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Edición
37

Las ciudades de Hebe Uhart

Buenos Aires
Un viaje por lo gentil y lo genial de una vocación etnolingüística

La narradora y cronista argentina acaba de ser galardonada con el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, máximo reconocimiento a la trayectoria que otorga el Estado de Chile y uno de los mayores galardones de la lengua castellana. 

En menos de diez años las crónicas de viaje de Hebe Uhart han logrado pordelantear a sus relatos e incluso hacer caer del mapa a unos cuantos turistas del fangoso pseudo periodismo actual. ¿Cómo esta jubilada de ochenta años, con su humildad y su gentil modo de acercarse a los hechos y a las personas, de registrar sus hablas y costumbres, puede brillar hoy con tanta fuerza al punto de hacer quedar como simples pelotudos a tantos escribas del poder?

¿Es que la obra de Uhart, la publicada hasta sus Relatos completos (Alfaguara, 2010), necesitaba de esta nueva torsión? Arriesgo que no. Quizá ninguno de los críticos que reflexionaron sobre sus cuentos y nouvelles sospecharon la emergencia de estas crónicas maduras que habrían de evidenciar su verdadero vicio. Un vicio nada menor si atendemos al hecho de que esta escritora nacida en Moreno (provincia de Buenos Aires, 1936), que estudió Filosofía y se empozó por años en la docencia –primaria, secundaria, universitaria y de talleres–, aunque recién en la vejez parece haber encontrado la horma de la crónica asegura haber viajado desde muy joven, desde que ganó sus primeros sueldos y se largó a conocer Ushuaia y Bolivia, a los dieciocho y veinte años.

Previa aparición del volumen Viajera crónica (Adriana Hidalgo, 2011), Uhart gozaba de una autoridad como narradora a fuerza de cincelar un estilo mordaz, de una ingenuidad ácida –si vale el oxímoron– que supo ganarse los elogios de Haroldo Conti, Ricardo Piglia o Elvio Gandolfo. No obstante, desde entonces, ha publicado con ritmo frenético varios volúmenes que igualan en cantidad de páginas a sus Relatos completos: allí están Viajera crónica, pero también Visto y oído (2012), De la Patagonia a México (2015) y De aquí para allá (2016).

así como no existe un manual de instrucciones infalibles, es el vértigo del error el que desencadena el relato.

En efecto, las crónicas rediseñan a modo de poliedro una obra que ya empezaba a imponer cierta normatividad de estilo. En el libro de Liliana Villanueva Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015) encontramos un resumen razonado de los cursos impartidos por la narradora durante más de diez años, y un “Decálogo” de consejos para los que se inician en la escritura que reza así:

01 – No hay escritor, hay personas que escriben.
02 – Escribir es una artesanía, un trabajo como cualquier otro.
03 – Para escribir hay que estar, como decía Chéjov, “a media rienda”.
04 – La literatura está hecha de detalles.
05 – El primer personaje somos nosotros mismos.
06 – No importa el hecho en sí sino la repercusión del hecho en mi o en el personaje.
07 – Al personaje se entra por la fisura.
08 – Todo cuento tiene un “pero”. El “pero” me abre el cuento.
09 – Hay que saber observar y escuchar cómo habla la gente.
10 – La verdad se arma en el diálogo.
11 – El adjetivo cierra, la metáfora abre.[1]

La eclosión crónica –que respeta, pero no tanto estos preceptos– me deja pensando… Es como si sus famas de narradora hubieran empezado a ahogarla, obligándola a huir hacia otro género para permitirse poner entre dicho las propias convicciones vertidas en los talleres. Es que, así como no existe un manual de instrucciones infalibles, es el vértigo del error el que desencadena el relato.

Allí vemos, pues, a Hebe hacer la maleta y largarse a los caminos, tomar un colectivo ignoto o desovillar largas esperas en aeropuertos. La vemos llegar a una gran ciudad llevada por los brillos de un festival literario, a una capital de provincia o a un pueblito inhóspito en busca de información sobre la leyenda de Eva Duarte y del cacique mapuche Coliqueo. Lo mismo da para el caso: la vocación por la curiosidad es la misma, sea para escuchar a los tertulianos desconocidos de una kermese austera o para tolerar las ínfulas de narradores con patente de joven promesa. Hebe Uhart pone a prueba su capacidad de escucha y observación, libretita en mano, y entonces ¡eureka! brota la gema de una crónica realmente estupenda.

Hebe Uhart pone a prueba su capacidad de escucha y observación, libretita en mano, y entonces ¡eureka! brota la gema de una crónica realmente estupenda. 

Se trata de un estilo que, en primera instancia, parece eminentemente simple. “Su escritura –dijo Haroldo Conti en el prólogo a Gente de la casa rosa (Fabril, 1970)– es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza en simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde solo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo”. Se trata de una escritura que “no aclara ni completa una realidad conocida”, sino que “revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta”.  Unos años después, en otro prólogo de una antología (Camilo asciende y otros relatos, Interzona, 2004), Elvio Gandolfo señaló el hecho fortuito de que los relatos de Uhart propiciaran la creación de un “manual de costumbres argentinas” hecho de instantáneas donde los tics de las maestras o directoras de escuela, los poetas de provincia y los modismos puebleros se solazaban a sus anchas.

A la elaboración de este universo de ácida ingenuidad, repleto de personajes aparentemente simples, sumaría –como característica capital de su estilo– el despliegue de una verdadera vocación de registro de rarezas de la lengua oral y un uso desfasado o errático de los tiempos verbales. Cito, a modo de ejemplo, un fragmento que evidencia esa extrañeza propiciada por una prosa donde pueden convivir pasado, presente y futuro en un mismo párrafo, sin solución de contigüidad:

Liliana Campazzo es poeta. Fue librera, ahora es docente, bibliotecaria y tuvo siete hijos.

-¿Siete?

-Ah, pero en el campo es diferente.

La primera impresión que tuve de ella es que es un tsunami, se mueve, recuerda, vuelve a moverse, propone y al momento se le ocurre otra alternativa. Me imaginaba a los siete hijos chiquititos de ella, uno se cayó, otro se levanta, el tercero se agarró un dedo con la puerta. Me invitó a comer a su casa, prepara a toda velocidad un omelette. Su casa está en Viedma, en un barrio de chalets con jardín. Le pregunto por un cartel que vi en Patagones que dice “Fiesta patronal, Jesús y María nos invitan a construir una familia”.

-Es que en Patagones son muy religiosos, en Viedma, no tanto. Hay rivalidad de una orilla a la otra… (De aquí para allá, p. 25)

La extrañeza verbal se produce al presentar un presente que se expande en la imaginación y a la vez a en el registro de un pasado verídico, perfectamente fechable. La crónica se levanta, entonces, como un espacio textual donde Uhart puede desplegar todo un arsenal técnico ensayado por años en el cuento, horadar sobre problemáticas socioculturales que considera capitales y realizar un registro de modismos lingüísticos de las ciudades visitadas. Podría afirmarse, incluso, que la representación de los espacios aquí se hace texto a partir de la pormenorizada exploración de cómo las gentes de estas ciudades operan en la lengua. Crónica mediante, la travesía se vuelve aventura del lenguaje, porque el desplazamiento es vivido aquí con la pasión del etnolingüista que busca de cada ciudad la gema oral de un modismo propio, allí donde el idioma se hace viaje, fascinación y movimiento y la norma gramatical se vuelve una vieja postal turística.

sumaría –como característica capital de su estilo– el despliegue de una verdadera vocación de registro de rarezas de la lengua oral y un uso desfasado o errático de los tiempos verbales.

Por ejemplo, en Asunción, poco después de la destitución del presidente Lugo –tema sobre el que realiza una serie de entrevistas– Uhart lee los avisos del diario: “Necesito manicurista, pedicurista y brushinista”. Otro aviso: “La iglesia de San Antonio arreglada: tiene baño moderno, sexado y nueva lumínica” (Visto y oído, p. 210).  En Bariloche, visita a dos escritoras locales y las interroga sobre palabras o giros propios de la zona: “Maldadosa, una mezcla de mala y de mañosa. Otra palabra que se usa mucho es intrusa por metida o curiosa, anda intruseando. Un giro popular: No, ella no ríe con nadies. Significa que es una mujer honesta, buena, seria.” (De la Patagonia a México, p.12) Cuando está en casa de amigos en Cañuelas, deja constancia de que Sara, una visita, califica los malos modales de un caballo como “ese caballo es de cuarta”. A la Feria Internacional del Libro de Guadalajara llega ante todo con el objetivo de andar por la calle y hacer una crónica, “para entender mil cosas que había leído y no entendía, por ejemplo, ni madres que quiere decir de ninguna manera. Ese viejo se las truena (está drogado) o el vete a la chingada” (De la Patagonia a México, p.216).

Una cosa es cómo el escritor se percibe, y otra es cómo puede caracterizarlo la crítica. Hebe Uhart se auto-figura de un modo humilde, gentil, sin pretensiones. Una escritora sencilla, que “no experimenta”, que “va a lo seguro”, que no aborda por comodidad los grandes temas.

En una entrevista realizada por Ángel Berlanga, en el año 2009, antes de instalar definitivamente su perfil de cronista, confesaba su pasión los márgenes y las hablas de las gentes, confirmando la sospecha de que un relato como “Leonor” también hubiera surgido germinalmente de la captación del modo de hablar de un personaje y del extraño uso del vocablo pordelantear.

Hay cosas que van quedando incorporadas, vocablos, que después yo uso y transmito. Me interesan las voces como más marginales (…). Ahí, en los márgenes, pueden encontrarse cosas nuevas que provienen de muy diversos lugares. Respetando a la gente, por supuesto, porque no me voy a reír de ellos por eso. Y sí, busco, estoy atenta.

Se trata, en efecto, de una escritora que no se percibe desde la experimentalidad sino desde las formas ya conocidas: “Yo no soy una experimentadora, soy una persona que mira. No experimento en el sentido de introducir yo mismas novedades –aseguraba en otra entrevista con Graciela Speranza –. Los cambios importantes son inconscientes. Por eso corrijo poco.”[2] Es una idea sobre la que insiste en sucesivos reportajes, la de “ir a lo seguro”: “Del mismo modo que no tengo deudas. No soy de probar caminos distintos. (…) No es que no sea ambiciosa: soy cómoda. Escuchá esto: es porque soy cómoda. Y quiero mi comodidad, mi tranquilidad”[3].

Si tuviera que imaginarla en un personaje de sus ficciones, me jugaría el pellejo a que ella se identifica con la narradora del cuento Guiando la hiedra, que es capaz de decir: “Me siento tan humilde y tan gentil al mismo tiempo, que agradecería a alguien, pero no sé a quién”. Pero Uhart, que ha estudiado filosofía y lógica, sin duda sabe que ese “al mismo tiempo” exige en la coherencia lógica de la oración un término antagónico con el que “humilde” se enfrente, un término que no es “gentil” sino, más bien, por homofonía: “genial”.

Uhart esconde su genialidad en su afán recolector, en su vocación etnolingüística que hace decir a sus personajes lo que acaso ella misma no se permite. En ese juego derivativo, solapado, es que se agranda, se expande y vuelve genial a sus crónicas. Las ciudades de Uhart son, ante todo, ciudades del habla, territorios del lenguaje excéntrico, del diálogo ameno y el fraseo campechano: se levantan sobre usos idiomáticos y giros gramaticales, donde las formas del decir y de callar de los lugareños se vuelven joyas preciosas. Hay humildad sin duda en el gesto, pero es una humildad poderosa que nada tiene que ver con la sumisión; es la humildad de los que tienen resto –para decirlo con las palabras de la autora–: “A la gente que es vanidosa le huyo, sí. Aunque en realidad la gente que es así es porque no tiene resto; la gente que se humilla es la que tiene resto”[4]. Podemos seguirle el rastro, entonces, y decir sin eufemismos ni amagues lo que su obra susurra al que sabe escuchar: “Me siento tan humilde y tan genial al mismo tiempo, que agradecería a alguien, pero no sé a quién”.

 

 

 

Notas:
[1] Villanueva, Liliana. Las clases de Hebe Uhart. Buenos Aires, Blatt & Ríos, p. 135.

[2] En: Primera persona, entrevistas de Graciela Speranza. Norma, Buenos Aires, 1995, p. 217.

[3] Berlanga, Ángel. “Para mí, una persona común y corriente es más fuente de inspiración que un escritor” (Entrevista a Hebe Uhart) en: La literatura argentina por escritores argentinos. Sylvia Iparraguirre (Coordinadora). Buenos Aires, Bibioteca Nacional, 2009, p. 116.

[4] Ibid, p. 115.

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