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Yo le dije a Rodríguez que cuando me trajeran estudios especiales de mercado para alguna empresa, en ese caso, iba a dejar todo lo demás, porque no daba abasto. No le gustó. Pero yo lo hice igual. Me estaban verdegueando. Querían que renunciase para no tener que pagarme la indemnización. No pensaba en darles el gusto.
También sabía que yo obstaculizaba los robos que le hacían a la oficina central, en Estados Unidos. Chanchullos. Lo veía y no movía un dedo para facilitarles la cosa. Al contrario.
Así que presentía que en cualquier momento me despedirían. Pero al mismo tiempo pensaba que cuando tenían que hacer un estudio serio no había nadie en la oficina que pudiera hacerlo bien, salvo yo. Y lo digo así, sin falsa modestia. Era el que más sabía del tema. Y justamente el día anterior había entregado los resultados de un estudio que salió muy bien y por el que me felicitaron.
De modo que fui hacia la oficina de Rodríguez confiado. Todavía no, pensé. Entonces, cuando él me dijo que prescindían de mí, me cayó como un balde de agua fría. Lo había pensado pero ahora que sucedía, me tomó por sorpresa. No lo podía creer. Que me pasara a mí, que siempre había sido tan valorado. Aunque es cierto que no tenía relaciones relajadas con los capos. Pero pensé que la eficiencia podía más que todo lo demás. ¡Qué cosa! ¡Cuando uno no quiere creer…! Antes que a mí les había pasado a compañeros míos tan eficientes como yo, y más inteligentes e imprescindibles. Uno se cree que va a ser la excepción. Ahora que me acuerdo me parece increíble haber sido tan ingenuo.
La indemnización fue buena, pero yo les inicié un juicio porque no figuraban ciertas cargas sociales, y porque un tiempo estuve trabajando sin ser registrado. Pero el abogado se equivocó en varias cosas, exigió demasiado y perdimos el pleito. Calculé que la plata me alcanzaría para vivir un año, haciendo una vida austera. Justamente a mi mujer, Laura, le habían aumentado el sueldo, así que la cosa no sería tan tremenda.
Al principio no busqué nada. Me sentía desorientado. Salía todos los días como para ir al trabajo. Daba vueltas por ahí, leía los diarios en algún bar, comía cualquier cosa, trataba de no andar cerca de los lugares que frecuentaban mis ex compañeros, y a la hora en que habitualmente volvía a casa, volvía. A Laura no le dije que me habían despedido hasta dos meses más tarde. No me animaba. Es una mujer tan frágil y tiene tanto miedo a la miseria, que pensé que no lo podría soportar. Me lo tragué solo.
Me hice amigo de un tipo mayor, en un bar, y nos encontrábamos todos los días a hablar durante horas sobre las cosas de la vida. Él me contó su historia. Era un hombre de más de setenta años. Me llevaba justo veinte. Él me aconsejó que le contara a Laura, que no podía seguir magullando la pena solo, que para eso era mi mujer…Al final un día tomé coraje y le conté. No contestó nada. Ella en general no habla. Entonces uno no sabe qué piensa, ni cómo le cayó la cosa. Me preguntó si estaba buscando algo. Le mentí que sí.
Al día siguiente hice un contacto. Para que la mentira no fuese más larga. Me prometieron una entrevista con el gerente de personal de un banco. Un trabajo similar al que yo había estado haciendo. Estudios de mercado para otorgar o denegar créditos.
Esperé dos meses que me citaran. Llamé varias veces al amigo que había hecho de enlace, pero siempre me decía que no era el momento, que ya me iba a llamar. A mí me entusiasmaba la idea de entrar a trabajar en ese banco. Era una empresa multinacional de primer nivel.
Finalmente me llamaron. Hice la entrevista y me fue bien. Por lo menos eso dijo después la persona que me entrevistó. Pero sucedió que otro gerente quería ubicar allí a su hijo, y optaron por él. Fue un golpe.
Después de mucho hablar conseguí también una entrevista en otro lado, no tan importante como el anterior, pero ofrecían un sueldo aceptable (aunque en todos lados los sueldos eran menores que el que yo ganaba cuando trabajaba. Cuando me preguntaban por “mis pretensiones” nunca sabía si decir mucho o decir poco. Qué les caería mejor).
Ése tampoco se dio.
Yo seguía yendo a la biblioteca a leer algo de la profesión o alguna novela. Me gustaba el silencio de allí, y podía pasar horas tranquilo. Después iba al bar en el que me esperaba el viejo y charlábamos otro par de horas. Hasta que se hacía el tiempo de volver. Aunque ahora Laura ya conocía mi situación, no podía volver a casa a una hora distinta de la que volvía cuando trabajaba.
A Tomás no le dije nada al principio. Mi hijo tenía ocho años cuando quedé sin trabajo. Tenía miedo de que me perdiese el respeto. Después de cuatro meses le dije. ¿Y no vas a trabajar más, papá?- me dijo. Traté de tranquilizarlo. Le dije que pronto conseguiría un trabajo mejor que el que había tenido, que yo lo había dejado voluntariamente porque trataban mal a los empleados. Creo que fui convincente. Pero el otro día, cuando lo fui a buscar a la escuela, me preguntó: “¿Todavía no conseguiste trabajo, papá?” Y a mí me pareció que había un dejo despreciativo en su voz. No sé. En la manera de preguntar. O en el tono. No sé. Me quedé mal. Bueno, ya son dos años que estoy desempleado. Y no salió nada. Me dicen que tengo una edad muy difícil.
Después de que se lo dije a Laura dejamos de tener sexo. Yo pensaba que ella ya no me valoraba, o que pensaría que no me lo merecía. “Este tipo no trabaja, yo lo mantengo, y encima quiere tener sexo”. Algo así, pensaba.
Al tiempo empecé a hacerme cargo de los trabajos de la casa. Primero pinté la cocina y el pasillo que necesitaban una blanqueada. Después me dediqué a lavar la ropa y a cocinar. Siempre me gustó cocinar. Hacía cosas especiales. Para que Laura no estuviese tan descontenta y que viese que yo no estaba de balde. Por lo menos le ahorraba las horas que le pagaba a la mujer que venía a hacer la limpieza y además ella misma no tenía que dedicarse a la cocina. Nunca dijo nada, ni que estaba bien ni que estaba mal.. Tampoco me buscaba en la cama. Pero en eso no había ningún cambio, siempre había sido así. Aunque en tiempos normales era evidente que gozaba, nunca tomaba la iniciativa. Laura es una mujer muy tímida.
Ahora no sé si hice bien o no en ocuparme de las cosas de la casa. Yo lo hacía con gusto, aunque a veces me quedaba tirado en la cama casi todo el día. Me venía un bajón que no me dejaba mover un dedo.
Ayer Laura salió. Me dijo que se iba al cine con las amigas. No sé si creerle o no. Debe de estar cansada de la situación.
Hace varios días que converso con un homeless que para en la esquina de Avenida de Mayo y Piedras. Es un hombre de mi edad. Se mantiene bastante bien. Cada tanto va a un lugar donde se puede bañar y lavar la ropa. Era arquitecto. Y perdió todo. Tenía una empresa de construcción. Lo estafaron. Tuvo que vender la casa donde vivía. La relación con la mujer y los hijos se convirtió en un infierno. Hasta que decidió que era mejor irse, desaparecer. Dice que con cuatro pesos por día uno se las puede rebuscar como para comer. Y cuatro pesos por día se consiguen. Abriendo las puertas de los taxis, o pidiendo. A veces, a última hora, en las panaderías o en las restaurantes dan comida a los que piden.
Se consiguió un colchón y una frazada y a veces hasta se afeita.
Hay noches en las que sueño que trabajo en un lugar importante, no sé de qué, y que todos reconocen el valor de lo que hago y me saludan sonriendo. Otras, en cambio, tengo pesadillas. Sueño que unos demonios me rondan, en la oscuridad, que yo estoy solo y no puedo pedir ayuda. Entonces me despierto y ya no puedo volver a dormir.
El arquitecto dice que él sueña que está en una pradera, durmiendo sobre el pasto en una mañana de sol, mientras las sombras movedizas de las ramas doradas de los árboles le acarician la cara.
Estoy mirando un bolso. Y pienso en qué cosas tendría que llevar.
EME.
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