Por
La frase que solemos escuchar en nuestra época: «quien está enamorado está loco», parece no haber sido despojada de su literalidad siglos ha. El amor como «el origen de todas nuestra alteraciones y el compendio de todos los trastornos del alma» (Ferrand), adquiría ya a comienzos del siglo XVII, el estatuto de causa y consecuencia del enfermar.
La frase que solemos escuchar en nuestra época: «quien está enamorado está loco», parece no haber sido despojada de su literalidad siglos ha. El amor como «el origen de todas nuestra alteraciones y el compendio de todos los trastornos del alma»[2] (Ferrand), adquiría ya a comienzos del siglo XVII, el estatuto de causa y consecuencia del enfermar.
La melancolía como sede del veneno negro (según la expresión de Baudelaire) incitaba –según los galenos- al amor (el morbus erótico de Aristóteles), provocando malestar en el hipocondrio e hinchazón del pene con eyaculación.
Pero no debemos comprender tan rápidamente que los conocidos humores que fluían desde la antigüedad, hasta inclusive la ya iniciada disciplina psiquiátrica, sólo circulaban en un espacio cerrado. Más bien, con el auge de la astrología como ciencia, recorrían una topología que conjugaba los «spiritus» circulando por los nervios huecos del cuerpo bajo el imperio cosmogónico del amo saturnino.
Es preciso que a la tristeza como clásicamente se la entendió, se le agregue el amor y la incontinencia pasional en ausencia de fiebre y el cuadro clínico quedará consolidado para los autores del periodo llamado barroco. Justamente dos de estos autores se destacan por el énfasis que ponen en el asunto de la melancolía erótica, amorosa o erotomanía; ellos son J. Ferrand y Robert Burton. Sus dos textos: Melancolía erótica y Anatomía de la melancolía respectivamente, son los únicos escritos en lengua vernácula que, junto al de Andrés Velásquez perteneciente al siglo anterior (Siglo XVI), se ocuparon de la melancolía.
Amor locura
Dos razones llevaron a Jacques Ferrand a escribir su libro. En primer término, que no se distinguía a los melancólicos de los locos puesto que no se tenía en cuenta la causa de sus males; segundo, el tratamiento erróneo que se daba a tales efectos: el libertinaje y la fornicación.
En 1603 (siete años antes de la primera aparición de su tratado), Ferrand había tratado un joven melancólico que padecía de un penoso enamoramiento y le pareció imprescindible aislar entre todas las especies de melancolía la causada por la pasión amorosa. Sin embargo, puede verse rápidamente de qué manera se confunden en sus líneas el amor pasión y el morbus producido por los vapores biliosos. Podríamos pensar que este descrédito del amor haya sido el resultante de una prevención puramente médica del autor.
…el amor o pasión erótica es una especie de delirio que procede de un deseo desenfrenado de gozar de la cosa amada, acompañada de temor y tristeza [3].
El mal deberá transitar un circuito que va de los ojos del objeto amado al amante, sus venas, hígado (sede de la enfermedad), corazón y cerebro (sede de la razón secundariamente alterada).
A partir de entonces, todo está perdido para el hombre (…) El pobre enamorado sólo ve su ídolo.
Sin embargo, puede verse que la iniciativa parte del amante puesto que son los espíritus animales, los que lanzados por él, rebotan en el espejo de la mirada del amado penetrando por su sutileza en sus entrañas, determinando finalmente el cuadro clínico.
Por tanto, la causa eficiente externa de esta melancolía –según Ferrand- es la vista. Ahora bien, ¿la vista de quién?
Diferentes signos delatan la enfermedad. Los enamorados parecen ver con los ojos del cuerpo (dice el autor), están hundidos, secos y sin lágrimas, el languidecimiento sin causa aparente es propio de los amantes, la tez pálida y la debilidad de las rodillas. Suspiran continuamente y se quejan sin razón, suspiros que aparecen debido a que en la contemplación de sus objetos o en ausencia de ellos, meditando sobre sus bellas cualidades y medios de gozar de la cosa deseada no se acuerdan de respirar. No pueden dormir y se quejan sin dolor. Una prueba diagnóstica resulta ser fiable: la palpación del pulso al invocar al objeto. La aceleración del fluido al palpar la delicada textura de ese espacio cerrado (a esa frontera de lo visible) que era el cuerpo barroco.
En algún lugar de su obra parece encontrarse al fin la presencia de un amor razonable, pero este no es menos patológico que el irracional. El uno, una dolencia del cerebro, el otro del hígado.
Ya que la enfermedad «afecta al cerebro por la ventana de los ojos» (Ferrand), el amante para curarse deberá alejarse del objeto de su deseo para evitar así la reflexión de la mirada que impregnaría todo su pensamiento.
Anatomía del amor
Contemporáneo a este autor, un monje anglicano llamado Robert Burton escribe en 1621 un fastuoso tratado de erudición llamado Anatomía de la melancolía. Él mismo viene a ser su propia empresa autoterapéutica dirigida irónicamente a develar las causas de su melancolía.
En su frontispicio podemos observar la figura del inammorato melancólico.
La sombra del objeto que ha caído sobre el yo debe entenderse que el objeto amado se vuelve opaco para su representación, se pierde y esta pérdida –al igual que el dolor mismo- se vuelve enigmática. El melancólico identificado al objeto de amor regresa al narcisismo y la sombra del objeto es lo que constituye un verdadero agujero en el campo perceptivo. Mientras el duelo freudiano produce un objeto perfectamente transparente a la representación, la melancolía hace retornar un objeto que escapa a la representación en el orden de lo visible.
En la columna inferior está el Inammorato, con los brazos cruzados, con la cabeza baja, conciso y educado, seguro que está componiendo alguna cantinela. A su alrededor están el laúd y los libros, Como síntomas de su vanidad. Si todo esto no lo representa suficientemente, acércate la pintura más a los ojos.[4]
El enamorado melancólico, perdido en el pensamiento de su objeto, queda perfectamente simbolizado en dicho cuadro; donde un rasgo del objeto, regresa a un rasgo del sujeto. La desaparición de la amada por fuera del campo de la mirada, conduce al enamorado a volverse sobre sí mismo; de la misma manera, el ala ancha de su sombrero profundamente hundido le impide una perspectiva más allá del cuerpo propio y lo vuelve ciego a las solicitaciones presentes del mundo.
La melancolía para Freud, al igual que el duelo, es una reacción ante la pérdida de un objeto de amor, incluso de naturaleza más ideal. «El objeto tal vez no esté realmente muerto pero se perdió como objeto de amor (p.ej. , el caso de una novia abandonada)». Sin embargo el enfermo no puede apresar en su conciencia lo que perdió en esa pérdida. Más aún, «…la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo…». La sombra del objeto que ha caído sobre el yo debe entenderse que el objeto amado se vuelve opaco para su representación, se pierde y esta pérdida –al igual que el dolor mismo- se vuelve enigmática. El melancólico identificado al objeto de amor regresa al narcisismo y la sombra del objeto es lo que constituye un verdadero agujero en el campo perceptivo. Mientras el duelo freudiano produce un objeto perfectamente transparente a la representación, la melancolía hace retornar un objeto que escapa a la representación en el orden de lo visible.
En el Manuscrito G, Freud otorga a la melancolía «…una gran añoranza por el amor en su forma psíquica –una tensión psíquica de amor…»[5].
¿Por qué los estudiantes y amantes están tan a menudo melancólicos y locos? Los filósofos de Coimbra lo atrubuyen a este motivo: «porque por una meditación vehemente y continua de aquello con lo que están afectados, llevan los espíritus al cerebro y con el calor trído con ellos se encienden sobremanera: y las celdas de los sentidos internos disipan su temperatura, y al disiparla, no pueden llevar a cabo sus oficios como deberían [6].
La incandescencia del objeto
Dante en la Divina comedia se atribuye un cierto número de síntomas de la melancolía (terror, espanto –»pavura»- pena –»trestizia»- cobardía –»vilta»). Tanto este estado como su alejamiento de la verdad es relacionado por él con la muerte de Beatrice, su amada, diez años antes de la redacción de este texto.
Ella será la que se presentificará como mirada incandescente al inicio de los versos: «Brillaban sus ojos más que la Estrella» y hará marchar a Dante («Yo soy Beatrice la que te hace marchar») hacia la confesión de su falta.
…volvió llorando hacia mí sus ojos brillantes con lo que me hizo partir más presuroso ¿qué tienes?, ¿por qué te suspendes?, ¿por qué abrigas tanta cobardía en tu corazón? [7]
El juego de miradas al que se somete la experiencia del autor queda revelado por tres referencias a la fábula de Narciso, donde Dante asume la imagen de su propio cuerpo o su rostro; y además las jerarquías en las miradas que terminan fundiéndose en una única fuente: Dios.
…vi a Beatrice vuelta hacia el lado izquierdo, mirando al Sol; jamás lo ha mirado un águila con tanta fijeza. Y así como un segundo rayo sale del primero se remonta a lo alto, semejante al peregrino que quiere volverse, así la acción de Beatrice penetrando por mis ojos en mi imaginación, originó la mía y fijé mis ojos en el Sol contra nuestra costumbre [8]
Jacques Lacan en su tercer seminario, refiere que es imposible concebir la naturaleza de la locura si antes no se da un rodeo por la teoría medieval del amor, en tanto en ese amor extático o que se articula es una relación del sujeto con el Otro absoluto.
En virtud de la hipótesis de J. Lacan –quien toma la fenomenología de la percepción de Merleau Ponty- sabemos que existe una esquizia entre el ojo y la mirada que es un objeto (pequeño a). El ojo no es la mirada, por tanto el sujeto no es activo en la percepción sino que es mirado en el espectáculo del mundo.
«¿Qué diferencia a alguien que es psicótico de alguien que no los es? – se pregunta Lacan- La diferencia se debe a que es posible para el psicótico una relación amorosa que lo suprime como sujeto, en tanto admite un heterogeneidad radical del Otro. Pero ese amor es muerto.»[9] El sujeto identificado al objeto perdido, como puro desecho, es gozado por esa incandescencia del Otro.
El circuito de la mirada se nos muestra aquí ya no reflejada en los ojos del amado a punto de partida del escotoma del amante, sino que el sujeto es mirado. En virtud de la hipótesis de J. Lacan [10] –quien toma la fenomenología de la percepción de Merleau Ponty- sabemos que existe una esquizia entre el ojo y la mirada que es un objeto (pequeño a). El ojo no es la mirada, por tanto el sujeto no es activo en la percepción sino que es mirado en el espectáculo del mundo. Una pantalla, el fantasma, es el velo necesario para no ver … no ver que las cosas nos miran.
En el amor melancólico el agujero producido en lo psíquico (Freud, Manuscrito G), el dolor psíquico (Freud, Duelo y melancolía) o el dolor moral de los psiquiatras clásicos (Griesinger, Guislain, Séglas; entre otros) produce una hemorragia de libido por donde se cuela la mirada ya en este punto imposible de ser velada. La sombra del objeto que cayó sobre el sujeto cubre todo su ser y queda sometido por esa magnitud de mirada a la oscuridad infinita del dolor de existir. Recordemos que las apariciones de Beatrice en la Divina comedia oscilan entre la sombra y la materialización de dicha mirada.
Una crónica sobre la pintura de Oskar Kokoschka, exhibida en el Kuntsmuseum, que refleja su apasionada relación con Alma Mahler. Una mujer marcada por su matrimonio con Mahler y los romances con Klimt, Kokoschka y Gropius, fundador de la Bauhaus.
Una exploración de la lucha interna de las mujeres en una sociedad obsesionada con la juventud. Una obra que desafía las normas estéticas y cuestiona cómo envejecen las mujeres en el imaginario colectivo, usando la estética del horror.
La misofonía es un trastorno neurológico que provoca una sensibilidad extrema a ciertos sonidos. Los afectados reaccionan con irritación, desconciertan a su entorno y se genera un clima de tensión que afecta la convivencia y relaciones sociales.
Estrasburgo, situada entre Francia y Alemania, fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Nos sorprende con su luz y sus reflejos, el reloj astronómico en la Catedral de Notre Dame y la Iglesia de Santo Tomás, donde Mozart tocó el órgano.
SUSCRIBIRSE A LA REVISTA
Gracias por visitar Letra Urbana. Si desea comunicarse con nosotros puede hacerlo enviando un mail a contacto@letraurbana.com o completar el formulario.
DÉJANOS UN MENSAJE
Imagen bloqueada