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En la actualidad asistimos a la proliferación de síntomas tales como panic-attack, dificultades en la capacidad de concentración, múltiples inhibiciones, cuadros de depresión o ansiedad. Algunas voces en el campo de la salud mental prefieren clasificar este popurrí de manifestaciones sintomáticas como «patologías modernas». En función de esta nueva categoría clasificadora han surgido tratamientos o estrategias que prometen soluciones inmediatas e indoloras.
En la actualidad asistimos a la proliferación de síntomas tales como panic-attack, dificultades en la capacidad de concentración, múltiples inhibiciones, cuadros de depresión o ansiedad. Algunas voces en el campo de la salud mental prefieren clasificar este popurrí de manifestaciones sintomáticas como «patologías modernas». En función de esta nueva categoría clasificadora han surgido tratamientos o estrategias que prometen soluciones inmediatas
e indoloras.
Una de ellas es la medicación cuando es utilizada como «chaleco químico» en casos de hiperactividad, depresión, o ansiedad. La peligrosidad radica en su abuso y no su uso; es decir, cuando la medicación reemplaza el deseo de investigar, la ocurrencia de la pregunta, impidiendo identificar las verdaderas causas del padecimiento. Por consiguiente, el sujeto queda sumergido en un mayor desconocimiento acerca de sí mismo.
También encontramos la oferta de indicaciones o «consejos» de gurús que despliegan su sabiduría en manuales accesibles al público, los cuales contienen métodos para cambiar conductas repetitivas que persisten más allá de la propia voluntad de la persona. El objetivo espurio de las indicaciones o «mentalizaciones», es lograr una existencia «exitosa», o sea, «libre de conflictos». El problema consiste en que esta propuesta simplificadora estimula la aparición del rasgo propio de la relación entre un hipnotizado y su hipnotizador, en la cual la credulidad y ausencia de crítica constituyen el factor predominante del vínculo. Esta forma de lidiar con el conflicto revela una posición infantil, ya que solamente se manifiesta con similares características en la dependencia absoluta del niño para con sus amados padres.
Por lo tanto, estos dos «atajos» que mencionamos más arriba, nos mantienen detenidos en dos modelos de funcionamiento mental:
El primero de ellos es el inclusivo, donde la medicación incorpora ilusiones de transformación personal.
El segundo consistirá en la idealización de la palabra del otro, y de sus indicaciones o «recetas a medida» para cada situación.
La alternativa de adquirir nuevos conocimientos, descubrir los propios recursos o inaugurar la capacidad de tolerar el contacto con la diferencia, sólo será posible en la medida que el sujeto cuente con un dispositivo psicoterapéutico para dejar «hablar» al síntoma, desmantelar compulsiones repetitivas y crear nuevas y personales conexiones para antiguos relatos.
La fuerza y vigencia de ambas propuestas terapéuticas en la sociedad contemporánea encuentran su génesis, en las mismas resistencias que encontramos durante el tratamiento psicoanalítico, donde la resistencia es entendida como un constante intento de esquivar el esfuerzo psíquico que lo «nuevo» exige a la vida emocional, y la incomodidad que produce la incertidumbre.
La alternativa de adquirir nuevos conocimientos, descubrir los propios recursos o inaugurar la capacidad de tolerar el contacto con la diferencia, sólo será posible en la medida que el sujeto cuente con un dispositivo psicoterapéutico para dejar «hablar» al síntoma, desmantelar compulsiones repetitivas y crear nuevas y personales conexiones para antiguos relatos.
En definitiva, introducir la pluralidad de significaciones destierra la idea de verdad absoluta: nos expulsa del paraíso y nos devuelve la libertad de ser hacedores de nuestra propia condición humana.
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