblar a la derecha o a la izquierda, y cambian definitivamente el curso de las cosas. Esos hechos fascinantes alimentaban la experiencia del personaje principal, pero me demoré en investigarlos, en aprenderlos y dominarlos para contarlos bien.
Habiendo merecido el premio Rulfo y buena crítica de tu obra, qué pasó que durante un largo período no pudimos leerte. ¿Hubo hechos casuales que detuvieron tu carrera?
La pausa tuvo que ver con la dificultad de escribir esta novela, tardé ocho años y, como te decía, aproveché los años de la pandemia para rescribirla. La demora fue en gran parte por eso y también porque tuve una pequeña crisis profesional y personal cuando entendí que en Colombia había una cierta resistencia a mi trabajo, básicamente por prejuicios. Eso lo noté con el libro anterior, el que escribí sobre mi padre. Fue muy duro comprobar ese ninguneo, el silencio. Hoy eso ha cambiado radicalmente, la aceptación que tiene esta novela ha sido muy grande, tiene un gran éxito, se acabó la primera edición en cinco meses y ya vamos para la segunda. Twitter ayudó mucho porque te permite entrar en contacto directo con las personas, ya no depende de que al director de un medio le caigas bien, o que te puedan filtrar. Esos prejuicios se han ido deshaciendo cuando puede decirle a las personas directamente lo que pienso sobre los diferentes temas, y ellas pueden captar que uno no es lo que pensaban que aparentemente era, porque ven un privilegio y creen que uno carece de sensibilidad o empatía social. Ahorita vamos a presentar en la Feria del Libro de Bogotá, otra noticia muy positiva que tengo es que se va a publicar la novela en España y la presentará Pérez Reverte, en septiembre, en Madrid. Estamos todavía mirando cómo va a ser la presentación, para mí él ha sido un estímulo importantísimo. Todas esas cosas han colaborado a romper la barrera que existía en torno a mi trabajo en Colombia, que fue muy duro y me afectó muchísimo, porque me di cuenta de que por más que trabajara, por más calidad que tuvieran los libros no penetraban, había un bloqueo, pero afortunadamente se rompió.
Hace tiempo conversamos y hablaste de tu teoría de la zona de influencia, ¿qué papel tiene el azar para articularse y causar efectos en esa zona?
Es definitivo. Desde que entendí la importancia de lo fortuito y tengo esa antena prendida me di cuenta de que afecta en toda la vida, y especialmente a nivel literario. Por ejemplo, en el tema de las zonas de influencia que escribí para explicar lo que es el proceso de formación de un novelista utilicé el caso de García Márquez. Para él, aparte de toda la música que escuchó, las películas que vio y los libros que leyó, hubo tres autores que afectaron su carrera y determinaron su prosa, Kafka, Hemingway y Faulkner. García Márquez escribía en gran parte, para asimilar esos maestros, para derrotarlos como precursores, como influencias que pueden llegar a ser castrantes. Era muy propicio utilizar el caso de García Márquez para elaborar esa teoría porque escribió mucha obra literaria y periodística; en la colección de artículos periodísticos, casi a diario, puedes ver cómo aparecen esas figuras en su vida y el impacto que tienen. Muchas veces porque derrotó a sus maestros los silenciaba y los negaba, como David derrota a Goliat, y ese menosprecio es revelador de lo definitivas que fueron esas figuras y todas ocurrieron en su vida por hechos casuales. Él había leído mucho pero no tenía inclinación por escribir en serio hasta que, de casualidad, leyó a Kafka. Ese día quedó tan impactado que se tuvo que acostar y lo primero que hizo cuando se levantó fue escribir su primer cuento, La tercera resignación. También fue fortuita la aparición de Hemingway y Faulkner, cada uno cambió su escritura de manera radical y esa marca, esa riqueza estilística, es algo que no se resalta. La gente habla del realismo mágico, pero cuando tomas la totalidad la obra de García Márquez ves que lo que escribió en ese estilo es una fracción y fueron libros originales, extraordinarios; pero los primeros cuentos fueron kafkianos y luego escribió una prosa muy concisa, a lo Hemingway, y después de Faulkner otra vez cambia y aparece el trópico, el humor, el calor. Pero, él se va quedando con lo que aprende sus maestros, lo va asimilando hasta que su madurez como escritor no le permitió soportar otra figura precursora cercana, lo que lo mantuvo mudo durante cuatro años antes de escribir Cien años de soledad.
El caso de García Márquez tiene algunas coincidencias sorprendentes. Termina su etapa de formación con Hemingway el día en que Hemingway se suicida, y le escribe un elogioso texto de despedida a su maestro. Sin embargo, al día siguiente, su prosa cambia porque aparece Faulkner. Cada precursor parece cortar la cabeza al anterior y ser descartado, pero se queda con lo que aprendió y es dominado por el siguiente. Esto es común en la formación de narradores y también me ha pasado enfrentarme a escritores que me atrapan, he combatido con ellos para asimilarlos y literalmente matar al padre.
¿Tus referentes son también Kafka, Hemingway o cuáles?
Tengo una fascinación por Shakespeare, no hay comparación con él. Pero para mí y los escritores de mi generación, fue muy importante el boom latinoamericano, los autores que escribieron en español sobre nuestra realidad. Fueron grandes maestros e innovadores de la forma, como Fuentes, Vargas Llosa, Sábato, Borges, García Márquez. Tengo mis maestros, Sábato tuvo un impacto muy grande en mí. Yo los leo y posteriormente los utilizo, los releo con el objetivo de sacarles todo lo que puedo aprender de ellos, de una manera descarada. Leo a Conrad, a Pérez Reverte y a todos los que los que se me atraviesan por el camino, con ese objetivo, no tengo ningún reparo. Creo que uno tiene ese derecho, aprendí de mi padre a sentir que estas tradiciones existen para que uno las utilice como quiera, te permiten una obra basada sobre pilares sólidos porque forman parte de una gran tradición literaria o artística.
¿Estás ya trabajando en nuevos proyectos?
Afortunadamente tengo ya tres libros programados. El primero es que vamos a volver a publicar, en Colombia, Las ventanas y las voces, es una colección de cuentos. Será en septiembre y va a coincidir con la presentación en España de Los hechos casuales, editada por Alfaguara. También vamos a publicar un libro con los mejores artículos periodísticos que he escrito, creo que hay unos textos de valor e interés allí. Después sigue publicar un libro que me entusiasma mucho, quiero escribir sobre algo que nosotros vivimos, una faceta muy tierna y conmovedora de nuestra infancia con mi padre en medio de su terrible pobreza. Quiero contar qué es lo que él hacía, su actitud como padre en ese momento cuando no tenía dinero ni siquiera para alimentarse. Mis padres se han divorciado y lo veíamos una vez a la semana y lo que él hacía para entretenernos, distraernos, alegrarnos era todo con base en su imaginación, y era fantástico. Estar con él era una experiencia inolvidable, aunque muchas veces hacíamos cosas un poco macabras porque como no tenía dinero, íbamos a los parques, ¡pero también a los cementerios! Esa es una historia que quiero contar, creo que se la debo a mi familia y a él, porque la gente conoce su faceta de artista, creador, filántropo, pero no conoce esa cara más íntima, más conmovedora. Lo visualizo como un libro pequeño, ya lo estoy empezando a hacer.
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