“¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios”. J.L.Borges: “Magias parciales del Quijote” (Otras Inquisiciones).
Borges siempre sorprende. Posee un espíritu lúdico, juega con la ciencia, la teología, la literatura, la filosofía; toma sus afirmaciones para ir más allá de ellas, para dejarnos perplejos, para extraer conclusiones insólitas. Su prosa contestataria, lúcida, irónica, profunda, iconoclasta, trasunta una experiencia que parece compartir con los amantes del saber: navegar en las incertezas y, a partir de allí, empujar los límites del conocimiento. De ese modo descoloca al lector.
Borges no escribe literatura, Borges es literatura, así de un modo brutal y contundente.
Y visitamos el abismo porque sus textos tienen una extraña particularidad, que yo señalé en uno de mis libros[1], propia de la Banda de Moebius -superficie sin bordes de la geometría no euclidiana-, por la cual una situación de la realidad se convierte, imperceptiblemente, en otra, sin que el lector se dé cuenta y sin dar saltos abruptos ni cambiar la trama. El cultivo de la filosofía me alertó sobre ciertos modos muy borgeanos; recordemos que él fue un gran lector de filosofía.
No creamos que Borges se acercó a la ciencia, estudió algunos de sus asuntos más duros y complejos, como el tema del tiempo, del caos, del universo como laberinto -del que es imposible huir- de los mecanismos de la memoria o del infinito y del azar, sólo para hacer su literatura más seria y precisa. Todo lo contrario. Son los científicos los que llegan a él, lo buscan, lo citan, lo confrontan y salen malheridos al comprobar que su intuición colosal era certera y precisa, que efectivamente, podría haber, como tantas otras cosas que él imaginó en sus ficciones, universos paralelos como los propuso en “El jardín de senderos que se bifurcan”, 16 años antes que Everet III.
Son los científicos los que llegan a él, lo buscan, lo citan, lo confrontan y salen malheridos al comprobar que su intuición colosal era certera y precisa, que efectivamente, podría haber, como tantas otras cosas que él imaginó en sus ficciones, universos paralelos…
En mi experiencia como profesora de Antropología Filosófica en la Universidad me interesó la mirada de la ciencia sobre el hombre. Estudié entonces la relación mente-cerebro, la teoría de la evolución, el tema del tiempo, la presencia del azar en el universo, etc. En ese hacer me di con un libro cuyo título era inquietante por la actualidad de su asunto: El fin de las certidumbres de Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química. Mi alegría fue poder dárselo a mis alumnos y mi sorpresa que, para estudiar los procesos irreversibles de la teoría de las estructuras disipativas y afianzar sus argumentos sobre el tiempo, Prigogine cita a Borges, no a la inversa, como hubiera sido lo esperado. Y lo cita con la que será su mayor y, tal vez, única certeza: nuestra condición temporal. La profunda belleza del texto borgeano que fascinó al científico dice:
“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río, es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo desgraciadamente es real, yo desgraciadamente soy Borges”. Nueva Refutación del Tiempo. (Otras Inquisiciones)
Pero su espíritu lúdico no se detiene allí, no sólo reconoce lo temporal como la marca de la finitud e inevitable condición de lo humano, sino que da un paso no esperado: hace de la condición finita el sello de la dignidad del hombre. “La muerte hace preciosos y patéticos a los hombres”, sostiene. El inmortal, uno de sus cuentos, dibuja un personaje gris, sin iniciativa, sin desafíos, en él todo puede repetirse porque su tiempo es infinito. Son nuestra finitud, nuestros límites, los que nos hacen–como dioses caídos, únicos e irrepetibles. Y en una gran ironía –sabiéndose sólo tiempo y finitud, les regala a sus personajes de ficción la eternidad, como en el El milagro secreto, donde se manifiesta una íntima esperanza: que Dios obre el milagro de detener el tiempo del condenado a muerte Hládik, esa posibilidad es una locura para la inteligencia y un consuelo para el corazón. Hládik pide a Dios, “de cuyas preferencias literarias poco sabía”, el milagro secreto de poder concluir su obra literaria que le permitirá justificar su vida. Y Dios le concede vivir un año que sólo fueron dos minutos en tiempo real. Lo imposible se materializa. El arte es una mentira que nos dice la verdad, sostiene Picasso.
Lo incierto del porvenir siempre aterró a los hombres. Ese sentimiento de lo imprevisible dio origen a la magia, a la religión y, más tarde, a la ciencia; con ellas se podía predecir el futuro y alcanzar sosiego.
Se ocupó de la memoria y el mecanismo neuronal del cerebro en Funes el memorioso; del tiempo en ensayos –con títulos irónicos– como Nueva Refutación del tiempo; del azar en La Lotería en Babilonia; de la identidad personal en Borges y yo; etc. En una rarísima mezcla de mordacidad e inteligencia ridiculizó a escritores mediocres; el personaje de Carlos Argentino Daneri del Aleph , al que muestra petulante, aburrido, redundante en sus poesías, era una burla a un escritor que le ganó el premio municipal de poesía.
El infinito fue un tema fascinante para Borges; dice de él: “palabra (y después concepto) de zozobra que hemos engendrado con temeridad y una vez consentida en un pensamiento, estalla y lo mata”[i]. La estrategia borgeana –inteligente y aguda– consistirá en poner a los personajes de sus cuentos, como el profesor de lógica de Tigres azules, un hombre normal y dado a las argumentaciones, ante un comportamiento insólito de la realidad. En el cuento, el infinito matemático se transforma en infinito teológico. Entonces el carácter absoluto de lo sagrado destruye la fragilidad de la criatura y lleva a una escandalosa aporía: lo finito (la mano de un hombre) contiene al infinito (tigres azules o piedritas irracionales).
Y esta es la vieja treta de Borges, este es su genio: un giro imperceptible del pensamiento, un gesto apenas insinuado del escritor, un ir de un sentido canónico –la formalidad de las matemáticas, la ciencia de la razón por antonomasia– hacia otro sentido inverificable, inasible, irracional y también fuera del orden de lo profano. Hay un salto entre el infinito matemático y el infinito teológico-metafísico. Entonces, ante esta realidad, nos quedamos sin cálculos, sin razones.
el infinito revestido de sacralidad, es, para Borges, no la tradicional Divinidad, sino un enigma.
A menudo Borges ingresa en el ámbito de lo sagrado sin que el lector se dé cuenta, apenas con alusiones, con referencias oblicuas, por medio de la ficción. ¿Quién podría reclamarle algo bajo estos términos? ¿Quién puede decir que es agnóstico, escéptico o profundamente religioso? Es, creemos, todo eso, al mismo tiempo, como somos casi todos los hombres.
Aun cuando esté jugando con la idea de infinito matemático, como en El libro de arena, o en La Biblioteca de Babel, o Los avatares de la tortuga, siempre bordea peligrosamente el abismo del sinsentido porque el infinito revestido de sacralidad, es, para Borges, no la tradicional Divinidad, sino un enigma. Recordemos aquella fe laica de la que hace gala: “la imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede disuadirnos de planear esquemas humanos, aunque nos conste que estos son provisorios”.(El Idioma analítico de Jhon Wilkins. Otras Inquisiciones).
Este juego de paradojas entre lo racional y la irracional, entre los distintos infinitos y la finitud del hombre, entre el caos y el cosmos, es en Borges un modo de abjurar de la racionalidad que, a su vez, tanto cultiva, en una profunda paradoja incrustada en su propia existencia. Anuncia en Avatares de la tortuga algo que podría decir cualquier científico:
“Nosotros hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso”. (Discusión )
En el universo de los hombres existen intersticios de sin razón en los cuales el orden es corroído por el absurdo y penetrado por el infinito. Y quizás, uno de esos intersticios de sin razón sea la muerte o el tiempo o quizás la existencia misma, sobre los que, con inteligencia, con elegancia y sin dramatismos, Borges volcó su pensamiento.
[1] Cristina Bulacio: Los escándalos de la razón en Jorge Luis Borges, ed. Victoria Ocampo, Bs.As. 2005
[i] J.L. Borges La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga, en Discusión.
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Un comentario
Que bien se siente poder encontrar en Internet artículos de esta calidad, ¡muchas gracias!, en especial sobre uno de mis genios favoritos que no me canso de estudiar