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Edición
12

La familia, un malentendido particular

Barcelona
La familia ha sido tema de intensos debates y cuestionamientos en cuanto a su permanencia e importancia en los tiempos actuales. Al contrario del discurso científico que ubica a la institución familiar a partir de la normalización y totalización, esta autora plantea reflexiones y aperturas para este malentendido único y particular, que es la constitución de una familia.

Los científicos intentan hacer hablar a la serotonina, los políticos a la ley, los religiosos a dios, los psicólogos a los protocolos de evaluación. Demasiado ruido que sólo genera malos entendidos.

Los nostálgicos lamentan su desaparición, los cínicos se muestran indiferentes, los progresistas se consideran agentes del fenómeno, la prensa arroja tinta sobre el papel sin fin….y los teóricos…teorizan, teorizan. Ah! La familia en estos tiempos da que hablar! Aunque a menudo no se entiende nada de lo que se dice. ¡¿Claro que, cómo entender teniendo en cuenta eso que habla?! Los científicos intentan hacer hablar a la serotonina, los políticos a la ley, los religiosos a dios, los psicólogos a los protocolos de evaluación. Demasiado ruido que sólo genera malos entendidos. Entender “eso” que habla sería el buen modo de aproximarse a esta cuestión que sin lugar a dudas incumbe a todos y a cada uno de los seres hablantes.

Jacques Lacan se ha ocupado muy especialmente de este asunto del malentendido y es muy interesante seguir lo que ha dicho porque también se puede relacionar con el tema de la familia. Cuando conversamos, lejos de permitir la comprensión mutua, cuanto más hablamos, más se malentiende. Somos seres hablantes, y también ¡hablados! (Si no lo creen deténganse en los lapsus), así que cuando le decimos algo a alguien va implícito un sentido imposible de evitar; no es un accidente ni una contingencia, es un hecho de estructura de lenguaje. Quiero decir algo y… zas! Digo otra cosa, pero no es sólo cuando se produce un lapsus, siempre se cuela otro sentido en lo que digo. Pongamos atención en cualquier diálogo, podría ser entre una pareja, entre hermanos, entre padre e hijo, en fin…siempre aparece el “Ah! entonces, lo que me quieres decir es…” o “si piensas eso dímelo, no des rodeos” o cuando un hijo escucha una frase, por ejemplo, de boca del padre y hace de esa frase su condición de existencia, sin que haya sido proferida para ello.

…lo que los vincula es que los seres hablantes, los humanos, estamos constituidos por una trama de malentendidos que no son conscientes pero dan lugar a configurar aquello que solemos llamar destino. Hay lo que quiero decir, lo que efectivamente digo y lo que se escucha; está el que habla y el que escucha y a la inversa; luego hay otros más.

Los ejemplos podrían ser muchos y variados, sin embargo, lo que los vincula es que los seres hablantes, los humanos, estamos constituidos por una trama de malentendidos que no son conscientes pero dan lugar a configurar aquello que solemos llamar destino. Hay lo que quiero decir, lo que efectivamente digo y lo que se escucha; está el que habla y el que escucha y a la inversa; luego hay otros más. Es condición misma del lenguaje, si no cómo explicar la existencia de la poesía o el chiste por ejemplo. Son estas producciones propias del ser hablante las que también sirven para dar cuenta de que hay inconsciente.

Y como no existe una instancia superior que garantice el sentido de lo que digo, algo así como un supra-código que explique lo dicho, que signifique lo que las palabras enuncian; está lo que se dice y lo que el otro “comprende”, esta es la base del malentendido.

Jacques Lacan decía “todos monologan” y en efecto, eso hacemos.

Cuando alguien habla, los demás “esperan” que lo que diga vaya en el mismo sentido de lo que se le presupone. Algo así es lo que ocurre también en las familias: se espera. El hijo al que se le presuponen condiciones para el éxito profesional, se espera que sea un profesional exitoso. Cuando se presupone que un hijo será el portador de cierta insignia familiar, se espera que lo sea y lo transmita. Si se supone que los hijos en tanto tales contraen una deuda por existir, se espera que esa deuda se pague. La espera, la suposición, son mensajes cifrados que están insertos en lo que se dice.

Como es inevitable, eso ocurre de todas maneras, lo que sucede en la familia es un malentendido, muy eficaz por cierto. Cada uno sabe que la palabra de un padre o de una madre, puede dejar huella en el hijo. Sin embargo, nadie sabe, ni puede saber de antemano cuál será esa palabra y qué huella forjará. En la experiencia clínica, los psicoanalistas sabemos que cuando un paciente habla en la consulta, nunca lo hace solo, su familia está presente en lo que dice. Tenemos siempre a la familia en el despacho.

Aunque pareciera que cada vez nos alejásemos más de la “familia” como construcción destinada a sostener la existencia humana; en realidad, estamos cada día más concernidos por ella : “Transformaciones familiares”; “Nuevas formas de familia”; “Cambios en la estructura familiar”; “Tipos de familia”; son algunos de los nombres de los numerosos estudios que se publican y debaten en estos días. Juristas, economistas, arquitectos, políticos, educadores, psicólogos, psicoanalistas; en cada campo, en cada disciplina , el tema de la familia da que hablar. Una búsqueda rápida por Internet ofrece un primer panorama.

¿Qué es lo que causa tanto alboroto? ¿Cuál es la pregunta que genera semejante producción? Digo, y creo no equivocarme, que de lo que se trata es que los velos que hace tanto tiempo impedían ver lo que en la familia ocurría verdaderamente, hoy son demasiado finos. Aquello que debía estar a resguardo, se trasluce, se deja ver, se insinúa. Y a pesar de disponer de los recursos para ignorar todo aquello que no se quiere saber, eso incomoda. Hasta hace un tiempo, todo transcurría “como sí”. Basta recordar frases tales como: “no ventilemos los trapos al sol” o “guardemos las apariencias ante el vecino” o bien, “los temas de la familia se discuten en familia”. Qué decir sobre esto si no que se trata de secretos.

Tanto la literatura como el cine son vías regias para acceder sin un esfuerzo de memoria a tales cuestiones, una aproximación a los funcionamientos familiares de otras épocas a través de estos recursos para contrastarlos con lo que pasa en la actualidad. Ejercicio interesante y por demás ameno. Las “pinturas” que ciertas obras literarias nos ofrecen abundan en detalles que tomados de uno en uno, orientan respecto de lo que no es dicho. Vinculando los detalles a la manera de un rompecabezas se puede trazar las coordenadas del secreto.

En la experiencia clínica, los psicoanalistas sabemos que  cuando un paciente habla en la consulta, nunca lo hace solo, su familia está presente en lo que dice. Tenemos siempre a la familia en el despacho.

En tanto el secreto, claro está, no es dicho pero existe, funciona de todos modos. Y al igual que en los ejemplos dados respecto de los diálogos, lo que no se pronuncia y parece no saberse, actúa en el decir de modo silencioso pero eficaz haciendo presente otro texto que se escucha en lo que se dice. No es un trabalenguas, es lo que ocurre. Recuerdo ciertas recomendaciones que pediatras y psicólogos de los años setenta hacían a los padres a la hora de intentar educarlos como tales. Se aconsejaba que los niños recibiesen toda información que los implicara a fin de evitar la aparición de trastornos de orden psicológico. Situaciones ejemplares que merecían ser objeto de estas recomendaciones eran aquellas en las que los padres intentaban suprimir los datos sobre el origen del niño y muy especialmente si el susodicho había sido adoptado. Años más tarde, cuando esos niños crecieron y algunos llegaron a nuestros despachos, se pudo comprobar que disponer de aquella información de boca de sus padres fue algo muy loable, pero no impidió que un secreto operara de todas formas. Cuando alguien se interroga sobre sus orígenes a causa de un sufrimiento subjetivo del que no logra deshacerse, no está preguntándose por su biografía, sino qué fue lo que causó su existencia.

El hecho biológico existe, ya sea natural o tecno-científicamente logrado, sin embargo, la existencia de un nuevo ser se debe a un deseo de hijo que no es igual para todos. Quizás sean los acontecimientos actuales los encargados de mostrar mejor la validez de esta afirmación : mujeres solas que tienen hijos, parejas homosexuales que eligen un modo para tener hijos, transexuales que siendo ahora hombres engendran niños a partir de conservar sus órganos femeninos. En fin, la enumeración sería extensa y no creo que sea necesaria en esta ocasión, la prensa nos bombardea cada día con nuevos acontecimientos de este tipo. El forzamiento mismo de la cuestión es un primer indicio de que algo particular se pone en juego a la hora de decidir tener un hijo.

La familia tradicional velaba la particularidad puesto que inscribía su acto en el destino mismo de su creación. Casarse y reproducirse era el imperativo con el que la religión regía la vida de sus fieles, lo que luego se transformó en la misión de la civilización. Fueron las fracturas, desórdenes y fracasos, los que dejaron entrever que se trataba de otra cosa. En la constitución de una familia están en juego diversos factores que se convierten en enigma cuando algo de esa construcción fracasa. Desde el desconocimiento que provoca la presencia del otro cuando la relación entra en conflicto; o el fastidio que sienten algunos padres ante el esfuerzo que les supone la crianza; hasta las intrincadas cuestiones de filiación que para cada sujeto se plantean. La familia está soportada en una ficción, en una narración que se cuentan sus integrantes y que intenta dar sentido a su existencia.

Las ficciones familiares – novelas hubo de decir Freud a principios del siglo XX- son narraciones, a las que podemos llamar orales. Se transmiten a través de la palabra, sin embargo, no es el texto explícito. Se transmiten a través de los actos, sin embargo, no se trata de las acciones. Se transmiten a través del afecto, sin embargo, muchas veces contrarían lo evidente.

La familia es un malentendido, un malentendido particular, en todas las épocas. No conviene encandilarse con la sofisticación de las nuevas ficciones familiares ya que a la hora de entender lo que no funciona, siempre podrá guiarnos la vía a través de la cual se constituyó el malentendido que le dio origen. Claro que esto sólo puede hacerse caso por caso, no existe la posibilidad de dar una única respuesta.

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